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José Herrera Peña

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José Herrera Peña
Sala del Pleno
Supremo Tribunal de Justicia en el Estado de Michoacán de Ocampo.

Polémica sobre un caso célebre

Dos interpretaciones de la misma historia

CAPITULO V

GRAVES REVELACIONES MILITARES

Un hombre que lucha por la independencia de su país; que al caer preso confiesa que tenía la intención de ir a pedir perdón al rey; que elude su responsabilidad en la elaboración del Decreto Constitucional, y que admite como errores los más altos valores políticos nacionales -los que le han dado sentido y dirección a su lucha- es un hombre del que se puede esperar cualquier cosa; comprometer a sus compañeros, por ejemplo, o revelar informaciones de carácter militar útiles para el enemigo.

Tal es el planteamiento que hace Carlos Herrejón Peredo en su libro Los Procesos de Morelos, editado por el Colegio de Michoacán, financiado por el gobernador Cuauhtémoc Cárdenas y subsidiado por el Secretario de Educación Pública González Avelar.

 

En los capítulos anteriores quedó explicado lo referente al auténtico significado político de su supuesto proyecto de petición de perdón, muy diferente, por cierto, a la interpretación literal que haga de las actas aquel que carezca de criterio jurídico.

Se trató también el capítulo relativo a los errores de la Constitución de Apatzingán supuestamente reconocidos por él, precisando cuáles fueron los que admitió Morelos y por qué los impugnó.

Analicemos ahora los asuntos de carácter militar.

1. Avíos de escribir

Al concluir sus diligencias el tribunal del Santo Oficio el domingo 26 de noviembre de 1815, al medio día, el detenido fue puesto nuevamente a disposición del tribunal de la Jurisdicción Unida -la Iglesia y el Estado- a fin de que produjera declaraciones sobre el estado de las fuerzas armadas de la nación beligerante, así como sobre el avance de las relaciones diplomáticas que ésta había promovido con las otras naciones del mundo, especialmente con Estados Unidos.

Casi al final de la diligencia -según el acta respectiva- el cautivo solicitó "avíos de escribir", a fin de formular un plan estratégico del que pudiera valerse el gobierno colonial para pacificar el país. A diferencia de lo que ocurriera con fray Melchor de Talamantes, en que fueron obsequiados sus deseos, a Morelos no se los facilitaron.

Dos días después, trasladado de las cárceles secretas del Santo Oficio a un calabozo del Real Parque de Artillería -en La Ciudadela- fue hecho comparecer ante un tribunal militar, a fin de que rindiera -entre otras cosas- su declaración sobre este asunto.

Estos episodios procesales forman parte del contexto que aprovecha Herrejón Peredo -en su obra citada- para dejar sentado que Morelos fue un delator; que confió más en el apoyo de los Estados Unidos que en la fuerza de su propio pueblo, y que la debilidad de su estado de ánimo quedó en evidencia al acceder a dictar su plan de pacificación.

2. La delación

Analicemos primero el problema de la supuesta delación. En la audiencia correspondiente, el declarante "fue precisando lugares y tropa". Dio a conocer los territorios que se encontraban bajo el dominio de las fuerzas nacionales -insurgentes- y enumeró además a los doce comandantes de dichas fuerzas. Dichos comandantes defendían los respectivos territorios que antes habían liberado a sangre y fuego de la dominación española. No eran doce sino trece. Lo que pasa es que uno lo "olvidó" a propósito: Ignacio López Rayón, su gran adversario político dentro del movimiento insurreccional. Su nombre no lo quiso recordar sino hasta el final de la diligencia.

"No fueron infructuosas las presiones ejercidas contra Morelos -dice Herrejón-; la confesión, pues, fluyó concisa y objetiva, bien que haya sido mucho más lo que Morelos pudo haber dicho y no declaró entonces".

