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Imperio JOSÉ
HERRERA PEÑA 12
febrero 2002. Los pensadores marxistas sostenían que el socialismo
conduciría al comunismo, viejo sueño de la humanidad desde los tiempos
de Platón. Pero los marxistas ya no existen. Se convirtieron en piezas
de museo. La teoría de la lucha de clases como motor de la historia
quedó desacreditada y marginada de los círculos académicos. Los
partidos comunistas, por su parte, concebidos como instrumentos para
conducir la lucha de clases tanto a escala nacional como internacional,
se disolvieron en casi todos los países del mundo. Y el ideal comunista
-meta final del socialismo- quedó sepultado en 1989 bajo los escombros
del muro de Berlín. Paradójicamente,
el ideal del comunismo ha sido desenterrado del cementerio de las ideas
por dos teóricos del sistema capitalista vencedor y, según ellos, se
realizará a través de un nuevo ente universal llamado “imperio”
que ha sustituido (o está en proceso de sustituir) al viejo
imperialismo. Al concluir la “guerra fría”, los estrategas del sistema triunfante plantearon la fragmentación gradual de todo lo nacional en el planeta: desde los mercados, la economía, los servicios sociales y la seguridad pública, hasta la educación superior, los ejércitos y el Estado. Todo ello tendría que ser sustituido por un mercado mundial, una economía mundial, un ejército mundial, una inteligencia mundial y un Estado mundial. Los elementos nacionales que no pudieran dividirse ni reducirse a su mínima expresión, entre ellos los ejércitos y los entes financieros, quedarían sujetos a organismos multinacionales. Se inició el proceso de globalización. Al mismo tiempo, se declararon desaparecidos, a escala nacional, los antagonismos entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados, y a escala internacional, entre Oriente y Occidente o entre Norte y Sur. Surgió “El Fin de la Historia” (1989), obra cuya tesis central es de una gran sencillez: terminada la bipolaridad de la “guerra fría” y derrotado el socialismo autoritario soviético, las democracias liberales quedaron dueñas de la Historia. Ahora, según Francis Fukuyama, autor de dicha obra (empleado del Departamento de Estado y con amigos en el Pentágono) vendría una no–Historia, una Historia sin conflictos, es decir, el fin de la Historia. Seguirían ocurriendo "hechos". Los medios no dejarían de registrar "sucesos". Pero la Historia en su modalidad capitalista y democrática permanecería inmóvil para siempre. Con cierta tristeza, el autor prevé una post-Historia bastante aburrida. En
esos días, un rector de la Universidad de Harvard, bajo la influencia
de estas ideas, se negó a establecer una cátedra de estudios sobre
seguridad para estudiar la guerra, porque según él, “ya no habría
guerras”. Consecuentemente,
ya no habría razón tampoco para que el Estado detentara la propiedad
sobre los medios estratégicos de producción o de servicios, ni para
que regulara las relaciones entre el capital y el trabajo, ni para que
proveyera bienestar social, educación, salud o vivienda, ni para que
las naciones hicieran descansar su seguridad en los ejércitos, pues los
ejércitos sobran en un mundo sin conflictos. A
nivel teórico, pues, el concepto de soberanía nacional fue reemplazado
por el de soberanía mundial. Al mismo tiempo, se afirmó la
superioridad universal de los derechos humanos y de las libertades
democráticas, a fin de que la vida interna de los Estados-nación
quedara supeditada a instancias supranacionales. Pero la meta final fue
y sigue siendo no sólo el “adelgazamiento” del Estado nacional sino
su desmantelamiento total. El proceso de privatización fue un fenómeno
que se llevó a cabo a escala planetaria. Los bienes del Estado
empezaron a transferirse a algunos particulares afortunados. No
importaba que los favorecidos no tuviesen recursos. El Estado les
concedió el financiamiento necesario para llevar a cabo el traspaso
total. De este modo, se empezaron a privatizar no sólo las empresas
sino también la educación, la salud y hasta la seguridad pública.
