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El quinto sol
Sol del agua:
Sol del viento
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La historia del quinto sol está registrada en varios testimonios indígenas y españoles, entre ellos, los Anales de Cuauhtitlán y los relatos de Motolinia, Gomara y Sahagún. Sin embargo, ningún lienzo, ningún poema, ningún relato de esta gestación, sea europeo o americano, tiene la poderosa y temible fuerza expresiva que el Calendario Azteca. El nuevo astro que surge del círculo central de la piedra monumental brilló sobre el mundo el día en que el pueblo azteca, antes nómada y salvaje -procedente de la profunda y legendaria Aztlán- descubrió el lugar sagrado anunciado por la profecía para convertirse en el "corazón del universo". Dicho lugar era un islote pedregoso acariciado por la brisa, en el que un águila con las alas extendidas devoraba una serpiente. Allí se encendió el fuego sagrado y se fundó la ciudad de México-Tenochtitlan.
Agua, viento, fuego y tierra, los viejos elementos de la naturaleza que acabaron con el hombre en el pasado, quedaron incorporados a la piedra, el nopal, la serpiente y el águila del mítico lugar, símbolos nuevos de la nueva historia universal. Con los tres primeros soles habían concluido las grandes catástrofes que pusieran en peligro de perecer a la raza humana. Ya no había habido otra. Bajo este aspecto, ya no era posible hacer desaparecer al cuarto sol. Pero ellos, los mexicanos, se convirtieron en los representantes de la nueva hecatombe, extinguieron el sol a golpes de voluntad política e hicieron brillar uno nuevo. Ellos, en su orgullo, "tenían que inventarlo -dice Chavero- para poner un quinto nuevo que sólo a ellos les perteneciese. Ellos, que querían tener un dios solo suyo, un pueblo suyo, un lugar señalado por los dioses para ellos, quisieron también tener un sol propio. Y el día en que por primera vez pisaron la isleta del lago en que se asienta México, el día en que encontraron el águila posada sobre el nopal entre las corrientes de agua azul y transparente, sobre las cabezas de este grupo de héroes, el quinto sol derramó de lo alto de los cielos su lluvia de luz y oro". México, pues, nació bajo el signo del destino para cumplir una alta misión universal. "Mientras exista el mundo -dice el poema náhuatl- existirá la grandeza de México Tenochtitlan".
Los aztecas compensaron el silencio sobre la extinción del cuarto sol con un extenso relato sobre el nacimiento del quinto. Según éste, los dioses de reunieron en Teotihuacan en el momento en que decidieron crearlo. Todo eran tinieblas y soledad. Después de danzar alrededor de una hoguera, uno de los más hermosos dioses decidió sacrificarse para convertirse en el nuevo sol. Subió a la plataforma con la intención de arrojarse al fuego sagrado, pero en los instantes supremos dudó. Otro dios cojo, viejo y débil, al observar el titubeo de su bello y fuerte hermano, avanzó lentamente -pero sin vacilación- y se echó a las llamas. El primero, avergonzado, lo siguió poco después. En el oscuro horizonte estalló una mañana nueva y la naturaleza entonó un himno cuando surgió el sol resplandeciente.
El dios viejo y débil brilló en los azules cielos. Su rostro arrugado y sus cabellos rubios están grabados en el centro del Calendario Azteca.
Al poco rato, apareció un segundo sol; pero los dioses le arrojaron un conejo y lo apagaron de inmediato. La imagen del conejo quedó grabada en la faz del astro, que se convirtió en luna y quedó para siempre fuera del día -fuera de la historia- condenada a vagar para siempre durante la noche. Sólo quedó un sol. Todo esto ocurrió en la fecha 13 caña. Pero el sol no se movía. El viejo que se había arrojado a la hoguera había consumido sus últimas energías y ya no tenía ninguna para moverse. Para ayudarlo a avanzar en el firmamento, todos los dioses regaron gotas de su sangre al fuego sagrado. Brillaron en la noche las estrellas. Gracias a este sacrificio, el sol voló como un águila. El pueblo azteca es el pueblo del sol. Sus miembros más distinguidos son los caballeros-águila.
