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III.
El subdiácono 1. LOS AÑOS DE SEMINARIO Lucas Alamán dice que Morelos "no hizo más
que estudios muy precisos para hacerse ordenar". En realidad, hizo
los estudios normales u ordinarios que se exigían a cualquier
estudiante. Durante los casi tres años que corren de marzo de 1795 a
diciembre de 1797, el "cursante capense" del Seminario
Tridentino de Valladolid se entrega a los que deben habilitarlo para
recibir los órdenes eclesiásticos, "a título de administración". Avanza rápidamente, eso sí, por sus cualidades
sobresalientes o por su edad o porque recibe favores especiales del
obispo o por todo lo anterior. Pero no deja de hacerlos. Si, a
consecuencia de ello, obtiene los órdenes eclesiásticos en menos
tiempo que sus compañeros, lejos de criticársele, debería elogiársele.
Al estar cerca del seminarista Morelos se percibirán tres elementos
que, además de su rapidez, confirman la seriedad con que lleva a cabo
sus estudios eclesiásticos. Primero, los exámenes para obtener sus títulos son sumamente rigurosos, puesto que hay reprobados. Segundo, tiene notables compañeros, entre los que se encuentran don José María Cos, don Vicente de Santa María o don José Sixto Verduzco -para no mencionar sino algunos que jugaron un destacado papel en la historia de la Independencia-, que se someten a las mismas pruebas que Morelos, sin que se haya llegado a sugerir que los estudios de ellos fueran insuficientes para hacerse ordenar. Y, tercero, en todas las listas de aspirantes a los "sagrados órdenes", el nombre del héroe aparece siempre entre los primeros lugares y, para ser más precisos, ocupando la mayor parte de las veces el segundo lugar. En todo caso, nunca será de los últimos. Todo ello permite deducir que el profesor Morelos
estudió y aprendió lo que debía estudiar y aprender cualquier
candidato a los órdenes clericales; admitiendo que si aquí no jugó un
rol demasiado brillante o sobresaliente, tampoco ocupó de ningún modo
-como lo sugiere Alamán y lo asegura Lemoine- un lugar mediocre o
secundario. 2. LOS CUATRO ÓRDENES MENORES Nueve meses después de iniciar sus cursos teológicos,
el jueves 5 de noviembre de 1795, el seminarista Morelos pide a su
profesor de ambas Teologías que le extienda un certificado de estudios,
a fin de adjuntarlo a la solicitud que presenta ese mismo día al obispo
de Michoacán para obtener los órdenes menores; certificado gracias al
cual es posible compartir algunas de sus más importantes experiencias
académicas y espirituales. En dicha solicitud se califica a sí mismo de
"Bachiller, español, originario de esta capital, cursante
capense de las cátedras de Teología Escolástica y Moral en este
Tridentino Seminario", y pide que se le admita "a la primera
clerical tonsura, cuatro órdenes menores y sacro subdiaconado,
bajo el título de administración". Hay siete órdenes, cuatro menores y tres mayores.
