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VI. El presbítero 1. AMPLIACIÓN DE SUS LICENCIAS Poco tiempo después, el diácono Morelos solicita a la mitra que sus
licencias para "celebrar, confesar y predicar" en el curato de
Uruapan se las amplíen a los curatos circunvecinos "y a donde haya
necesidad", así como "la facultad de habilitar ad pretendum debitur -son sus términos- y revalidar matrimonios in foro conscientiae". El 30 de
marzo de 1797 se atiende su pedimento y se le extienden las licencias solicitadas
a los curatos vecinos, "previo permiso del cura de su adscripción". El nuevo paso a dar -el último en este camino- será el de su admisión
al orden del presbiterado. Esta palabra, presbítero, en griego, significa el
más viejo, el más anciano, el más prudente, el más sabio. En su acepción
latina, es el hombre dedicado a lo sagrado; a hacer, celebrar u ofrecer
sacrificios a la divinidad. Según el rito de la iglesia romana, es aquél que
recibe la gracia que comunica el poder de consagrar el cuerpo y la sangre de
Cristo. El presbítero tiene también otros poderes o facultades, como los de
bendecir, presidir, predicar, bautizar y, sobre todo, absolver los pecados. 2. EL ORDEN DEL PRESBITERADO Los requisitos para alcanzar el presbiterado son los de tener buena
conducta; haber recibido el orden inferior -de diácono-, acreditar 24 años de
edad y haber cursado, por lo menos, la mitad del cuarto año de Teología. Todos
los satisface. Es por ello que en agosto de 1797, "el Bachiller don José
María Morelos -según su propia letra- clérigo diácono de este obispado,
preceptor de Gramática y Retórica en el pueblo de San Francisco Uruapan y
vecino de esta capital", expresa al obispo de Michoacán que, habiéndose
convocado a la celebración de órdenes por medio del edicto respectivo, y
tomando en cuenta además que "concurren en su persona las circunstancias
requisitas", solicita y suplica "a la superior bondad de Vuestra
Señoría Ilustrísima, se digne admitirme al sacro presbiterado, bajo el título
de administración de los santos sacramentos". A la solicitud anterior adjunta su título de diácono, la certificación
del párroco de Uruapan en la que hace constar que ha cumplido con las licencias
que el propio obispo le concediera, así como la del grado de sus estudios
teológicos. Pide al mismo tiempo que libren las publicatas de estilo sobre su vida
y costumbres, que deben ser pregonadas en Uruapan, "en donde declaro sólo
haber residido". El obispo San Miguel recibe la solicitud firmada por Morelos, la
acuerda el 16 de agosto y da instrucciones a don Fernando de Campuzano, notario
oficial mayor del obispado, que libre el despacho respectivo al cura de Uruapan
para que publique las pretensiones del aspirante. El señor Campuzano -quien ya nos es conocido- en cumplimiento de lo
ordenado, dispone que durante tres días festivos inter missarum solemnia se hagan las amonestaciones de ley,
"para que si alguna persona supiera tenga algún impedimento, lo manifieste
bajo pena de excomunión mayor". El Bachiller Nicolás Santiago de Herrera -quien también nos es
familiar- hace las amonestaciones de referencia, en Uruapan, los días 27, 28 y
30 de ese mismo mes de agosto de 1797. "Y de las publicatas -informa- no
ha resultado impedimento alguno que obstaculice su pretensión". Firma el
31 de agosto. Luego entonces, las tentaciones de Uruapan no han sido lo
suficientemente fuertes para desviar al clérigo-seminarista de su supremo
objetivo. Ahora, será necesario someterse a los exámenes de estilo, así como a
los ejercicios espirituales respectivos durante nueve días. El viejo y tembloroso obispo examina meticulosamente todas las
constancias que obran en el expediente del solicitante, sin que note en ellas
irregularidad alguna. En cuanto a la edad, tiene más que la suficiente: 32
años. Por lo que se refiere a los estudios, está por concluir el cuarto año de
