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José Herrera Peña

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XI. SU CASA

1. PARA ANTONIA

 En 1758, siete años antes del nacimiento de José María Morelos y Pavón, un comerciante de Valladolid construyó, en sólida cantera rosa, una gran casa de una sola planta, dos cuadras al Sur de la calle real de Valladolid, frente al callejón del Celio, en plenas goteras de la ciudad.

"Fabricada en un sitio de treinta y tres varas de frente -según el título de propiedad-  por cuarenta y dos de fondo, con tres accesorias a la parte sur", fue a parar, al decir de Benítez, al juzgado de testamentos, capellanías y obras pías.

Al ser subastada en almoneda pública, don Anastasio Martínez la adquirió el 4 de agosto de 1774, cuando Morelos estudiaba las primeras letras en la escuela de su abuelo don José Antonio y su hermana Antonia acababa de nacer.

Don Anastacio fue muy amigo de su padrino don Lorenzo Zendejas e incluso ambos fueron vecinos, pues éste tenía, según el Pingo Torres, unos jacales de su propiedad cerca de la casa adquirida por aquél.

Con el tiempo, la casa fue alquilada al señor don Miguel Cervantes, acomodado comerciante originario de Guanajuato. Al morir el viejo don Anastacio en 1801, el palacete fue heredado por su hijo don Juan José Martínez, muy amigo de Morelos, casi de la misma edad que él.

Un día Juan José, al recibir al cura de Carácuaro en Valladolid, le ofrece la casa en venta por la cantidad de 1,830 pesos. El cura titubea. Es una fortuna. No tiene esa cantidad. Cierto que acaba de recibir, apenas hace unos meses, un curato en propiedad y que disfruta, además, de una pequeña herencia que le legó su organizada y ahorrativa madre doña Juana. Aún así, no es suficiente.

Juan José lo convence. Lo que ofrece a su muy estimado amigo es virtualmente un regalo. El palacete está un poco descuidado y, ciertamente, alejado del centro; pero éste vale, de todos modos, casi 3,000 pesos. Además de barato, se lo venderá a plazos. Acepta como garantía de la operación la propia casa y, si quiere, las rentas del curato. No debe sentir ningún temor. Pagará. En primer lugar, la casona produce. Así como los castillos europeos tienen su fantasma, la casa tiene un inquilino, un comerciante no mal acomodado que se llama don Miguel Cervantes -homónimo del autor de Don Quijote-, originario de Guanajuato y muy puntual en el cumplimiento de sus obligaciones. La renta garantiza la mayor parte de los abonos mensuales. Con esos ingresos y algunos ahorros adicionales -la otra parte- la casa quedará pagada en poco tiempo.

La oferta en realidad es tentadora. El cura piensa en su hermana Antonia. Vivir en la Tierra Caliente está bien para él, no para ella. A pesar de su edad, todavía es doncella. Y si no se ha casado en la gran ciudad menos lo hará allá, en el pueblo.

¿Por qué no se ha casado? ¿Es acaso un problema de timidez? ¿O falta de dote? Si es esto último, la casa será su dote. En todo caso, soltera o casada, ella necesita un hogar propio en Valladolid. El clima malsano de la Tierra Caliente la ha enfermado con frecuencia. Así que no lo piensa más. Acepta la oferta de su amigo y adquiere la casa. La compraventa se realiza, el 17 de agosto de 1801. Está a punto de cumplir 36 años de edad...

2. OBRAS DE INGENIERÍA

Apenas toma posesión del inmueble, lo hace reconstruir, lo agranda y le echa un segundo piso, previa notificación a su ocupante. En otras palabras, hace un condominio formado de dos casas en el mismo edificio.

Una de las casas será para el inquilino Cervantes y su comercio, en la planta baja, y la otra para Antonia, en la alta. Cervantes, por su parte, no se molesta con las obras; al contrario, colabora en su buena realización.

