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Capítulo VII Estudios medios 1. LA FACULTAD DE ARTES En el Palacio de Santo Domingo, el inquisidor don
Manuel de Flores prosigue su interrogatorio. La siguiente pregunta que
formula al prisionero se refiere a sus estudios. Quiere saber "si
ha estudiado en alguna Facultad", a lo que este responde
afirmativamente: "que estudió Gramática, Filosofía y Moral. Y no
otra Facultad". El estudio de la Gramática y la Filosofía se hace
en la Facultad de Artes; el de la Moral, en el Seminario. Morelos tendrá
la oportunidad de aprender en su época de colegial que las Artes -la
Gramática, la Retórica y la Filosofía- constituyen la materia básica
del saber -desde la escuela de Alejandría- y que se dividen en
liberales y mecánicas; artes liberales, porque las ejercen los hombres
libres, a diferencia de las otras, las mecánicas o manuales, propias de
esclavos. Las Artes Liberales eran siete en la Antigüedad, divididas en
dos grupos: el trivium y el quadrivium: las tres y las
cuatro vías del conocimiento, respectivamente. Las tres eran Gramática,
Retórica y Dialéctica o Lógica. Las cuatro complementarias, Aritmética,
Geometría, Astronomía y Música. La cátedra de Artes pasa del mundo grecorromano a
las Universidades árabes y, en la Edad Media, a las europeas. Hubo
cambios y agregados en el curso de los siglos; pero lo esencial
permaneció inalterable. Conforme crecieron "los saberes",
aumentaron también las disciplinas académicas. De este modo, además
de la de Artes, se fundó la cátedra de Decretos, que con el tiempo se
desdobló en dos: la de Derecho Civil y la de Derecho Canónico.
Aparecieron asimismo las cátedras de Medicina y Teología. Por último,
las cátedras se multiplicaron en cada área y empezaron a agruparse en
Facultades. El conjunto de Facultades sería llamado en latín -que es
el idioma universal- Universitas Magistrorum et Scholarium, esto
es, unión o universo de maestros y alumnos, y en español, por Alfonso
El Sabio -en las Siete Partidas- Ayuntamiento de Maestros y Alumnos
con voluntad de aprender los saberes. Sin embargo, su título en latín
se impone en Europa, abreviado en Universitas y convertido a la
postre en la Universidad española, la Université francesa, la
University inglesa y demás. Las Artes Liberales son la base de la enseñanza
universitaria en todos los países del mundo. En la Facultad de Artes
hay varias cátedras: Gramática y Retórica, Lógica y Filosofía.
Dicha Facultad será llamada, en la jerga universitaria, "facultad
menor". Las de Derecho Civil, Derecho Canónico, Medicina y Teología,
"facultades mayores". Imposible estudiar en éstas si antes no
se obtiene el título en aquélla. La Facultad de Artes se convierte así
en la llave que abre todas las puertas de la Universidad, es decir, de
las demás Facultades. En la Nueva España, como en toda la América hispánica,
se implanta el sistema universitario de la península. A la Universidad
de México -real y pontificia- se le otorgan los mismos estatutos y
privilegios que a la de Salamanca. Se fundan las cinco Facultades clásicas
y otras cátedras que no pertenecen a ninguna de ellas, como la de
"astrología". Morelos declara que será estudiante de la
Facultad "menor", o sea, la de Artes, en donde aprenderá Gramática
y Filosofía. Al tribunal responde que cursó sólo ésta, "y no
otra Facultad". 2. LA UNIVERSIDAD Y EL COLEGIO Los estudios universitarios de la Nueva España se
hacen en dos tipos de establecimientos: en la Universidad, que es lo
normal, y en los colegios, por excepción. La Universidad es la ley, la
tradición académica, el cuerpo de maestros, el depósito de la ciencia
y la cultura. Los colegios, en cambio, son casas de profesores y
alumnos, albergues, alojamientos, algunos de los cuales llegan
eventualmente a convertirse en instituciones educativas. Las cátedras se imparten, por regla general, en
las aulas de la Universidad, no en las habitaciones de los colegios. De
allí que en el México colonial se contemplen cordones de estudiantes
uniformados salir de sus colegios -de sus casas colectivas-, vestidos de
manto y bonete, para oír cátedra en las aulas universitarias. Y, al
finalizar sus labores, se les vea regresar de la misma forma a su
residencia. Pero, por distintas razones -académicas, políticas o geográficas-
la cátedra se ejercería también en algunos colegios; en unos, como el
de Tiripetío, por no estar establecida aún la Universidad; en otros,
como el de Tlatelolco, por reservarse a los indios, dada la naturaleza
misma de la enseñanza, distinta de la estrictamente universitaria, y en
los últimos, como el de San Nicolás, por su gran lejanía. Ahora bien, aunque estos colegios son simultáneamente
casas de estudiantes y centros de estudios, residencias de alumnos e
institutos de enseñanza, carecen de autorización para expedir títulos.
