Historia y política

José Herrera Peña 

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PARA CONQUISTAR EL FUTURO

A 190 años de la Independencia Mexicana

ROBERTO BLUM

México está por celebrar pasado mañana otro aniversario del inicio de la Guerra de Independencia. El 16 de septiembre es una fecha que todos los mexicanos aprendimos desde niños a festejar. El "grito" en la noche del 15 -San Porfirio, y el desfile militar el mero día "16". Estas son fiestas populares en la que todos participamos. Son las fiestas nacionales de los mexicanos de "acá de este lado". Curiosamente, allende el río Bravo, los mexicanos de "allá" tienen su jolgorio patriótico el día 5 de mayo. La batalla de Puebla. La batalla que ganamos en 1862. La única que hemos ganado. Cosas de las culturas.

Sin embargo, ¿qué significa realmente esta memorable fecha? La iconografía oficial nos muestra a un venerable anciano llamando a los mexicanos para luchar contra España y sacudirnos el yugo infame de la esclavitud. En este cuadro nacionalista, México se levanta en armas y tras muchas y heroicas batallas se vuelve independiente. Alcanzamos la ansiada libertad como nación. Si pudiéramos quedarnos en esa fecha, todo se habría cumplido. Los mexicanos viviríamos felices para siempre jamás. Sin embargo, la realidad fue muy distinta.

El siglo XIX, siglo romántico por antonomasia, vio nacer y crecer el nacionalismo. La Revolución Francesa y su encarnación en Napoleón fueron el ejemplo de toda una nación en armas. La "Francia Inmortal" abrió el camino que otros pueblos después seguirían. Los pueblos se sintieron agentes de la historia. Y nuestro México no podía quedarse atrás. Fuimos pronto arrollados por el torbellino romántico. Nos dimos bandera y "canto de guerra" e inventamos nuestra propia mitología patriótica. Construimos el panteón de los héroes nacionales. Nos dimos gobierno. Primero adoptamos la Monarquía, en seguida el Imperio, después la República. Federalista o centralista. Y mientras el fervor popular se desbordaba, la máquina de la economía novohispana, una máquina que había funcionado aceptablemente bien durante 300 años, lentamente dejó de funcionar. Las minas se inundaron. Las haciendas y los ranchos fueron saqueados. Los hatos de ganado se sacrificaron y los campos quedaron yermos. Los comercios cerraron, el transporte se paralizó y el capital se agotó. México comenzó su descenso y caída.

Las arcas públicas quedaron vacías. Los gobiernos vivían de préstamos ruinosos. Los soldados exigían el pago de sus "haberes" so amenaza de rebelarse. La clase política estaba dividida entre monárquicos y republicanos, conservadores y liberales, guadalupes y polkos, yorkinos y escoceses. Mientras tanto, al Norte, una verdadera república, los Estados Unidos de América crecían, generaban riqueza y se expandían rápidamente para convertirse en vecinos terriblemente incómodos. Sus ciudadanos cruzaban en poderosas oleadas el río Misissipi y se lanzaban a la conquista del "Oeste salvaje", nuestra despoblada "frontera del Norte".

Tejas se independizó en 1836. Un mexicano excepcional, Lorenzo de Zavala, decepcionado de lo que veía que estabamos haciendo para destruir el país, se fue al Norte y se convirtió en el vicepresidente de la nueva nación tejana. Pronto perdimos los inmensos territorios norteños. Parece hoy increíble que hace dos siglos los mexicanos estabamos prácticamente a la par que los estadounidenses. En 190 años logramos empobrecernos a tal grado que ya tenemos 58.5 millones de compatriotas que viven con dos dólares diarios o menos, 23.2 millones de estos apenas a alcanzan un dólar diario para subsistir. Estas terribles cifras evidencian nuestro fracaso nacional. México se encuentra hoy en la posición 32 entre los países con más pobres del mundo, ¡60.6% de los mexicanos viven con 19 pesos diarios o menos!

Mis pequeños hijos -ahora ya interesados en la historia nacional- me preguntan, ¿por qué sucedió esto? ¿Cómo fue posible este desastre? La respuesta es sencilla, sin embargo, no es fácil de aceptar. El desastre lo provocamos nosotros mismos -cegados por el romanticismo nacionalista- nos dimos malas instituciones y malos y pésimos gobiernos. La esperanza que hoy se siente en todo México es porque quizás ahora sí podamos comenzar a reconstruir este país. La reconstrucción será sin duda un trabajo duro y complicado. Quizás hoy podamos al fin construir instituciones adecuadas. Tendremos que ser inteligentes y tolerantes. Quizás hoy podamos por fin darnos un buen gobierno. Tendremos que ser exigentes con el gobierno y estar continuamente vigilantes. No hay nada seguro. Sólo es cierto que ahora tenemos una nueva ventana de oportunidad -probablemente la última- para comenzar a conquistar el futuro. Nuestro siglo XXI, ya lejos del nacionalismo romántico, promete hacer real lo que los dos siglos anteriores no pudieron cumplir. Los mexicanos actuales tenemos el deber de no volver a fracasar.

* Roberto Blum es investigador asociado del CIDAC. E-mail: roberteblum@yahoo.com; http://www.cidac.org

Publicado en El Economista, 14 septiembre 2000

 


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