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José Herrera Peña

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Capítulo VII

Estudios medios

1. LA FACULTAD DE ARTES

En el Palacio de Santo Domingo, el inquisidor don Manuel de Flores prosigue su interrogatorio. La siguiente pregunta que formula al prisionero se refiere a sus estudios. Quiere saber "si ha estudiado en alguna Facultad", a lo que este responde afirmativamente: "que estudió Gramática, Filosofía y Moral. Y no otra Facultad".

El estudio de la Gramática y la Filosofía se hace en la Facultad de Artes; el de la Moral, en el Seminario. Morelos tendrá la oportunidad de aprender en su época de colegial que las Artes -la Gramática, la Retórica y la Filosofía- constituyen la materia básica del saber -desde la escuela de Alejandría- y que se dividen en liberales y mecánicas; artes liberales, porque las ejercen los hombres libres, a diferencia de las otras, las mecánicas o manuales, propias de esclavos. Las Artes Liberales eran siete en la Antigüedad, divididas en dos grupos: el trivium y el quadrivium: las tres y las cuatro vías del conocimiento, respectivamente. Las tres eran Gramática, Retórica y Dialéctica o Lógica. Las cuatro complementarias, Aritmética, Geometría, Astronomía y Música.

La cátedra de Artes pasa del mundo grecorromano a las Universidades árabes y, en la Edad Media, a las europeas. Hubo cambios y agregados en el curso de los siglos; pero lo esencial permaneció inalterable. Conforme crecieron "los saberes", aumentaron también las disciplinas académicas. De este modo, además de la de Artes, se fundó la cátedra de Decretos, que con el tiempo se desdobló en dos: la de Derecho Civil y la de Derecho Canónico. Aparecieron asimismo las cátedras de Medicina y Teología. Por último, las cátedras se multiplicaron en cada área y empezaron a agruparse en Facultades. El conjunto de Facultades sería llamado en latín -que es el idioma universal- Universitas Magistrorum et Scholarium, esto es, unión o universo de maestros y alumnos, y en español, por Alfonso El Sabio -en las Siete Partidas- Ayuntamiento de Maestros y Alumnos con voluntad de aprender los saberes. Sin embargo, su título en latín se impone en Europa, abreviado en Universitas y convertido a la postre en la Universidad española, la Université francesa, la University inglesa y demás.

Las Artes Liberales son la base de la enseñanza universitaria en todos los países del mundo. En la Facultad de Artes hay varias cátedras: Gramática y Retórica, Lógica y Filosofía. Dicha Facultad será llamada, en la jerga universitaria, "facultad menor". Las de Derecho Civil, Derecho Canónico, Medicina y Teología, "facultades mayores". Imposible estudiar en éstas si antes no se obtiene el título en aquélla. La Facultad de Artes se convierte así en la llave que abre todas las puertas de la Universidad, es decir, de las demás Facultades.

En la Nueva España, como en toda la América hispánica, se implanta el sistema universitario de la península. A la Universidad de México -real y pontificia- se le otorgan los mismos estatutos y privilegios que a la de Salamanca. Se fundan las cinco Facultades clásicas y otras cátedras que no pertenecen a ninguna de ellas, como la de "astrología". Morelos declara que será estudiante de la Facultad "menor", o sea, la de Artes, en donde aprenderá Gramática y Filosofía. Al tribunal responde que cursó sólo ésta, "y no otra Facultad".

2. LA UNIVERSIDAD Y EL COLEGIO

Los estudios universitarios de la Nueva España se hacen en dos tipos de establecimientos: en la Universidad, que es lo normal, y en los colegios, por excepción. La Universidad es la ley, la tradición académica, el cuerpo de maestros, el depósito de la ciencia y la cultura. Los colegios, en cambio, son casas de profesores y alumnos, albergues, alojamientos, algunos de los cuales llegan eventualmente a convertirse en instituciones educativas.

Las cátedras se imparten, por regla general, en las aulas de la Universidad, no en las habitaciones de los colegios. De allí que en el México colonial se contemplen cordones de estudiantes uniformados salir de sus colegios -de sus casas colectivas-, vestidos de manto y bonete, para oír cátedra en las aulas universitarias. Y, al finalizar sus labores, se les vea regresar de la misma forma a su residencia. Pero, por distintas razones -académicas, políticas o geográficas- la cátedra se ejercería también en algunos colegios; en unos, como el de Tiripetío, por no estar establecida aún la Universidad; en otros, como el de Tlatelolco, por reservarse a los indios, dada la naturaleza misma de la enseñanza, distinta de la estrictamente universitaria, y en los últimos, como el de San Nicolás, por su gran lejanía.

