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El Calendario Azteca es un monolito de veinticinco toneladas que mide aproximadamente 3.60 metros de diámetro.
En 1792, Antonio de León y Gama hizo la descripción de esta piedra monumental y le dio su nombre, que también ha sido llamada Piedra de los Soles o Piedra del Sol. Según dicho investigador, la piedra registra los movimientos de los astros observados y medidos por las culturas prehispánicas. Dichos astros son el sol, la luna y el planeta Venus, cuyos movimientos dieron lugar a tres calendarios de diferente duración; es decir, los tres calendarios de referencia, a pesar de ser diversas expresiones del movimiento cósmico, encuentran su síntesis en el Calendario Azteca. Pero este monumento no es solamente un calendario o, si se prefiere, un triple calendario, sino también un tratado de filosofía o la materialización de un sistema religioso; es decir, una concepción del mundo, una historia del universo y de sus catástrofes, del génesis y del apocalipsis. También es, adicionalmente, la orgullosa afirmación del nacimiento de una nueva era y de un nuevo pueblo. Y un himno a su gloria y su grandeza. Condena y resurrección de la piedra El monumento fue descubierto bajo el "zócalo" de la Ciudad de México -cerca de la Catedral metropolitana- el 17 de diciembre de 1790 y permaneció fuera de ese templo durante casi un siglo. En 1885 fue trasladado al edificio posterior del Palacio Nacional, que empezó a funcionar como museo. Se construyó en 1479, en los tiempos de Axayácatl, rey de los aztecas, y fue consagrado dos años después en medio de solemnes y vistosas ceremonias públicas. Se le instaló en posición horizontal, como un espejo del cielo, y se sacrificaron sobre él algunas vidas especialmente preciosas.
El monolito fue derrumbado de su plataforma en 1521, año de la Conquista, por los soldados españoles. Luego, el arzobispo fray Alonso de Montúfar ordenó que se le sepultara por los graves delitos que por su causa se habían cometido, lo que ocurrió entre los años de 1551 a 1569. Allí permaneció enterrado y olvidado durante casi dos siglos. Hoy ocupa el lugar más importante del Museo Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México. Más aún, dicho Museo fue diseñado en función de esta pieza.
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