El autor insinúa que, al mencionar los nombres de los trece comandantes de la nación beligerante, los delató. Pero esto es una aberración. Dichos jefes militares actuaban a la luz pública, con la cara descubierta. Operaban frontal y abiertamente, no en forma clandestina. No se cubrían la cara con un capuchón. Eran soldados que se habían forjado a sí mismos al calor de la lucha armada desde -la mayor parte de ellos- hacía cinco años. Eran la columna vertebral de la nación en pie de guerra. Eran conocidos como jefes por propios y extraños, por amigos y enemigos, y hasta podría decirse que más por éstos que por aquéllos. No se ocultaban de nada ni de nadie. Al contrario. Sus nombres inspiraban terror entre sus adversarios.

Delatar es revelar lo que está oculto, no dar a conocer lo que ya es conocido. Morelos hizo referencia a los que luchaban en los campos de batalla; a aquéllos que tenían cargos -en el emergente estado nacional- no sólo militares sino también políticos; a esos que estaban rodeados, escoltados y protegidos por sus hombres armados, más de dos mil -en promedio- para cada uno de los trece, en iguales frentes de guerra, lo que hacía un total de veintiseis mil hombres sobre las armas: ¡a los que era preciso unificar! Esto no es delatar sino, en todo caso, ofrecer una prueba de fuerza real.

De los otros, los que actuaban clandestinamente a favor de la independencia en los lugares dominados por las tropas coloniales, no dio ni un solo dato. Tan es así que sus nombres escaparon a la historia.

El virrey formuló personalmente un interrogatorio para que Morelos lo contestara ante el tribunal militar. En los puntos 6, 8, 12 y 13 se le preguntó concretamente quiénes le ayudaron desde el interior de las ciudades de México, Orizaba, Oaxaca, Valladolid y otras. Pero en realidad casi la cuarta parte de dicho interrogatorio tiene por objeto conocer los nombres de los simpatizantes de la causa insurgente ocultos en los lugares dominados por las fuerzas realistas.

No dio ninguno.

3. La alianza con EEUU

En cuanto a los intentos de alianza con los Estados Unidos, Herrejón los critica y señala que los dirigentes de la nación, deprimidos por las constantes derrotas en los campos de batalla, confiaban más en la ayuda extranjera que en la fuerza del pueblo para alcanzar la independencia.

"Esta frustración -agrega- hubo de pesar también sobre Morelos, pues la postrera dirección de la insurgencia se había empeñado demasiado en conseguir esa ayuda, como si fuera la última esperanza".

Comparemos el texto anterior con la declaración del héroe ante el tribunal militar: "La única causa -dice Morelos- que estimaban necesaria era la protección de una potencia en clase de auxiliar". Y más adelante insiste: "Nunca creyeron que ningún (país o ejército) extranjero pasase los límites de auxiliar".

El apoyo exterior, como es fácil advertir, era importante; pero, al contrario de lo que sostiene Herrejón, no lo principal sino lo accesorio, lo secundario, "lo auxiliar". Lo fundamental, la última esperanza, fue siempre la acción, la energía y el sacrificio del pueblo.

4. Plan de pacificación

Veamos por último lo relativo al plan de pacificación. Al finalizar la audiencia en la que reveló las dimensiones territoriales controladas por el ejército nacional, Morelos ofreció que "si le dan avíos de escribir formará un plan de las medidas que el gobierno (colonial) debe tomar para pacificarlo todo, y en especial, la Costa del Sur y la Tierra Caliente".

A propósito de esta declaración, Herrejón comenta que el reo, "abatido, hizo una excesiva promesa". Lo que no dice es que, a pesar de la descomunal importancia de tal ofrecimiento, los tribunales coloniales no dieron al acusado "los avíos de escribir" supuestamente solicitados; lo que no deja de ser -dado el enorme interés que tenían en dicho plan- desconcertante y sorprendente.

Y si se los dieron, los utilizó para otra cosa -no para escribir-, pues nunca produjo de su puño y letra el anhelado plan de pacificación.

