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José Herrera Peña

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XVI. Bachiller en Artes

1. PRIMER LUGAR EN FILOSOFÍA

Si la Gramática es "la puerta", la Filosofía forma "el edificio de las ciencias". Abarca desde la física hasta la metafísica; desde los elementos -tierra, agua, aire, fuego-, pasando por los vegetales y animales, hasta la luz de la conciencia; desde lo inerte, y luego lo que nace y muere, hasta lo que es inmortal; desde el fango de los orígenes hasta el brillo del alma eterna.

En el primer año se ven los libros de las Summulas, los Universales y los Predicamentos. En el segundo, los primeros libros de la Física, los de Generatione et Corruptione y los de Anima. Es muy posible que, dada la reducción del período de estudios y tomando en cuenta además las recomendaciones del señor Pérez Calama, Maestro emérito, antiguo protector de Hidalgo y nuevo obispo de Quito, el plan universitario enunciado arriba se haya modificado y contraído.

Dícese que se seguía el texto del dominico francés Agustín Goudin, porque así lo establecían los estatutos. Cierto, pero estudiábanse también los libros sugeridos por el antiguo deán de Valladolid: "En los seminarios tridentinos -decía Pérez Calama- cuyos alumnos son la exquisita semilla del clero, los maestros de Filosofía y sus discípulos deben hacer su mayor estudio en lo intensivo y extensivo sobre la Filosofía Moral, de suerte que en Summulas, Lógica y Física empleen la menor parte del tiempo".

Por lo que se refiere a autores selectos, el mismo Pérez Calama sugería a Feijoo, especialmente "los cuatro primeros discursos del tomo octavo, y los once, doce y trece del tomo séptimo"; a Codorniú (Filosofía Moral) y a Piquet (Lógica), "sin que se omita la lectura del crítico Barbadiño, y el librito de oro Método de Estudios sacado de San Agustín por los apatistas de Verona, el que en dos días, a más tardar, se puede leer".

En este orden de ideas, Lemoine se queja de que se haya olvidado a Gamarra; pero Herrejón Peredo asegura que a partir de 1790 la renovación de Gamarra se impuso en Valladolid "de modo que cuando Morelos cursó la Filosofía en el Seminario ya se estudiaba, junto con la Escolástica, la Filosofía moderna y la Geometría, según consta en el libro de exámenes de dicha institución".

Durante los dos años y medio de estudio de la Filosofía, el colegial Morelos se mantiene permanentemente a la cabeza de sus colegas. Esta vez sobrepasa, no "a casi todos", como en sus cursos de Gramática, sino "a todos sus demás condiscípulos". Nadie lo supera. Su profesor, el licenciado don Vicente Pisa, lo llama, por primera vez, "don": signo de respeto, no sólo por su edad, que sobrepasa los 29 años, sino también por su recia integridad académica.

Sus biógrafos no se cansan de repetir, a este respecto, que "apenas llegó a aprender lo muy indispensable -dice Olivarría y Ferrari- para ejercer las funciones de su ministerio". Todos han creado una atmósfera tal en este sentido que hasta Lemoine, en posesión de todas sus notas y calificaciones colegiales y universitarias, no vacila en afirmar que "ni por el prestigio académico de los catedráticos que le enseñaron, ni por los textos que leyera, ni por la rapidez con que hizo sus estudios, Morelos pudo haber sido ataviado de una formidable coraza intelectual"; lo cual no deja de ser un notorio y franco contrasentido.

El Decurión de San Nicolás, en realidad, aprendió lo que todos debían aprender, y aún mejor, dada su seriedad, buena conducta, disciplina y aprovechamiento, y además, en menor tiempo. Habrá que convenir que nunca llegaría a ser un académico de la talla de Benito Díaz de Gamarra -en Filosofía- o de Miguel Hidalgo y Costilla -en Teología-; pero distará mucho de ser el palurdo que hasta hoy se le ha supuesto. ¿Por qué no confiar en el mejor juicio de sus propios maestros? ¿Cuál es el dictamen de su profesor de Artes? "Don José María Morelos -hace constar el académico- acabó sus cursos de Filosofía, en los que sacó el primer lugar".

De más está decir que ni aquí ni en China, ni en aquel tiempo ni en éste, la Filosofía ha sido una disciplina fácil, y que obtener el primer lugar no ha sido ni es algo común, ni en el Colegio de San Nicolás, ni en el Seminario, ni en ninguna otra parte. Ni entonces ni en nuestros días...

2. LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

El Morelos maduro -el soldado de la independencia-, que soñara entrar a la ciudad de México como vencedor, al frente de su ejército, a mitad del día, escuchando el repique de las campanas y las aclamaciones de la multitud con la orgullosa frente levantada, había tenido que hacerlo derrotado, envuelto en las sombras de la noche, encadenado y custodiado por la tropa enemiga, sintiendo hasta la médula de los huesos el rigor del frío otoñal del altiplano.

Hacía muchos años -en abril de 1795-, veinte años atrás, había ido a la gran capital en calidad de estudiante universitario, ¿por primera vez? ¿Sus actividades juveniles como labrador de Apatzingán no lo habían llevado antes? Imposible saberlo. El caso es que esta ocasión sería sumamente especial, porque el colegial, joven todavía -29 años y medio- permanecería en la gran ciudad varias semanas, casi un mes.

En aquella época la espléndida ciudad, inmortalizada por el pincel de Velasco, estaba situada en lo que Alfonso Reyes describiera como "la región más transparente del aire". Joya urbana erguida noblemente sobre una isla, se asomaba amorosamente al espejo de sus lagos y canales para contemplar la pureza de su cielo reflejada en ellos. Humboldt acababa de calificarla como la ciudad más hermosa del continente, haciendo nacer la leyenda de "la ciudad de los palacios".

En el gigantesco país no había más de seis millones de habitantes. En la capital, 135 mil, de los cuales 26 eran prebendados, 16 curas, 43 vicarios, 517 clérigos seculares, 33 familiares de la Inquisición, 5 oficiales de la Cruzada, 44 títulos de nobleza, 38 caballeros de las órdenes reales, 204 doctores, 171 abogados, 51 médicos, 227 cirujanos y barberos, 1,474 fabricantes, 368 estudiantes de capa, 311 empleados de La Acordada, 97 labradores, 40 mineros, 1,384 comerciantes, 8,157 artesanos, 7,430 jornaleros y 9,086 individuos sujetos a tributo.

El estudiante Morelos, que acaba de concluir sus estudios universitarios en el Seminario de Valladolid, se presenta en la Real y Pontificia Universidad de México y solicita que se le hagan los exámenes que le permitan optar por el título de Bachiller en Artes.  

Allí es constreñido a probar que ha cursado satisfactoriamente las materias del plan de estudios, las de Artes, es decir, las de Gramática y Filosofía, y además, que "es limpio de sangre". Se admitirán "los cursos que cualquiera estudiante trajere de otras Universidades, aprobados con que los recaudos que trajese sean escritos y auténticos en debida forma". De este modo, por lo que se refiere a sus estudios, Morelos exhibe los documentos exigidos firmados por las autoridades académicas de San Nicolás y el Seminario, certificados por las eclesiásticas de Michoacán. Y en cuanto a la "pureza" de su origen, la acredita con su acta de bautismo. No es necesario más. En el libro queda consignado: "Presentó (su acta) de baptismo. Es (hijo) legítimo y español. Natural de Valladolid".

Se le pregunta si, conforme a los Estatutos de la Universidad, desea presentar exámenes "ordinarios" para recibir el título de Bachiller en Artes, o éstos seguidos de los de "suficiencia", que le darán derecho a hacer posteriormente estudios superiores en cualquiera otra Facultad: Derecho Civil o Medicina, Derecho Canónico o Teología. Si escoge esta última opción, se le advierte que tendrá que asistir y aprobar dos cursos en la Universidad o bien, solicitar que se le den por hechos o revalidados. Morelos pide que se le revaliden, pues ya los tiene hechos, y que asimismo se le someta a todos los exámenes: a los "ordinarios" y a los de "suficiencia". Así se hace. Se fija fecha para la celebración del acto.

3. BACHILLER EN ARTES

El martes 28 de abril de 1795, a las ocho de la mañana, se lleva a cabo el acto de graduación en el Aula Mayor de la Universidad, en presencia de autoridades, doctores, catedráticos, estudiantes, parientes y amigos. Cada uno de ellos viste el ropaje que corresponde a su respectiva categoría académica. El de los doctores es talar, y en la museta y la borla llevan los colores de la Facultad a la que pertenecen: azul en los filósofos, rojo en los abogados, amarillo en los médicos, verde en los canonistas y blanco en los teólogos.

