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¡Qué vergüenza! JOSÉ HERRERA PEÑA25 abril 2001. Admitámoslo todo. Admitamos que es cierto lo que dijo Santiago Creel, secretario de Gobernación, en abierta campaña por la presidencia de la República: que el presidente Fidel Castro es un “dictador de izquierda y hay que decirlo con todas sus letras” (a diferencia del presidente Vicente Fox, ilustre “adalid de la democracia”, de derecha). Admitamos que el cubano no tiene palabra, porque prometió no revelar la conversación telefónica y “cuando se da la palabra se tiene que cumplir, ¿o no?”. Y Fidel no la cumplió (a diferencia del mexicano, hombre que siempre ha cumplido la suya, de lo cual somos testigos no sólo los mexicanos sino también todos los pueblos del mundo, ¿o no?) Admitamos
que es verdad lo que dijo Luis Felipe Bravo Mena, líder nacional del
PAN: que revelar una conversación “privada” (como si hubiera
conversaciones “privadas” entre jefes de Estado) es algo muy “poco
diplomático” (a diferencia del tacto y sutileza con que la diplomacia
mexicana ha soliviantado descaradamente a los anticastristas de la isla) Y
admitamos como cierto que el jefe de Estado cubano no trató el tema con
“la delicadeza y la cortesía” propias de “las relaciones diplomáticas
respetuosas” (a diferencia de Fox, que se atrevió a pedir a su huésped,
con exquisita cortesía diplomática, que abandonara el cónclave de
Monterrey antes de tiempo, a fin de que el presidente Bush <hijo>
no respirara el mismo aire que él) Admitamos
con el canciller Castañeda, también en abierta campaña a la
presidencia, que Fidel Castro “vive del escándalo desde hace 43 años”
(a diferencia de Vicente Fox, quien es reconocido por su prudencia, su
discreción y recato, como cuando señaló que las resoluciones del más
alto tribunal de la nación en materia electoral son “puras
marranadas”) Y
que “en Cuba se violan sistemáticamente los derechos humanos” (a
diferencia de México, cuyo gobierno es más respetuoso que el de
cualquier otro país del mundo en esta materia, como lo demuestra, entre
otras cosas, la matanza de Aguas Blancas, que aún no se investiga, a
pesar de la recomendación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación) Admitámoslo
todo. Admitamos que, como dice Bravo Mena, el presidente Fox “estaba
en el deber y el derecho de hacer la gestión para lograr el éxito en
la cumbre que se celebró en Monterrey”; gestión que, como todo el
mundo sabe, consistió en acallar la disidencia del presidente Castro
(sin percatarse de que, al hacerlo, Fox incurrió en una intolerancia
peor que la que ha criticado, porque si el gobierno cubano atenta
supuestamente contra los derechos humanos de los disidentes de la isla,
el gobierno mexicano atentó realmente contra la disidencia del primer
mandatario cubano) Admitamos
igualmente, según Castañeda, que “a los americanos se les pidió que
fueran corteses con el presidente Castro” (aunque lamentablemente haya
olvidado pedirles que levanten el embargo que le impusieron injustamente
a Cuba desde hace más de 40 años) Admitamos
que si alguien, de repente, arranca a otro la sábana que cubre sus
miserias y lo deja expuesto al escarnio público, como Fidel lo hizo con
Fox, comete un acto criticable, censurable y condenable. No demos ningún
valor a sus palabras. Cerremos nuestros oídos a sus explicaciones. ¿Que
los jefes de Estado están obligados a dejar constancia escrita o
grabada de sus conversaciones? ¿Que las conversaciones entre dichos
jefes de Estado no son declaraciones de amor sino de política? ¿Que
dar a conocer la conversación entre él y Fox fue dar a conocer la
verdad? No
lo escuchemos. Admitamos que el presidente Castro tampoco tiene razón
al preguntar: “¿A quien se debe lealtad: a la mentira o a la verdad?
¿A quien le debía yo lealtad: al presidente Fox, que me teje un ardid
que cuestiona nuestra verdad… o a los once millones de cubanos que se
preguntaban por qué no presentábamos las pruebas? ¿Al presidente Fox
o a cien millones de mexicanos?” Admitamos,
en conclusión, que aunque haya dicho la verdad, Fidel no tuvo ni tiene
razón en nada de lo que hizo o dijo. Y aunque la tuviera, no debemos
reconocerle ninguna justificación por haber dicho o hecho lo que hizo y
dijo. Dentro
de la gravedad del asunto, que ha deteriorado irremediablemente las
relaciones diplomáticas entre nuestros dos países, nada de lo expuesto
es tan importante como el hecho de que el presidente Fox todo lo aceptó.