Teología. Ha alcanzado dicho nivel en escasos dos años y medio. En relación con
sus virtudes, el aspirante las tiene todas; pero "debe brillar la
caridad", dicen los cánones, y en él resplandece. 3. DILACIÓN INESPERADA Al consultar el asunto con sus consejeros, alguno de ellos -¿Abad y
Queipo?- objeta que el aspirante no ha concluido sus estudios teológicos. Nadie
arguye que sea un ignorante, como no se cansan de repetir sus biógrafos. Ni
siquiera lo hace Abad y Queipo. Los cánones 974 y 1,363 exigen para su
ordenación, entre otras cosas, "ciencia necesaria", que consiste en
un mínimo de dos años de Filosofía y cuatro de Teología. El candidato ha hecho
lo primero en forma brillante, en casi tres años, y está por terminar -en un
tiempo menor al requerido- lo segundo. Más tarde, el fiscal del Santo Oficio
rechazará el argumento del defensor -de oficio- del acusado que, no
ocurriéndosele otro para exculpar su proceder político, atribuyó ignorancia a
su defenso. "No puede atribuirse ignorancia -corrigió el fiscal- a una
persona que ha estudiado la Ciencia Moral bastante para recibir órdenes y
obtener curato en oposición". Los canónigos de Valladolid que examinan la solicitud de Morelos -a ruego
del obispo- no objetan, pues, que éste carezca de "la ciencia
necesaria", sino únicamente que no ha terminado sus estudios teológicos.
Y, aunque saben que el obispo tiene poderes, de acuerdo con los cánones, para
ordenarlo presbítero aún sin tal requisito, en las presentes circunstancias
recomiendan una prudente espera hasta que los concluya. El anciano fray Antonio de San Miguel, recelando una trampa puesta al
aspirante, pulsa las objeciones de sus canónigos y cede a su recomendación.
Después de todo, no falta mucho para que el diácono Morelos los finalice. En
lugar de regresarlo a Uruapan, lo retiene en Valladolid y lo interna en el
Seminario. A esperar, pues, el finiquito académico del candidato. Lo hará
cuatro meses después, previos los exámenes especiales a los que es sometido por
orden del obispo. 4. LA CAPELLANÍA Mientras el aspirante se concentra en sus lecturas teológicas en el
Seminario de Valladolid, el tribunal de testamentos, capellanías y obras pías,
a cargo del licenciado don Manuel Abad y Queipo, declara vacante la capellanía
de don Pedro Pérez Pavón, bisabuelo de Morelos, y convoca a los descendientes
indirectos de los hermanos del fundador de la herencia que se crean con derecho
a reclamarla, no así a sus descendientes directos, entre ellos a Morelos. Se ignoran las causas por las cuales el tercer capellán Joaquín
Rodríguez Carnero, quien ha usufructuado las mermadas rentas de la herencia
desde 1792, las ha perdido; aunque no es difícil adivinarlas. El beneficiario
ha resultado más lento y torpe de lo previsto. A pesar de los cinco años transcurridos -desde que el juez Abad y
Queipo fallara a favor de su protegido- el diácono Morelos, además de sus
estudios medios en San Nicolás, ha terminado los universitarios en el
Seminario; se ha graduado Bachiller en Artes y ha avanzado en los órdenes
eclesiásticos hasta casi concluirlos. En cambio, el bueno de Joaquín todavía
está haciendo sus estudios de Gramática a nivel de "mínimos y
menores". Se ignora también por qué el juez llama únicamente a los descendientes
de los hermanos del fundador de la herencia, esto es, a los descendientes
transversales o indirectos, y no a los directos, entre los cuales se encuentra
Morelos; pero tampoco es difícil suponerlo. Abad y Queipo, obsesionado con sus
problemas existenciales, lo está por consiguiente con los pecados de los padres
que engendran descendencia fuera de matrimonio. Al odiar a los padres de hijos
ilegítimos, entre ellos a su propio padre, necesariamente odia también al
bisabuelo de Morelos. Por eso cita únicamente a los descendientes legítimos. La señora Juana María Pavón, indignada, se percata de la convocatoria
