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José Herrera Peña

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II. Crítica a la escolástica

1. LAS DOS TEOLOGÍAS

Morelos vuelve a leer en ese tiempo -quién lo duda- la Disertación sobre el verdadero método de estudiar Teología Escolástica del Maestro Miguel Hidalgo y Costilla. Ahora comprende no sólo el mensaje expreso de su obra sino también el implícito. Entiende también, mucho mejor, por qué desató tanto odio entre los representantes del sistema.

Siguiendo a Barbadiño, el Maestro nicolaita sostiene que hay dos clases de Teología: la Positiva, "que sólo se distingue accidentalmente" de la metódica, y la Escolástica, que a pesar del gran aliento y la noble intención que tomó con el doctor Angélico, ha terminado por ser una farsa. La primera se basa en la doctrina, la segunda, en la metafísica aristotélica. 

Aquélla ha sido forjada por grandes teólogos -los Padres de la Iglesia, los glosistas- con los cuales el autor manifiesta su conformidad. La otra, la especulativa, es decir, la sofista y corrompida por el pensamiento aristotélico -la que se ha enseñado y se enseña aún en las escuelas- la rechaza con vehemencia no exenta de firmeza y energía.

2. LA CRITICA DEL MAESTRO

No es la primera vez que la Escolástica, a la que el disertante Hidalgo llama también engañosa, inútil y "fingida teología", ha sido sometida a crítica. Fue condenada en Francia, la cuna de su nacimiento, no sólo por la Academia de París sino también por obispos, concilios franceses y Papas. Esto ocurrió antes de Santo Tomás, es cierto, pero ello prueba -según el Maestro Hidalgo- que Aristóteles no fue aceptado desde que hizo su aparición en Europa.

Jesús, al contrario de los aristotélicos, no practicó el silogismo sino la parábola. A partir de este simple hecho germinal se distinguen dos líneas de pensamiento. Una, la filosófica; otra, la religiosa. Aquélla, racional, acepta lo natural; ésta, lo sobrenatural y, en este sentido, lo irracional.

Al principio de la Edad Media tratóse de explicar el evangelio por medios filosóficos deducidos de principios aristotélicos, pero esta línea fue severamente reprimida y luego simplemente proscrita. En una ocasión -recuerda el Maestro nicolaita- se ordenó que se entregaran a las llamas tanto los libros de David de Dinando, "uno de los principales discípulos de Almarico, cuanto los del mismo Aristóteles, donde Almarico había leído todo el veneno". En 1,210 -prosigue el disertante-, el arzobispo de Sens se limitó a prohibir a los profesores de París que utilizaran la filosofía aristotélica. "Esta misma sentencia fue aprobada por el señor Gregorio IX, en la bula que dirigió a la Academia de París en 1,128".

Este es el primer golpe que descarga el historiador Hidalgo contra la férrea ideología dominante. Tiene data, hondas raíces, la condena de la autoridad legítima de la iglesia contra el instrumental aristotélico: desde antes de que naciera Santo Tomás.

3. SEGUNDO GOLPE A LA ESCOLÁSTICA

Cierto es que ni los castigos ni las censuras -prosigue el disertante- contuvieron "el abuso de filosofar en las cosas divinas según los principios aristotélicos". No obstante las precauciones que se tomaron contra "esta hiedra, le renacieron tantas cabezas cuantas le cortaban". Su reincidencia, sin embargo, lejos de legitimarla -dice Hidalgo- la hizo más condenable.

"Pero esto sucedería -me dirá alguno- antes de que el señor Santo Tomás repurgara al filósofo de sus errores y lo ilustrara con sus sabios comentarios. Sea así, aunque lo contrario debemos creer por las repetidas censuras que los señores Juan XXI, Juan XXII, Clemente VI, Pío II y Clemente VII fulminaron contra esta filosofía, aún después de los tiempos del señor Santo Tomás".

Este es su segundo golpe contra el tomismo dominante. El rechazo al instrumental aristotélico para analizar los problemas de la fe se formuló no sólo antes de que escribiera el doctor angélico, sino también después.

