Política e historia

José Herrera Peña

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México 2002


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¡Qué vergüenza!

JOSÉ HERRERA PEÑA

25 abril 2001. Admitámoslo todo. Admitamos que es cierto lo que dijo Santiago Creel, secretario de Gobernación, en abierta campaña por la presidencia de la República: que el presidente Fidel Castro es un “dictador de izquierda y hay que decirlo con todas sus letras” (a diferencia del presidente Vicente Fox, ilustre “adalid de la democracia”, de derecha).

Admitamos que el cubano no tiene palabra, porque prometió no revelar la conversación telefónica y “cuando se da la palabra se tiene que cumplir, ¿o no?”. Y Fidel no la cumplió (a diferencia del mexicano, hombre que siempre ha cumplido la suya, de lo cual somos testigos no sólo los mexicanos sino también todos los pueblos del mundo, ¿o no?)

Admitamos que es verdad lo que dijo Luis Felipe Bravo Mena, líder nacional del PAN: que revelar una conversación “privada” (como si hubiera conversaciones “privadas” entre jefes de Estado) es algo muy “poco diplomático” (a diferencia del tacto y sutileza con que la diplomacia mexicana ha soliviantado descaradamente a los anticastristas de la isla)

Y admitamos como cierto que el jefe de Estado cubano no trató el tema con “la delicadeza y la cortesía” propias de “las relaciones diplomáticas respetuosas” (a diferencia de Fox, que se atrevió a pedir a su huésped, con exquisita cortesía diplomática, que abandonara el cónclave de Monterrey antes de tiempo, a fin de que el presidente Bush <hijo> no respirara el mismo aire que él)

Admitamos con el canciller Castañeda, también en abierta campaña a la presidencia, que Fidel Castro “vive del escándalo desde hace 43 años” (a diferencia de Vicente Fox, quien es reconocido por su prudencia, su discreción y recato, como cuando señaló que las resoluciones del más alto tribunal de la nación en materia electoral son “puras marranadas”)

Y que “en Cuba se violan sistemáticamente los derechos humanos” (a diferencia de México, cuyo gobierno es más respetuoso que el de cualquier otro país del mundo en esta materia, como lo demuestra, entre otras cosas, la matanza de Aguas Blancas, que aún no se investiga, a pesar de la recomendación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación)

Admitámoslo todo. Admitamos que, como dice Bravo Mena, el presidente Fox “estaba en el deber y el derecho de hacer la gestión para lograr el éxito en la cumbre que se celebró en Monterrey”; gestión que, como todo el mundo sabe, consistió en acallar la disidencia del presidente Castro (sin percatarse de que, al hacerlo, Fox incurrió en una intolerancia peor que la que ha criticado, porque si el gobierno cubano atenta supuestamente contra los derechos humanos de los disidentes de la isla, el gobierno mexicano atentó realmente contra la disidencia del primer mandatario cubano)

Admitamos igualmente, según Castañeda, que “a los americanos se les pidió que fueran corteses con el presidente Castro” (aunque lamentablemente haya olvidado pedirles que levanten el embargo que le impusieron injustamente a Cuba desde hace más de 40 años)

Admitamos que si alguien, de repente, arranca a otro la sábana que cubre sus miserias y lo deja expuesto al escarnio público, como Fidel lo hizo con Fox, comete un acto criticable, censurable y condenable. No demos ningún valor a sus palabras. Cerremos nuestros oídos a sus explicaciones. ¿Que los jefes de Estado están obligados a dejar constancia escrita o grabada de sus conversaciones? ¿Que las conversaciones entre dichos jefes de Estado no son declaraciones de amor sino de política? ¿Que dar a conocer la conversación entre él y Fox fue dar a conocer la verdad?

No lo escuchemos. Admitamos que el presidente Castro tampoco tiene razón al preguntar: “¿A quien se debe lealtad: a la mentira o a la verdad? ¿A quien le debía yo lealtad: al presidente Fox, que me teje un ardid que cuestiona nuestra verdad… o a los once millones de cubanos que se preguntaban por qué no presentábamos las pruebas? ¿Al presidente Fox o a cien millones de mexicanos?”

Admitamos, en conclusión, que aunque haya dicho la verdad, Fidel no tuvo ni tiene razón en nada de lo que hizo o dijo. Y aunque la tuviera, no debemos reconocerle ninguna justificación por haber dicho o hecho lo que hizo y dijo.