y, al presentar su reclamación ante el tribunal en nombre de su hijo, regaña
acremente al juez. Doña Juana le exige que cumpla con con la última voluntad
del testador y, consecuentemente, con la ley. Impugna resueltamente su decisión
de llamar únicamente a los descendientes de los hermanos del fundador de la
herencia, omitiendo convocar a los suyos propios, independientemente de su
legitimidad o ilegitimidad; argumenta a favor de éstos, es decir, de su hijo;
señala las fallas de los demás, y concluye su alegato solicitando que se dicte
resolución conforme a Derecho, o sea, a favor de Morelos. "Ya se ha dicho y afirmado bastante -reclama la señora- que el
llamamiento de capellanes en los hijos y descendientes de los hermanos del
fundador, no excluye a los descendientes en línea directa. Por lo mismo, el
descendiente directo (aunque sea ilegítimo) debe preferirse en capellanía a los
transversales". Por otra parte, el fundador del legado -agrega- nunca
exigió que sus descendientes fueran legítimos, sino próximos y directos a él, y
además, que se inclinaran a los estudios y a la vida religiosa. El testamento
ordena que se prefiera "el mayor al menor, el hijo de varón al de
hembra y el mas próximo al más remoto".
Esto es lo que debe tomarse en cuenta. Morelos es el descendiente más directo.
Y el más próximo. Y el único además que ha proseguido sus estudios
eclesiásticos. Doña Juana María, pues, da al inmoral juez una lección de moral
y le exige no sólo que admita a su propia línea familiar en el concurso, sino
también que otorgue la capellanía a su hijo, casi presbítero, porque lo merece
y tiene derecho a ello. El vapuleado juez, por lo pronto, se ve obligado a
admitir la demanda. Gracias a la oportuna intervención de la dama, las tres ramas de la
familia Pérez Pavón vuelven a encontrarse en el foro judicial otra vez: la del
descendiente directo del testador don Pedro Pérez Pavón, en la persona de don
José María Morelos, de 32 años de edad; la de los descendientes de la hermana
del testador, doña María Pérez Pavón, en la del tercer capellán Joaquín
Rodríguez Carnero, de 21 años -quien habiendo perdido la herencia la vuelve a
reclamar- y la de los descendientes del hermano del testador, don Sebastián
Pérez Pavón, en la de José Ignacio Martínez Conejo, de apenas 6 años, hijo a su
vez del que fuera segundo capellán don Antonio Conejo, de Pátzcuaro, primo de
doña Juana. Mientras tanto, la madre de Morelos enfatiza la necesidad de que se
tome en cuenta el segundo elemento exigido por el testador: el relativo a los
estudios. Morelos ha tenido éxito en ellos, no así Joaquín Rodríguez, quien por
haberlos suspendido había perdido la capellanía, y menos Martínez Conejo, quien
por su corta edad apenas los iba a iniciar. Por eso, la señora insiste: "A más de esto, tenemos que el piadoso
instituyente quiso beneficiar a aquel de sus parientes que se hallase con más
proximidad a ordenar. Esta proximidad -tan recomendada por el fundador- está
toda de parte del Bachiller Morelos y Pavón, pues mediante su aptitud logra en
el día -a más de otros requisitos- el sagrado orden del diácono e inmediato a
obtener el de presbítero, al que está presentado y admitido". Esta condición
lo sitúa por encima de sus contendientes. "Ninguna de estas circunstancias
-prosigue la dama- concurre en los coopositores Rodríguez y Conejo; porque el
primero, en más de 21 años de edad que cuenta, se halla tan a los principios
que aún no sabe Gramática, y el segundo, en 6 años de edad que tiene, apenas
debe suponerse capaz sólo para entrar a la escuela". Y reitera:
"Sobre estos pretendientes consanguíneos transversales en cuarto grado del
fundador, mi hijo, como que procede de la línea recta, les debe preferir". La dama alcanzará a ver a su hijo convertido en presbítero, no en
capellán. La sentencia no se dicta de inmediato, sino hasta el año siguiente.