El palacete empieza a quedar sólida, fuerte y bellamente construido. Muchos dudan de que su nuevo propietario haya concebido y realizado personalmente la  remodelación; "pero  todo  tiene una explicación -dice Benítez-: el cura insurgente, cuando edificó esta casa en Valladolid, era ya un experto en el arte de la construcción y tenía conocimientos adquiridos en los inmuebles de los ricachones de su feligresía, quienes le consultaban cuando tenían que emprender alguna obra o la dejaban enteramente al cuidado y discreción del párroco. La tradición nos cuenta cómo el caudillo dirigió la iglesia de Nocupétaro, personalmente, trabajando en la construcción de la espadaña, y cómo también, personalmente, labró el púlpito de su curato".

El templo de Nocupétaro lo había hecho con amor, es cierto, y por eso, labrado su púlpito por el mismo Morelos con sus propias manos. El oficio lo había aprendido de su padre. Recuérdese que éste, además de maestro carpintero en Valladolid, había sido minero en San Luis Potosí. Allá, en las entrañas de la tierra, había aprendido a sostener firmemente los techos de los túneles y las galerías subterráneas. Estos conocimientos también se los transmitiría a su hijo. Por eso el templo levantado por éste, a la luz del candente y seco sol de la Tierra Caliente, había quedado tan sólidamente edificado en Nocupétaro, como las oscuras y húmedas galerías subterráneas de las minas de San Luis.

Los hacendados, complacidos con los conocimientos técnicos del nuevo cura, lo contrataron frecuentemente para que les dirigiera algunas obras. En una carta dirigida a su inquilino Cervantes, fechada el 5 de diciembre de 1803, Morelos se queja de que en la hacienda de El Canario "me salieron con que no pagan las mejoras de la hacienda que iba a fabricar, por lo que puede que no siga esta obra". Don José Mariano de la Piedra, el hacendado beneficiario, estrecharía posteriormente sus relaciones con su ingeniero-cura, de tal suerte que no sólo le pagaría generosamente las mejoras hechas en su propiedad, sino también lo haría su compadre. En 1810 sería uno de los primeros que formarían parte del naciente ejército nacional. En 1812 caería prisionero al romperse el sitio de Cuautla. Los caballeros de la Orden de Guadalupe tratarían de salvarle la vida; a él y a don Leonardo Bravo, el brazo fuerte del Caudillo -en esa época-, igualmente capturado en las cercanías de Cuautla; pero todo sería inútil. Condenados a muerte, ambos serían ejecutados en la ciudad de México.

En todo caso, los conocimientos de ingeniería del general le servirían para cavar trincheras, horadar túneles y erigir fortificaciones con eficacia y rapidez. Aún subsisten algunas. Las he visitado, abandonadas y en ruinas, en varios cerros alrededor de Acapulco; sobre todo, en el llamado "fuerte de Morelos", desde donde sus guarniciones amagaron a la fortaleza de San Diego durante más de dos años, antes de su asalto definitivo; ruinas ya casi totalmente devoradas ya por el tiempo y por la gran mancha urbana.

 3. LA DIFÍCIL HERMANA

De nada ha servido que el cura haya adquirido ese palacete en Valladolid, ni que lo haya agrandado y embellecido. María Antonia, su hermana, se niega a abandonar Nocupétaro. Probablemente sigue las recomendaciones de su madre doña Juana antes de morir. No dejará solo al cura. No lo descuidará. No se irá del pueblo a la ciudad, a menos que él lo haga. En 1801, año en que su hermano compra la casona en la capital, ella decide no moverse de Nocupétaro. En 1802, el nombre de María Antonia aparece todavía en los censos levantados por el cura. En 1803 aún está allí.

Morelos no sabe cómo convencerla de que se vaya y tome posesión de la casa que ha adquirido y reedificado para ella. Le recuerda que a pesar de sus 29 años todavía es doncella. Necesita regresar a la ciudad. Pero ella no cede. Entonces, le comunica que él fijará su residencia en Valladolid. Al sospechar un ardid, Antonia protesta; nada de eso. Pero él prosigue: en lo sucesivo, él tendrá que pasar varios meses allá y otros tantos en Nocupétaro. Necesita en Valladolid a alguien como ella para que atienda su casa y sus asuntos. Le suplica que lo ayude y le obedezca. A regañadientes, la difícil Antonia lo hace.