Los órdenes menores son los de portero, lector, exorcista y acólito;
los mayores, el subdiaconado, el diaconado y el presbiterado. El
primero de los órdenes menores, el de portero, es el grado más
elemental en la acción del llamado santo sacrificio. El portero es el
guardián del templo, el que abre y cierra sus puertas, el que llama a
los fieles al sonido de las campanas, el que conserva las cosas
sagradas. El prelado le presenta sobre un plato las dos llaves del
templo y, mientras el aspirante las toca, le dice: "Actúa de tal
suerte que puedas dar cuenta a Dios de las cosas sagradas que se guardan
bajo estas dos llaves..." Lo sagrado -queremos suponer- no son las
joyas y objetos de oro y plata que se guardan en el templo sino los
fieles. ¿Hay algo más sagrado que los seres humanos? El lector es aquél a quien se confiere el poder
espiritual de leer públicamente en el templo, durante los santos
oficios, las santas escrituras; cantarlas según los libros del canto
litúrgico; enseñar el catecismo al pueblo, y bendecir el pan y los
nuevos frutos. El obispo le presenta el libro y, mientras el candidato
lo toca con su mano derecha, le dice: "Sé un fiel transmisor de la
palabra de Dios, a fin de compartir la recompensa con los que desde el
comienzo de los tiempos han administrado su palabra..." Y en la
palabra de Jesús hay la enseñanza no sólo de la sumisión y la
obediencia, sino también la de la resistencia a la opresión. Al exorcista se le confiere el poder espiritual de
poner las manos sobre los posesos del demonio, recitar los exorcismos
aprobados por la iglesia y presentar el agua bendita. El prelado le
presenta el libro de exorcismos al pretendiente para que lo toque con la
mano derecha, y le dice: "Recíbelo y confía a la memoria las fórmulas;
recibe el poder de poner las manos sobre los energúmenos que ya han
sido bautizados o sobre los que todavía son catecúmenos..." Se
antoja entender que los demonios a los que se exorciza y caza no sólo
son los de la ignorancia y los prejuicios, sino también los de la
avaricia, la arrogancia, la mentira, el engaño, la explotación y el
despotismo. Al acólito, por último, se le confiere el poder espiritual de portar luces en el templo y de presentar el vino y el agua. A diferencia del portero, el lector y el exorcista, que cumplen funciones fuera del altar, el acólito rinde sus servicios cerca de él. Al ordenarse, toca con su mano derecha el candelero con un cirio apagado que le presenta el prelado, y éste le dice: "Recibe este candelero y este cirio, y sabe que debes emplearlos para encender la iluminación de la iglesia, en el nombre del Señor..." Es de suponerse que lo que se le autoriza a alumbrar es no sólo una candela sino fundamentalmente la inteligencia de los fieles. En seguida, el obispo le ofrece un garrafón vacío, y mientras el aspirante lo toca con los dedos de la mano derecha, le dice: "Recibe este garrafón para proveer el vino y el agua en la eucaristía de la sangre de Cristo, en el nombre del Señor..." 3. ORDEN MAYOR DEL SUBDIACONADO Además de los órdenes menores, el aspirante
solicita que se le admita al primero de los órdenes mayores: el
subdiaconado. Este era, por su naturaleza, un orden menor; pero Roma lo
elevó a mayor en el siglo XII por las graves y severas obligaciones que
implica, que son guardar el celibato y leer el Breviario.
La función principal del subdiácono, en efecto, es leer la lección más
importante de la misa, una de las epístolas, y servir en el altar,
subordinado al diácono, para darle la materia del sacrificio preparado
en los vasos sagrados. Al subdiácono se le confiere además el poder espiritual de purificar fuera del altar los lienzos sagrados, palios y corporales. El aspirante debe tocar con los dedos de su mano derecha el cáliz vacío y la patena que le es superpuesta, mientras el prelado le dice: "Ve el divino ministerio que te es confiado; es por eso que debo advertirte que te conduzcas siempre de una forma que agrade a Dios..." Y luego, tomar con su mano derecha los garrafones del agua y del vino así como el libro de las Epístolas, mientras el obispo le dice: "Recibe el libro de las Epístolas con el poder de leerlo para los vivos y los muertos". Obligaciones del subdiácono: guardar el