Días después, sin embargo, el virrey Calleja le pidió -a través del tribunal militar- que formulara el mencionado plan. Y Morelos lo dictó al secretario -no lo escribió-, lo que quedó registrado en el acta respectiva.

Herrejón, en lugar de analizar su contenido, da por sentado que en ese "plan" se hacen revelaciones estratégicas de gran utilidad para el gobierno colonial. "No dudo -dice- de su autenticidad ni de su veracidad".

Yo tampoco.

Vale la pena asomarse a este texto. El plan de pacificación consiste, grosso modo, en que las tropas coloniales (realistas) entren a los territorios dominados por las del nuevo Estado nacional (insugentes); que ofrezcan indulto a los jefes militares más importantes, y que derroten rápidamente en los campos de batalla a los que no se sometan.

¡Vaya novedad! ¡Como si esta estrategia no fuera elemental! ¡Como si no hubiera sido la misma que empleara el sistema colonial durante todos esos años, sin llegar a obtener jamás los resultados apetecidos y esperados!

Ya más de cerca, el plan está enderazado contra cuatro jefes militares insurgentes; dos "de la Costa del Sur", como se llamaba a la bañada por las aguas del Pacífico, y dos "de la Costa del Norte", como se denominaba a la del Golfo de México.

Los primeros son Vicente Guerrero y Sesma, que dominaban -en ese entonces- lo que hoy es el Estado que lleva el nombre del primero así como parte del de Oaxaca. Los otros dos, Guadalupe Victoria, comandante militar de la provincia de Veracruz, y Manuel Mier y Terán, de la de Puebla; éstos, por cierto, peleados a muerte entre sí en aquel tiempo.

Morelos recomendó irónicamente -en su plan- que el gobierno colonial enviara dos mil hombres a Huajuapan; pero no para que acabaran con Guerrero -del que reveló planes militares que nunca cruzaron a éste por su mente- sino para que Guerrero diera buena cuenta de ellos y dilatara los territorios que caían bajo su jurisdicción.

Propuso también -con no menos sarcasmo- que se enviara una división completa a algún lugar entre Guadalupe Victoria y Mier y Terán, a fin de impedir que éstos sumaran sus fuerzas.

Sin embargo, estos dos jefes no tenían ningún propósito de unirse, ni de reunirse, sino de acabarse entre sí, de combatirse y destrozarse. Tal es una de las razones por la que los Poderes del Estado nacional habían decidido trasladar su sede de Uruapan a Tehuacán: evitar el choque. La sugerencia del detenido, pues, no está exenta de sentido práctico: lo que no habían logrado las itinerantes corporaciones del Estado podría realizarlo -sin proponérselo- el virrey. Una división española entre ambos sería suficiente para impedir la catástrofe.

Y su última recomendación, de que las tropas coloniales se situaran en Tehuacán -la inexpugnable fortaleza de Mier y Terán- no puede considerarse más que como una burla sangrienta. Tehuacán había sido, en lo pasado, y lo sería también, en lo futuro, una plaza invicta, en la que no habría más ley que la del coronel Mier y Terán, y desde la cual éste ejercería su influencia y su control en todo el corazón del país, sin dejar de amenazar el resto.

Tehuacán, pues, era una amenaza real y potencial para los intereses del gobierno colonial. Si Mier y Terán no hubiera capitulado motu proprio dos años mas tarde, difícilmente se la habrían arrebatado.

El plan de pacificación fue propuesto por Morelos con tal seriedad que desconcertó no sólo a los hombres del sistema colonial sino también a muchos historiadores futuros.

En su tiempo despertó tales sospechas, que siempre se actuó en las regiones mencionadas con dudas, inseguridad y desconfianza. En todo caso, el plan serviría, para todos los efectos prácticos, no para pacificar estos territorios, sino para mantenerlos levantados en armas.

Y dos de los cuatro jefes citados por él serían los que sostendrían la guerra hasta el final: Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero

Ambos llegarían a ser Presidentes de la República...

 

IV. Los errores de la Constitución

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VI. Escrito comprometedor


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