En lo alto del estrado toman asiento cuatro personas: el rector, el secretario, el maestro de ceremonias y el catedrático titular de la Facultad de Artes -el Doctor y Maestro Alcalá- que funge como presidente del jurado. A los lados se sitúan dos bedeles. El doctor don José María Alcalá, titular de Artes, posteriormente regidor de la ciudad de México, canónigo magistral de la catedral metropolitana y diputado a las Cortes en 1813, será con Cortázar, Adalid, Fagoaga y López, cinco de los catorce americanos aclamados por los suyos y anatemizados por los europeos, Calleja el primero. Los bedeles, que también usan vestido talar y maza de plata al hombro, están encargados de citar al claustro, avisar a los profesores cuándo hay y cuándo no hay cátedra, y fijar las proposiciones que han de discutirse en los actos públicos.

El sustentante, que viste de manto y bonete azul, correspondiente a la Facultad de Filosofía, lleva su beca blanca cruzada al pecho, color con el cual anuncia la próxima Facultad a la que aspira -la de Teología-, estampada en ella el escudo de San Nicolás, respira hondamente.

La sala está llena de profesores y estudiantes, clérigos y seglares, la cabeza cubierta con bonetes y gorras, respectivamente. ¿Está presente doña Juana Pavón en el examen recepcional de su hijo? ¿Cómo saberlo? Sin embargo, ¿cómo no suponerlo? ¿No representa dicho acto la coronación de todos sus anhelos, sacrificios y esfuerzos? ¿Está la dama acompañada de su hija Antonia, de 19 años de edad, la cual ha rechazado ya varias ofertas de matrimonio...?

Situado el colegial nicolaita frente al jurado y después de establecido el silencio a golpes de maza por los bedeles, se inicia la solemne ceremonia académica. El examinado está obligado, en los términos de los estatutos, no solamente "a mostrar testimonio de la ciencia que tuvieran los examinadores" sino también "a responder a los doctores y estudiantes de la Facultad que quisieren argüir"

Será necesario, por consiguiente, ejercer control sobre la memoria, pero también sobre los nervios. Deberá poner en orden sus conocimientos y -más duro aún- sujetarlos a su voluntad. El examen no es fácil. Examinado y replicantes resumen, de conformidad con los prescrito por los estatutos universitarios, el contenido de lo aprendido durante toda su vida escolar: desde el inicio de su educación primaria, pasando por la media (mínimos y menores, medianos y mayores), que comprende la Gramática, hasta la conclusión de la universitaria, que constituye propiamente la Filosofía.

En la parte de Gramática se recuerdan las leyes de la expresión oral y escrita, en los dos idiomas universales: el de los negocios humanos y el de los negocios divinos; el de España y el de Roma; el castellano y el latín. En la de la Lógica, se penetra al interior de las leyes aristotélicas que rigen el desarrollo del pensamiento. Y en la de Filosofía, se examinan las leyes de la materia y del movimiento, del cuerpo y del alma. Después de este recorrido por el universo del saber, el acto académico, que en condiciones normales concluye con el otorgamiento -o no- del grado de Bachiller, es solamente suspendido.

Al cabo de unos minutos de receso, se reinicia el acto con el examen de suficiencia. Uno de los bedeles recuerda a los examinadores que deben "proponer y proseguir dos argumentos cada uno" y que, al terminar el acto, "luego incontinenti", den "licencia bastante al examinado para graduarse u oír en otra Facultad, si así lo mereciere, y que si no, allí mismo se la denieguen".

Después de presentadas las argumentaciones de rigor, los doctores deciden "incontinenti" y por unanimidad -según el acta respectiva- que el aspirante Morelos es apto para "recibir el grado de Bachiller en Artes"; el cual le conceden según la fórmula Auctoritate pontificia..., y además, le otorgan el derecho para proseguir sus estudios "por examen, aprobación y suficiencia, para cualquiera otra Facultad".

¿Qué Facultad? Después de las cosas de la tierra vienen las del cielo. Después del fenómeno humano, el divino. Después de la Filosofía, la Teología.

Con el correr de los años, el Bachiller Morelos no tendrá la oportunidad de proseguir sus estudios. Así lo confesaría al Tribunal del Santo Oficio. Al ser preguntado el 23 de noviembre de 1815 qué estudios había hecho, respondería que Gramática, Filosofía y Moral, agregando textualmente, quizá con pesar: "Y no otra Facultad..." 