No será favorable a Morelos ni a su pequeño primo Ignacio Conejo. El juez Abad
y Queipo volverá a conceder otra oportunidad al lento de Joaquín Carnero.
Continuará éste siendo tercer capellán. Morelos, postrado en cama, en un rincón
olvidado de Michoacán, se enterará de la noticia en condiciones dramáticas. Ya
llegaremos a ello... 5. SOLICITUD APROBADA Cuatro meses después de estos sucesos, el diácono Morelos concluye sus
cursos de Teología a satisfacción del sistema episcopal. Al saberlo, el
tembloroso obispo fray Antonio de San Miguel ordena, con fecha 20 de diciembre,
que se vuelva a poner en sus manos su expediente. Revisa con especial cuidado
los antecedentes del caso y lee los documentos respectivos una y otra vez, por
lo cual resuelve: "Vistas estas diligencias y en atención a que no ha
resultado impedimento alguno, las aprobamos y las damos por bastantes". El obispo da fe de "constarnos su idoneidad y suficiencia,
mediante examen al que le remitimos, haber tenido ejercicios espirituales y
hallarse con los demás requisitos que dispone el Santo Concilio de
Trento". Por consiguiente, "póngase en matrícula -ordena- y hágasele
saber que comparezca a recibir los órdenes solicitados, el día en que los
celebremos". Así lo dispone el obispo de Michoacán, "ante mí",
el Notario Campuzano, funcionario que, por cierto, celebra en su fuero interno
la resolución que favorece a su amigo el aspirante. La ceremonia de ordenación se lleva a cabo al día siguiente, jueves 21
de diciembre de 1797, tres días antes de Nochebuena, en el oratorio del palacio
episcopal de Valladolid. Ese día, el prelado, "mi Señor -dice el
secretario Santiago de Camiña- celebró órdenes mayores" para confirmar al
presbiterado a 36 aspirantes, en cuya lista el nombre de Morelos aparece en
diecinueveavo lugar. Hidalgo y Costilla había tardado cuatro años y medio en
adquirir este título, bien que a los 25 de edad. Morelos, a los 32, lo ha
alcanzado en menos de tres. En dicho acto, por cierto, además de otros
solicitantes de Valladolid, Maravatío, Tzintzuntzan, Santa Clara, La Piedad y
Zacatecas, se presenta, en dieciseisavo lugar, el Bachiller zamorano don José
Sixto Verduzco, cinco años menor que Morelos y aspirante, como éste, al mismo
grado del presbiterado. 6. JOSÉ SIXTO VERDUZCO Verduzco obtendría más tarde el doctorado en Teología, sería
catedrático en esa materia en San Nicolás y llegaría a ser rector de la misma
institución; cura de Tuzantla; delegado de Morelos a la asamblea de jefes y
oficiales insurgentes convocada a Zitácuaro por el licenciado don Ignacio López
Rayón, en agosto de 1811, para formar un nuevo gobierno nacional; tercer vocal
de la Suprema Junta Nacional Americana presidida por el mismo López Rayón, y
tercer capitán general de los ejércitos americanos -de los cuatro que habría
con ese grado- de 1811 a 1813; diputado propietario por la provincia de
Michoacán (Valladolid) al Congreso Constituyente instalado en Chilpancingo, en
septiembre de 1813, y suscriptor, en calidad de diputado por la misma
provincia, de la Constitución de Apatzingán, en octubre de 1814. Verduzco ganaría pronto la admiración y el respeto de Morelos. Antes de
la "insurrección", por haber logrado lo que él mismo aspirara sin
éxito: su título doctoral en Teología y su brillante carrera académica en San
Nicolás. Y después de ella, por su acrisolada lealtad. Su apreciado amigo, el
rector Verduzco, merecería su confianza, su representación y su voto en los
asuntos políticos de mayor trascendencia nacional, y éste, a su vez, siempre
