Historia y política

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José Herrera Peña

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Semblanza


I. VIAJES

1. IDIOMAS

2. PARÍS

3. EUROPA

a) Italia

b) Los otros países


II. EL BOTÁNICO

TOURNEFORT

PLUMIER

LYNNEUS

PLANTAE SELECTAE

DE CANDOLLE

OTROS BOTÁNICOS

OBRAS DE APOYO

HUERTAS

JARDINES

RASPAIL

VON LIEBIG

BOUSSINGAULT

OTROS TRABAJOS


 III. NATURALEZA

1. LECLERC

2. JARDÍN DE PLANTAS

3. PRECURSORES

4. CONTEMPORÁNEOS

A.  LYELL

B. OTROS

5. MANUALES


IV. SOCIEDAD

A. Filosofía

1. BAYLE

2.  FRERET

3. D’ALEMBERT

4. DIDEROT

5. ENCICLOPEDIA METÓDICA

B) Biografía e historia

1. GIBBON

2. GIRARD

3. GAILLARD

4. CHATEAUBRIAND

5. MICHELET

6. OTROS

7. LAMENNAIS

8. OTRAS OBRAS

C. Literatura

1. Novela

2. Poesía y fábula


CONCLUSIÓN

_____________



FONDO MELCHOR OCAMPO

Biblioteca Pública de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

 

A. GENERALIDADES

B. LOS TREINTA Y OCHO LIBROS






MELCHOR OCAMPO

algunos de sus libros

por

JOSÉ HERRERA PEÑA


IV. SOCIEDAD

B) Biografía e historia

4. FRANçOIS RENÉ DE CHATEAUBRIAND

Por otra parte, antes y después de los individuos notables, los pueblos han sido y serán motores de la historia, ya sea a través de grandes desarrollos evolutivos o de estremecedoras revoluciones. Los pueblos también son constructores de naciones. Pero más allá de estos fenómenos, ¿qué es la historia? ¿Un movimiento cíclico, en el cual todo se repite, como lo asegura el viejo Chateaubriand? ¿O una sucesión estratigráfica y no menos dinámica de las sociedades, en la cual las nuevas capas se superponen a las antiguas, pero sin tener nada que ver con éstas, como parece anunciarlo el joven profesor Michelet? La prosa de ambos es emotiva, brillante y seductora. Sus ideas, muy distintas entre sí.

Chateaubriand es un aristócrata que sufrió los embates de la revolución, peleó contra ella con la pluma y con la espada, y diseñó una peculiar concepción de la historia. Unas veces exiliado, otras en el poder; a veces sin dinero y perseguido, a veces rico y poderoso, siempre monárquico y católico, previó sin embargo el advenimiento de la democracia.

Nació en 1768 y tendría una vida larga, pues moriría a los ochenta años. Durante la estancia de Ocampo en Francia, pues, en 1840-1841, todavía vive. En su infancia fue confiado a su abuela materna, lo que le haría decir en sus Memorias de Ultratumba: “Apenas salido del seno de mi madre, sufrí mi primer exilio”. En 1789 el joven aristócrata estaba en París con sus hermanas, cuando ocurrió la toma de la Bastilla y vio pasar por sus ventanas las cabezas de varios ministros y hombres políticos. Este espectáculo lo marcaría para siempre. Le darían horror “los festines de los caníbales” y germinaría en su espíritu la idea de dejar Francia por cualquier país lejano.

En 1790 Chateaubriand viajó a los Estados Unidos con dos fines: uno científico, encontrar un pasaje al norte entre el Atlántico y el Pacífico, y el otro poético, escribir la Epopeya del hombre en la naturaleza. Se embarcó en 1791 y llegó a Filadelfia, Boston y Nueva York, pero en agosto, al visitar los grandes lagos que dividen a los Estados Unidos del Canadá, se rompió el brazo y de esa manera se esfumaron sus sueños de explorador.

Al regresar a Francia, peleó contra la revolución; fue herido en el sitio de Thionville y estuvo cuatro meses entre la vida y la muerte. Al recuperar parcialmente sus fuerzas, se refugió primero en Holanda y luego en Inglaterra. Allí permanecería siete años y conocería la vida del “paria desafortunado”. Viviría pobre, “mascando hierba o papel”, durmiendo en un granero de Holbum y haciendo traducciones. Todavía sufriente -a consecuencia de su herida- empezó a tomar notas para su gran obra: Ensayo histórico, político y moral sobre las revoluciones.

En 1800 regresó a Francia “con el siglo” y en 1811, durante el esplendor del imperio napoleónico, se le hizo miembro de la Academia Francesa; pero el discurso con el que ingresó, en el que elogia la libertad política, lo indispuso con Napoleón. Tres años después anunció la restauración de la monarquía en una pequeña obra que tituló: De Bonaparte, de los Borbones y de la necesidad de vincularnos a nuestros príncipes legítimos. Gracias a ella inició su carrera de hombre de Estado, pues al abdicar Napoleón, llegó Luis XVIII, “príncipe legítimo” -de la familia de los borbones-, quien lo pondría a cargo de varias embajadas y lo nombraría después ministro de Asuntos Extranjeros, de 1822 a 1824.

Pero en 1830 estalló la revolución de julio, que hizo caer a Luis XVIII y llevó al trono a Luis Felipe. El establecimiento de una monarquía burguesa era un contrasentido. Chateaubriand rehusó prestarle juramento y vislumbró el ineluctable advenimiento de la democracia. Si la revolución de 1830 “no conduce a Francia a su destrucción final y a la destrucción de todas las libertades –escribió-, portará su fruto natural, que es la democracia; fruto que será quizá amargo y sangriento, pero la monarquía, injerto extraño que ha brotado sobre el tallo republicano, jamás se desarrollará”.

En 1831 publicó nuevamente su Ensayo histórico, político y moral sobre las revoluciones antiguas y modernas, que más allá de su finalidad concreta de exaltar las glorias del antiguo régimen, es un riguroso análisis histórico que muestra una analogía sorprendente entre la revolución francesa y las revoluciones que ha habido en el pasado. La historia se repite. En materia social, no hay progreso. El pasado es un reservorio de imágenes que pueden volver inteligible el mundo moderno, a condición de descubrir a cuál de esos modelos se conforma el presente. Esta tesis es la que interesa a Ocampo[1].

El estilo de Chateaubriand no sólo es brillante sino también emotivo. Al hablar de su obra, y casi a manera de epitafio, dirá: “Dos sentimientos me han dominado: el amor de una religión caritativa y un vínculo sincero a las libertades públicas. En el Ensayo histórico de las revoluciones, en medio de innumerables errores, se distinguen estos dos sentimientos. Si esta observación es justa, si he luchado en donde quiera y en todo momento a favor de la independencia de los hombres y de los principios religiosos, ¿qué temer de la posteridad? Ella podrá olvidarme, pero no maldecir mi memoria. ¡Oh Francia, mi querido país y mi primer amor! Uno de tus hijos, al final de su carrera, reúne bajo tus ojos los libros que puede someter a tu generosidad maternal y te los presenta a manera de homenaje. Si él no puede nada por ti, tú puedes todo por él, declarando que sus vínculos a tu religión, a tu rey, a tus libertades, te agradaron. Ilustre y bella patria mía, yo hubiera deseado un poco de gloria, pero sólo para aumentar la tuya”.


[1] François René de Chateaubriand, Essai historique, politique et moral sur les révolutions anciennes et modernes, Londres, 1820. No aparece en la lista de los albaceas, pero sí en la biblioteca de la sala Melchor Ocampo.


5. JULES MICHELET



 

 










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