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José Herrera Peña

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IV. El catedrático

1. URUAPAN

El Maestro Hidalgo y Costilla, después de obtenido el orden de subdiácono -sumamente joven- había ejercido la cátedra de Filosofía en un elevado instituto académico, como lo era el de San Nicolás. Morelos, por su parte, aunque más maduro, inicia sus actividades pedagógicas en forma más modesta. Se hace cargo de la cátedra de Gramática y Retórica en una escuela de aldea. A diferencia de su rector Hidalgo -y de su abuelo don José Antonio-, no lo hace en la impresionante Valladolid, sino en la pequeña y dulce Uruapan, donde permanecerá dos años.

Allí, en Uruapan, "hay escuela y los honorarios del maestro se satisfacen de los bienes comunes -dice un cronista anónimo-, que consisten de 123 pesos". Ya no le ofrecen ni él necesita la beca. El estipendio anual que recibe como profesor significa que ganará algo más de 10 pesos mensuales, con lo cual podrá seguir sosteniendo su casa, su familia y sus estudios.

Uruapan es un pedazo del paraíso, un himno de la naturaleza, una bendición de Dios. "Río cargado de frutas -diría Martí-, monte espeso como esmeralda húmeda, cielo puro". Arboles, plantas y flores descienden tumultuosamente de las hinchadas y verdes montañas, invaden valles y colinas, y se precipitan alegremente a ríos y manantiales, los cuales brotan por doquier. La majestuosa sierra desciende solemnemente desde arriba de Uruapan hasta desvanecerse y morir en los dilatados y reverberantes llanos de la Tierra Caliente.

El clima es tibio y sano, los días serenos, las noches frescas. Las huertas cargadas de platanales, papayas, chirimoyos, aguacates y capulines, despiden una fragancia exquisita, enriquecida por duraznos, naranjos, limones, mangos, guayabos, café, cacao y vainilla. El exhuberante mundo vegetal de este lugar se enlaza amorosamente con las enredaderas de sandías, granadas de china, chayotes y otros frutos.

A pesar de su excelente y delicioso clima, las epidemias habían arrasado a la población durante los dos siglos anteriores, especialmente a la indígena. Desconócese el número de habitantes que existía en el partido de San Francisco Uruapan -que tal era su denominación oficial- en el siglo XVII. En los poblados vecinos de Urecho, Santa Clara y Tacámbaro -todos juntos- no había más de 175 familias indias, es decir, unos 700 habitantes. ¿Había otros tantos en Uruapan?

En todo caso, a fines del siglo XVIII -en los años del subdiácono Morelos-, hay ya 17 pueblos de indios, que van de Taretan a Tingambato y de Parangaricutiro a Jucutácato. Si se proyectan los porcentajes de la población de la provincia de Michoacán a la del partido de Uruapan, ésta será de 1,000 indios, 500 "españoles", cerca de 400 mulatos y castas, y un número grande pero indeterminado de negros y "chinos" esclavos. Un cronista anónimo citado por Lemoine dice que en el pueblo de Uruapan -en esa época- "hay once tiendas mestizas, tres patrones plateros, dos maestros pintores, un cantero, siete sastres, seis herreros, dos zapateros, un picador de borceguíes y tres barberos".

La prosperidad del curato la revelan sus no despreciables ingresos: "curato de tasación -según el cronista-, pagan estos naturales a su cura, de las festividades anuales, 1,164 pesos, 32 reales, y además, 2 pesos cada difunto". Cantidades que superan con mucho a las recaudadas por los curatos de la Tierra Caliente. El de Carácuaro, por ejemplo, como lo sabrá Morelos oportunamente, apenas llega a los 200 pesos al año.

2. LAS TENTACIONES DEL PUEBLO

Los dos próximos años, el profesor Morelos se paseará frecuentemente por las huertas de ese lugar maravilloso, con sus libros de profesor de Gramática y Retórica o de estudiante de Teología en sus manos. Se deleitará al oír el murmullo del transparente río que salta y se precipita jubilosamente por las laderas, el Cupatitzio, "río que canta". Se extasiará al verlo cómo desborda sus frescas y cristalinas aguas en la cascada de la Tzaráracua. Y respirará profundamente el aire embalsamado del lugar.

