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I. El seminarista En la Sala de Declaraciones del Tribunal del Santo Oficio, el juez inquisidor de México ha formulado al reo don José Ma. Morelos las preguntas fundamentales: su nombre, dónde nació, qué edad y oficio tiene, cuánto ha que vino preso, quiénes fueron sus padres, abuelos paternos y maternos, tíos paternos y maternos, hermanos e hijos, y a qué casta y generación pertenecen. Después, cuáles fueron sus estudios profesionales, dónde los hizo, en qué ciudad, en qué planteles, de qué tipo, durante cuánto tiempo, en qué época, quiénes fueron sus maestros, qué lecturas hizo y qué ideas de las que leyó y oyó hizo suyas. A todo, el detenido ha respondido con brevedad y precisión. Al ser requerido para que presente "el discurso de su vida", Morelos dice, entre otras cosas, que "allí -en Valladolid- se ordenó de todo orden, hasta el de presbítero..." En efecto, al concluir -a principios de marzo de 1795-
sus estudios de Filosofía en el Seminario Tridentino de Valladolid -antes de su
examen en la Universidad de México-, Morelos había iniciado sus estudios
eclesiásticos en el mismo Seminario, inscribiéndose en la cátedra de Teología
Moral. ¿Cómo sostiene a "su madre viuda y su hermana doncella"? Su
herencia la ha perdido. Sus ahorros están probablemente agotados. El trabajo de
su madre de seguro es insuficiente. Pero ha ganado el primer lugar en sus
estudios de Filosofía. No hay pruebas de que haya ganado otra beca; pero
tampoco dudas al respecto. Además, a diferencia de los años anteriores, en
que había cursado su Bachillerato en Artes en calidad de colegial o alumno
interno, primero en San Nicolás y luego en el Seminario de referencia, ahora
está inscrito como cursante capense; es decir, como alumno externo.
Llamábasele capense por la gran capa negra que estaba obligado a
llevar en la calle, para identificarse y ser tratado como seminarista. El
domingo 8 de marzo de 1795 había recibido el trofeo académico que lo
distinguiera con el primer lugar de Filosofía en el acto público de la clausura
de cursos. Al día siguiente "que fue nueve de marzo del año corriente
-según la certificación de su profesor- empezó a oír cátedra de Teología
Moral". No se separaría de estos estudios sino unos cuantos días para
viajar a la capital del reino y -señala la constancia- "recibir por la
Universidad de México el grado de Bachiller en Artes". En lo sucesivo tendrá que llevar estudios
teológicos a fin de solicitar la tonsura. ¿Qué es la tonsura? Trátase de un
rito eclesiástico, por el cual un bautizado y confirmado de sexo masculino se
consagra especialmente a Dios, y toma un lugar entre los rangos del clero,
disponiéndose a recibir los órdenes menores y avanzar en ellos. No da poderes
sagrados, pero prepara a quien los va a recibir: "Separarás a los levitas
del medio de Israel a fin de que me pertenezcan. En seguida, entrarán al templo
y permanecerán allí a mi servicio". Números VIII, 14.