Ahora bien, aunque estos colegios son simultáneamente casas de estudiantes y centros de estudios, residencias de alumnos e institutos de enseñanza, carecen de autorización para expedir títulos. Esta función ha sido en todo tiempo prerrogativa de la Universidad. Los títulos, por consiguiente, deben obtenerse necesariamente en dicha Universidad -la de México o la de cualquier otro lugar de España o del mundo- previos los exámenes respectivos.

El Colegio de San Nicolás, además de albergue y centro universitario, había sido desde su fundación un instituto equivalente a un seminario, destinado a la formación de "clérigos presbíteros". Hacía quince años, sin embargo -a partir de 1776 para ser precisos-, había perdido este carácter en beneficio del Seminario Tridentino de Valladolid, fundado en ese año y dedicado especialmente a formar a los miembros del clero. En 1790, por consiguiente, año en que Morelos se inscribe en San Nicolás, el Colegio conserva únicamente su calidad de centro universitario así como de casa de profesores y estudiantes. Díctanse en él, por consiguiente, las cátedras correspondientes a cuatro de las cinco Facultades universitarias: Artes, Derecho Civil, Cánones y Teología, ya que las de la quinta -la Facultad de Medicina-, tienen que cursarse necesariamente en la Universidad de México.

Morelos está dispuesto a llevar vida no sólo de estudiante sino también de colegial; es decir, tanto de cursante de la Facultad de Artes en el Colegio de San Nicolás, como de huésped de ese recinto en el que impera la más estricta disciplina. Su vida estará normada por el rigor de las actividades académicas; pero también por la severa rutina del claustro que le servirá de albergue. Podrá salir a la calle con la debida autorización del rector, aunque, por lo general, llevará una vida monástica o conventual.

3. EL REGLAMENTO

En el Colegio, frecuentemente se revisan y examinan las aulas, la biblioteca, el archivo y la caja; la capilla, las habitaciones, el comedor y los servicios. El visitador, inspector o enviado del obispo es recibido a las puertas de la calle "con repique de campanas y asistencia de los individuos anuales del Colegio", y al principio de la escalera, por el rector, acompañado de un selecto grupo de alumnos, en cuya compañía pasa a la sala rectoral. Se procede luego al arqueo de la caja, la cual abren -cada uno con su llave- el rector y dos de los consiliarios. En la biblioteca "se admira su limpieza, buena disposición, el orden de sus estantes y el arreglo de los libros -según las diversas Facultades de que tratan- y lo selecto y abundante de los mejores autores, principalmente en materia de Filosofía, Jurisprudencia, Teología, Historia y Humanidades, así como el índice curioso y bien ordenado para la fácil expedición de la biblioteca".

"En el archivo se hallan las informaciones de los alumnos del Colegio y de sus familiares; noticias de los varones insignes en santidad y letras producidos por la institución; los libros de cuentas, constituciones, bulas pontificias y reales cédulas, todo con el mayor arreglo y curiosidad". Los libros de cuentas se encuentran "en orden escrupuloso" pues en ellos constan "todas las respectivas aprobaciones mensuales y examen anual de los colegiales antiguos, como está mandado, advirtiendo su arreglo, exactitud y buena inversión de fondos".

Por lo que se refiere a la capilla, está "muy bien aseada y con un hermoso altar". Las habitaciones del Colegio se hallan, a su vez, "con el mayor aseo y decente ornato". En lo que se refiere a huéspedes, visita, clausura y demás puntos, se observan escrupulosamente las leyes 6 y 8, título 3, libro 8, de la Novísima Recopilación de España, dictadas por Carlos III para el arreglo y reforma de los seis colegios mayores principales de la península, extendidas a los demás de los reinos de ultramar -entre ellos a San Nicolás- en todo aquello susceptible de adaptarse y no contrario a sus propias constituciones y estatutos.

En agosto o septiembre de ese año, el Colegio manda llamar al joven aspirante y le comunica que su solicitud ha sido obsequiada de conformidad; que ha sido admitido como estudiante colegial -alumno interno-, y que debe iniciar sus estudios de "mínimos y menores" a partir de octubre de ese mismo año...