En esos dos mágicos años se ocupará de sus labores administrativas en la parroquia de Uruapan, de sus actividades docentes en la escuela anexa a dicha parroquia y de sus estudios teológicos en el Seminario de la lejana Valladolid. En Valladolid vivía con sus colegas o con su familia. Aquí no. Al vivir solo y andar en la calle se expondrá, más que en Valladolid, no sólo a los potenciales conflictos -malos entendidos, reyertas gratuitas, duelos por quítame estas pajas- con los bravucones del pueblo, sino también a todas las fascinantes tentaciones que aparecen por doquier. Mujeres que surgen como poemas cuando vienen, con el cántaro a la cabeza, de los manantiales cercanos. Mujeres que se contornean como diosas al caminar. Mujeres que se desvanecen, como milagros, dejando su luminosa imagen vibrando en las dilatadas y emocionadas pupilas.

Apatzingán está relativamente cerca. Allí hay una cabellera sedosa, un cuerpo escultórico y unos ojos negros que quieren verlo nuevamente. Pero el seminarista resistirá victoriosamente a todos los demonios de las acechanzas, los conflictos y las tentaciones. Y se entregará únicamente a las páginas de los libros que lleva consigo...

3. EL CATEDRÁTICO

El profesor Morelos empieza a ejercer su oficio de catedrático en enero de 1796, a escasos días de llegar a Uruapan. Realiza su labor docente sin interrupciones ni retrasos, regular y cotidianamente, durante dos años ininterrumpidos. Sus alumnos son pocos: apenas cinco, de diversas edades y diferentes grados. Lo reducido del grupo, aunque le impide nombrar un "decurión" que lo ayude en sus tareas académicas, le permite atender mejor personalmente a todos. Diecinueve meses después, en agosto de 1797, los presenta a exámenes públicos; autoriza a dos de ellos a pasar, del nivel de "mínimos y menores" (Gramática) al de "medianos y mayores" (Retórica), y declara a los otros tres aptos para iniciar sus estudios de Artes (Filosofía).

Su atención de catedrático, por consiguiente, es considerada como "muy bien empleada", y tal es la sentencia que se deja asentada en la certificación respectiva. Su competencia es puesta de manifiesto por el polifacético Bachiller don Nicolás Santiago de Herrera, "cura, vicario incápite y juez eclesiástico del partido de San Francisco Uruapan" -tres nombramientos remunerativos-, y al mismo tiempo, "comisario del Santo Oficio de la Inquisición", quien -¡por supuesto!- tiene el ojo alerta echado sobre el maduro catedrático. Con fecha 10 de agosto de 1797 -al finalizar su gestión docente- extiende "a petición del Bachiller Morelos" un documento en el que hace constar su eficacia pedagógica, según la fórmula "certifico en cuanto puedo, debo y el derecho me permite", que ya nos es familiar.

4. ESTUDIANTE SEMINARISTA

Además, el profesor viaja con frecuencia de Uruapan a la capital de la provincia para presentarse en el Seminario. Incluso es correcto afirmar que reside aquí y allá, en Valladolid y en Uruapan, al mismo tiempo. En 1790, al inicio de sus estudios universitarios, su condición de alumno del Colegio de San Nicolás no le había impedido ser maestro auxiliar en calidad de "decurión". Seis años después, en Uruapan, no por ser catedrático de Gramática y Retórica dejaría de seguir estudiando, en calidad de "cursante capense", en el Seminario de Valladolid.

Ahora aprende, además del fondo, la forma. Continúa el estudio de la Teología Moral y la Escolástica, pero también iniciará Rúbricas. Es necesario cumplir puntualmente con todos los ritos de la administración de los sacramentos, tal y como está prescrito en los cánones. ¿Qué otras cosas? Escritura Santa, Historia Eclesiástica, Derecho Canónico, Liturgia, Elocuencia Sagrada y Canto de la Iglesia. Adquirirá para ello más de 20 libros, de los que luego se hablará.