Al final de la ceremonia respectiva, el prelado
impone al aspirante una tela blanca y fina, y le dice: "Que el Señor te
revista como el hombre nuevo creado por Dios en la justicia y la santidad de la
verdad". Vestido de inocencia y de pureza, el ropaje blanco es el símbolo
del hombre nuevo. 2. LOS PRIVILEGIOS DEL
TONSURADO
Al recibir a
Morelos en las cárceles secretas del tribunal a su cargo, ordenar que lo
liberaran de los hierros que le sujetaban pies y manos, y reclamar
jurisdicción en el caso, el inquisidor de México no defendió los derechos del
hombre sino los privilegios del canon y del fuero eclesiásticos. Ocho meses después de ganado su título de
Bachiller en la Universidad de México, el seminarista Morelos obtendría no sólo
la tonsura, sino también los cuatro órdenes menores y el primero de los
mayores. Ya se hablará de ello. Por lo pronto, su ingreso al Seminario confirma su
decisión de seguir la carrera eclesiástica. Obtenido el título de Bachiller en
Artes, que es un grado universitario, civil, continuará sus estudios
religiosos, siempre en calidad de cursante capense o alumno externo del
Seminario, durante cuatro o cinco años más -todo dependerá de las
circunstancias-, en un plazo que él espera reducir -como lo hiciera a nivel
universitario- con su dedicación y entrega. Hará sus cursos, en efecto, en dos
años y medio: iniciados en marzo de 1795, los concluirá en diciembre de 1797. Definida la línea de su vida y, si es posible
soñar un poco, después del Seminario -obtenidos ya todos los órdenes
eclesiásticos-, probablemente podrá volver a los estudios académicos y ganar
otros títulos universitarios superiores. Teniendo en su bonete la borla azul
del filósofo, no puede quitarse de la cabeza la secreta y obsesiva idea de
adquirir también, como su Maestro don Miguel Hidalgo -todas proporciones
guardadas- o, si se quiere, como su colega don José Sixto Verduzco, la tala,
muceta y borla blancas del teólogo... 3. LA MATERIA DE ESTUDIO En el Seminario de Valladolid, además de Moral, empieza a llevar Teología Escolástica. Sus estudios los hace, por supuesto, de acuerdo con las instrucciones pedagógicas del catedrático correspondiente, que es el licenciado José María Pisa, vice-rector del instituto. Pero es muy probable que haya asimilado igualmente las enseñanzas predicadas en el Colegio de San Nicolás por el ex-rector Hidalgo y sustentadas por escrito en su Disertación sobre el Verdadero Método de estudiar Teología Escolástica. ¿Qué es la teología? Morelos aprende que la palabra no pertenece al vocabulario bíblico sino al griego. Platón aplica este término a los tratados mitológicos en los que habla de los dioses. Con Aristóteles, la teología se convierte en sinónimo de metafísica o filosofía fundamental. Orígenes -Padre de la Iglesia- es el primero que, en el siglo II de nuestra era, aplica este concepto a la doctrina cristiana. Es adoptado desde entonces por los autores cristianos de lengua griega y, dos siglos más tarde, por los escritores latinos. Jesús de Nazaret no escribió nada. Los testigos de su vida lo presentan, no como teólogo judío, escriba, rabino o doctor, sino como un profeta encargado de una misión divina. La palabra de Dios encarnó en él. Por fidelidad al mensaje que tuvo como misión anunciar, no vaciló en enfrentarse al orden establecido. Tal es el motivo decisivo del martirio que sufrió en Jerusalén en los días del imperio romano. Pero es a su muerte cuando comienza su destino increíble. Porque, según el inverosímil testimonio de sus discípulos, Jesús, el crucificado, está vivo, no en calidad de cadáver reanimado, sino en la de hombre nuevo, señor glorificado, primer nacido de un mundo entero prometido a la resurrección. Se conoce la sorprendente difusión de este mensaje, primero, en Palestina, luego, en las diversas provincias del imperio romano, y por último, en el mundo. Conocer la historia de Israel, Grecia y Roma, por consiguiente, es conocer el marco histórico en que se desarrollan los eventos cristianos. Este acontecimiento fundador -la resurrección de Jesús-
y el mensaje que conlleva -la promesa de resurrección general- revisten tal
importancia que, a partir de él, se asigna a la Teología la tarea única de
elaborar una hermenéutica de la palabra de Dios, tomando como base la