4. ¿MAL ESTUDIANTE?

Los biógrafos de Morelos sostienen piadosamente que sus estudios fueron muy poco serios; que aprendió solamente unos cuantos latinajos bajo la complaciente mirada de maestros y autoridades; que fue "poco instruido", y que no pasó de cura "de poco latín y menos griego". Esta leyenda, al contrario de otras muchas, no es iniciada por Bustamante sino por Alamán; proseguida por Zavala y Mora, y continuada por otros. Veamos algunas relativamente recientes. "Las crónicas de la época relatan que Morelos no fue un estudiante distinguido", dice Mario de la Cueva en una revista que, con motivo del bicentenario del natalicio del Siervo de la Nación, publicó en 1965 la Universidad Michoacana a todo lujo. Hacia la misma época, Ubaldo Vargas Martínez, en una biografía sobre él, premiada por la Secretaría de Educación Pública, escribió que sus estudios, además de escasos, "no fueron precisamente brillantes".

Frente a la tesis anterior, hay una tradición oral en el Colegio de San Nicolás que, por su fuerza y precisión, no deja de sorprender. Los que han estudiado y enseñado en este noble instituto; pero, sobre todo, heredado su rancio legado humanístico, siempre han sabido que Morelos fue no sólo un magnífico estudiante, sino uno de los mejores; en un medio académico dominado por brillantes catedráticos y presidido por un rector de la talla intelectual de Hidalgo, y dentro de una atmósfera cultural de muy alto nivel, como lo era la sociedad vallisoletana gobernada por Riaño y San Miguel. Sin embargo, no será la fuerza de la tradición anónima sino el sistema seguido para hacer los estudios, basado en una estricta disciplina académica, por una parte, y el testimonio escrito de sus propios maestros, por otra, lo que se reproducirá en estas páginas.

En cuanto al sistema, se ha objetado que era malo, autoritario, impositivo e ineficaz; que se seguían textos inadecuados; que los maestros eran mediocres y que los alumnos nunca aprendían un buen latín. Se ha argüido que los testimonios de Feijoo en Europa y de Alzate en América prueban la pobreza académica que imperaba en ese tiempo, sobre todo en la Universidad. Sea. No habrá polémica al respecto. A pesar de esta concesión, la Universidad y los colegios coloniales produjeron abundantes latinistas notables y, desde luego, fueron más numerosos los buenos que los malos. A pesar de lo prolijo de los textos y de la medianía de los maestros, la disciplina académica rendía buenos frutos.

Por lo que toca a las constancias escolares del estudiante Morelos, éstas son explícitas y categóricas. Dichas "crónicas de la época" -si se nos permite llamarlas así- demuestran fehacientemente que sus estudios no fueron nada mediocres. Al contrario.

5. DOS SABIDURÍAS

El labrador de Apatzingán inicia sus estudios desde "cero", o sea -en el lenguaje de la época-, desde "mínimos y menores". Lo expuesto no significa que rehace sus estudios elementales; éstos ya están hechos, en castellano, y consisten, si se recuerda, en "leer y escribir bien, la buena formación de los números y el arte de contar con las reglas más necesarias y usuales en el regular comercio humano". Lo que empieza son sus estudios medios, orientados fundamentalmente a la adquisición de la lengua latina y de la griega. Se comienza por los "mínimos y menores" (un año de Gramática) y se termina con los "medianos y mayores" (un año de Retórica). Al final de este ciclo intermedio, que es lo que forma la Gramática lato sensu, se inicia el nivel universitario strictu sensu, con la Filosofía, cuya enseñanza dura tres años.

Los cursos de latín, según José Antonio Alzate, se llevan a cabo normalmente de tres a cinco años; pero los que ya han hecho estudios previos -o los que tienen especial talento para el aprendizaje de los idiomas- pueden reducir tal período a uno o dos años. El colegial Morelos los hará en dos. Y esto, si no es un fraude, es una proeza. O el estudiante tiene una especial aptitud para el aprendizaje de la lengua, probablemente abonado por los estudios realizados durante su infancia en la escuela del abuelo materno y proseguidos motu proprio en su adolescencia -como lo asegura Mariano de Jesús Torres-, o aprueba sus exámenes sin comprender, ni leer, ni hablar el latín, lo que honra muy poco tanto al estudiante en sí mismo cuanto a su maestro y a la institución educativa dirigida por Hidalgo.

