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XII. HOMBRE DE NEGOCIOS 1. EL COMERCIO Si su curato le produce escasamente 200 pesos al año, ¿de dónde obtiene "los reales" para levantar un templo en Nocupétaro "de su propio peculio"? ¿Comprar una gran casa de cantera rosa en Valladollid? ¿Convertirla en un severo palacio? ¿Edificar un cementerio en Nocupétaro pagado por él mismo? ¿Sostener varias casas: la de su hermana Antonia, en Valladolid, y las de él mismo -la de Brígida, su sucesora y la suya- en la Tierra Caliente? ¿Que hace? ¿No incluso la mitad de su curato es improductivo, debido a la resistencia de los indios de Carácuaro para cubrir sus obvenciones? ¿Y a la separación de facto de las haciendas de Cutzián y Santa Cruz? Entonces, ¿cómo cubre sus gastos? Ya se adelantó la respuesta en las páginas anteriores: se dedica a otras actividades lucrativas y se administra a sí mismo notablemente. Además de constructor, se mete de lleno en los negocios. Cedamos el relato a Herrejón Peredo: "Echó mano de su ingenio y de las experiencias de Tahuejo -dice- y comprendió que el comercio era un medio a su alcance para obtener buenos ingresos y proporcionárselos también a los productores de su feligresía". Miguel Cervantes se convierte en el necesario contacto para recibir y vender en Valladolid los productos de la Tierra Caliente. "De paso -continúa Herrejón- el tal Cervantes figuraba como el comerciante, pues a los clérigos les estaba vedado este oficio. Y aunque la mitra se diera cuenta de todo, lo aprobaba tácitamente, pues se trataba de un precepto eclesiástico excusable cuando había justa causa, siempre que el clérigo no desatendiese sus obligaciones. Morelos, pues, organizó un equipo de arrieros con los cuales mandaba granos, aguardiente y ganado, en tanto que Cervantes le remitía telas, herrajes y otros enseres conseguibles en los almacenes de Valladolid, particularmente en la tienda de don Isidro Huarte, mercader preferido de Morelos para sus operaciones". Sus negocios los inicia, probablemente, al poco tiempo de ser nombrado cura propietario de Carácuaro; es decir, a mediados de 1800. Meses más tarde, el encuentro con Cervantes resulta fundamental. Este comerciante, paciente y bonachón, recibe de la Tierra Caliente cereales y ganado, y envía a su socio terracalenteño, ropa, abarrotes, telas y aún joyas. Al principio, es él quien orienta las actividades mercantiles; pero después de un tiempo, el ingeniero Morelos se apodera de la iniciativa. Benítez señala algunos de los rasgos del comerciante eclesiástico, deducidas de sus cartas de negocios. De acuerdo con éstas, es organizado y generoso; sus cuentas particulares las lleva separadas de las de la parroquia; dispone que se hagan regalos de sus propias mercancías a los sirvientes que trabajan para él, y el transporte de los bienes mercantiles se hace en recuas de su propiedad y con arrieros exclusivamente a su servicio. Es probable -dicho sea de paso- que el historiador Bustamante haya confundido al propietario de recuas de Nocupétaro -el transporte de carga de la época- con el supuesto arriero de Apatzingán, y haya hecho nacer la leyenda de la arriería de su juventud... 2. LA PROSPERIDAD DEL CURA De acuerdo con una de las cartas que Morelos envía a su inquilino, amigo, socio y cuñado Cervantes, sábese que el acarreo de su ganado de Nocupétaro a Valladolid se hace en doce días, a paso de bestia; que envía remesas de treinta toros y ocho vacas; que los toros, puestos en su destino, le salen a nueve pesos, y las vacas y novillos, a once -cada uno- incluyendo gastos. Estos datos permiten inferir la cuantía de uno de sus negocios. La inversión que hace es de 358 pesos en total. Supongamos una ganancia conservadora y razonable del 20 por ciento. El comprador pagará 465 pesos por el ganado puesto en sus corrales de Valladolid. Las dos partes -comprador y vendedor- obtendrán beneficios. La ganancia neta para el vendedor de Nocupétaro será de 71 pesos con 60 centavos. Acordemos que va a medias con su socio Cervantes. Habrá ganado 35 pesos 80 centavos. En un solo negocio obtendrá lo doble que lo que le reporta en un mes