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¿Desbandada
o retirada? JOSÉ
HERRERA PEÑA 26
noviembre 2001. A menos de dos meses de haberse iniciado los
bombardeos sobre Afganistán y a pesar de que el Talibán ya perdió la
casi totalidad del territorio afgano, de que este asunto está por
concluir, y de que todo parece haber sido más fácil de lo previsto, el
gobierno norteamericano no lo ha celebrado. Expulsar
a los soviéticos hace diez
años, dominar 95 por ciento del territorio del país y mantener
a raya a la Alianza del Norte durante este tiempo, fue una legendaria
proeza de los Talibán. Ahora, sin embargo, su estrategia falló rotundamente. En el ámbito
externo permanecieron aislados, es decir, no obtuvieron el apoyo de ningún
gobierno. Tampoco consiguieron la movilización de las masas musulmanas,
más que ocasionalmente y casi siempre en Pakistán. No obstante haberlo
anunciado, no se desató ninguna ola terrorista contra los intereses de
EEUU en ninguna región del planeta. En estas condiciones, las
predicciones del Mullah Omar sobre el ambicioso plan para destruir a
EEUU, “que está más allá de la comprensión humana”, parece
un delirio febril, no una amenaza, y en todo caso, algo que será
llevado a cabo por Alá, no por sus partidarios. “Si Alá nos asiste, ocurrirá en
breve, tengan presente mi predicción”. Pero Alá se
presta poco a estas cosas. Todo parece que no ocurrirá nada en breve. Además,
en el ámbito interno, los Talibán no tuvieron ocasión de batirse
contra el enemigo. La ofensiva norteamericana no les llegó de frente
sino por arriba. No pudieron expulsar de su territorio al invasor, como
se lo propusieron, porque no hubo invasor. Por consiguiente, no
unificaron a la población en su contra. Muchos dirigentes importantes
del Talibán y de Al-Qaeda (La Base) han muerto, otros se han rendido y
los últimos han huído. Han muerto, entre otros, los egipcios Nasr
Fahmi Nasr y Tarek Anwar. Se han rendido el Mullah Mohammed Khaqzar,
ministro del Interior del régimen Talibán, y otros personajes. Y han
huído muchos de los demás. El Talibán parece haber perdido con sorprendente
rapidez no sólo el control del Estado y su base social sino también la
guerra. Da la impresión de que ésta terminó antes de haber realmente
empezado. A pesar de ello, el gobierno norteamericano ha mostrado un
moderado optimismo. Por
su parte, la Alianza del Norte, que durante diez años no pudo avanzar más
allá del cinco por ciento del territorio afgano, en cinco días lo
dominó casi todo. A su heroico paso dejó ostensibles huellas de
saqueos, violaciones y espantosas matanzas de prisioneros. Estos dramas
no han aparecido en las pantallas de televisión. Son “daños
colaterales”. En el territorio bajo su control ya han sido asesinados
ocho periodistas extranjeros. Muchos refugiados que abandonaron Kabul en los últimos
dos meses y lograron llegar a Pakistán, han dicho que fue más temible
la llegada de la Alianza del Norte que los bombardeos de EEUU. Otros han
señalado que no hubo victoria en esta guerra tribal sino sólo cambio
de unos asesinos por otros peores. Estos testimonios tampoco son oídos
en la pantalla chica. Lo que ésta proyecta son radiantes rostros de
mujeres sin “burka” y de hombres sin barba. O de hombres que ya
pueden asistir al cine. No obstante, los ejércitos occidentales no lo
han festejado. ¿Por qué? Una de las razones es obvia.