experiencia decisiva de la fe. Morelos aprende también que la interpretación de este hecho insólito no puede hacerse poniendo la fe al servicio de la razón, sino poniendo la razón al servicio de la fe. Desde el principio, los autores cristianos han tratado de explicar lo inexplicable -cada uno de ellos- en el lenguaje de su sociedad y de su tiempo. El anuncio de la palabra, del mensaje, de la revelación, requiere por consiguiente de un esfuerzo de explicación. Es necesario que el espíritu cristiano se exprese en el espíritu de la época. Pero no basta con explicar. Es menester igualmente que lo explicado, independientemente de la forma que revista, se apegue a la revelación hecha, al mensaje primigenio, a la palabra difundida. Y es preciso vigilar que lo explicado se mantenga fiel al mensaje original. Además de la explicación, por consiguiente, se requiere de una vigilancia crítica. Tales son los dos elementos fundamentales de la Teología. 4. LA TEOLOGÍA El primer testimonio elocuente de esta visión -la primera descripción y explicación- es el llamado Nuevo Testamento; conjunto de 27 escritos redactados entre el año 50 e inicios del siglo II. Dos
figuras destacan en esta obra: Juan y Pablo. Al lado de estos gigantes de la
palabra, queda la impronta de otros pensadores originales, testigos de los
hechos: Lucas, Mateo y Marcos, así como los que escriben las epístolas a los
colosos, a los éfesos y a los hebreos, aparentemente distintos a Pablo. Por otra parte, progresivamente, el cristianismo afirma su originalidad en relación con la religión de Israel, sin hacer concesión alguna. Los cristianos de origen judío sostienen que, para la salvación, tan necesaria es la ley mosaica como la palabra del Evangelio. Los apóstoles y los ancianos celebran un sínodo en Jerusalén y rechazan la tesis. Hay una desgarradura entre los grupos judíos y cristianos; pero la nueva doctrina conserva su pureza original. Tal es el primer acto en que, además de manifestarse la vigilancia crítica del nuevo credo, se impone colegiadamente una decisión doctrinaria. A partir de entonces, la doctrina va a ser propagada y protegida, difundida y defendida de dos modos: primero, mediante las tesis racionales de los pensadores, y segundo, a través de decisiones y normas establecidas por sínodos y concilios. Morelos aprende, por una parte, que los escritos de los evangelistas, que inician la tradición teológica de relatar y explicar racionalmente -incluso por escrito- la verdad revelada, es proseguida por los Padres de la Iglesia. Y, por otra, que el sínodo de Jerusalén, reunido para tomar decisiones y fijar las reglas que se imponen a los fieles, abre la segunda tradición teológica, proseguida por los concilios ecuménicos. Aquélla es la obra Patrística; ésta, la Dogmática. Un renuevo decisivo de la Teología se produce cuando, hacia el año 1,000, la fe se debilita y se exalta el valor de la razón. La escuela de Chartres, en Francia, emprende la labor de aplicar la metafísica aristotélica -la nueva verdad racional- a las cosas de la fe. Pero la vigilancia crítica de la iglesia destierra oficialmente tal método. Entonces, en el siglo XI, los estudios teológicos toman otra dirección. Comprenden la glosa o el comentario de un número restringido de textos bíblicos y patrísticos. Esta actividad se realiza dentro del marco de las escuelas catedrales, colegiales y monásticas. Un genio solitario domina este siglo: Anselmo de Canterbury. Es él quien forja la célebre definición de la Teología: fides quaeren intellectus; es "la fe en busca de su inteligibilidad". Siguiendo esta línea metodológica, se multiplican las antologías de textos bíblicos y patrísticos llamados Summae Sententiorum. Pronto se impone la necesidad de conciliar estas sentencias, muchas veces contradictorias, en una unidad superior, lo que da lugar a un método crítico ilustrado en sus comienzos por Abelardo, Hugo de Saint Victor y Gilberto de la Porrée. El Sic et Non, de Abelardo, puede considerarse como el primer manifiesto de la teología dialéctica. 5. LA ESCOLÁSTICA Pero será Pedro Lombardo, discípulo de Abelardo, profesor del Colegio de la Sorbona y obispo de París, el Maestro por antonomasia en este nuevo método de presentar la Teología en las escuelas, que, por tal motivo, empieza a llamarse Escolástica. El cursante capense Morelos no olvidará esto. Al salir del Seminario rumbo a su casa, repasará mentalmente sus clases. En 1,150, Lombardo publica sus Cuatro Libros de Sentencias. Su obra se impone rápidamente como manual de toda la enseñanza teológica. Permanecerá cuatro siglos como tal. Las sentencias de Lombardo se presentan como una exposición de conjunto de la fe cristiana, apoyada por una selección de citas procedentes de la Escritura y de los Concilios, de los Padres de la Iglesia y de los Papas. Estas fuentes -con frecuencia discordantes- no están simplemente yuxtapuestas, sino organizadas y comentadas por el Maestro Lombardo, que no sólo las conjuga sino también apela al examen crítico del lector para admitir las contradicciones. Los espíritus más originales de los siglos XIII y XIV, como San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, Duns Scotto y Guillermo de Occam, se pliegan a esta disciplina escolar que, como ya se dijo, es llamada Escolástica. ¿Qué es pues la Escolástica? Es la recurrencia a las fuente bíblicas y doctrinales; los comentarios sobre éstas; los intentos de conjugación de las tesis opuestas, y el examen crítico respectivo. 