Además, la condena contra Aristóteles y, de paso, contra el método adoptado por Tomás de Aquino, a pesar de ser santo, no es hecha por el disertante, sino por las más altas autoridades de la Iglesia, por varios Papas.

4. LA RAZÓN DE SER DE LA ESCOLÁSTICA

Entonces, ¿por qué Santo Tomás adoptó método tan reprobado? ¿Acaso no sabía lo que hacía? "Ninguno negará que fue un gran teólogo -dice Hidalgo-, pero floreció en un tiempo en que la corrupción de los teólogos llegó al extremo de dar más crédito a un filósofo gentil que a los sagrados oráculos". Siendo necesario orientar a los teólogos por el camino correcto, "¿qué otro medio más útil, ni más oportuno pudo hallar -agrega-, que tomar sus mismas armas y oponerles doctrinas que admitían, para dirigirlos a las verdades que debían abrazar?".

El método aristotélico, por consiguiente, no fue el mejor sino el más oportuno. No el más adecuado para fundamentar el evangelio sino el más conveniente para la época.

 "El haber adoptado los principios aristotélicos, no lo debemos al mérito de Aristóteles, ni a lo bien fundado de sus principios, sino a la condición de los tiempos. De modo que -concluye Hidalgo-, si como fue Aristóteles el que dominaba en Francia y servía de escudo a los herejes, hubiera sido Pitágoras, Leucipo o Anaxágoras (Santo Tomás) hubiera abrazado igualmente los números, los átomos o la homoeomería y la panspermia (para explicar la verdad), porque así lo dictaba la prudencia".

Pero los tiempos cambian. El espíritu y el lenguaje también. Luego entonces, los métodos de estudio deben cambiar. La conclusión del Maestro Hidalgo no puede ser más evidente. Ir contra Aristóteles y el sistema tomista no es obsoleto. Lo obsoleto es seguir sustentando la verdad revelada en los principios aristotélicos, que ya no satisfacen la mentalidad moderna. "Las vivas diligencias que se hicieron para desterrar de la Teología este modo de filosofar prueban por lo menos su inutilidad".

¿Por qué, pues, dar asenso a esta Teología -se pregunta-, si es inútil? Si los mejores teólogos "dicen que es una senda totalmente extraviada la que siguen los escolásticos, ¿por qué hemos de ir nosotros por donde van y no por donde se ha de ir...?" O, dicho en otras palabras, ¿por qué esa perversa obstinación de "mantenerse con bellotas después de descubiertas las frutas?".

5. EL PAPEL DE LA CRITICA

Si la Filosofía y la Teología oficiales, las que se enseñan en escuelas, Colegios y Universidades, defienden y dan legitimidad al sistema político y social dominante, criticar y demoler aquéllas es necesariamente deteriorar la firmeza del sistema. El del reino de la Nueva España se funda en la Escolástica, en el sistema tomista, en Aristóteles y en Santo Tomás. Los estatutos del Seminario, por ejemplo, recomiendan que los textos "siempre sean de la escuela tomista y con arreglo a la doctrina de Santo Tomás". Cualquier crítica contra este sistema de enseñanza será, por consiguiente, no sólo contra el Seminario sino también contra el régimen imperante. Eso es lo que hace el Maestro Hidalgo en su Disertación Teológica.

Los opresores no se limitan a imponer hierros materiales sino también cadenas ideológicas. Temen más a los oprimidos que piensan que a los que luchan. Les aterra más la luz de una idea liberadora que el filo de una espada enemiga. Por eso, los filósofos de la América septentrional han sido perseguidos como criminales, y sus voces, sofocadas y ahogadas en el olvido.

Parece haber una relación de causa a efecto entre la minoría que encarna el espíritu de una nación y la libertad de su ser histórico. Pensadores humillados y profesores maltratados revelan a naciones sometidas y a pueblos oprimidos. Y al contrario. Tal es la ley. Esto significa que la lucha para minar el sistema dominante y explotador que prevalece, debe empezar por derruir la ideología sobre la cual se levanta. El combate contra el régimen oprobioso es, en principio, un combate contra las ideas en las que éste se basa. Despedazar dichas ideas es iniciar el desmoronamiento del sistema. 