Al acompañarlo en los claustros académicos, se constatará que el sistema de enseñanza es eficaz y que el colegial se consagra enteramente a sus estudios. Todos sus cursos de los años siguientes los lleva en la "lengua sabia": los de Gramática, Filosofía y Teología. En este idioma, "único permitido en las aulas", sustentará todos sus exámenes, lo mismo en San Nicolás que en la Universidad de México. Se valdrá del latín no sólo como lengua de estudio sino también de trabajo. La usará tanto en calidad de estudiante del Seminario de Valladolid cuanto de catedrático de Gramática y Retórica en Uruapan. Tendrá que seguir estudiando y practicando este mismo idioma durante toda su vida académica, y luego, año tras año, en su vida normal, al ejercer sus actividades profesionales de sacerdote.

Sólo tomando en cuenta lo anterior se podrá ver a Morelos como lo que es: la expresión de dos sabidurías: popular una, culta la otra. Apatzingán, antes, y Carácuaro, después, dejarán en su lenguaje la huella del estilo rural, campesino, a base de refranes. San Nicolás y el Seminario, en cambio, le imprimirán su carácter sentencioso y sus frases latinas. La síntesis de estas dos influencias se constatará en todos sus escritos, su correspondencia, sus proclamas y decretos. El 14 de septiembre de 1813, por ejemplo, instalado el Congreso Constituyente en la ciudad de Chilpancingo, el secretario leyó "un papel hecho por el señor general -dice el acta- cuyo título es Sentimientos de la Nación, en el que efectivamente se ponen de manifiesto sus principales ideas para terminar la guerra y se echan los fundamentos de la Constitución futura..." Con referencia a su estilo, el artículo 4 de dicho documento propone que se suprima la Inquisición; pero su autor mezcla los "dos saberes" al pedir, en sus propias palabras, que se arranque esa mala yerba que Dios no plantó, y luego, en latín: Omnis plantatis quam non plantabit Pater Meus Celestis, erradicabitur. Mateo, Cap. XV.

6. LA COLEGIATURA

El colegial porta dentro y fuera de la institución educativa los ropajes que los reglamentos de la época en todo el mundo occidental tienen reservados a los estudiantes, o sean, túnica y manto, beca y bonete. La túnica es una vestidura larga y amplia. Sobre ella, ocultándola, va el manto, que es una especie de túnica exterior. La beca es una faja de tela, de unos veinte centímetros de ancho, cruzada por pecho y espalda desde el hombro izquierdo hacia el costado derecho, rematada hacia el lado izquierdo con una rosca del mismo material. Y el bonete, una especie de gorra horizontal de cuatro picos.

El estudiante Morelos viste manto de paño azul para el diario y de terciopelo, del mismo color, para las grandes ocasiones. Sobre el manto, a manera de insignia o distintivo, lleva la beca encarnada con el escudo del Colegio. Dicho escudo es el de don Vasco, vigente hasta hoy en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo: acuartelado en cruz. El primer cuartel exhibe, sobre campo de sinople, seis dados de plata cargados de cinco puntos; el segundo, sobre fondo de plata, cinco estacas de oro calzadas de hierro en sus puntas; el tercero, con fondo de sinople, cinco estacas de plata dispuestas en pal, y el cuarto, sobre plata, una encina terrazada. "Todo el escudo -dice Nicolás León- está orlado de oro y superado por las ínfulas episcopales, en color propio". El colegial tiene la cabeza cubierta con un bonete azul, siempre "metido hasta las orejas", según la ley. Para salir del Colegio a la calle se necesita permiso del rector y llevar el traje propio del plantel, "a horas competentes, pues la clausura se guarda con puntualidad". Se abren las puertas del Colegio "al clarear el alba" y se cierran "a una hora regular y ordinaria, sin que ninguno de los colegiales pernocte fuera de él".

Los únicos autorizados para llevar sotana son los profesores, y no todos, sino sólo los bachilleres, lectores y pasantes, así como los clérigos beneficiados en la iglesia catedral . Si acaso él llega a ser nombrado profesor auxiliar -y lo será- no podrá usar sotana, a menos que alcance una de las categorías antes mencionadas, lo que no ocurrirá. Los profesores siempre se presentan con bonete, si son clérigos, o con gorra, si son seglares.