6. EL DIVORCIO ENTRE FE Y RAZÓN Los cursos en el Seminario son intensos. Al atardecer, el cursante capense regresa a su casa, que es la de su madre. Jóvenes y bellas damitas se cruzan por su camino. Algunas le sonríen al saludarlo. Cortésmente devuelve el saludo pero, al cerrar los ojos, cierra su alma a cualquier idea que no sea la de consagrarse a los estudios. Su madre lo apoya moralmente. Su hermana, que sigue rechazando propuestas de matrimonio, también. Olvida todo lo que existe a su alrededor y se dedica a sus libros de Teología. Únicamente a eso. Así, aprende que, hacia los siglos XII y XIV, el pensamiento de Aristóteles, comentado por los filósofos árabes, irrumpe nuevamente con fuerza en la Teología cristiana, más con el propósito de minar sus bases que de reforzarlas. Ante tal situación, Santo Tomás arrebata con maestría los instrumentos aristotélicos de la Filosofía a neófitos, incrédulos y enemigos, y los utiliza para conjugar genialmente las dos tendencias -la verdad revelada y la verdad racional- en un magno resumen, la Summa Theologica. Ahora bien, a pesar de la importancia que ésta
tuvo en su época, el pensamiento tomista nunca fue el único que ocupó el campo
de la reflexión teológica, ni aún durante el apogeo de Tomás de Aquino. La
escuela franciscana, de inspiración agustiniana, plotiniana y platónica, hizo
surgir al mismo tiempo a espíritus tan penetrantes -contemporáneos del doctor
angélico- como Alejandro de Hales y Jean Peckham, y sobre todo, el ilustre San
Buenaventura y el inmortal Rogelio Bacon. El seminarista toma buena nota de lo
anterior. Más tarde, los ataques contra el aristotelismo y
el tomismo empiezan a mellar el armonioso acuerdo entre la razón filosófica y
la verdad revelada. El campeón de este movimiento es el joven y fino teólogo
franciscano Juan Duns Scotto, quien sostiene que esta supuesta alianza entre la
fe y la razón es un fenómeno contra natura. Dios es a sus ojos la
verdadera llave del universo, pero no accesible a los humanos más que por medio
de la fe. Al liberar a la teología del lastre filosófico, sienta las bases para
la liberación de la propia filosofía y, consecuentemente, de las ciencias. Guillermo de Occam, franciscano también, de Oxford, desarrolla posteriormente la tesis de Scotto sobre la pura libertad de Dios, y al profesar un nominalismo radical que rechaza toda significación a los universales, considera al individuo como único objeto del conocimiento empírico. La fe religiosa, que garantiza la voluntad de Dios, en su opinión, se yuxtapone al saber racional, pero sin tener ligas con él. Este movimiento del espíritu deja, en lo sucesivo, la puerta abierta a una
doble disociación: entre el orden revelado y el natural, por una parte, y entre
la metafísica y las ciencias, por otra. La fe es libre. La razón también. En
este sentido, Occam aparece como el precursor de las crisis espirituales de la
época moderna. El pensamiento europeo, fecundado por el Renacimiento, plantea a la conciencia creyente nuevos y más difíciles problemas. Con Francisco Bacon y Galileo Galilei, la ciencia se sacude definitivamente la tutela de la antigua Teología metafísica. Con Descartes y Spinoza, la Filosofía no sólo toma vuelos por sí misma, sino que incluso somete la fe religiosa a un cuestionamiento crítico que, vuelto a esgrimir por los "libertinos" del siglo XVII -todos ellos condenados por el Santo Oficio-, florece en el racionalismo y el materialismo de las décadas siguientes. Frente a la evolución de la Filosofía -vale decir, de las
ciencias-, que empieza a someter a examen a la religión a la que antes servía,
y que termina sujetándola a juicio, los teólogos empiezan a edificar sistemas
apologéticos destinados a probar racionalmente la legitimidad de la fe. Frente a la apologética, los teólogos españoles
que, a juicio del Maestro Hidalgo, son "los mejores teólogos",
consideran tan inútil defender a la religión de los ataques que le hace el
arrollador movimiento racionalista, como defender a la fe con la razón. Según
ellos, la razón debe seguir su camino y alcanzar su destino, sin tener que
chocar necesariamente con la fe, ya que ésta tiene sus propias raíces, su
propia razón, su propia dinámica, su propia lógica, su propia fuerza. A
propósito, ¿por qué no tomar el texto del Maestro Hidalgo y Costilla? ¿Qué dice
al respecto?
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