Historia y política

José Herrera Peña 

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México 2000


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¿Perdonar al PRI?
DENISE DRESSER


Cd de México, 02 octubre 2000.- Hay países que castigan su pasado. Hay otros que lo entierran en un ataúd. Vicente Fox ha propuesto una tercera vía, una Comisión de Transparencia, una examinación exhaustiva del México que fue. Su propuesta merece ser apoyada y aplaudida porque como dice la frase célebre de George Santayana: "aquellos que se olvidan del pasado están condenados a repetirlo". Hay demasiadas preguntas sin respuesta, demasiadas prácticas corruptas, demasiadas violaciones de derechos humanos y políticos. Los mexicanos merecen saber qué le hizo qué a quién durante 70 años de predominio priista. El pasado es prólogo y ahora que el país se sienta a escribir el manual de la democracia, merece tanto una introducción como un punto final

La prestigiada periodista Tina Rosenberg afirma en un artículo en Foreign Affairs: "Una de las primeras preguntas que debe enfrentar una nueva democracia es qué hacer con los viejos dictadores". Desde la revolución francesa, los que asumen el poder intentan lidiar con quienes lo perdieron. Desde la Patagonia hasta Polonia, desde Sudáfrica a El Salvador, desde Chile a Checoslovaquia, el nuevo régimen investiga o purga o perdona al viejo régimen. Quienes hurgan en el pasado lo hacen motivados por la nobleza o la mezquindad, la revancha o la reconciliación. Entienden que el pasado importa, el pasado pesa, el pasado nos alcanza. Y el equipo foxista sabe bien que Orwell tenía razón: quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado.

Hay dos motivos para desenterrar los esqueletos mexicanos: sanar las heridas de los supervivientes y asegurar que se cumpla el "nunca más". La dictablanda mexicana no desapareció a miles, no convirtió los estadios en centros de tortura, no enterró cuerpos en ataúdes colectivos a lo largo de los Andes. Pero tampoco tiene las manos limpias. Basta leer Guerra en el Paraíso de Carlos Montemayor para entender la represión en Guerrero. Basta mirar a los ojos de Rosario Ibarra de Piedra. Basta pararse frente al monumento erigido a los caídos en Aguas Blancas. Basta escuchar las historias de Acteal. Basta haber estado en la Plaza de las Tres Culturas la noche del 2 de octubre de 1968. Basta mirar el expediente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Basta leer el expediente del Fobaproa. Basta haber contado las 13 cajas de Roberto Madrazo. Basta haber vivido en México en algún momento durante los últimos 71 años.

Hay distintas rutas para resanar el pasado. México podría decir borrón y cuenta nueva. Podría obligar a priistas prominentes a pedir perdón, como lo hizo Bill Clinton durante su gira por Africa. El gobierno podría ofrecer compensación monetaria a las víctimas y sus familias. Podría purgar a la burocracia y prohibir el regreso de los culpables. Podría establecer una Comisión de la Verdad. Podría llevar a cabo juicios públicos y políticos. No queda claro cuál de estas opciones eligirá el equipo foxista. Francisco Barrio, el zar anti-corrupción dice que la Comisión de Transparencia buscará evitar la corrupción más que castigarla. Adolfo Aguilar Zinser dice que la sociedad quiere que el pasado sea examinado dentro de ciertos límites. Dice que la Comisión estará compuesta por "ciudadanos escogidos por el Congreso quienes llevarían a cabo las investigaciones y las presentarían al mismo Congreso". Pero nadie sabe cómo va a operar, de quién va a depender, qué agenda tendrá, quién la conformará.

