Política e historia

José Herrera Peña

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Coloso con pies de barro

JOSÉ HERRERA PEÑA

09 abril 2002. Los horrores que estamos presenciando en Palestina nos hacen pensar que el viejo asunto de la guerra y la paz ya no puede ser planteado en los términos y modalidades de siempre.

A pesar de que la resolución de la ONU exige a las partes un alto al fuego; de que la Autoridad Palestina aceptó reiniciar negociaciones de paz en los términos que le fueron impuestos, y de que EEUU hizo un llamado al agresor para que retire sus tropas de los territorios que mantiene bajo ocupación, Israel ha continuado sus operaciones militares contra el pueblo palestino y sigue sembrando muerte y destrucción.

Así que, una de dos: o el llamado de EEUU para que el ejército israelí se retire a sus fronteras significa lo contrario, en cuyo caso sería una autorización para que continúe su avance hasta donde sus fuerzas se lo permitan, o el gobierno norteamericano es impotente para imponer su autoridad en este conflicto.

Lo primero, hacer declaraciones que significan exactamente lo contrario, es práctica habitual de los políticos en todo el mundo. No sería raro que esto ocurriera con el gobierno norteamericano. El llamado del presidente Bush para que Sharon retire su maquinaria de guerra de los escombros que ha sembrado en territorio palestino, sería en realidad una invitación para que la haga avanzar hasta el tope, a fin de que su eventual retiro sea lento, paulatino, gradual, y visto como generosa concesión, no como respuesta a una presión.

Pero lo más probable es que la nación más poderosa del mundo sea impotente para imponer sus condiciones políticas a cualquier Estado nacional, incluido Israel. En este caso, el problema es más grave de lo que parece, pues demostraría que, a pesar de que EEUU tiene la pretensión de ser el gendarme del mundo, en realidad su poderío bélico no es suficiente para mantener el orden en ninguna parte.

Es cierto que la superpotencia ya no tiene ningún enemigo al frente, como lo fueron Alemania y Japón, en una época, o la Unión Soviética y China, en otra, que pudieran moderar su autoridad y limitar su área de influencia. Pero precisamente por eso sus aliados, cualquiera de ellos, puede atacar impunemente al pueblo que se le ocurra, sin que haya nadie para detenerlo, incluyendo EEUU. Su poder no sirve para eso. Estamos viendo, pues, a un coloso con pies de barro.

Es probable que en el curso del siglo XXI haya tanta o más violencia, odio y muerte que en el siglo XX. Pero ya no habrá guerras, en el sentido tradicional de la palabra. En el siglo XX se calcula que hubo 187 millones de muertes ocasionadas por las guerras. En el XXI habrá quizá más, pero serán por la violencia, no por las guerras.

Y es que las del siglo XX fueron guerras de Estados contra Estados, de naciones contra naciones, es decir, fueron guerras internacionales, y a pesar de su atrocidad, estuvieron más o menos sujetas a control. En el siglo XXI, en cambio, una pequeña organización no gubernamental puede desatar hecatombes como la del 11 de septiembre.

La situación, pues, es diferente. En el siglo XX hubo primero “la guerra de treinta años”, según la feliz expresión de Eric Hobsbawn, que transcurrió de 1914 a 1945. En esta perspectiva, las dos Guerras Mundiales no fueron más que distintos episodios del mismo conflicto bélico. Después, se desató la “guerra fría” de 1945 a 1990, entre dos superpotencias.

En “la guerra de treinta años”, Europa fue el campo de batalla más importante del planeta. Las operaciones armadas estuvieron esencialmente en manos de los gobiernos o de sus agentes autorizados e incluso se respetó en muchos casos la formalidad jurídica de la declaración de guerra. Aunque las poblaciones de todos los países beligerantes sufrieron las dramáticas consecuencias del largo e intenso conflicto, todavía hubo una clara distinción entre combatientes y no combatientes. En la primera gran guerra, es decir, en la etapa 1914-1918, sólo murió 5 por ciento de la población civil. En la segunda, 1938-1945, la cifra aumentó a 66 por ciento.

Después, durante “la guerra fría”, el enfrentamiento entre las superpotencias fue global, pero no totalmente fría, porque se “calentó” en ciertas regiones del mundo. Los campos de batalla más significativos se localizaron en Asia, principalmente en Corea e Indochina (Viet Nam, Cambodia y Laos) así como en Asia Central (Afganistán). A pesar de haberse establecido la ONU, o quizá por ello mismo, se pasaron por alto las formalidades jurídicas: nunca hubo una declaración de guerra entre los contendientes. Y aunque la población civil sufrió como nunca los efectos de las confrontaciones, éstas estuvieron todavía sujetas a control, porque se dio entre ejércitos organizados bajo la autoridad de Estados nacionales.

Terminada “la guerra fría” con la implosión de la antigua Unión Soviética, la violencia ha cambiado de forma y naturaleza. Ya casi no ha habido guerras entre Estados nacionales ni entre ejércitos formales, y las que ha habido han sido de escasa duración; pero la devastación que han ocasionado ha sido aterradora. Valga como ejemplo la guerra entre Pakistán y la India por el asunto de Cachemira, que no duró más que dos semanas, pero produjo diez millones de refugiados. A fines del siglo XX y en lo que va del XXI, los extraños choques armados que han ocurrido han sido violentísimos, pero breves. El de EEUU e Irak, hace diez años, no duró mucho tiempo; ni el de EEUU contra Serbia después, ni el de EEUU contra Afganistán hace unos días. Sin embargo, todos produjeron la muerte de miles de mujeres y niños así como millones de refugiados.

Lo más grave del caso es que estas últimos y desiguales enfrentamientos han corrido el riesgo de salirse de control, es decir, de resolverse mediante el uso de armas químicas, bacteriológicas y nucleares. En ningún caso ha habido una autoridad nacional o internacional con influencia suficiente para moderarlos y resolverlos. El más reciente y dramático conflicto está a la vista: el palestino-israelí. Aunque tiene hondas raíces históricas, es urgente y necesario replantearlo bajo nuevas bases. Ya constatamos que EEUU, con todo su poder, es impotente para hacerlo. Alguien debe tomar su lugar, so pena de que se desaten pesadillas dantescas y apocalípticas. El horror no comienza todavía.

jherrerapen@hotmail.com


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