Los hermanos viajan a la capital. Se hacen los arreglos finales a la planta alta para que la reducida familia Morelos empiece a habitarla permanentemente. Al conocer el amplio y bello inmueble, Antonia queda encantada y le da el toque femenino. Varias semanas después el cura regresa a la Tierra Caliente. Ella se queda atendiendo en la hermosa ciudad varios asuntos que le encarga él. A partir de entonces, vivirá allí -que es lo que quería el cura- y sólo de vez en cuando bajará a Nocupétaro; en cambio, él la visitará con frecuencia y regularidad.

4. ANTONIA Y MIGUEL

Mientras tanto, don Miguel Cervantes, el socio y amigo de Morelos, visita a doña Antonia y le ofrece su ayuda. Al poco tiempo, ocurre lo inevitable: la requiere de amores. Ella, por supuesto, lo rechaza. Así lo ha hecho con todos sus pretendientes desde los 15 años de edad: es especialista en la materia. Pero don Miguel no es un impaciente jovenzuelo sino un hombre maduro y prudente. No se da por vencido al primero ni al segundo ni a los siguientes rechazos. Espera a que el fruto maduro caiga por su propio peso.

Ella también empieza a hacer negocios. Su amoroso vecino la asesora y la hace prosperar. La recia doncella cambia de actitud y empieza a verlo con buenos ojos. Al año siguiente -1804- él le vuelve a confesar sus sentimientos y, para su sorpresa, su vecina los acepta. Se lo informan al cura. Ya era hora. Ella tiene 30 años de edad. Su hermano bendice el compromiso.

Formalizadas sus relaciones, Miguel pide su mano en 1805 y se asombra nuevamente al escuchar que ella se la concede; pero no ese año sino el siguiente. El señor Cervantes, que tiene una paciencia digna de Job, decide esperar el tiempo solicitado. Al saber lo anterior, el Bachiller Morelos mueve la cabeza de un lado a otro con escepticismo y suspira profundamente. Conoce a su hermana y presiente que todo es una treta para hacer perder tiempo y desanimar al pretendiente. Ya lo hecho con otros.

Mientras tanto, el señor Cervantes la sigue asesorando en los negocios y, lo que es mejor todavía, la hace ganar más dinero. Al año siguiente -1806-, le ratifica su oferta de matrimonio y la pretendida le da otra vez el sí; pero, para probar la verdad de sus sentimientos, le pide que deje pasar un año más. Miguel tiene que resignarse. No le queda otra; pero no se desanima. No lo hará perder la pelea. Nueva espera. Un año más. En 1807, don Miguel le vuelve a hacer su proposición. Y le es aceptada, pero otra vez pospuesta...

"Así hubiera continuado quizá indefinidamente -dice Benítez- hasta que un día, sin decir palabra, Cervantes cerró la tienda, montó a caballo y desapareció de Valladolid, yéndose de incógnito a conferenciar con el cura, a quien explicó los temores que tenía de que doña Antonia, por tercera vez, no cumpliera su ofrecimiento".

Morelos seguramente rió para sus adentros al escuchar la queja de don Miguel y decidió ayudar, no tanto a su inquilino cuanto a su propia hermana Antonia. Sin decirle nada, tomó un papel y mojó la pluma. El, que era experto -según se recordará- en "habilitar ad pretendum debitur y revalidar matrimonios in foro conscientae", escribe una sugestiva nota a su viejo amigo don Fernando Campuzano, oficial mayor de la Secretaría Capitular de la mitra, en Valladolid, en la que le ruega en términos claros y no menos equívocos que "en forma urgente lleve a término el matrimonio". Al no decirle nada más, parece decírselo todo. Mete el papel en sobre lacrado y, sin enterarlo de su contenido, despacha al comerciante de regreso y le pide que lo lleve a su destinatario.

La nota de referencia produce el esperado efecto. Al leerla, pasan rápidamente por la mente de Campuzano toda clase de ideas, las lógicas y las ilógicas. ¡Lo que ocasiona la cercanía y la vecindad! ¡Don Miguel, tan prudente! ¡Y la hermana del cura! ¡Qué escándalo! ¿Por qué la urgencia? ¿Está doña Antonia embarazada?

"Apenas estaba de regreso en la ciudad el señor Cervantes -dice Benítez- cuando doña Antonia fue llamada de la metropolitana y, con gran sorpresa de su parte, recibió la notificación de que dos días después, sin excusa ni pretexto, tendría que contraer matrimonio con su vecino, el comerciante guanajuatense".