 

Pero que tenía el propósito de continuarlos quedó, por lo pronto, patentizado en el acta de su examen recepcional, y lo confirmaría más tarde al solicitarlo expresamente a la Mitra de Michoacán.

Por lo pronto, el Bachiller Morelos, de pie, los bedeles a su lado, pronuncia en latín el juramento y profesión de fe. En seguida, los bedeles pasan -como en casos similares- a todas las aulas universitarias; anuncian al son de las chirimías que el aspirante nicolaita ha obtenido su grado de Bachiller en Artes, y entregan a los catedráticos las conclusiones obtenidas en el examen para que se las hagan saber a sus alumnos.

Al mismo tiempo, el nuevo Bachiller, con el bonete de borla azul, siempre "metido hasta las orejas", es requerido para que pague los derechos respectivos: cuatro pesos al arca de la Universidad, diez al secretario por el título y demás constancias y sellos, dos al titular de la cátedra de Artes, y uno a cada bedel. Total, dieciocho pesos fuertes de la época, sin contar las propinas.

Cuando todo termina, ¿por qué no imaginar al Bachiller Morelos apresurando el paso para salir al encuentro de su ansiosa, emocionada y satisfecha madre? ¿Por qué no ver a esos dos seres fuertemente unidos en un largo, estrecho y afectuoso abrazo? ¿Lloraba de emoción la noble dama...?

4. SACERDOTIS ALTER CHRISTUS

De la ciudad de México a la de Valladolid, el camino es un verdadero poema de la naturaleza. Valles, montañas, bosques y manantiales le cantan en coro a la gloria de la creación. Al recordar en la oscuridad de su celda -veinte años más tarde- los risueños y tranquilos valles por los que pasó y, sobre todo, ese agitado mar de montañas boscosas, cuyas gigantescas olas pétreas se alzan majestuosamente con la pretensión de librar batallas contra el cielo y que se arrojan violentamente por debajo de las nubes, en abismos impresionantes, el insigne prisionero no pudo dejar de meditar en la insignificancia del ser humano; en los grandes obstáculos que tiene qué vencer para vivir modestamente, y en la escasa gloria que representa superar algunos de ellos.

En el camino de regreso a Valladolid, ¿envía por delante a su madre y su hermana a Valladolid, mientras él se desvía y cabalga a marchas forzadas a San Felipe Torremochas, para entrevistarse con el Maestro Hidalgo? ¿Conoce a las medias hermanas del ex-rector, Guadalupe y Vicenta, niñas todavía, que han llegado a su casa acompañadas de su hermano, don Mariano Hidalgo y Costilla, y de su pariente don José Santos Villa? ¿Escucha las sonoridades y los ritmos de la orquesta formada por este último? ¿Se deleita con los acordes de Rameau, autor favorito del Maestro? ¿Oye a éste tocar el violín?

¿Conoce al presbítero José Martín García de Carrasquedo, antiguo familiar del obispo San Miguel, enviado en calidad de vicario a San Felipe, no para ayudar al cura sino para espiarlo? ¿Se entera de que su pasión por los libros lo ha convertido en leal discípulo del Maestro? ¿Alcanza a asistir a alguna representación teatral? ¿Ve alguna comedia de Moliere o una tragedia de Racine, traducida del francés al español por el propio Maestro y puesta en escena bajo su dirección? ¿Llega a conocer a la preciosa doncella doña Josefa Quintana Díaz de Castañón, heroína principal de tales representaciones? ¿Se percata de la amorosa forma en que la bella actriz mira al director de escena? ¿Advierte el brillo de los ojos del Maestro Hidalgo al corresponder a las miradas de la niña?

¿Asiste a algún día de campo, en la mañana, o a alguna tertulia, al atardecer, en donde además de practicarse el baile, se habla en voz alta de los últimos acontecimientos de Europa, principalmente de los relacionados con la Gran Revolución Francesa? ¿Oye comentarios sobre la ejecución del rey? ¿Se entera de que la casa del Maestro es calificada en el pueblo de San Felipe como la Francia Chiquita?

En todo caso, después de despedirse del Maestro y cabalgar hacia Valladolid, medita en su vida. Sus tendencias profesionales las ha definido desde hace tiempo, antes incluso de ingresar a San Nicolás; pero sus metas comienzan a verse al alcance de la mano. Una de ellas será la de ejercer, como su finado abuelo don José Antonio Pérez Pavón, el oficio de profesor. Esta vocación, heredada del viejo venerable, se ha visto reforzada por el ejemplo de sus destacados maestros y, muy especialmente, del que fuera su rector en el amado Colegio de San Nicolás.