Dentro de la gravedad del asunto, que ha deteriorado irremediablemente las relaciones diplomáticas entre nuestros dos países, nada de lo expuesto es tan importante como el hecho de que el presidente Fox todo lo aceptó. Todo. No desmintió la veracidad de la conversación. No impugnó ni una coma. Nada rechazó. Con razón o sin ella, lo que dijo Fidel es cierto.

En este orden de ideas, tendremos que admitir también, porque el propio presidente Fox lo admitió, que éste ocultó información a los mexicanos y que le mintió a su propio pueblo y a todas las naciones del mundo. Quedó lamentablemente desacreditado ante la comunidad internacional. En efecto, cuando se le preguntó si algún funcionario de su gobierno había pedido al presidente Castro que se marchara, dijo: “No que yo sepa, para nada. Sería interesante, oportuno, que nos señalara de dónde salió este asunto… Nadie lo obligó a irse”. Sin embargo, el mundo oyó que él mismo se lo pidió directa y brutalmente a Fidel, sin cortesía diplomática ni caballerosidad de ninguna clase:

-(Opino) que puedas venir el jueves –dijo Fox- y que participes en la sesión y hagas tu presentación, como está reservado el espacio para Cuba, a la una. Después tenemos un almuerzo, un almuerzo que ofrece el gobernador del estado a los jefes del Estado. Inclusive te ofrezco y te invito a que estuvieras en ese almuerzo, inclusive que te sientes a mi lado, y que terminado el evento y tu participación, digamos, ¡ya te regresaras!

-¿A la isla de Cuba? –preguntó su interlocutor.

-No, bueno, pues a lo mejor te buscaras… -balbuceó Fox.

-¿A dónde? –preguntó Fidel- ¿O al hotel? Dígame...

-A la isla de Cuba –puntualizó Fox- o a donde tú gustaras ir…

-Correcto -dijo Fidel-, entonces, yo lo complazco a usted: yo me voy más temprano…

Al final de la conversación, Fox reiteró: “me acompañas a la comida ¡y de allí te regresas!”. Y Fidel confirmó: “Y de ahí cumplo sus órdenes y me regreso”.

Como se ve, a pesar de negarlo, Fox obligó a Fidel a regresarse a casa antes de tiempo. Si Fox mintió en política exterior, lo más probable es que oculte información y mienta en todos sus actos de gobierno. A un mentiroso no se le puede tener confianza. A ninguno. Y menos si el mentiroso es un presidente de una República y tiene en sus manos el destino de cien millones de individuos. Luego entonces, un pueblo no puede tener confianza en alguien como él, que protestó a regañadientes cumplir y hacer cumplir la Constitución Política y las leyes que de ella emanan, y que ha violado el juramento de su propio y peculiar “código de ética”.

Y tenemos que admitir, por último, porque el propio Fox lo admitió, algo más grave aún: que de nada sirvió a los mexicanos que lo hayan elegido presidente por mayoría relativa. No actúa como presidente de los mexicanos. Actúa como agente del gobierno norteamericano y como mensajero personal del presidente Bush (hijo). Tiene más interés en defender los intereses de éste que los del pueblo que lo eligió.

-Y dígame -preguntó irónicamente Fidel-, en que más puedo servirlo.

-Pues básicamente –respondió Fox- en no agredir a EEUU o al presidente Bush…

-Óigame, señor presidente –aclaró Fidel-, yo soy un individuo que llevo como 43 años en política y sé las cosas que hago y las que debo hacer. No le quepa la menor duda de eso: que yo sé decir la verdad…

Y Fidel dijo la verdad. Lo que significa que tiene más credibilidad un supuesto “dictador de izquierda” que el no menos supuesto “adalid de la democracia”, de derecha.

¡Qué vergüenza! En cualquier país que se respete, Fox sería sujeto de juicio político y destituido legalmente de su cargo. En México no. En México sólo puede juzgársele por traición a la patria o crímenes graves del orden común. Por consiguiente, los mexicanos estaremos obligados a cargar con el pesado fardo de la vergüenza hasta que él finalice su mandato. Y tendremos que padecer a un presidente conocido internacionalmente como “servil y lacayo”, según le dijeron los cubanos, sin poderlo negar. ¿Cómo negarlo, sí él mismo lo aceptó?

jherrerapen@hotmail.com


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