Por lo pronto, sostiene debates sobre sus materias con los ministros del culto radicados en el partido de Uruapan, reunidos en pleno para ese especial efecto. En dichos debates hace valer sus argumentos o seorsim o simul, es decir, tanto separada como conjuntamente, y dicta inclusive algunas conferencias sobre temas fijados previamente por el presidente de la asamblea, de conformidad con los lineamientos pedagógicos del Seminario. El cura Herrera -comisario del Santo Oficio-, que por cierto preside tales reuniones, deja constancia de lo anterior. De acuerdo con su dicho, Morelos ejerce su oficio de catedrático, "sin dejar por esta bien empleada atención -certifica- el estudio de Materias Morales y Rúbricas, tratando sus puntos y conferencias o seorsim o simul con los ministros de este partido".

5. SACERDOTE DE FACTO

Pero lo más importante son las licencias episcopales extraordinarias que se le conceden tres meses más tarde, en abril de 1796.

Sus facultades como subdiácono consistían hasta ese momento en leer las epístolas "a los vivos o a los muertos"; asistir al diácono en la presentación de los objetos -cáliz y patena- materia del sacrificio; administrar el bautismo en casos extraordinarios e incluso celebrar matrimonios; pero no en leer el Evangelio, ni confesar, ni celebrar misa, tareas que corresponden al diácono y al presbítero. Pues bien, con fecha 6 de abril de 1796, el obispo fray Antonio de San Miguel le concede licencias para celebrar misa, predicar y confesar a hombres y mujeres -no religiosas ni enclaustradas-; tareas, la última, reservada al diácono, y las otras dos, definitivamente, al presbítero. Al conferírsele este "poder especial de jurisdicción", en frase del cardenal Villeneuve, es elevado de facto a la categoría de sacerdote. De hecho, no de derecho.

¿Cómo ejerce estas funciones? El párroco de Uruapan certifica lo siguiente: "vista la licencia concedida por Su Señoría Ilustrísima, el obispo, mi Señor", el clérigo Morelos "ha ejercitado su oficio cantando epístolas y evangelios, asistiendo a las procesiones y a los actos de devoción, dando en todo muy buen ejemplo". Y, lo que es acentuadamente significativo, "frecuentando los sacramentos"; es decir, bautizando, celebrando matrimonios, diciendo misa, confesando, predicando los evangelios y dando la extremaunción, todo ello, "con notoria edificación".

Por lo que se refiere a sus dones en oratoria sagrada, también deja constancia de su capacidad. La prédica del Evangelio hecha por el orador Morelos a través de "cuatro sermones panegíricos y dos pláticas doctrinales" es del agrado del vicario incápite de Uruapan, por haber sido hecha, a su juicio, "con acierto e instrucción"; lo que lo obliga a certificar "su buena inclinación a la administración" a la que aspira, "no sólo en la teórica sino también en la práctica".

No es difícil que el catedrático de Gramática y Retórica sea buen orador ni que gracias a ello fortalezca su autoridad moral. "La autoridad del predicador -dice Francisco de la Maza- era indiscutida. El público, siempre numeroso, bebía los conceptos y los pensamientos del orador sagrado y se nutría con ellos; los aceptaba, los comentaba, y no se ocurría contradecirlos. Era la verdad misma la que brotaba de los labios del predicador, a quien las autoridades eclesiásticas y civiles aplaudían y premiaban después, costeando o permitiendo la publicación del sermón".

Los discursos de Morelos no son barrocos sino neoclásicos. Siempre lo serán. Breves, directos y sencillos. Siempre irán al punto. La arquitectura de sus piezas oratorias será lógica y geométrica, con fuerte sabor grecorromano, como el estilo clásico de Tres Guerras, como el trazo de su propia casa de cantera rosa en Valladolid. En Chilpancingo, por ejemplo, el 14 de septiembre de 1813, "pronunció un discurso breve y enérgico -dice el acta- sobre la necesidad en que se halla la nación de tener un cuerpo de hombres sabios y amantes de su bien, que la rija con leyes acertadas y den a su soberanía todo el aire de majestad que le corresponde".

 

III. El subdiácono

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Cap. V. El diácono


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