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Hace algunos años un sabio norteamericano, el ingeniero Hug Auchincloss Brown, afirmó que en su momento la Tierra dará una vuelta en campana.

Según Brown, nuestro planeta está a punto de iniciar un peligroso balanceo que poco a poco será más fuerte y más terrible.

Como esferoide que es y no esfera perfecta, sólo se mantiene en equilibio sobre su eje de rotación gracias a una ligera dilatación en el ecuador. Pero esta dilatación es tan pequeña que no equivale, en proporción, ni a las desigualdades observables en una bien pulida bola de billar.

Brown sostiene que el continente antártico crece de año en año por la acumulación de los hielos. El Polo Norte, por el contrario, reduce visiblemente su peso. Actualmente, el planeta vacila en su movimiento de rotación. Todos los geofísicos del mundo vienen comprobando este hecho, sin poder explicárselo.

Brown señala que de continuar esto, el planeta perderá irremisiblemente su equilibrio. Las zonas australes serán más pesadas que las boreales. Esto provocará una serie de sacudidas y giros que no cesarán hasta que los continentes y mares restablezcan el equilibrio.

Este reajuste de masas, pequeño a nivel planetario, será apocalíptico para el hombre, que verá naufragar la suma total de sus bienes, la destrucción de la civilización y, quizá, la desaparición misma de la especie.

Por eso propone, como único medio para detener el fatal proceso, aligerar la carga del Polo Sur, destruyendo a fuerza de bombas de hidrógeno los hielos que se acumulan sin cesar. De no hacerse esto o algo parecido, la Tierra se volcará para buscar un nuevo equilibrio.

Esta profética visión del investigador contemporáneo, ¿no pudo ya haber ocurrido en el lejano pasado?

Localizar a uno de los antiguos polos en el Africa ecuatorial y a antiguas zonas tropicales en los Polos Norte y Sur, más que profecía parece un registro del pasado.

Fue cuando los antiguos trópicos fueron invadidos por los intensos fríos y obligaron a los supervivientes a refugiarse en cuevas. Así se abriría el capítulo de las pinturas rupestres en las cavernas de todos los continentes.

La hecatombe quedaría registrada en la memoria más profunda de la humanidad, específicamente -en América- en el Popol Vuh, la biblia maya; en el Códice Vaticano, de vieja tradición náhuatl, y en la Piedra del Sol, el Calendario Azteca, último testimonio de la lejanísima tragedia.

 

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