Y así, el 12 de abril de 1807, el matrimonio se celebra con dispensa de trámites en la catedral de Valladolid. El dice tener 50 años de edad, y ella, confundida y nerviosa, 31. En realidad tiene 33. ¡Olvidos de mujer...!

 5. DONACIÓN, CARGAS Y DEUDAS

Transcurren siete, ocho, nueve meses. Para asombro de Campuzano, la señora Antonia sigue tan esbelta como cuando contrajo matrimonio. Sólo un año después de la boda, en marzo o abril de 1808, quien se entera de que la dama acaba de quedar embarazada es el clérigo Morelos. Al saberlo, se pone de acuerdo con su hermano Nicolás -a quien por cierto se ha llevado a Nocupétaro- paara darle una sorpresa. Ambos resuelven hacerle un regalo, no a su hermana sino a la mamá del futuro bebé, sea éste varón o hembra.

El obsequio consiste en ceder a Antonia lo derechos de propiedad de ambos sobre un solar que tienen en Valladolid, a la orilla del río Guayangareo, "por la calle que baja del mesón de San Agustín", así como de unos jacales situados en el mismo lugar -herencia de su madre-, "para que la expresada nuestra hermana doña María Antonia pueda gozar y usar de este solar y jacales a su arbitrio y sin dependencia nuestra ni de nuestros descendientes o ascendientes".

Los hermanos Morelos formalizan la cesión ante notario el 20 de junio de 1808. El 15 de octubre siguiente, dieciocho meses después de la boda -para sorpresa de Campuzano- y cuatro de este acto, llega al mundo la niña María Teresa Cervantes Morelos...

6. SAQUEO Y CONFISCACIÓN

Antonia y su esposo Miguel Cervantes, así como la hija de ambos María Teresa, seguirán viviendo en esa casa hasta 1811, en que irrumpen violentamente en Valladolid las tropas realistas al mando del teniente coronel don Torcuato Trujillo. Entonces, la casa es saqueada y destechada, sus puertas y ventanas arrancadas, y sus moradores expulsados. El 27 de marzo de ese año, al hacer la relación de los muebles que existían en ella -embargados por el gobierno colonial- don Miguel Cervantes presentará sólo unos cuantos. Los demás habían sido robados.

Entre los bienes salvados al saqueo, estarán una cama con dos bancos, una cabecera pintada de verde, y varios libros, de los que después se hablará; faltando en cambio muchas otras cosas; por ejemplo: un par de zapatos nuevos para hombre, un cepillo para ropa, un crucifijo, una almohada y otras cosas personales, así como un nicho de madera fina con sus vidrieras y la imagen de San Francisco, en cera, que iba en su interior; una cruz con reliquias preciosas; otro nicho de Nuestra Señora del Tránsito; otro de San Juan Nepomuceno; un cuadro de San Francisco de Asís, en madera fina; otro de Nuestra Señora de la Luz, y el último de Nuestra Señora de Belén.

Faltarán además 20 sillas de paja, 8 mesas de diferentes dimensiones, numerosos bancos de cama con sus correspondientes tablas, 33 rejas de madera fina y, por último, 2 costales de yeso, una canoa de cal, 4 pisones para aplanar tierra, 4 hojas para blanquear, 2 bateítas para mezcla, 4 vigas de pino y 16 trozos de madera fina, etc., pues se estaban haciendo pequeñas obras de mantenimiento.

El inventario de referencia se presenta el mes de marzo, no siendo firmado de recibido sino hasta casi tres meses después, el 3 de julio de 1811; mientras el propietario del inmueble y de los muebles, en calidad de Capitán General del Sur, se encontraba en su cuartel general de Tixtla, y Antonia, su marido don Miguel y su hija María Teresa, en la cercana Zindurio -cerecana a Valladolid-, refugiados en la casa de su hermano Nicolás.

Tres años después, en octubre de 1814, Miguel, Antonia, Teresa y Nicolás se irán a Apatzingán, al lado del general Morelos, para asistir a la jura del Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana.

Es la última vez que se verá reunida a la familia...

 

X. El idilio prohibido

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XII. Hombre de negocios


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