su propio curato. Si hace una operación, al mes, solo una, ganará 429 pesos 60 centavos al año. Pero no hace una operación sino varias. Y no sólo con ganado sino también con semillas. Y, de vez en cuando con aguardiente. Por otra parte, el tráfico mercantil se lleva a cabo no sólo en un sentido sino en dos: de la Tierra Caliente a Valladolid y a la inversa. Sus ingresos, por consiguiente, alcanzan -por lo menos- el doble: 880 pesos al año, en números redondos. Ahora bien, el comercio tiene altibajos. Hay pérdidas de mercancías por deterioro, hurto o descuido. En una de sus cartas a Cervantes, por ejemplo, habla de "un gran equívoco". Según la factura, "don Miguel Madrazo -uno de sus proveedores- puso 41 piezas de manta, y no son más que 22; puso 8 docenas de frazadas, y no son más que 2". El tal Madrazo, pues, era medio tramposo. Por eso el comerciante Morelos pide a su socio que vea "cómo se le puede componer el ojo a la tuerta". Y hay no sólo pérdidas. A veces, la situación es mala y las ventas difíciles. Hay que castigar los precios. En ocasiones, inclusive, los gastos aumentan y las ganancias disminuyen. Hay que rentar, mientras se encuentra comprador, corrales para el ganado y bodegas para las semillas. "Me solicitará usted -dice a su cuñado- un corral seguro, alquilado". Aún así, el negocio es noble. No quita, da. En las peores condiciones, el hombre de negocios va sobre seguro. "Vamos a ver -dice optimista- lo que se puede ganar". Apliquemos un porcentaje de las ganancias a pérdidas de bienes, rebajas de precio y aumentos de costos. Un 10 por ciento de la cifra total anual. A pesar de ello, quedará una ganancia de casi 775 pesos al año. Sólo de asuntos mercantiles. Pero, además de éstos, tiene ingresos por sus obras de construcción, que no son de ningún modo despreciables. Y no hay que olvidar el alquiler de la parte comercial de su casona en Valladolid. Y los productos de su rancho La Concepción, en la Tierra Caliente, que también ha comprado en esos años, llamado así probablemente porque allí dio a luz Brígida a Juan Nepomuceno. Y, en fin, los beneficios de su curato. Según esto, percibe conservadoramente 1,000 pesos al año. En el peor de los casos, gana lo suficiente para pagar su casa en dos años y convertirla en otros tantos en ese palacete de dos pisos. ¿Cuánto le cuestan dichas mejoras y ampliaciones? Podríase calcular, por lo menos, una cantidad equivalente a su precio inicial, que había sido de 1,830 pesos. Gana también lo suficiente para construir una iglesia "de su propio peculio"; hacer un cementerio; sostener las casas de los suyos; edificar y dar casas al sacristán y al campanero; hacer obsequios a sus ahijadas; ser espléndido con sus sirvientes y, lo que es más importante, pagar sus deudas. En octubre de 1810 escribe a su "estimado hermano", como llama al señor Cervantes, lo siguiente: "Tengo un buen rancho y estoy poniendo cría de puercos con el fin de engorda". Lo invita, además, a participar en el negocio con 200 pesos; pero un mes más tarde, el 10 de noviembre siguiente, después de entrevistarse con el Maestro Hidalgo, pide a su "distinguido compadre" don Francisco Díaz de Velasco -poderoso hacendado de la región- que venda el rancho para pagar la suma de 300 pesos -tomada por uno de sus hombres a la caja de la comunidad de indios de Carácuaro-, y que lo sobrante "lo reparta por igual -escribe el héroe- entre mis dos ahijadas, María y Guadalupe". Ese rancho le había costado, por lo menos, 1,000 pesos; quizá más... 3. SUJETO DE CRÉDITO Sus ingresos le permiten dar dinero a su hermana Antonia a fin de que ésta haga negocios por su cuenta. Existen registros de que le regala 1,000 pesos para que viva de sus intereses, a razón del 5 por ciento anual. Esto significa un ingreso de más de 4 pesos mensuales, que debe sumarse a la mesada que le da regularmente. Es probable que, con el tiempo, le haga otros regalos de este tipo para que, con los réditos, pueda vivir con holgura en la gran ciudad, aunque él llegue a ausentarse temporal o definitivamente. Ella necesita, como máximo, de 25 a 30 pesos mensuales para lograrlo, sin trabajar. Un capital de 