celibato y leer el Breviario. Ambas, durante toda la vida. De
ellas, la segunda no es tan dura, quizá, como la primera. Guardar el
celibato, para hombres como Morelos, a quien le gustan fuertemente las
mujeres, será un sacrificio monstruoso. De haber violado ambos deberes
será acusado en 1815 por el promotor fiscal del Santo Oficio. De los
dos se confesará culpable. En cuanto al Breviario, responderá "que es cierto que no ha rezado el oficio divino desde que se metió a la insurrección, porque no tenía tiempo para ello, y así se creía impedido por una causa justa". Estando prisionero en las cárceles secretas de la Inquisición, llegarían a ofrecerle uno, pero lo rechaza, y aunque después lo acepta, tampoco lo leerá, por otra razón no menos explicable y justa que la anterior: por la oscuridad en la que lo tenían los bárbaros carceleros en su calabozo, y así lo declarará: "que aunque hoy le han dado Breviario, no ha rezado porque la luz no le alcanza". Más tarde, el alcaide de las cárceles secretas sería acusado por el propio promotor fiscal del Santo Oficio, entre otras cosas, por no bajar a darles luz personalmente a los reos -como era su obligación- sino sólo enviar a su lugarteniente Pampillón, "quien les entregaba la vela encendida, pero ellos (los reos) la apagaban, unos al recogerse y otros más temprano; de suerte que si a alguno le duraba dos días una vela, sólo cada dos días se le ministraba... y a otros no les daba vela más que cuando avisaban haberse acabado la que tenían". En esto de la administración de las velas, el tal Pampillón sería más parco con el reo de la celda número uno -el "rebelde" Morelos- que con los otros presos. Una de vez en cuando... Por lo que se refiere al celibato, el fiscal lo acusará de no haber llevado "una vida sacerdotal y virtuosa" sino tenido malas costumbres, las cuales "se indican bien en su ingenua confesión de que tiene dos hijos, uno de trece y otro de uno". El acusado responderá a este respecto que "no ha negado la verdad ni tiene más qué decir", aunque agregará, para mayor embarazo del tribunal, que "le ha quedado el escrúpulo de que sólo ha declarado dos hijos, teniendo tres, pues tiene una niña de seis años, que se halla en Nocupétaro". 4. NINGÚN IMPEDIMENTO En el escrito que el seminarista Morelos dirige a
la mitra con fecha 5 de noviembre de 1795 hace constar que reúne las
condiciones necesarias para aspirar al subdiaconado, "declarando,
como declaro, no haber residido en otro lugar sino en la hacienda de
Tahuejo, jurisdicción del curato de Apatzingán, once años, y en esta
capital". Adjunta a su solicitud su acta de bautismo; la
certificación de su profesor en ambas Teologías -Moral y Escolástica-
y ofrece, además, prueba testimonial para acreditar su
"calidad" de español y su "legitimidad". En los siguientes cuatro días se forma expediente
con esta solicitud y sus anexos; se reciben las declaraciones de seis
testigos que, además de conocer bien al aspirante, saben y les consta
que "todos sus ascendientes han sido cristianos viejos y limpios de
sangre", y el lunes siguiente, 9 de noviembre, la mitra dicta auto
dentro de estas diligencias, ordenando correr traslado al cura del
pueblo de Apatzingán a fin de que, durante tres días consecutivos, inter
missarum solemnia -en medio de la solemnidad de la misa- se sirva
amonestar en esa iglesia parroquial al Bachiller Morelos,
"residente que fue de la hacienda de Tahuejo -dice el auto- para
que si alguna persona supiera tenga algún impedimento, lo manifieste
pena de excomunión mayor". El interés de la mitra por saber si el seminarista ha dejado "algún impedimento" -con faldas- en la Tierra Caliente queda satisfecho. El impedimento" debe haberse limitado a sonreír, entre orgullosa y tristemente; preferido sufrir el terrible castigo anunciado -la excomunión mayor-, y hundirse para siempre en los infiernos, antes que causarle cualquier disgusto, el más simple enojo, la menor pena al aspirante a subdiácono. Y es así como los vecinos de Apatzingán se