Todo. No desmintió la veracidad de la conversación. No impugnó ni una
coma. Nada rechazó. Con razón o sin ella, lo que dijo Fidel es cierto. En este orden de ideas, tendremos que admitir también, porque el propio presidente Fox lo admitió, que éste ocultó información a los mexicanos y que le mintió a su propio pueblo y a todas las naciones del mundo. Quedó lamentablemente desacreditado ante la comunidad internacional. En efecto, cuando se le preguntó si algún funcionario de su gobierno había pedido al presidente Castro que se marchara, dijo: “No que yo sepa, para nada. Sería interesante, oportuno, que nos señalara de dónde salió este asunto… Nadie lo obligó a irse”. Sin embargo, el mundo oyó que él mismo se lo pidió directa y brutalmente a Fidel, sin cortesía diplomática ni caballerosidad de ninguna clase: -(Opino)
que puedas venir el jueves –dijo Fox- y que participes en la sesión y
hagas tu presentación, como está reservado el espacio para Cuba, a la
una. Después tenemos un almuerzo, un almuerzo que ofrece el gobernador
del estado a los jefes del Estado. Inclusive te ofrezco y te invito a
que estuvieras en ese almuerzo, inclusive que te sientes a mi lado, y que terminado el evento y tu participación, digamos, ¡ya te
regresaras! -¿A
la isla de Cuba? –preguntó su interlocutor. -No,
bueno, pues a lo mejor te buscaras… -balbuceó Fox. -¿A dónde? –preguntó Fidel- ¿O al hotel? Dígame... -A
la isla de Cuba –puntualizó Fox- o a donde tú gustaras ir… -Correcto
-dijo Fidel-, entonces, yo lo complazco a usted: yo me voy más
temprano… Al
final de la conversación, Fox reiteró: “me acompañas a la comida ¡y
de allí te regresas!”. Y Fidel confirmó: “Y de ahí cumplo
sus órdenes y me regreso”. Como se ve, a pesar de negarlo, Fox obligó a Fidel a regresarse a casa antes de tiempo. Si Fox mintió en política exterior, lo más probable es que oculte información y mienta en todos sus actos de gobierno. A un mentiroso no se le puede tener confianza. A ninguno. Y menos si el mentiroso es un presidente de una República y tiene en sus manos el destino de cien millones de individuos. Luego entonces, un pueblo no puede tener confianza en alguien como él, que protestó a regañadientes cumplir y hacer cumplir la Constitución Política y las leyes que de ella emanan, y que ha violado el juramento de su propio y peculiar “código de ética”. Y
tenemos que admitir, por último, porque el propio Fox lo admitió, algo
más grave aún: que de nada sirvió a los mexicanos que lo hayan
elegido presidente por mayoría relativa. No actúa como presidente de
los mexicanos. Actúa como agente del gobierno norteamericano y como
mensajero personal del presidente Bush (hijo). Tiene más interés en
defender los intereses de éste que los del pueblo que lo eligió. -Y
dígame -preguntó irónicamente Fidel-, en que más puedo servirlo. -Pues
básicamente –respondió Fox- en no agredir a EEUU o al presidente
Bush… -Óigame, señor presidente –aclaró Fidel-, yo soy un individuo que llevo como 43 años en política y sé las cosas que hago y las que debo hacer. No le quepa la menor duda de eso: que yo sé decir la verdad… Y
Fidel dijo la verdad. Lo que significa que tiene más credibilidad un
supuesto “dictador de izquierda” que el no menos supuesto “adalid
de la democracia”, de derecha. ¡Qué
vergüenza! En cualquier país que se respete, Fox sería sujeto de
juicio político y destituido legalmente de su cargo. En México no. En
México sólo puede juzgársele por traición a la patria o crímenes
graves del orden común. Por consiguiente, los mexicanos estaremos
obligados a cargar con el pesado fardo de la vergüenza hasta que él
finalice su mandato. Y tendremos que padecer a un presidente conocido
internacionalmente como “servil y lacayo”, según le dijeron los
cubanos, sin poderlo negar. ¿Cómo negarlo, sí él mismo lo aceptó? |