Se dedicará también a la administración, por la que se ha sentido atraído y para la cual tiene aptitudes y talento. Ya desde Tahuejo, el labrador se complacía en llevar en buen orden la administración de la hacienda. Su proyecto será ahora, no volver a una empresa privada, sino embarcarse en una gran empresa pública, como lo es la Iglesia católica, para administrar no sólo bienes materiales, sino también almas, bienes espirituales.

El dilema que se le presentó alguna vez sería el de practicar magisterio y administración a título de profesional libre, en lugar de hacerlo como miembro de un gran organismo social; pero tal dilema está actualmente superado. Su familia no ha poseído -ni lo hará- minas o haciendas, como don Ignacio López Rayón, don Mariano de la Piedra o don Vicente de Santa María. Sólo así habría podido dejar a un lado sus aspiraciones docentes y sus inquietudes teológicas, para concretarse a la administración de las cosas.

En este caso, al continuar sus estudios en "otra Facultad", habría escogido probablemente la de Derecho, en lugar de la de Teología. Hubiera sido abogado, como don Manuel Hidalgo y Costilla -el hermano del Maestro- o como don Ignacio López Rayón -su condiscípulo- por ejemplo.

Su grado universitario le hubiera ayudado a administrar mejor y defender jurídicamente su patrimonio o el de sus iguales, a título particular, e inclusive, quizá, el de la comunidad, en calidad de síndico o regidor del ayuntamiento de su residencia. Habría buscado mujer joven de su propio círculo social para contraer matrimonio, agrandar su riqueza y fundar una familia para prolongar su nombre. Si únicamente dependiera de él -de sus gustos, de sus intereses, de su secreta vocación-, éste hubiera sido probablemente el derrotero de su vida...

Pero no tiene nada. La única herencia que debió haber recibido -la de las modestas rentas de la capellanía usufructuada por su abuelo don José Antonio- lo hubiera obligado, de cualquier manera, a seguir los estudios eclesiásticos. Pero incluso ésta la ha perdido.

Luego entonces, está predestinado su porvenir. Seguirá el camino de la iglesia. El matrimonio es para él imposible y la profesión libre, a todas luces, impráctica e inoperante. Será sacerdote para dedicarse a la enseñanza. ¿No lo ha hecho así -a nivel superior- el Maestro don Miguel Hidalgo y Costilla, en el Colegio de San Nicolás? ¿No enseñó Gramática, Filosofía y Teología?

El sacerdote administra bienes y almas, bienes corporales y espirituales. ¿No administró los bienes y el personal del colegio, en calidad de tesorero y rector?

El sacerdote, además, gobierna, dicta leyes, juzga y ejecuta. ¿No lo está haciendo en San Felipe Torresmochas? El sacerdote, en fin, por estar por encima de los hombres, ejerce una autoridad, un poder, un prestigio especial, de carácter moral. Es un hombre sagrado. Según la tradición, sacerdotis alter christus, el sacerdote es otro Cristo...

En el tribunal del Santo Oficio será acusado de haberse valido del sacerdocio para fines estrictamente políticos y "llevar adelante su perverso proyecto de insurrección", a lo que él respondería: "Es cierto que contó, en mucha parte, con su sacerdocio; con la adhesión del pueblo a los sacerdotes, y con persuadirle que la guerra tocaba algo de religión, porque trataban los europeos que gobernasen aquí los franceses, teniendo a éstos por contaminados de herejía; pero siempre contó -aclararía- con la justicia de la causa en que había entrado, aunque no hubiera sido sacerdote".

Por lo pronto es Bachiller en Artes. Ahora procurará obtener los órdenes eclesiásticos -será sacerdote- y después, si es posible, nuevos grados universitarios en la línea teológica; es decir, el Bachillerato, la Maestría y el Doctorado en Teología. Tendrá qué prepararse espiritual y físicamente para renunciar a las mujeres. Al decidirlo así, ¿cómo imaginar que terminaría enamorado de una de ellas, la más hermosa de todas? El tribunal de la inquisición se encargará de investigar o inquirir cómo, cuándo, dónde y en qué condiciones ocurrió esto...

 

XV. Remoción del rector

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