percatan oficialmente de lo que ya sabían de oídas: de que el joven
ranchero -ausente de esos lugares desde seis años atrás- ha triunfado
en sus estudios, se ha convertido en Bachiller en Artes y va que vuela
para eclesiástico. Al vencerse el términode tres días, sin que
persona alguna se oponga a las pretensiones del candidato, las
autoridades eclesiásticas ordenan al flemático licenciado don Antonio
Belaunzarán y Rodríguez que incluya el nombre de Morelos, en primer
lugar, en la pequeña lista de aspirantes -cuatro en total- y "se
sirva examinarlos en todo lo que se requiere y corresponde a la
calificación de su idoneidad". Don Antonio, que estaba por esos días edificando un palacete de dos pisos de cantera rosa en la calle real, frente al templo de los jesuitas expulsados, había ordenado que se le hiciera una puerta desproporcionadamente alta, basado en la teoría de que era el marco adecuado para dejar pasar al hombre, que es el "rey de la creación". Sus alumnos, divertidos por la desmesurada expresión arquitectónica que daba al principio teológico, amparados en la noche, le pegaban irónicos letreros a su puerta, en los que le decían:
El simpático canónigo se limitaba a arrancarlos, pero al reaparecer noche tras noche, invocaba el viejo refrán de que, en gustos se rompen géneros o, como elegantemente lo repetía a sus vecinos: de gustibus non disputandum. Y a los críticos anónimos les replicaba en carteles igualmente nocturnos: Sálgase por el zaguán, sálgase por la ventana, con mi casa hago lo que me dé la gana. Un mes después de haber solicitado el acceso a los órdenes eclesiásticos menores, es decir, el sábado 5 de diciembre, Belaunzarán examinó a los cuatro sujetos "ad curam amarum, los que vienen a título de administración", y a todos -incluyendo a Morelos- "los hallé idóneos para los órdenes que pretenden", según generosa constancia que dejó dentro del expediente respectivo. 5. LA CEREMONIA EN EL PALACIO
EPISCOPAL El miércoles siguiente, 9 de diciembre de 1795,
seis aspirantes a diversos órdenes eclesiásticos, entre ellos Morelos,
en segundo lugar, inician sus ejercicios espirituales en la capilla del
Seminario -según testimonio del Bachiller Manuel Ruiz de Chávez-; no
interrumpiendo sus meditaciones durante nueve días sino para comulgar
sacramentalmente y recibir los órdenes menores. El viernes 11 de diciembre, fray Antonio de San
Miguel, obispo de Michoacán, dicta auto dentro del expediente y
resuelve que, "en atención a que no ha resultado impedimento
alguno al Bachiller don José María Morelos", y constándole
personalmente, además, "su idoneidad y eficiencia", son de
aprobarse y aprueba las diligencias promovidas por el aspirante para
recibir los órdenes solicitados. Da fe de ello el notario oficial mayor
don Fernando Campuzano, quien ha distinguido al solicitante con su
amistad. Dos días más tarde, el domingo 13 de diciembre,
su Señoría Ilustrísima celebra órdenes menores en el oratorio de su
palacio episcopal de Valladolid y los confirma a siete aspirantes, entre
ellos, en segundo lugar, a Morelos. "Y a todos -según el
secretario don Santiago de Camiña- se les despacharon títulos en la
forma acostumbrada". A partir del 13 de diciembre de 1795, pues, Morelos
se convierte en clérigo. Por lo pronto, en clérigo de
"menores", autorizado para portar sotana negra bajo la capa de
seminarista. El viernes siguiente, 18 de diciembre, el pequeño grupo de
seis aspirantes a diversos órdenes termina su novenario de ejercicios
espirituales, iniciado el 9 de ese mismo mes, y "comulga
sacramentalmente para disponerse a recibir los otros sagrados órdenes
que pretenden". Un día después, sábado 19, el obispo
"celebra órdenes mayores en el oratorio de su palacio
episcopal". El Maestro Hidalgo y Costilla había tardado un año en
recibir el subdiaconado, después de obtenidos los órdenes menores,
como lo prescriben los cánones; Morelos, sólo una semana. Pero aquél
era muy joven, casi un niño, y éste es ya un hombre maduro: tiene 30 años. 6. PRIMER ORDEN MAYOR Es indudable que Morelos recibe a este respecto los
favores del obispo de Michoacán, tanto jerárquicos como académicos.