Para derrotar a la noche, el hombre debe y puede ayudar al movimiento diario del sol. Si los dioses se sacrificaron por ellos, justo es que ellos se sacrifiquen por los dioses. Así, dar su sangre, su corazón, su vida, fue para el pueblo del sol no sólo una frase sentimental sino una realidad brutal, horrible, cruel y primitiva, si se quiere, pero no menos honesta y leal, fundada en el poema del esfuerzo. Cuando los sabios descubrían que el sol estaba débil y el universo en peligro, como en invierno, el mejor hombre, la mujer más bella, el guerrero más valiente, la doncella más virtuosa, eran sacrificados. En una ceremonia terrible, los jóvenes cuerpos eran colocados en la piedra de los sacrificios y se les arrancaba el corazón que, palpitante todavía, era inmediatamente ofrecido al sol. A los lados del viejo rostro del sol que emerge del Calendario Azteca, hay dos garras de jaguar. Son también dos picos de águila que atrapan sendos corazones humanos. Gracias a este alimento continuaba el movimiento del sol. La vida renacía. Sin embargo, cada fin de siglo, el cual duraba 52 años, se creía que el sol ya no saldría más. Se ayunaba, se apagaban los fuegos, se rezaba, se imploraba, se lloraba. "Todos tenían muy grande miedo -dice Sahagún- y estaban esperando con mucho temor lo que acontecería..." Se tenía la creencia de que al final del invierno del último día del siglo el sol no volvería a aparecer, "que habría fin el linaje humano y que aquella noche y aquellas tinieblas serían perpetuas". Entonces, no un individuo, no una familia numerosa, no una populosa ciudad, sino todo un pueblo -dice Chavero-, desde los reyes hasta los esclavos -sabios e ignorantes, vencedores y vencidos, hombres y mujeres, ancianos y niños- todo un imperio, mil ciudades, millones de almas, eran presa del dolor. Cuando se hundía por última vez el sol en el horizonte, ¡qué espanto en la capital! ¡Qué temor en los campos! ¿Volvería a salir el sol esplendoroso? ¿Permanecería para siempre en la región de los muertos? Las familias rompían las piedras del hogar. Los sacerdotes derribaban las estatuas de los dioses. Los seres humanos se abrazaban en la noche unos a otros. Mientras en la tierra los sacerdotes se cubrían el cuerpo con blancas vestiduras, en los cielos la constelación de Las Pléyades se vestía de luz. Entonces, sacerdotes y estrellas marchaban juntos hacia las montañas del Oriente. Empezaban a caminar poco a poco y muy despacio, con mucha gravedad y silencio, como los dioses. Su misión, encender la hoguera que debía atraer al sol. Era la hora de hacer brotar el fuego nuevo. Los ojos de todos los habitantes del imperio estaban fijos en un solo punto. De pronto brillaba entre el cielo y la tierra -en la cima de las montañas- el fuego lejano, pequeño, como la luz de una estrella. Fiat lux. Luego, todos hacían lo mismo. La luz crecía y se propagaba hacia los cuatro puntos cardinales como un incendio. Y toda la cuenca se convertía en un mar de luz, que subía y bajaba a lo largo de las montañas y se multiplicaba en el espejo de los lagos. Parecía ser de día. Un nuevo siglo acababa de nacer. Y entre nubes de púrpura y oro, brotaba del Oriente, inmenso y glorioso, el sol, el quinto sol. Ahora bien, este sol no alumbrará al mundo para siempre. También desaparecerá. Tal es la profecía de la piedra azteca. Aunque todavía brilla sobre nuestra humanidad, también se apagará definitivamente. Sólo que, a diferencia del último, que se desvaneció sin dejar rastros, y como los tres primeros, desaparecerá en medio de catástrofes a escala universal, en la fecha 4 terremoto. Es la fecha que significa el fin de los tiempos y el regreso a los orígenes. Al principio fue el caos. El caos será al final. ¿Cuándo llegará la temida fecha y se cerrará el ciclo final? ¿Cuál será esta vez la causa de la destrucción total? ¿Una catástrofe cósmica? ¿Una nueva convulsión de la tierra? ¿Una locura del hombre? Preguntas sin respuesta. Ante la inquietud y curiosidad de la sala no encontré mejor medio para ilustrar estas preguntas que proyectar en la pantalla la dantesca explosión de un artefacto termonuclear y leer algunos versículos del Apocalipsis. Pero antes del colapso final, es imperativo visitar playas, cielos y monumentos de México. Así concluyó la conferencia.
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