índice
Semblanza
I.
VIAJES
1.
IDIOMAS
2.
PARÍS
3.
EUROPA
a)
Italia
b)
Los otros países
II.
EL BOTÁNICO
TOURNEFORT
PLUMIER
LYNNEUS
PLANTAE
SELECTAE
DE
CANDOLLE
OTROS
BOTÁNICOS
OBRAS
DE APOYO
HUERTAS
JARDINES
RASPAIL
VON
LIEBIG
BOUSSINGAULT
OTROS
TRABAJOS
III.
NATURALEZA
1.
LECLERC
2.
JARDÍN DE PLANTAS
3.
PRECURSORES
4.
CONTEMPORÁNEOS
A.
LYELL
B.
OTROS
5.
MANUALES
IV.
SOCIEDAD
A.
Filosofía
1.
BAYLE
2.
FRERET
3.
D’ALEMBERT
4.
DIDEROT
5.
ENCICLOPEDIA METÓDICA
B)
Biografía e historia
1.
GIBBON
2.
GIRARD
3.
GAILLARD
4.
CHATEAUBRIAND
5.
MICHELET
6.
OTROS
7.
LAMENNAIS
8.
OTRAS OBRAS
C.
Literatura
1.
Novela
2.
Poesía y fábula
CONCLUSIÓN
_____________
FONDO MELCHOR OCAMPO
Biblioteca
Pública de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
A.
GENERALIDADES
B.
LOS TREINTA Y OCHO LIBROS
|
MELCHOR
OCAMPO
algunos
de sus libros
por
JOSÉ
HERRERA PEÑA
IV. SOCIEDAD
B) Biografía e historia
4.
FRANçOIS RENÉ DE CHATEAUBRIAND
Por otra parte, antes y después de los individuos
notables, los pueblos han sido y serán motores de la historia, ya sea a
través de grandes desarrollos evolutivos o de estremecedoras revoluciones.
Los pueblos también son constructores de naciones. Pero más allá de estos
fenómenos, ¿qué es la historia? ¿Un movimiento cíclico, en el cual todo
se repite, como lo asegura el viejo Chateaubriand? ¿O una sucesión
estratigráfica y no menos dinámica de las sociedades, en la cual las
nuevas capas se superponen a las antiguas, pero sin tener nada que ver con
éstas, como parece anunciarlo el joven profesor Michelet? La prosa de ambos es emotiva, brillante y seductora.
Sus ideas, muy distintas entre sí.
Chateaubriand es un aristócrata que
sufrió los embates de la revolución, peleó contra ella con la pluma y con
la espada, y diseñó una peculiar concepción de la historia. Unas veces
exiliado, otras en el poder; a veces sin dinero y perseguido, a veces rico y
poderoso, siempre monárquico y católico, previó sin embargo el
advenimiento de la democracia.
Nació en 1768 y tendría una vida larga, pues moriría
a los ochenta años. Durante la estancia de Ocampo en Francia, pues, en
1840-1841, todavía vive. En su infancia fue confiado a su abuela materna,
lo que le haría decir en sus Memorias de Ultratumba: “Apenas
salido del seno de mi madre, sufrí mi primer exilio”. En 1789 el joven
aristócrata estaba en París con sus hermanas, cuando ocurrió la toma de
la Bastilla y vio pasar por sus ventanas las cabezas de varios ministros y
hombres políticos. Este espectáculo lo marcaría para siempre. Le darían
horror “los festines de los caníbales” y germinaría en su espíritu la
idea de dejar Francia por cualquier país lejano.
En 1790 Chateaubriand viajó a los Estados
Unidos con dos fines: uno científico, encontrar un pasaje al norte entre el
Atlántico y el Pacífico, y el otro poético, escribir la Epopeya del
hombre en la naturaleza. Se embarcó en 1791 y llegó a Filadelfia,
Boston y Nueva York,
pero en agosto, al visitar los grandes lagos que dividen a los Estados
Unidos del Canadá, se rompió el brazo y de esa manera se esfumaron sus sueños
de explorador.
