Política e historia

José Herrera Peña

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México 2002


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México contra Cuba

JOSÉ HERRERA PEÑA

“Si no fuera Cuba tan infortunada,

querría más a México que a Cuba".

José Martí.

30 abril 2002. Hace casi quinientos años que llegó a estas tierras un ilustre varón, ya avanzado en años, llamado Vasco de Quiroga. Era magistrado en España y había dejado Europa ensangrentada por las guerras; unas, entre moros y cristianos, y otras, entre católicos y protestantes. Pertenecía, pues, a una generación harta de matanzas, a la que pertenecieron también Miguel de Cervantes, Tomás Moro, Erasmo y muchos más. Quizá por ello, el oidor (luego obispo) siempre fue el caballero que defiende a la dama, el fuerte que levanta al caído, el castellano victorioso que protege al moro y ayuda al judío. Perteneció a la misma generación que condenó la locura de la política bélica, esculpió el Quijote y concibió la Utopía.

Ese hombre que llegó como miembro del segundo consejo de gobierno (o segunda audiencia) de la Nueva España, se sorprendió dolorosamente al constatar que aquí también, en el Nuevo Mundo (un mundo que había despertado la esperanza de construir una sociedad mejor y un mejor ser humano) acababa de consumarse un genocidio. Las civilizaciones indígenas habían sido arrancadas de cuajo y miles de seres humanos habían perecido en las guerras de conquista. Otros miles de viudas, huérfanos, mutilados, enfermos y hambrientos arrastraban su miseria. Juzgó a Hernán Cortés y a Nuño de Guzmán por los crímenes cometidos durante las conquistas de México y Michoacán, respectivamente. Al primero lo absolvió. Al segundo, lo condenó.

Pero hacer justicia, para él, no era sólo someter a algunos individuos ante los tribunales y juzgarlos conforme a la ley, sino proteger a los indios, a esta nueva humanidad que se había entregado con inocencia a los recién llegados, y sobre todo, proteger a los débiles, explotados y abandonados. Fundó los hospitales de Santa Fe en México y Michoacán, no únicamente como edificios para cuidar a enfermos sino sobre todo como dilatadas posesiones territoriales, dentro de las cuales fundó pueblos de indios, sujetos a una legislación promulgada por él, con base en las amplias facultades que había recibido del monarca, y que influyó no poco en las Leyes de Indias.

Conforme a dicha legislación, los pueblos de indios, las naciones indias, las repúblicas de indios, tenían derecho a vivir en forma autónoma dentro del reino, en un marco de respeto a los demás y a resolver sus problemas en paz; derechos que formaron el embrión de los principios de autodeterminación, no intervención y solución pacífica de las controversias. “Fue uno de esos genios que produce tarde la naturaleza”, dijo Francisco Javier Alegre. Sí, de los 60 a los 95 años de edad llevó a cabo su inmortal obra. La base de su política (de su ética): proteger al inocente, ayudar al débil y levantar al caído.

Tres siglos más tarde se luchó por una nación libre y soberana. La independencia no se concibió para que el gobierno hiciera lo que quisiera con los habitantes de la nación, sino al contrario: para que los protegiera y los amparara contra los fuertes y opresores. Hoy se diría: para que el gobierno garantizara el goce y ejercicio de los derechos humanos. Por eso, uno de los primeros decretos de Miguel Hidalgo y Costilla en 1810 fue la abolición de la esclavitud y la supresión de las castas. Esas aspiraciones humanistas quedaron consagradas en la Constitución de Apatzingán de 1814.

A partir de entonces, México siempre apoyó a los pueblos que luchaban por su independencia, pero de manera muy especial, al querido, al entrañablemente querido pueblo cubano. En enero de 1898, la guerra de independencia de Cuba estaba por concluir, cuando llegó el buque norteamericano Maine a la bahía de La Habana. Tres años antes, el 19 de mayo de 1895, el poeta José Martí, jefe supremo de la revolución, había muerto en uno de los primeros combates. A pesar de ello, los rebeldes cubanos se habían enfrentado con éxito al medio millón de hombres con que contaba el ejército español.