Primero, habiendo necesitado permanecer un año como acólito, es
dispensado de hacerlo, con apoyo en el canon 978, que concede dicha
facultad al prelado. Segundo, debiendo estar al final del tercer año de
Teología, una de dos: o es dispensado, ya que no ha concluído más que
uno, o es tan adelantado que hace tres años en uno. Lo que sucede en
realidad es una combinación de ambas cosas: hace dos años en uno y, al
mismo tiempo, es dispensado por el prelado. Cierto que deben respetarse los tiempos para el
ascenso de la jerarquía eclesiástica, "a menos que la necesidad o
la utilidad de la iglesia no demande otra cosa, a juicio del
obispo", según prescriben los cánones. En este caso, el prelado
considera que, a su juicio, el servicio demanda otra cosa; que el
aspirante Morelos debe avanzar rápido, y que esto debe hacerse con base
en la utilidad y en la necesidad de la iglesia. Así, pues, el sábado 19 de diciembre de 1795, el
solicitante es ordenado clérigo del primer orden mayor. Los solemnes
acordes del órgano en la catedral vallisoletana, los dulces cantos
gregorianos, el olor a flores e incienso, la luz de los vitrales quebrándose
en una lluvia de místicos colores, todo hace subir la húmeda emoción
a los ojos de participantes y espectadores. Hay 18 aspirantes al
"sacro subdiaconado", entre los cuales Morelos figura en
segundo lugar, y 23 al "sacro diaconado", entre ellos, en último
lugar, el Bachiller zacatecano don José María Cos, quien obtendría más
tarde los títulos de licenciado y doctor en teología. Aunque de penetrante inteligencia, el Dr. Cos era
uno de esos hombres raros, dobles, que son y no son al mismo tiempo; que
suelen atormentarse comprometiéndose con principios o intereses
contrarios, y que están con unos pero quieren rendir servicio a otros.
Esto lo hacía de temperamento nervioso e impaciente. 7. EL DR. COS Inició su carrera política al servicio de los
españoles, como informador de los actos de los insurgentes. El conde
Santiago de la Laguna, intendente español de Zacatecas, le ordenó que
espiara al insurgente Iriarte; pero Cos quiso reportar sus movimientos,
no a él sino a Calleja, en San Luis Potosí, el cual desconfió del clérigo
y lo mandó a la ciudad de México a que se presentara ante el virrey. En el camino, Cos fue detenido por el jefe militar
español de Querétaro, por lo que aquél protestó airadamente y el
virrey ordenó liberarlo. Llegado ante él, en poco fueron valuados sus
servicios y, mandado de regreso a Zacatecas, fue capturado por un
rebelde, el cura Correa, y llevado a Zitácuaro. Desde entonces, a pesar
de la desconfianza que su presencia despertaba entre los insurgentes,
decidió poner su talento al servicio de la nación. Sería célebre por su Plan de Paz y Guerra,
redactado en 1811 -por instrucciones de Ignacio López Rayón- para
regular la contienda armada entre insurgentes y realistas, así como por
su periódico El Ilustrador Americano. Llegó a ser -designado
por Morelos mientras se recibían las actas de las comicios respectivos-
diputado provisional o suplente por la provincia de Veracruz al Congreso
Constituyente instalado en Chilpancingo en 1813. Más tarde, dicho
cuerpo parlamentario lo nombraría miembro del triunvirato -con Morelos
y José María Liceaga-, que en cumplimiento de la Constitución
promulgada en Apatzingán en octubre de 1814, formaría el supremo
gobierno o poder ejecutivo de la nación en armas. Desde marzo de 1814, indultado secretamente por el
gobierno colonial, recibió la comisión de permanecer con los
insurgentes "para trastornar los planes de los malvados". En
1815, bajo el pretexto de que el Congreso había despojado a Morelos de
su autoridad en el Poder Ejecutivo, se negó a reconocer la Constitución
de Apatzingán, porque ésta no le concede ninguna autoridad. La causa
tenía base; pero el motivo era innoble. Aprehendido por el propio Morelos -que compartía
su opinión pero no sus métodos- y juzgado por sus colegas, fue
condenado a muerte. "Más dolor me causará el piquete de un
mosquito -decía- que el paso de este mundo a la eternidad". En
