Política e historia

José Herrera Peña

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México 2002


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JOSÉ HERRERA PEÑA

“Diste Caracas

un resplandor de aurora

para el Caribe

y para toda nuestra América amada y dolorosa”.

Pablo Neruda.

16 abril 2002. Tras anunciar que se había restablecido el orden constitucional en Venezuela, el ministro de Defensa José Vicente Rangel declaró: "Al golpe se respondió con el contragolpe".

El golpe fue dado por banqueros, propietarios de medios informativos y militares felones. Pero de los cerros y arrabales descendió incontenible un torrente popular que reforzó a los que protestaban en las plazas y avenidas de Caracas, y el milagro ocurrió: la multitud se convirtió en pueblo. Luego, el pueblo reclamó lo que considera suyo y lo tomó: el Palacio Presidencial de Miraflores. En otras palabras, el pueblo conquistó el poder. Esta fuerza moral, nutrida de historia, fue apoyada por las fuerzas armadas. Tal fue el contragolpe.

Así, pues, a diferencia de lo ocurrido con Jacobo Arbenz en Guatemala, quien fue obligado a exiliarse; con Getulio Vargas en Brasil (1954), quien prefirió suicidarse; con Domingo Perón en Argentina (1955), quien también se exilió, y con Salvador Allende en Chile (1973), quien fue asesinado, Hugo Chávez regresó a Caracas y recuperó el poder gracias a la decisión y el coraje de su propio pueblo. Este acontecimiento ha hecho evocar el canto que Pablo Neruda dedicó a Caracas en 1959:

“Como americano esencial saludo en primer lugar a la ciudad deslumbrante, por igual a sus cerros populares, a sus callejas coloreadas como banderas, a sus avenidas abiertas a todos los caminos del mundo. Pero saludo también a su historia, sin olvidar que de esa matriz salió como un ramo torrencial de aguas heroicas el río de la independencia americana. Salud, ciudad de linajes tan duros que hasta ahora sobreviven, de herencias tan poderosas que aún siguen germinando... "

La mecánica del golpe de Estado fue igual a la que siempre operó con éxito en los países latinoamericanos durante todo el siglo XX. Los medios informativos del continente, esta vez con la TV a la cabeza, cantaron una sola canción dirigida por la misma batuta: que se había desatado una huelga patronal contra el presidente Chávez, apoyada nada menos que por los sindicatos y “el pueblo”; que éste había sido reprimido a balazos, con el consiguiente saldo de muertos y heridos; que todo era confusión, pero que ya había presidente provisional; que se desconocía el paradero de Chávez; que su familia había huido y que Chávez, finalmente, estaba detenido y había renunciado. Lo que no dijeron televisoras ni periódicos es que la huelga fracasó rotundamente; que los balazos procedieron de los provocadores golpistas, y que Chávez, aunque detenido, nunca renunció.

La naturaleza “democrática” del tal Carmona, representante empresarial ungido como “presidente” de la República, inmediatamente se puso se manifiesto: disolvió los órganos fundamentales del Estado: el Consejo Nacional Electoral, la Contraloría, el Tribunal Supremo de Justicia e incluso el propio Parlamento. Además, destituyó a los funcionarios clave, entre ellos, el Fiscal General y el Procurador General así como a los ministros del Gobierno. Así, de un plumazo, asumió “democráticamente” la totalidad del poder y fue apoyado por soldados desleales y timoratos.

Pero, ¿por qué la clase patronal y la soldadesca participaron en el frustrado derrocamiento del presidente Chávez? Aunque los golpistas nunca lo explicaron, no es difícil suponerlo. Como dice William Blumm, Chávez es uno de los pocos jefes de Estado que condenó los ataques norteamericanos contra Afganistán, porque el terrorismo, según él, no se combate con terrorismo; exhibió fotografías de niños afganos muertos por los bombardeos, y declaró que así como “los ataques de Nueva York no tienen justificación”, las muertes de esos inocentes tampoco la tenían. La respuesta de Washington sería la de retirar temporalmente a su embajador.

Chávez es un jefe de Estado que no sólo estrechó nexos de amistad con Cuba sino también propuso al presidente Zedillo que México y Venezuela incorporaran a Cuba al Pacto de San José (pacto por el cual estos dos países venden petróleo a las repúblicas centroamericanas y del Caribe por debajo de su valor en el mercado) y al recibir el silencio como respuesta, decidió vendérselo unilateralmente.

Chávez es un jefe de Estado que pidió a la misión militar permanente de EEUU en Venezuela que desocupara sus oficinas en el cuartel general militar de Caracas, ya que su presencia era un anacronismo heredado de la “guerra fría”; que se negó a cooperar en la guerra del gobierno norteamericano contra las guerrillas colombianas, por lo que éste corrió la versión de que está coludido con ellas, y que negó el espacio aéreo de Venezuela a los vuelos de reconocimiento de aviones norteamericanos para detectar aeronaves supuestamente cargadas de droga.

Chávez es un jefe de Estado que se rehusó a suministrar a las agencias de inteligencia de EEUU informaciones sobre la vasta comunidad árabe de Venezuela; que impulsó un bloque regional de libre comercio y la unificación de las operaciones petroleras a fin de liberarse de la dominación económica de EEUU, y que visitó a Sadam Hussein en Irak y a Mohammar Kaddafy en Libia, pese al disgusto del gobierno norteamericano.

Luego entonces, no fue tanto su política interna lo que lo distanció de la clase empresarial venezolana sino su política internacional lo que lo indispuso con el gobierno de Washington, sediento de petróleo. Por eso, las cadenas informativas norteamericanas revelaron con anticipación orígenes, evolución y final del golpe de Estado. El Washington Post, por ejemplo, reconoció que "los miembros de la oposición habían estado visitando la embajada de EEUU en las últimas semanas en busca de ayuda para derrocar a Chávez, y que los visitantes eran miembros activos y retirados del ejército, dirigentes de los medios de comunicación y políticos de la oposición”. Y el New York Times señaló triunfalmente: “gracias a la renuncia del presidente Hugo Chávez, la democracia venezolana ya no está amenazada por su pretendido dictador”. Y agregó: “Caracas satisface ahora 15 por ciento de las importaciones petroleras norteamericanas, pero con políticas más sanas podrá dar más”.

A confesión de parte, sobra probar quién movió el grotesco escenario del golpe y para qué. Pero equivocados estaríamos si creyéramos que el río de sangre del petróleo que se inició en Irak, prosiguió en Yugoeslavia, se orientó a Afganistán y se estancó en Palestina, ha terminado en Venezuela. Primero, este asunto todavía no termina. Segundo, la sed petrolera del gigante se incrementa día a día, y para saciarla seguirá dando golpes de ciego a los débiles que se opongan a su paso. Y tercero, México está en su camino.

Cada vez que México se ha dividido ha sido presa fácil de las ambiciones imperiales. Por eso, necesita mantenerse fuerte, sin eliminar el debate interno. Al contrario. Ahora más que nunca es necesario conducir dicho debate de tal suerte que, en lugar de que produzca debilidad y división (las provocaciones están a la orden del día) enriquezca nuestra vida pública y fortalezca a la nación. Es difícil, pero posible. Los partidos políticos tienen la palabra...

jherrerapen@hotmail.com


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