Este gozoso proceso, que significó un inesperado beneficio para algunas
personas, no dejó de ser también doloroso para las grandes masas, al
sufrir un pavoroso proceso de pauperización. Al
mismo tiempo, los Estados islámicos no dejaron de crear su propia
historia. Hace veintidós años, Irán humilló a EEUU y el movimiento
clerical ultraderechista de los ayatohlas despertó la nostalgia del
mundo musulmán en su antigua grandeza. Los Estados nacionales de la
media luna, en lugar de disolverse y debilitarse, se fortalecieron. Por
otra parte, China se modernizó, se enriqueció y creció. A partir de
este hecho, Samuel Huntington
(ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU y catedrático de
la Universidad de Harvard) consideró que en lo futuro sí habrá
guerras y que sí habrá, por consiguiente, Historia; pero ésta ya no
estará tramada por la lucha de clases sino por el choque entre las
civilizaciones.
Tal sería el título de su obra: “El conflicto entre las
civilizaciones” (1993) Si
Fukuyama fue el propagandista de una batalla ganada (batalla que intentó
exhibir como definitiva en el “Fin de la Historia”),
Huntington, por su parte, advertiría en “El conflicto entre las
civilizaciones” que Occidente tiene enemigos y recuperó la guerra
como fuerza motriz de la Historia. Cierto
que Huntington, siguiendo a Fukuyama, admite que ya no hay conflicto
entre países pobres y países ricos, "ni en Asia ni en Latinoamérica,
porque el desarrollo económico ha desdibujado la dicotomía simple de
adinerados e indigentes"; es decir, porque países subdesarrollados
y países altamente desarrollados, y dentro de ellos, ricos y pobres,
están acercándose entre sí (tesis que hizo decir al ex presidente
Salinas que faltaba poco para que México ingresara al club de los países
poderosos y al presidente Fox que no tarda en formar parte del G-8). Pero
el profesor de Harvard aclaró que tendrán que desatarse graves
conflictos entre Occidente y otras civilizaciones, entre ellas la islámica
y la china, no sólo por razones económicas sino fundamentalmente, por
diferencias de civilización. Conforme aumente la agresividad de los
musulmanes o el proselitismo de los chinos, según él, la cooperación
será imposible, y el choque, inevitable. Esta
visión sirvió de base para reavivar al complejo militar-industrial
norteamericano y hacerlo apuntar sus baterías contra el mundo islámico,
sin perder de vista a China. En efecto, el primer conflicto bélico
importante de EEUU de esta era se llevó a cabo contra Irak, durante el
cual el presidente Bush (padre) declaró el nacimiento de un “nuevo
orden mundial”, que fue en realidad una advertencia contra el mundo
islámico y el gigante chino.
En
poco tiempo, se reafirmaron y perfeccionaron los instrumentos militares
de la superpotencia, a fin de garantizar la supremacía de Occidente,
del neoliberalismo y de la globalización. Ahora
bien, dos académicos, uno italiano, Antonio Negri, y otro
norteamericano, Michael Hardt; aquél, marxista, y éste, liberal, han
escrito una nueva obra titulada “Imperio”, publicada por la
prestigiosa Harvard University Press a fines de 2000 (meses antes de los
incidentes de las torres gemelas de Nueva York y del Pentágono en
Washigton) que ha alcanzado un insólito éxito de ventas en EEUU y sido
traducida a diez idiomas. Al
analizar las tendencias de la historia, los autores sostienen que el
imperialismo está agonizante; que los Estados nacionales no tardarán
en diluirse también, y que las empresas dejarán de ser las
propietarias de medios de producción y servicios. Al mismo tiempo,
consideran que el “imperio” ha nacido; que el conocimiento, no el
capital, será el nuevo motor de la economía, y que
ya son posibles varios derechos y libertades para todos los hombres de
la humanidad; entre ellos, el derecho de ciudadanía universal (y, por
consiguiente, la absoluta libertad de desplazamiento de las personas por
todo el planeta), el derecho al salario garantizado del nacimiento a la
muerte por el mero hecho de ser ciudadano del mundo, y el derecho de
apropiación de las nuevas tecnologías. Los autores consideran, pues, que el mundo ya está maduro para el advenimiento real del comunismo. Las reivindicaciones a las que se refieren, aunque sueños de la humanidad durante siglos, ya no son utópicas, porque constituyen una realidad en los países nórdicos. Luego entonces, también son posibles y realizables en todo el planeta. El mérito de Hardt y Negri ha sido el de darles un nuevo aliento teórico y hacerlas derivar del sistema victorioso, del neoliberalismo y de la globalización. |