Esta guerra fue contra Osama Bin Laden. Es la primera vez en la historia
que un poderoso imperio hace la guerra a un solo individuo. Pero nadie
sabe dónde está. De nada ha servido la muerte de millares de inocentes
afganos, ni los bombardeos de largo alcance, día
y noche, ni los ataques con aviones tácticos, ni las
devastadoras bombas Daisy Cutter que destruyen túneles y cuevas
en zonas montañosas, ni las temibles bombas BLU-87 de siete toneladas,
de las cuales ya se han arrojado tres, que equivalen a bombas nucleares,
que son bombas nucleares. Ya aumentaron la recompensa por la cabeza de
Bin Laden de cinco a veinticinco millones de dólares, vivo o muerto,
pero nadie sabe dónde está. Otro
objetivo de la guerra fue el exterminio de Al-Qaeda (La Base). Incluso
se acaba de plantear la posibilidad de que a los miembros de esta
organización que sobrevivan se les encierre en la isla de Guam, en
medio del Pacífico; pero todavía no se captura a ninguno de ellos. Por
otra parte, aunque el gobierno de Bush hijo creó las condiciones para
el desalojo de los Talibán, sus tropas no han tenido acceso a este país,
hasta ahora, salvo las llamadas fuerzas especiales, en número reducido, con carácter
de apoyo y siempre con permiso de la Alianza del Norte. Tampoco pudo ni
podrá establecer un nuevo gobierno afgano. Todo parece indicar que
EEUU, al ganar la guerra, la ha perdido. En
el plano interno,
en efecto, no fue EEUU quien utilizó a la Alianza del Norte sino ésta
la que se sirvió de los bombardeos norteamericanos para avanzar. Si la
Alianza dijo que no formaría gobierno ni entraría en Kabul, la verdad
es que entró en Kabul y formó un gobierno de facto, sin que EEUU lo pudiera
impedir y a pesar de que esto haya significado la ruptura de los
acuerdos con el ex rey Zahir. En
el plano internacional, no fueron las viejas amistades de EEUU, es
decir, Pakistán, Arabia Saudita y Qatar, quienes dejaron sentir su
influencia en Afganistán, sino Rusia, Irán e India, sus adversarios.
Ahora el primer bloque está en crisis. Arabia Saudita ha expresado su
preocupación por el destino de los voluntarios árabes que se hallan en
Afganistán. Qatar ha exigido "garantías" de que los
extranjeros que combaten al lado de los Talibán no sean objeto de una
masacre. Todo ha sido y será en vano. En Pakistán ya hay mucho
resentimiento contra EEUU no sólo porque su territorio fue usado para
bombardear a un país musulmán sino también porque cientos de pakistaníes
que se rindieron la semana pasada (con árabes, chechenos y tayikos)
acaban de ser ejecutados por haberse “amotinado” e inclusive porque
su propio territorio ha sido recientemente bombardeado. En
cambio, Rusia ha vuelto por sus fueros. A cambio de su apoyo
antiterrorista logró que EEUU reconociera que Asia Central está dentro
de su zona de influencia. Esto ha aumentado su control no sólo sobre
Uzbekistán, Kazakistán, Tadjikistán, Turkmenistán
y Kirguistán sino también sobre Afganistán, a través de la Alianza
del Norte, a la que siempre ha apoyado, financiado y armado. También Irán,
India y Turquía están complacidas por el avance de este ejército. Parece,
pues, que la estrategia norteamericana se resolvió en una victoria pírrica.
En tal caso, ¿hay algo por celebrar? Parece que no. Si los Talibán no
hubieran caído en forma tan rápida, los norteamericanos habrían
podido controlar los acontecimientos a su manera y conforme a sus
intereses; pero ya es muy tarde. El nuevo gobierno afgano se les escapó
de las manos y recayó en la inestable Alianza del Norte. Ante tal
situación, lo único que podrán hacer será rescatar por la vía
diplomática algo de lo que ya perdieron en los campos de batalla. Por
eso, han propuesto que todos los vecinos de Afganistán, con apoyo de la
ONU, trabajen en la formación de un gobierno estable. Pero
lo peor no es esto sino la incertidumbre que trajo consigo la acelerada
caída del régimen Talibán. ¿Qué significa su rápida desintegración?
¿Sus tropas realmente se desbandaron y entraron en disolución? ¿O se
trata de una retirada estratégica? Luego entonces, si es esto, ¿habrá
necesidad de emprender la pavorosa y temida guerra de guerrillas? |