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El sol del agua
Sol del agua:
Sol del viento
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1. El sol del agua Hace muchos años tuve la suerte y el privilegio de dictar una conferencia en la Universidad McGill, de Montreal -en mi calidad de Delegado de Turismo del Gobierno de México en Canadá- sobre México y las raíces de su cultura. Nada mejor que el tema del Calendario Azteca. Dí al asunto un enfoque no tanto astronómico cuanto cosmogónico, ya que este monumento, además de ser un instrumento para medir el movimiento del universo -por cierto bastante exacto- es también la expresión de una manera de pensar y de vivir, un libro sagrado, una biblia de piedra. Es, en otras palabras, un instrumento de medición del movimiento del universo, pero también un registro de los acontecimientos universales que se insertan en ese movimiento. En la piedra hay referencias a la historia del mundo -sus orígenes, sus catástrofes, el paso de las civilizaciones- y a la del orgulloso pueblo el azteca, destinado a regir el futuro. Se le llama Piedra de los Soles porque describe la existencia de cuatro eras pasadas -alumbradas por cuatro soles distintos- así como de la actual, que está presidida por la luz del quinto sol.
La creación del mundo y del hombre, pues, no tuvo para los aztecas ni para los pueblos que los precedieron el sentido de lo acabado. La creación no se hizo de una sola vez. Todo lo hecho fue aniquilado y vuelto a hacer varias veces. Cada universo, cada civilización, fue alumbrada por un sol diferente.
El orden de los cuatro primeros soles fue registrado en un documento indígena que, aunque elaborado en una época relativamente reciente -casi contemporánea a la Conquista- recoge una de las crónicas más viejas. Dicho códice se encuentra actualmente en los archivos secretos del Vaticano, motivo por el cual se le conoce con el nombre de Códice Vaticano. Sus jeroglíficos fueron dados a conocer por el barón Alejandro de Humboldt. Leer el Códice Vaticano, por consiquiente, es leer el mensaje central de la Piedra del Sol. El primero de los soles fue el del agua. El símbolo alusivo se encuentra en el aspa inferior derecha de la piedra.
La pintura del Códice Vaticano está presidida por la diosa del agua -la de la falda azul- que baja del cielo, la cabeza adornada con una caña y las manos sosteniendo el estandarte de la lluvia, los rayos y el trueno. Bajo la diosa -bajo la lluvia- se ven un hombre y una mujer desnudos dentro del tronco de un gran árbol que conserva todavía verdes algunas de sus ramas. A derecha e izquierda de la pareja hay imágenes de peces y cerca del pez de la izquierda, el símbolo calli, casa, del cual sale la cabeza atormentada de un ser humano y un brazo dramáticamente extendido hacia el cielo, en actitud de imploración. Todas las figuras están dentro del cuadro simbólico del agua, pero fuera de él, a sus pies, yace un ser colosal, un gigante. Esta descripción evoca la época en la que coexistieron hombres y gigantes, cuya civilización fue ahogada por las aguas. Platón dice que el hundimiento de la Atlántida ocasionó el desbordamiento de todos los mares y que esta catástrofe a escala universal dejó su cicatriz en la memoria de todos los pueblos. La Biblia menciona el diluvio y los gigantes. "Por aquélla época -señala Moisés- cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y éstas les dieron descendencia, los gigantes habitaban en la Tierra. Son los esforzados varones de los primeros tiempos, los héroes famosos". Sansón y Goliat, últimos exponentes de esta raza, son algunos de los más conocidos. Uno noble y generoso, el otro agresivo y estúpido. Los griegos también los mencionan varias veces. Allí están, por ejemplo, Atlas, Hércules, Prometeo o los Cíclopes. Todos buenos, menos los últimos. Muchas civilizaciones antiguas levantaron ciudades que parecen hechas por cíclopes, por ejemplo, la de Tiahuanaco, que a pesar de haber sido aparentemente un puerto de mar, está situada en lo alto de la cordillera de Los Andes, en América del Sur. El caso es que en los Anales de Cuautitlán del Códice Chimalpopoca hay un poema que describe estos grandes personajes. "En este sol vivían los gigantes". Los ancianos oyeron de sus abuelos que estos seres, en lugar de desearse los buenos días, se saludaban así: "No se caiga usted". Porque el que se caía, lo hacía para siempre. En la píntura indígena del Vaticano las aguas sepultaron a las ciudades, representadas por el símbolo calli. La cabeza y el brazo que surgen de la casa -que nos hacen recordar las imágenes de Guernica, de Picasso- significan que la humanidad civilizada pereció ahogada. De los gigantes nada se salvó. La figura del gigante tendido fuera del cuadro no puede ser más elocuente. Pero no sólo indica que la raza colosal se extinguió sino también que una poderosa civilización quedó fuera de la historia. La pareja metida dentro del árbol -verdadera arca de Noé prehispánica- es la representación de los escasos supervivientes. Además de las diapositivas del Códice Vaticano y del Calendario Azteca, proyecté a mi auditorio algunas verdes islas mexicanas que navegan por el azul del mar mientras el sol se deshace en las finas arenas de las playas.
Representan no sólo el fin de un mundo sino también el comienzo de otro. Es necesario visitarlas y disfrutar de sus mágicas playas para percibir los vestigios del lejano final, pero sobre todo los reflejos de los orígenes, del génesis, del paraíso...
Al mostrar tan paradisíacas islas, mi intención fue arrancar algunos suspiros a la friolenta concurrencia canadiense y motivarla a que visite nuestro país. Tuve éxito. Por lo pronto, el ambiente se llenó de calor.
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