respondería a Morelos con honor, lealtad y dignidad. El general Verduzco sería uno de tantos jefes solitarios que
proseguirían tenazmente la lucha por la causa hasta que, a fines de 1817,
caería en manos de sus enemigos. Enclaustrado en las cárceles secretas de la
Inquisición -y en las de San Fernando- beneficiaríase tres años después del
indulto general decretado por las Cortes españolas, yéndose a radicar a la
Zamora de Michoacán, su tierra natal. Consumada la Independencia, rechazaría
participar en el movimiento dirigido por don Agustín de Iturbide, por
considerar que había sido enemigo cruel de las fuerzas nacionales durante la
época de la insurgencia. Al proclamarse la República, sería diputado y senador
por Michoacán y luego por San Luis Potosí, muriendo a la respetable edad de
sesenta años en la ciudad de México. 7. CEREMONIA DE ORDENACIÓN Morelos no olvidará nunca la solemnidad de la ceremonia para recibir el título de presbítero. En este caso, como en el de los órdenes anteriores, se le advierte previamente el grave significado de su compromiso, en caso de que acepte ser ordenado. Al escuchar su nombre, por segunda vez, en la voz del obispo, en diecinueveavo lugar, nuestro aspirante avanza un paso para confirmar su decisión de consagrarse a las cosas sagradas y efectúa la postración con todos los demás durante las letanías de los santos. En esta ocasión, el acto llega a su clímax cuando el prelado, en medio de un profundo silencio, impone sus manos sobre su cabeza.
La imposición de manos del obispo fray Antonio de San Miguel sobre la cabeza tonsurada del diácono Morelos, transmite a éste el poder de consagrar, ofrecer y administrar el cuerpo y la sangre de Cristo. Los otros sacerdotes presentes en la ceremonia también le imponen sus manos en su cabeza, uno a uno. En seguida, el prelado procede a cubrirlo con las vestiduras correspondientes.
Le cruza la estola sobre el pecho y le pone la casulla, que se queda plegada
hasta el fin de la misa. Casulla es una palabra procedente del latín, que
significa casita. Primitivamente, era un abrigo ancho y redondo, con una
abertura arriba para pasar por ella la cabeza. De grandes dimensiones, podía
envolver el cuerpo entero, recubriéndolo, por así decirlo, como si fuera una
pequeña casa de campaña. Era común en las catacumbas a los laicos y a los
clérigos. La iglesia griega conservó su antigua forma. La latina, en cambio, le
hizo modificaciones: le recortó todo lo que impidiera a los brazos estar
libres, perdiendo desde el punto de vista artístico todo lo que ganó en
comodidad. La casulla es el ornamento litúrgico que el sacerdote se pone encima
del alba para celebrar la misa. Al caerle sobre los hombros y cubrirlo por
entero, representa, como la estola, el yugo del Señor y la caridad que debe
animarlo por Dios y por las almas. Al resonar los cantos del Veni
Creator, el obispo consagra las manos del nuevo sacerdote Morelos,
ungiéndoselas en su interior en forma de cruz con el aceite de los catecúmenos;
le hace tocar con ellas tanto el cáliz con el vino, cuanto el plato con la
ostia, y le confiere en forma verbal el poder de administrar "el santo
sacrificio de la misa". En este momento, los griegos, mas sencillos, más fieles a las
primitivas tradiciones, se contentan con decir: "Que la gracia divina te
eleve al presbiterado". Los romanos, más dados a las sentencias, son más
formales y solemnes. El obispo de Valladolid dice al nuevo sacerdote Morelos:
"Recibe el poder de ofrecer a Dios el santo sacrificio y el de celebrar