El PRI deja tras de sí un residuo peligroso, un legado de poder arbitrario, un sistema legal que perseguía a enemigos y liberaba a amigos. La única manera de exorcizar el pasado es entenderlo. Pero el riesgo de una Comisión de Transparencia es que se convierta en una Comisión de la Inquisición, en una Comisión de la Revancha, en un baño de sangre. El riesgo es que los investigadores se vuelvan tan antidemocráticos como los investigados. El riesgo es detectar unos cientos de corruptos cuando en México la corrupción fue compartida. El riesgo es que comience una cacería de brujas cuando todos han estado en el aquelarre. Las líneas de complicidad han sido las arterias y las venas del cuerpo político mexicano. ¿Quién no ha pagado una mordida? ¿Quién no ha evadido algún impuesto? ¿Quién no ha esquivado la mirada o guardado silencio? ¿Quién no ha aceptado un bono navideño? La Comisión deberá delimitar con claridad qué y a quiénes decide investigar.

Fox debe evitar la tentación de utilizar a la Comisión como cortina de humo, como espectáculo de distracción, como instrumento político para amedrentar al PRI. Aunque cojea y se tambalea, el PRI sigue vivo. Aunque Fox quisiera gobernar solo, tendrá que hacerlo de la mano de los priistas. No podrá perseguirlos un día y pedirles su voto en el Congreso al siguiente. Tendrá que explicar los beneficios del mea culpa, comparados con los perjuicios del encarcelamiento. Tendrá que ser magnánimo y mesurado. Tendrá que demostrar que la verdad puede sanar en vez de polarizar. Tendrá que utilizar el poder para conocer los abusos del poder, no para reeditarlos.

Para investigar a fondo la Comisión necesitará un staff competente de investigadores de tiempo completo, un grupo de abogados, algunos expertos en computación, algunos analistas financieros, algunos forenses. Necesitará un presupuesto y apoyo político. ¿Obtendrá todo eso o será tan sólo otra de las ideas aireadas por los foxistas para ver si vuela? ¿Tendrá apoyo popular y dentro del próximo gabinete? Ojalá lo tenga o lo obtenga. Más allá de los argumentos idealistas en favor de su creación, la Comisión podría facilitar la tarea de gobierno. Fox no va a privatizar bien si no explica cómo el PRI privatizó mal. No va a poder promover un buen registro de autos si no explica como el PRI concesionó mal. No va a lograr combatir la corrupción si no entiende dónde y cómo ha florecido. Si intenta correr lejos del pasado sin mirarlo, cargará las cadenas consigo.

Todas las víctimas -las viudas de Acteal, los familiares de perredistas asesinados y campesinos acribillados, todos los que tienen algún muerto o herido, todos los que contemplaron un acto de corrupción- merecen saber que las cosas han cambiado. Merecen saber que los torturadores y represores y desfalcadores forman parte del pasado. Merecen ser tratados como ciudadanos con derecho a obtener información sobre un Estado que los ha maltratado. La verdad los hará libres. Hay ejemplos de países -España, Sudáfrica- en los cuales los agraviados perdonan a sus enemigos sin purgas, sin encarcelamientos, sin sangre, sin listas acusadoras. México podría seguir ese ejemplo y utilizar el conocimiento colectivo para la reconciliación colectiva. La Comisión de Transparencia deberá servir para airear el pasado priista, no para castigarlo; deberá ser un ejercicio terapéutico, no un linchamiento.

Ojalá que la Comisión -si nace y se hace- pueda ofrecer amnistía a cambio de la plena revelación. Ojalá sea diseñada para ofrecer el perdón, caso por caso, si el perpetrador del crimen o el acto corrupto revela sus motivos, las órdenes que siguió, los objetivos que cumplió. Así los lastimados del priismo podrían desechar sus deseos de venganza a cambio de la verdad; una verdad que implique darle la vuelta a la hoja y cerrar el capítulo. Intercambiar amnistía por verdad implicará que los asesinos seguirán libres y que los corruptos no pagarán por serlo. Pero la verdad misma entraña una forma de justicia; entraña la reparación de un mundo moral en el que las mentiras son mentiras, las verdades son verdades, y el Estado no es impune. México nunca escapará de su pasado, pero por lo menos podrá lograr una verdad compartida sobre él.

Publicado en Reforma, 02 octubre 2000

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