Para ser huésped del recinto nicolaita hay que pagar una pensión de treinta pesos al mes o trescientos al año "con objeto de que no se grave el Colegio". Este pago se conoce con el nombre de colegiatura, a cambio del cual, la institución se obliga a proporcionarle lo necesario para vivir, "dándole comida y cena decentes arregladas a las rentas del plantel, asistiendo puntualmente al lugar destinado para comedor, a las horas comunes y regulares". Trescientos pesos anuales son una fortuna. Considérense los sueldos. Como labrador en Apatzingán, por ejemplo, ganaba probablemente unos ciento cincuenta pesos al año; como capellán de Valladolid -si gana el juicio- obtendrá una suma inferior a los doscientos pesos; como profesor en Uruapan, más tarde, con el grado de Bachiller, alcanzará a ganar apenas ciento veinte y, como cura de Carácuaro, al final de su vida, nunca llegará a los trescientos. La carrera de Bachiller universitario, que se hace regularmente en cinco años o más, le costará por lo tanto un mil quinientos pesos fuertes. Invertirá en su aventura académica todos los ahorros de Apatzingán, que llegan quizá a quinientos o máximo seiscientos pesos en total. Le faltarán de novecientos a mil pesos para completar su carrera civil, sin contar con la eclesiástica. Si gana la capellanía, podrá seguir adelante. Si no, tiene el recurso de obtener una posible beca vacante. En caso de no ganar una ni otra -ni capellanía ni beca-, tendrá necesariamente que endeudarse. Y, en todo caso, lo único que lo respaldará será el doloroso trabajo de su madre.

Por lo pronto, el aspirante está preparado para vivir desde hace meses, quizá años, su nueva vida conventual. Sabe que pasará mucho tiempo en las aulas y en las celdas, en los patios y en los jardines de ese edificio. Allí vivirá y estudiará, comerá y dormirá, aprenderá y soñará. Tendrá que dedicarse en cuerpo y alma al estudio de las lenguas, primero, y luego, al de las humanidades; al latín -y al griego- inicialmente, y a la Filosofía después. Si pierde el ritmo en los estudios le costará doblemente caro. No puede darse ese lujo, ni por razones económicas ni por razones de edad. Pagó trescientos pesos de colegiatura, la mitad de lo acumulado durante diez años de trabajo. Y acaba de cumplir 25 años, edad justa en la que muchos colegiales ya han concluido su carrera, otros han obtenido sus títulos universitarios y los últimos están cursando sus maestrías, cuando no sus doctorados. Esto último, lejos de desmoralizarlo, aviva sus deseos de avanzar lo más rápidamente posible; aprender mejor y más pronto que sus colegas -todos más jóvenes que él-; obtener altas notas académicas, y terminar su carrera de Bachiller en Artes con las más brillantes distinciones universitarias. Lo logrará...

7. CALENDARIO Y HORARIO

Los cursos se inician el lunes 18 de octubre de 1790, día de San Lucas, y concluyen a más tardar el 28 de agosto o el 2 de septiembre del año siguiente. Las vacaciones finales duran de un mes y medio a dos meses, según el aprovechamiento general, y las parciales se conceden: las primeras, del día de Navidad al de reyes; las siguientes, del domingo de ramos al de pascua, y las últimas, en la octava del corpus christi. Por lo que se refiere a los días feriados -que son de descanso- cuéntanse los lunes y martes de carnestolendas y miércoles de ceniza, los días de los cuatro doctores, el día de Santo Tomás y el día de San Buenaventura.

La vida académica está sujeta a una severa disciplina. Como artesanos o mineros, los colegiales dedican ocho horas diarias a los estudios: cuatro horas en la mañana y cuatro en la tarde; dos bajo la dirección del titular de la cátedra, don Jacinto Mariano Moreno y Bazo, "entrando puntualmente con el reloj", y otras dos bajo la vigilancia del "decurión". Después de medio día se repite la rutina. Las labores académicas empiezan de seis a ocho de la mañana; prosiguen, de diez a doce del día. En la tarde, de dos a cuatro y de cinco a siete. Durante los sábados se repasa lo visto en toda la semana, aunque también se asiste y se participa en las "sabatinas": torneos en los que hay duelos de conocimientos entre los propios colegiales; en muchos de los cuales intervienen los catedráticos y el propio rector. Es Troya. Es un campo de batalla en el que participan colegiales de todos los grados, maestros, licenciados, asistentes y demás doctores. "Mirad como aquí se pelea por la espada, allí por el caballo -decía Don Quijote-, acullá por el águila, acá por el yelmo, y todos peleamos y todos no nos entendemos".