6 a 7 mil pesos podría reportárselos. Pero ella es fuerte. Le gusta vivir no sólo de sus réditos sino también de su propio trabajo y cede no pocas veces -debilidad de familia- a la tentación de arriesgar lo que tiene para aumentar sus ingresos. A su padre le gustaba jugar. El 15 de marzo de 1805, por ejemplo, la dama presta 1,000 pesos a la hermana del cura don Vicente Rojas "para que los comercie, a medias de utilidades, en una tienda de pulpería", según el contrato transcrito por Benítez; es decir, para que los invierta en una tienda de abarrotes con el cincuenta por ciento de las ganancias. Parece que le va bien, muy bien. Al poco tiempo, diversifica sus inversiones y empieza a otorgar créditos. Le presta 200 pesos a su propio hermano, el cura Morelos, que él ofrece pagarle en junio de ese mismo año; préstamo que le refrenda no una vez, sino varias, y que le es pagado siempre con sus correspondientes intereses. Asesorada adecuadamente -todavía doncella- por su pretendiente Cervantes, tiene recursos para adquirir joyas y enviarlas a Nocupétaro; joyas que, según Morelos, "todavía no han encontrado marchante". Todavía no, pero lo encontrarán. Todo el dinero que juega -invierte- en sus transacciones procede, en principio, de su hermano; después, de sus propias ganancias, y mucho más tarde, de su esposo. El cura, por su parte, al prosperar en sus negocios, se convierte en un buen sujeto de crédito. Le prestan. Uno de nuestros queridos historiadores se muestra preocupado porque recurre a los préstamos. Lemoine se angustia y se alarma. Le prestan porque ¡no tiene dinero! Es exactamente lo contrario. Le prestan porque tiene dinero y, mejor que eso, el potencial para hacerlo. Los banqueros difícilmente se equivocan (salvo los mexicanos de la última década del siglo XX). Los créditos más grandes giran alrededor de su gran casa, en Valladolid. A principios de 1810, el cura de Carácuaro debe a don Pascual de Alsúa, yerno de don Isidro Huarte y vecino de Valladolid (quizá a consecuencia de las obras o de sus operaciones mercantiles) la cantidad de 673 pesos, 6 reales y 4 granos. En mayo de ese mismo año, pedirá al potentado otros 326 pesos para completar un préstamo de 1,000 pesos, dejando su casa en garantía hipotecaria. Desconócese el uso que le da a estos 326 pesos. O los invierte en sus negocios o termina de pagar su rancho La Concepción, en Nocupétaro, que destina a la cría de ganado; adquirido quizá para Brígida por razones sentimentales y probablemente, se repite, por haber vivido allí los últimos meses de su embarazo y dado a luz a Juan Nepomuceno. La naturaleza de sus negocios y sus créditos han confundido a sus biógrafos. Lo han pintado -el mismo Lemoine- como un cura avaro y burgués. Es pequeño-burgués y cura, pero no avaro. Al contrario. Es espléndido y generoso. Da con largueza porque tiene para dar. En todas sus andanzas se le ve pródigo, pero no desordenado; desprendido con todos: amigos, socios, compadres, empleados, sirvientes y familiares, pero no manirroto. A veces renuncia a otros ingresos porque tiene con qué suplirlos. Y de sobra. Tal es una de las razones secundarias por la que se permite "renunciar" a la mitad de su curato -las haciendas de las Solórzano- aunque sus superiores no lo autoricen. Y a la herencia de su madre en favor de su hermana. Y a la tasación de los indios de Carácuaro en beneficio de éstos. Y a la herencia de su capellanía -como se verá a continuación- en favor de su primo. Y a quién sabe cuántas cosas más. En todo caso, al colgar la sotana para calzar las botas de campaña, no dejará deudas. El préstamo de 1,000 pesos sobre su casa es lo único que no pagará. No tendrá tiempo para ello. La casa quedará hipotecada y así permanecerá hasta serle confiscada. Pero la cuenta de todos modos será saldada. Al ser rematada, muchos años después, se deducirá del precio total la suma hipotecada y ésta será entregada a su acreedor, quien se dará por pagado con todo e intereses. Por lo pronto, parece extraño y contradictorio; pero no es su curato quien lo sostiene. Es él quien sostiene al curato...
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