misas para los vivos y los muertos, en el nombre del Señor". En seguida, viene la apoteosis: la celebración conjunta de la misa por
el obispo y los recién ordenados. Al recibir la comunión, el presbítero Morelos
hace profesión de fe, como los demás, recitando el símbolo de los apóstoles, y
se arrodilla ante el prelado que, volviendo a imponer sus manos episcopales
sobre su cabeza de iniciado, le confiere verbalmente el poder de absolver los
pecados. Al desplegarle la casulla, la ordenación se consuma. El obispo San
Miguel recibe del sacerdote su juramento de obediencia y le da el beso de la
paz. En el aire, se desgranan los últimos acordes de la música sacra. Las voces
del órgano resuenan bajo las bóvedas de la catedral en toda su gloria. Faltan tres días para la Nochebuena del año de 1797. El presbítero
Morelos festejará especialmente ese día, el 21 de diciembre, año tras año, en
donde quiera que esté. En 1813 escoge precisamente el 21 de diciembre para
tomar Valladolid y convertirla en sede del primer Congreso Constituyente de la
nación, con adversos resultados. En 1815, Calleja fijará asimismo el 21 de
diciembre para notificarle su sentencia de muerte, la cual se ejecutará al día
siguiente. “Y allí, en Valladolid, me ordené de todo orden -declaró Morelos en
la Inquisición- hasta el de presbítero”. Al terminar la ceremonia, el nuevo sacerdote sale con sus compañeros de
la catedral y busca con la mirada a su familia y sus amigos. ¿Cómo reaccionan
su madre, su hermana y su hermano? La señora Pavón tiene 52 años. Consumatum est. La dama ha culminado la
obra de su vida. Su hijo, en el que depositó su confianza y sus anhelos, está
hecho, construido, realizado a imagen y semejanza de sus aspiraciones. Lo
contempla sonriente y dichosa, alegre y orgullosa. Toma entre las suyas sus
consagradas manos y las besa. El sacerdote hace lo mismo con las de ella. Ha
tomado tiempo, pero el sueño del pasado se ha convertido en una realidad.
Antonia, su hermana -que a sus 23 años de edad ha manifestado una positiva
alergia al matrimonio- también está feliz. Nicolás, el hermano mayor de
Morelos, de 35 años, que se ha alejado un poco de sus aventuras galantes para
concurrir a la ceremonia, se siente no menos orgulloso que los demás. ¿Y él? ¡Lo ha logrado! Pero la meta alcanzada no es más que la base
para llegar a otras. Se ha abierto un concurso en la mitra para obtener por
oposición el curato de Churumuco. En caso de alcanzarlo, hará vivir más
desahogadamente a su familia. ¿Lo ganará? Cierto es que sus inquietudes
teológicas lo hacen pensar en continuar sus estudios universitarios; pero
primero debe atender a su familia; luego, pagar sus deudas, y sólo después,
proveer a sus necesidades intelectuales, espirituales y personales.
Participará, pues, en el concurso. En caso de no ganarlo, proseguirá sus
estudios aunque aumente sus deudas. Así, pues, concurre el examen con el
secreto deseo de perderlo. Lo ganará y gracias a esto será enviado de vuelta a
la Tierra Caliente. Por lo pronto, esta es la última vez que se tendrá la oportunidad de contemplar el cuadro de una familia unida y feliz. El nuevo sacerdote toma del brazo a las dos mujeres y se aleja lentamente del lugar, seguido de su hermano y de todos los amigos. ¡A celebrar en casa, con la familia y las amistades! Atrás quedan el bullicio de la multitud, el trino de los pájaros, el tañido de las campanas. Adelante, sin saberlo, la familia entera está destinada a penetrar en las profundidades del infierno... |
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