Ocampo,
a sus veintiséis años de edad, ha hecho su viaje a Europa en
1840-41 no sólo para conocer su geografía, sus paisajes, sus
ciudades, su gente, sus costumbres, sus expresiones políticas, su
forma de organización social, su arte y su cultura, así como para
comunicarse con sus habitantes en sus propias lenguas, sino también
para adquirir las obras fundamentales de una ciencia que lo ha
apasionado siempre: la botánica, y, de paso, de otras dos que
están íntimamente relacionadas con ella: la medicina, por un lado,
y la agricultura, por otro.
México
en esos días es un país esencialmente agrícola y todo parece
indicar que lo seguirá siendo por mucho tiempo. Su botánica es
riquísima. Y a pesar de los estudios que se han hecho en esa
materia, permanece todavía inexplorada en gran parte. Él mismo
acaba de emprender una expedición –el año pasado, 1839- a
Veracruz, Puebla y Sur de México, para estudiar su flora, y aunque
es cierto que lo que le llamó la atención de esas regiones fue su
situación social, más que su vegetación -como lo acreditan las
abundantes notas que dejó escritas-, de todos modos ésta no ha
dejado de interesarle.
Cierto
que el mundo vegetal de México ha sido descrito en forma estupenda
desde los primeros años de la Conquista; sin embargo, ahora tiene
la posibilidad de hacerse de las obras fundamentales en esta
materia, vista con otros ojos. Constata con agradable sorpresa que
obtenerlas no es un problema que no pueda resolver rápidamente el
dinero. En otras palabras, no será necesario viajar a los países
en que éstas se escribieron o se editaron, ya que todas están a la
venta en París, la mayor parte en latín, aunque también en
francés, inglés y alemán.
Lo primero que
busca son los Elementos de Botánica del maestro Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708), cuya fama
científica trascendió las fronteras europeas. Es inútil. Están
fuera de mercado. Lo que logrará obtener son las Demostraciones elementales de botánica de François Rozier, así como
el Tratado sobre los helechos de América de Charles Plumier
(1646-1702).
Tournefort, el
maestro, no tuvo más que una pasión en su vida: la
botánica. Hizo un vivero con la flora de la Haute-Provence, que
enriqueció hasta que falleció. Egresado de la Universidad de Montpellier, adquirió
pronto la reputación de sabio naturalista, a tal grado que Guy Fagon, médico de
Luis XIV, le ofreció el cargo de botánico del Jardín del Rey.
Viajero
infatigable, este científico
prosiguió sus observaciones sobre la flora de España, Portugal,
Inglaterra y los Países Bajos, y en 1693 suplió a Fagon como intendente de los jardines reales. Al año
siguiente publicó sus Elementos de Botánica o método para
conocer las plantas, en el que expone un sistema de
clasificación cuya claridad y precisión le reportaron gran éxito
en Europa. Determina el género según dos criterios, la flor y el
fruto, y clasifica las plantas examinando las flores (la corola en
primer lugar), hojas, raíces, tallos y sabores. Al conocer su
sistema, Lineo, el célebre botánico sueco, decidió tomarlo como
base para desarrollar el suyo.
En 1791,
Tournefort partió
con el pintor Claude Aubriet, quien había ilustrado sus Elementos de Botánica,
a los países de Levante, con el encargo de Luis XIV de buscar
“plantas, metales y minerales, e instruirse sobre las enfermedades
de esos países y los remedios de los que hacen uso, así como de
todo lo que concierne a la medicina y a la historia natural”. El
relato de su viaje, en el que llegó hasta Armenia, sería publicado
después de su muerte bajo el título Relato de un viaje al
Levante (1717).
El viajero
enriqueció los jardines del rey –llamado el Jardín de las
Plantas- con un vivero de más de ocho mil especimenes; pero su fama
científica se debe a su método de clasificación, que se extendió
en toda Europa, y que no tuvo rival hasta que apareció Lineo,
quien, por otra parte, le rindió homenaje. Los viajes,
indirectamente, lo mataron. Tournefort murió prematuramente
a los 51 años, a consecuencia de las lesiones que recibió con el
timón de una carreta
El joven
michoacano se resigna, pues, a dejar los Elementos de botánica
de Tournefort fuera de su haber bibliográfico, porque no hay
ejemplares disponibles a la venta, así como no los hay tampoco de
la Historia de las plantas que nacen en los alrededores de París
y su uso en la medicina, del mismo autor.
Pero adquiere, en cambio, una de las últimas ediciones
de las Demostraciones elementales de botánica, seguidas por
una instrucción sobre la recolección y la disecación de las
plantas conforme al método de Tournefort, en cuatro tomos, de
Jean-Rozier y Antoine-Louis de la Tourette.
Al primero de estos autores ya lo conoce muy bien. Nacido en Lyon en 1734; doctor en teología; director de la Escuela Veterinaria de
su ciudad de origen y miembro de un gran número de Sociedades
Botánicas, fue cura constitucional bajo el régimen de la
revolución y murió en su cama en 1793 a consecuencia de una bomba.
Agrónomo de gran prestigio, particularmente notable en materia de
viticultura, tras comprar una propiedad cerca de Béziers, puso en práctica su gran conocimiento sobre vinos.
Ocampo
tiene en su casa, en la hacienda de Pateo, el estudio cumbre del
abate Rozier, al que
aprecia en forma especial. Él lo llama coloquialmente Diccionario
de Agricultura, pero su título exacto es Curso completo de
agricultura teórica, práctica, económica y de medicina rural y
veterinaria, seguido de un método para estudiar la agricultura por
principios, o Diccionario universal de agricultura.