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Pésima
imagen JOSÉ
HERRERA PEÑA 26
marzo 2002. Posiblemente
el gobierno de Vicente Fox tenga razón y ya sea necesario sustituir
nuestros principios de política exterior por una política que no tenga
más principio que la “alianza estratégica” con el gobierno de
EEUU. Posiblemente no. En lo que nunca la tendrá será en atropellar el
protocolo diplomático, como lo hizo recientemente en Monterrey, en
agravio de un jefe de Estado, en este caso, el de Cuba. Es
cierto que en los últimos tiempos las relaciones entre México y EEUU
han cambiado sustancialmente; que a partir del presidente Lázaro Cárdenas
se inició la época de la “buenos vecinos”; que medio siglo después
nos convertimos en “socios comerciales”, y que actualmente
pretendemos sentar las bases para formar una futura Comunidad de
Naciones de la América del Norte. Es difícil que alguien pretenda
frenar esta evolución u oponerse a tal proyecto. Al contrario. A pesar
de dudas y resquemores de aquí y de allá, bienvenido todo aquello que
acentúe nuestras coincidencias y desvanezca nuestras diferencias. Pero
así como el pragmatismo norteamericano ha influenciado nuestra política
exterior, de la misma manera la tradición pacifista de nuestro país
debe influenciar a EEUU. Debemos juntar nuestras distintas (y hasta
opuestas) experiencias de la vida, interpretaciones de la realidad y
planes de futuro en un mismo proyecto compartido, a fin de que nuestra
visión conjunta del mundo sea más firme, más amplia y más rica. La
alianza estratégica con el gobierno norteamericano no implica la
renuncia de nuestra política exterior, ni minimiza la importancia de
nuestras relaciones con los demás países del mundo, especialmente con
los hermanos latinoamericanos y particularmente con Cuba. Al contrario.
Forma parte de ella y debe desarrollarse en consecuencia. Aunque esta
posición parezca algo utópica, no es imposible. La prueba de ello nos
la dio Manuel Márquez Sterling, el gran diplomático cubano, en una época
mucho más difícil que la nuestra. Cuba
era a principios del siglo XX una especie de protectorado de EEUU. La
enmienda Platt, aprobada en 1901, permitía a este país intervenir
militar y políticamente en los asuntos internos de aquél, en los casos
que considerara conveniente. A pesar de ello, el embajador Márquez
Sterling, quien representaba a Cuba en 1913 ante el gobierno de México,
intercedió activamente para defender no sólo la libertad sino la vida
misma del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José Ma.
Pino Suárez. Al
levantarse en armas algunos destacamentos militares al mando del general
Félix Díaz contra el
gobierno de Madero, éste designó al general Victoriano Huerta como
jefe de las tropas para restablecer el orden. Sin embargo, a propuesta
de Henry Lane Wilson, embajador de EEUU en México, los militares
contendientes se reunieron en la sede diplomática de éste, y bajo su
influencia, en lugar de que los alzados depusieran las armas, los
defensores acordaron deponer al gobierno constitucional. El documento
que suscribieron ha sido llamado Pacto de la Embajada. En
cumplimiento de tal pacto y aprovechando la confianza que le dispensaba
el presidente Madero, el general Victoriano Huerta lo depuso del poder y
ordenó que lo encerraran en los sótanos del Palacio Nacional, junto
con el vicepresidente Pino Suárez. Entonces, el embajador Márquez
Sterling, sabiendo que los ilustres detenidos corrían graves peligros,
desplegó una intensa actividad diplomática para lograr su traslado a
territorio cubano. EEUU
acababa de derrotar a España quince años antes, en 1898. A partir de
entonces, el gobierno norteamericano reemplazaría a esta nación
europea en el dominio de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y con ello,
iniciaría su carrera imperial. El Caribe y el Pacífico se convertirían
en lagos norteamericanos. Cuba, en cambio, recién obtenida su
independencia, estaba sojuzgada por la Enmienda Platt y carecía de
presencia internacional. No obstante lo expuesto, el débil se enfrentó
al fuerte. El embajador Márquez Sterling presentó su propuesta para
salvar la vida de Madero al presidente Huerta, la gestionó ante su
colega el embajador Henry Lane Wilson, y la difundió ante el cuerpo
diplomático acreditado en México, en busca de apoyo. El embajador cubano no tuvo éxito. Wilson se desentendió de la gestión y comentó que el depuesto presidente estaba “loco”. Huerta, por su parte, ordenó que se le internara en la Penitenciaría de San Lázaro (hoy Archivo General de la Nación). Se le trasladó en un automóvil junto con Pino Suárez, y al salir de éste, sus custodios descargaron a ambos un tiro en la nuca. A pesar de
su fracaso, el embajador de
Cuba no perdió el respeto de nadie. Ni siquiera de EEUU. Al contrario.
Fortaleció su autoridad moral. Sostuvo en todos los foros la necesidad
de respetar y hacer respetar los principios de autodeterminación y no
intervención. Denunció en un libro clásico el atropello del embajador
norteamericano contra México. Y dos décadas más tarde, como embajador
de Cuba en EEUU, sería el artífice del Tratado que abrogó en 1934 la
Enmienda Platt y restituyó a Cuba su plena soberanía; documento que
firmó con pluma de oro. En
las condiciones actuales, la vida del comandante Fidel Castro no corría
ningún peligro. No había conspiración internacional para atentar
contra él. Ni existía acuerdo entre los exiliados cubanos de Miami y
los militares que defienden al gobierno de Cuba para excluirlo del
poder. Se trataba simple y llanamente de respetar y hacer respetar su
dignidad como jefe de Estado. Sobre todo ahora que esa nación hermana,
después de más de cuarenta años de bloqueo norteamericano, está más
aislada que nunca. En Monterrey, pues, las condiciones no eran tan dramáticas como las que en 1913 se vio obligado a enfrentar con tacto y valor el embajador cubano Márquez Sterling. La defensa de Castro no hubiera sido tan difícil. Sin embargo, la diplomacia mexicana se vio obsecuente con el poderoso y displicente con el débil. De ese modo, transmitió una pésima y lamentable imagen. En lugar de interceder por el gobernante cubano, cometió un acto de grave descortesía al excluirlo del “retiro” de los jefes de Estado en que estaría el presidente Bush. Pésima y lamentable imagen, sobre todo, porque quien finalmente quedó en evidencia no fue el mandatario cubano sino el nuestro. |