Entonces, el 15 de febrero de 1815, el acorazado Maine explotó. El gobierno norteamericano, sin ninguna prueba, culpó a España del incidente y le declaró la guerra. Así, mientras la flota norteamericana derrotaba a la flota española en el mar, los cubanos lograron la victoria final en su tierra. Al terminar ese mismo año, el 10 de diciembre, España y EEUU firmaron el Tratado de París, por el que España reconoce la independencia de Cuba. Al mismo tiempo, los cubanos tomaron posesión de su territorio. Sin embargo, la bandera que ondeó sobre La Habana no fue la de Cuba sino la de EEUU. El día 1 de enero de 1899, el capitán general español entregó el poder a los norteamericanos, no a los cubanos. El primer gobernante de Cuba fue el general norteamericano John N. Brooke, no Máximo Gómez, vencedor de los españoles.

Inútiles fueron los esfuerzos norteamericanos por anexar a la isla a los EEUU, como lo hizo con Puerto Rico. Un año después, el 25 de julio de 1900, presionado por las fuerzas políticas cubanas, el gobernador militar norteamericano publicó la convocatoria para elegir una asamblea constituyente que diera forma jurídica a la nación. Pero dicha asamblea tuvo que aprobar la Enmienda Platt, que permitiría a Washington intervenir en Cuba cada vez que lo considerara conveniente. Todavía tendrían que transcurrir dos años para que Tomás Estrada Palma asumiera la presidencia de la república. Hasta entonces pudo ondear por primera vez la bandera cubana en el palacio de gobierno. Esto ocurrió el 20 de mayo de 1902. Inmediatamente, Cuba estableció relaciones diplomáticas con México.

Un siglo después, con tenacidad digna de mejor causa, el gobierno panista de Vicente Fox logró que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU aprobara una resolución contra Cuba, patrocinada por EEUU y presentada por Uruguay. Una tenacidad que incluyó la mentira y el engaño, porque Fox ofreció formalmente a La Habana que su gobierno se abstendría de emitir su voto en contra y luego lo emitió en este sentido.

¿Por qué en lugar de esa obsesión perversa de ir contra el débil, Fox no propuso al presidente Bush (hijo) que levante el embargo que EEUU ha aplicado injustamente contra Cuba desde hace más de cuarenta años? ¿Por qué en lugar de promover la resolución ignominiosa contra un pequeño país, no incluye a éste en el Pacto de San José para surtirlo de petróleo, como lo hace con el resto de los países centroamericanos y del Caribe? ¿Por qué el gobierno de México pregona y practica esa clase de "humanismo" tan inhumano? ¿Por qué en lugar de mostrar tanta saña para impulsar ese voto denigrante, el gobierno de Fox ha retirado su propuesta de que EEUU respete los derechos humanos en la lucha antiterrorista, en el mismo foro mundial que votó contra Cuba? ¿Por qué cargarle la mano a la isla entrañable y complacer a los gobiernos que han cometido masacres y genocidios, como el de EEUU en Afganistán y el de Israel en Palestina? ¿Por qué en lugar de acusar a Cuba de que no se respetan los derechos humanos, no admite, reconoce y confiesa que tampoco se respetan en México, ni en EEUU, ni en ningún otro país?

Los esfuerzos de Fox para complacer a Washington fructificaron. De los 54 países que participan en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, 23 votaron a favor de la resolución, 21 en contra y 9 se abstuvieron. Pero la vergonzosa propuesta que Fox impulsó es timorata y carente de valor. Por una parte, no se atreve abiertamente a condenar a la isla. Al contrario: reconoce sus avances en “derechos sociales” y la insta a que haga esfuerzos en “derechos humanos, civiles y políticos” para lograr éxitos similares a aquellos. Y por la otra, carece del coraje para solicitar al gobierno norteamericano que levante el embargo y se contrae a admitir los avances de Cuba en esta materia “pese al entorno internacional adverso”. Resolución que en sí misma, fríamente analizada, no es una condena contra Cuba ni una derrota del gobierno cubano. Es simplemente un apoyo inmoral para que EEUU siga justificando lo injustificable: la prosecución del embargo.

Tal es el dócil “humanismo” del presidente Fox: complacer al fuerte para apabullar al débil, hacerlo caer y maltratarlo. Es un “humanismo” no sólo inhumano sino burdo y áspero, que logró romper las relaciones diplomáticas entre nuestros dos países, a un siglo exacto de su establecimiento, aunque no estén formalmente rotas... todavía. Su política internacional, en todo caso, ha lesionado los más altos valores del pueblo de México.

jherrerapen@hotmail.com


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