Pero hay que hacerlo dentro de los límites del propio sistema, so riesgo de perder posiciones, bienes, libertad o vida. Difíciles tiempos para el pensador, obligado a sustentar su criterio bajo el constante riesgo de ser encarcelado, deportado o condenado a muerte.

La crítica del Maestro Hidalgo contra la Escolástica oficial es de tal modo violenta e implacable, que la reduce a escombros. Se vale de su monstruosa erudición y su finísima ironía para hacerla pedazos. Echa mano a sesenta autores -griegos y romanos, paganos y cristianos, españoles y extranjeros- para demolerla y ridiculizarla. En lugar de la "fingida teología" que se enseña en las escuelas, recomienda la Teología positiva, aquélla que se basa en la escritura santa, se apoya en la doctrina Patrística y la conciliar, y se vale de la historia así como de sus ciencias auxiliares, tales como la cronología y la geografía -sin omitir la crítica- para hacer inteligible la verdad revelada.

6. EL MENSAJE

Pero el mensaje oculto, implícito y trascendente de la propuesta del Maestro de San Nicolás va mucho más lejos. Esta nueva teología, la positiva, la que sostiene él, la que es casi equivalente a la metódica de Barbadiño, aunque "nos muestra lo que Dios es en sí, explicando su naturaleza y sus atributos", pone el acento en lo que "es en cuanto a nosotros -dice el Maestro-, explicando lo que hizo por nuestro respeto y para conducirnos a la bienaventuranza". Y lo que hizo no fue imponer a la fuerza su dominación, ni hacer esclavos, ni explotar el trabajo ajeno, ni enriquecerse a costa de los demás.

La Teología del Maestro nicolaita no estudia a Dios sólo en abstracto sino también hecho hombre. Traer desde el pasado los textos sagrados con ayuda de la tradición, de la historia y de la crítica, y situarlos en la sociedad de su tiempo, tiene un propósito que, no por omitido en la Disertación, es menos manifiesto. Hace reflexionar inevitablemente en la crucifixión, no tanto como hecho histórico cuanto suceso real, presente y cotidiano. Cada vez que un hombre es injustamente ofendido, humillado o castigado, Dios vuelve a ser azotado y lastimado. Dios, por consiguiente, no está únicamente en el cielo, en el espacio, lejos, afuera, en el campo del espíritu, del alma, de lo etéreo, o en el pasado, en otra sociedad, en otro tiempo, en otra época, sino también dentro del hombre mismo, aquí y ahora. Torturar al hombre actual es reproducir la tragedia cristiana. Esta terrible carga política, sugerida por el manuscrito de Hidalgo, no puede ser resistida ni tolerada por los hombres del sistema.

Ahora Morelos entiende por qué el Maestro ha sido, es y será odiado, intrigado, calumniado y perseguido. Ha atentado contra los poderosos intereses creados. Cada vez que renace de sus cenizas, gracias a su contacto con los grandes espíritus de todos los tiempos -sus autores preferidos-; a sus vínculos con los múltiples amigos que tiene en todo el reino, que lo aprecian; a sus relaciones con sus numerosos alumnos, que lo admiran, y a su propia fuerza de voluntad, se ha intentado y se intentará nuevamente reducirlo, sujetarlo y destrozarlo.

El seminarista no ha olvidado la tremenda sensación que le produjera la remoción de Hidalgo de la rectoría y de la cátedra del colegio de San Nicolás. Después de su exilio en Colima y su regreso a Valladolid -Morelos todavía en San Nicolás-, aunque le había dado la bienvenida, pronto lo tendría que despedir. No le sería permitido que se estableciera en la ciudad. Se le desterraría nuevamente a otra de las fronteras del obispado de Michoacán; esta vez, a San Felipe Torresmochas, a donde también su discípulo le rendiría una rápida y superficial visita, apenas unos cuantos meses atrás.

Morelos lo ignora, naturalmente, pero a su tiempo, lo sabrá. Dentro de poco, el Maestro será acusado retroactivamente de malversación de fondos en San Nicolás. Y, más tarde, investigado por el tribunal de la Inquisición...

Cap. I. El seminarista

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Cap. III. El subdiácono


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