Al regresar a Francia, peleó contra la revolución;
fue herido en el sitio de Thionville y estuvo cuatro meses entre
la vida y la muerte. Al recuperar parcialmente sus fuerzas, se refugió
primero en Holanda y luego en Inglaterra. Allí permanecería siete años y
conocería la vida del “paria desafortunado”. Viviría pobre,
“mascando hierba o papel”, durmiendo en un granero de Holbum y haciendo traducciones. Todavía sufriente -a
consecuencia de su herida- empezó a tomar notas para su gran obra: Ensayo
histórico, político y moral sobre las revoluciones.
En 1800 regresó a Francia “con el siglo” y en
1811, durante el esplendor del imperio napoleónico, se le hizo miembro de
la Academia Francesa; pero el discurso con el que ingresó, en el que elogia
la libertad política, lo indispuso con Napoleón. Tres años después
anunció la restauración de la monarquía en una pequeña obra que tituló:
De Bonaparte, de los Borbones
y de la necesidad de vincularnos a nuestros príncipes legítimos.
Gracias a ella inició su carrera de hombre de Estado, pues al abdicar
Napoleón, llegó Luis XVIII, “príncipe legítimo” -de la familia de
los borbones-,
quien lo pondría a cargo de varias embajadas y lo nombraría después
ministro de Asuntos Extranjeros, de 1822 a 1824.
Pero en 1830 estalló la revolución de julio, que hizo
caer a Luis XVIII y llevó al trono a Luis Felipe. El establecimiento de una
monarquía burguesa era un contrasentido. Chateaubriand
rehusó prestarle juramento y vislumbró el ineluctable advenimiento de la
democracia. Si la revolución de 1830 “no conduce a Francia a su destrucción
final y a la destrucción de todas las libertades –escribió-, portará su
fruto natural, que es la democracia; fruto que será quizá amargo y
sangriento, pero la monarquía, injerto extraño que ha brotado sobre el
tallo republicano, jamás se desarrollará”.
En 1831 publicó nuevamente su Ensayo histórico, político y moral
sobre las revoluciones antiguas y modernas, que más allá de su
finalidad concreta de exaltar las glorias del antiguo régimen, es un
riguroso análisis histórico que muestra una analogía sorprendente entre
la revolución francesa y las revoluciones que ha habido en el pasado. La
historia se repite. En materia social, no hay progreso. El pasado es un
reservorio de imágenes que pueden volver inteligible el mundo moderno, a
condición de descubrir a cuál de esos modelos se conforma el presente.
Esta tesis es la que interesa a Ocampo.
El estilo de Chateaubriand no sólo es brillante sino también emotivo. Al
hablar de su obra, y casi a manera de epitafio, dirá: “Dos sentimientos me han dominado: el amor de una religión caritativa y
un vínculo sincero a las libertades públicas. En el Ensayo histórico
de las revoluciones, en medio de innumerables errores, se distinguen
estos dos sentimientos. Si esta observación es justa, si he luchado en
donde quiera y en todo momento a favor de la independencia de los hombres y
de los principios religiosos, ¿qué temer de la posteridad? Ella podrá
olvidarme, pero no maldecir mi memoria. ¡Oh Francia, mi querido país y mi primer amor! Uno de tus hijos, al final
de su carrera, reúne bajo tus ojos los libros que puede someter a tu
generosidad maternal y te los presenta a manera de homenaje. Si él no puede
nada por ti, tú puedes todo por él, declarando que sus vínculos a tu
religión, a tu rey, a tus libertades, te agradaron. Ilustre y bella patria
mía, yo hubiera deseado un poco de gloria, pero sólo para aumentar la
tuya”.
François René de Chateaubriand, Essai historique, politique et moral
sur les révolutions anciennes et modernes, Londres, 1820. No aparece en la lista de los albaceas, pero sí en la biblioteca de la
sala Melchor Ocampo.
5.
JULES MICHELET
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