atención a sus pasados méritos, se le conmutó la pena por la de prisión
perpetua, que purgó en las mazmorras de Atijo, cerca de Uruapan. Al
caer preso el general Morelos, el coronel Manuel Mier y Terán derogó
la Ley Fundamental de Apatzingán y disolvió las corporaciones
del Estado nacional. Entonces, el cautivo zacatecano fue puesto en
libertad. A partir de ese momento, intentó inútilmente
acercarse a López Rayón, primero, y a Guadalupe Victoria, después,
sin llegarles a inspirar confianza. En vista de su fracaso, en 1816 pidió
al virrey Apodaca que confirmara públicamente el indulto previamente
concedido en secreto. A pesar de que se obsequiaron sus deseos, le fue
difícil reintegrarse a la sociedad colonial. Vivió en Pátzcuaro en
calidad de sospechoso, vigilado por unos y otros -insurgentes y
realistas- hasta noviembre de 1819, en que pescó uno de esos húmedos
fríos del lugar que lo llevó al sepulcro. Murió, según Bustamante,
"con el sello de la vehemencia, de la terquedad e inflexibilidad de
su condición". 8. EL SUBDIÁCONO MORELOS Durante la ceremonia de ordenación, el anciano
obispo fray Antonio de San Miguel recuerda a Morelos, aspirante a subdiácono,
que el compromiso que va a tomar es irrevocable y termina su primera
monición -o advertencia- con las siguientes palabras: "Si
perseveras en tu deseo de consagrarte a Dios, en el nombre del Señor,
avanza". El aspirante da un paso hacia el altar, como sus compañeros;
luego, es llamado en voz alta por su nombre -en segundo lugar- y, a
invitación del prelado, efectúa con los demás la postración, con el
rostro contra el suelo y los brazos en forma de cruz, durante la
recitación de las letanías de los santos. Después de una segunda monición, el obispo le
hace tocar el cáliz y la patena, así como el libro de los apóstoles;
cubre al aspirante con los ropajes tradicionales del subdiácono: manto,
túnica blanca, cordón y manipulo. En estas vestiduras se encierran
siglos de historia. El manto, que cubre cuello y hombros -como el del
soldado romano- recuerda al ordenado que es un soldado de Cristo. El
alba es un largo ropaje blanco de tela muy ligera que llega a los pies,
de manga larga, que los romanos usaban bajo la túnica y los cristianos
la conservaron, porque con ella fue cubierto el cuerpo de Cristo en casa
de Herodes. El cordón para retenerla es el signo de la castidad. Y el
manipulo o pañuelo, originalmente para secarse el sudor del rostro o de
las manos, simboliza los esfuerzos y las lágrimas de la vida evangélica.
El tribunal de la inquisición arrancaría al ordenado tales vestiduras. Por lo pronto, al terminar la ceremonia, los nuevos clérigos salen de la catedral y se encuentran con los familiares y amigos. Reciben flores, besos, abrazos, regalos y felicitaciones. A Morelos se le arrojan a los brazos, como siempre, su madre Juana y su hermana Antonia. También le estrechan fuertemente la mano, con una sonrisa en los labios, su padrino don Lorenzo Zendejas, que tiene ya 85 años de edad, español, casado, originario y vecino de Valladolid, y su madrina, doña Cecilia Sagrero, segunda esposa de aquél; el Bachiller don Juan Bautista Morales, presbítero domiciliario de Valladolid, de 40 años; don José Vicente de Amaya, de 58 años, español, casado y vecino de esta ciudad, y su esposa doña Manuela Dolores Reyes; don José Ildefonso Martínez, español, casado y vecino, de 40 años, y el Bachiller don José Miguel Caballero, clérigo presbítero domiciliario de este obispado, Maestro de Ceremonias y Capellán de Coro de la Iglesia Catedral, de 60 años. Todos ellos -españoles de la Nueva España- acaban
de presentarse -hace escasamente un mes- como testigos en las
diligencias abiertas por la mitra para obtener información sobre los
ascendientes de Morelos y han declarado que éstos eran "cristianos
viejos y limpios de sangre". En lo alto de las torres, las campanas de la
catedral repican jubilosamente bajo un cielo azul purísimo. El subdiácono
Morelos tiene poco más de 30 años de edad...
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