Los alumnos -y maestros- están sometidos a la misma vida, al mismo horario, a la misma rutina. Todos comen y duermen en el Colegio. El desayuno se sirve a las ocho de la mañana. El almuerzo, la principal comida del día, a las doce, después de lo cual se disfruta de una hora de "descanso y conversación honesta", y a veces, inclusive, de una pequeña siesta. En la tarde, hacia las cuatro, se toma un bocadillo y media hora de "entretenimiento". Después de rezar en la capilla a las siete, se sirve una cena ligera, durante la cual hay charlas, relatos, historias, discusiones, preguntas y respuestas. A todas las comidas del día asisten los colegiales de todos los grados, los profesores y el rector, cada uno en su lugar. De esta manera, llegan a conocerse bien, a tenerse confianza y a canalizar mejor sus mutuas simpatías... y antipatías. A las nueve de la noche, profesores y estudiantes se recluyen en sus respectivas celdas para pasar la noche. Al día siguiente, a las cinco de la mañana, se ofrece misa en la capilla, tras la cual se reinician las clases a las seis.

8. NIVEL ACADÉMICO DE EXCELENCIA

No es ocioso reiterar que en este mundo académico no se tolera una falta, un retardo, un olvido o una distracción. Ningún ejército ha ganado una guerra sin haber estado sometido previamente a un intenso entrenamiento y a una estricta disciplina. En el Colegio hay un ejército de estudiantes en guerra total contra la ignorancia, que debe sujetarse a las severas reglas de la puntualidad y la obediencia. La disciplina de San Nicolás impuesta por el rector Hidalgo no es una excepción, sino parte del sistema académico de la época, y moldea el carácter del colegial Morelos con la misma fuerza con la que el artesano labra la cantera rosa de los palacios vallisoletanos.

El estudiante, por consiguiente, se da a sus actividades escolares virtualmente las veinticuatro horas del día. Al hacerlo, logra no sólo adaptarse rápidamente a su nueva vida monástica sino olvidar también sus añoradas andanzas de labriego. Sus conocimientos los adquiere o asimila no sólo cuando estudia en el aula sino también cuando come, descansa, charla y hasta cuando duerme. Probablemente sus colegas empiezan a pensar o a soñar en aventuras caballerescas o románticas. Pueden darse ese lujo; él no. Ha pasado diez años en la Tierra Caliente no sólo pensando y soñando en este tipo de vida, sino viviéndola. Lo que para otros es curiosidad, para él es experiencia. Lo que en ellos es anhelo, en él es nostalgia. Si mucho es lo que ha ganado en la escuela de la vida, en lo estrictamente académico, en cambio, es demasiado lo que ha perdido. No se trata de recuperar lo irrecuperable: el tiempo, sino simplemente de no perder un día -qué digo-, ni siquiera una hora, ni un minuto más.

Sus estudios, pues, los toma con acentuada seriedad. Y no es que se niegue a celebrar bromas y diversiones. Al contrario, participa en ellas de buen talante cuando sus compañeros de Colegio -sus colegas- las hacen, y ríe de buena gana, con risa fresca y campestre, cuando son graciosas y de buen gusto. El propio rector Hidalgo, que siendo tan sabio es tan sencillo, inunda el plantel con su permanente alegría, su fina ironía y su buen humor. Lo que pasa es que, en cuanto a las bromas, no las promueve, ni -si ya están comenzadas- las prolonga. Se limita a ser espectador. Cuestión de circunstancias. Es el alumno mas maduro de su generación. Ni él se siente enteramente a gusto entre sus colegas niños, ni éstos con él, salvo cuando hablan de temas académicos. El estudio es el único puente que los une. Además, fuera del claustro nicolaita hay dos mujeres que tienen todas sus esperanzas depositadas en él: su madre Juana y su hermana Antonia. No las puede defraudar.

Por otra parte, el fallo del tribunal de capellanías e incluso una eventual beca dependen de su aprovechamiento en los estudios. No puede darse el lujo de distraerse. En todo caso, su forma de ser es de suyo reservada y, estando habituado a los calurosos pero abiertos espacios de Apatzingán, se mueve con cierta timidez en los herméticos y pétreos recintos de Valladolid...

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