Esta función ha sido en todo tiempo prerrogativa de la Universidad. Los
títulos, por consiguiente, deben obtenerse necesariamente en dicha
Universidad -la de México o la de cualquier otro lugar de España o del
mundo- previos los exámenes respectivos. El Colegio de San Nicolás, además de albergue y
centro universitario, había sido desde su fundación un instituto
equivalente a un seminario, destinado a la formación de "clérigos
presbíteros". Hacía quince años, sin embargo -a partir de 1776
para ser precisos-, había perdido este carácter en beneficio del
Seminario Tridentino de Valladolid, fundado en ese año y dedicado
especialmente a formar a los miembros del clero. En 1790, por
consiguiente, año en que Morelos se inscribe en San Nicolás, el
Colegio conserva únicamente su calidad de centro universitario así
como de casa de profesores y estudiantes. Díctanse en él, por
consiguiente, las cátedras correspondientes a cuatro de las cinco
Facultades universitarias: Artes, Derecho Civil, Cánones y Teología,
ya que las de la quinta -la Facultad de Medicina-, tienen que cursarse
necesariamente en la Universidad de México. Morelos está dispuesto a llevar vida no sólo de estudiante
sino también de colegial; es decir, tanto de cursante de la
Facultad de Artes en el Colegio de San Nicolás, como de huésped de ese
recinto en el que impera la más estricta disciplina. Su vida estará
normada por el rigor de las actividades académicas; pero también por
la severa rutina del claustro que le servirá de albergue. Podrá salir
a la calle con la debida autorización del rector, aunque, por lo
general, llevará una vida monástica o conventual. 3. EL REGLAMENTO En el Colegio, frecuentemente se revisan y examinan
las aulas, la biblioteca, el archivo y la caja; la capilla, las
habitaciones, el comedor y los servicios. El visitador, inspector o
enviado del obispo es recibido a las puertas de la calle "con
repique de campanas y asistencia de los individuos anuales del
Colegio", y al principio de la escalera, por el rector, acompañado
de un selecto grupo de alumnos, en cuya compañía pasa a la sala
rectoral. Se procede luego al arqueo de la caja, la cual abren -cada uno
con su llave- el rector y dos de los consiliarios. En la biblioteca
"se admira su limpieza, buena disposición, el orden de sus
estantes y el arreglo de los libros -según las diversas Facultades de
que tratan- y lo selecto y abundante de los mejores autores,
principalmente en materia de Filosofía, Jurisprudencia, Teología,
Historia y Humanidades, así como el índice curioso y bien ordenado
para la fácil expedición de la biblioteca". "En el archivo se hallan las informaciones de
los alumnos del Colegio y de sus familiares; noticias de los varones
insignes en santidad y letras producidos por la institución; los libros
de cuentas, constituciones, bulas pontificias y reales cédulas, todo
con el mayor arreglo y curiosidad". Los libros de cuentas se
encuentran "en orden escrupuloso" pues en ellos constan
"todas las respectivas aprobaciones mensuales y examen anual de los
colegiales antiguos, como está mandado, advirtiendo su arreglo,
exactitud y buena inversión de fondos". Por lo que se refiere a la capilla, está "muy bien aseada y con un hermoso altar". Las habitaciones del Colegio se hallan, a su vez, "con el mayor aseo y decente ornato". En lo que se refiere a huéspedes, visita, clausura y demás puntos, se observan escrupulosamente las leyes 6 y 8, título 3, libro 8, de la Novísima Recopilación de España, dictadas por Carlos III para el arreglo y reforma de los seis colegios mayores principales de la península, extendidas a los demás de los reinos de ultramar -entre ellos a San Nicolás- en todo aquello susceptible de adaptarse y no contrario a sus propias constituciones y estatutos. En agosto o septiembre de ese año, el Colegio
manda llamar al joven aspirante y le comunica que su solicitud ha sido
obsequiada de conformidad; que ha sido admitido como estudiante colegial
-alumno interno-, y que debe iniciar sus estudios de "mínimos y
menores" a partir de octubre de ese mismo año... 4. ¿MAL ESTUDIANTE? Los biógrafos de Morelos sostienen piadosamente
que sus estudios fueron muy poco serios; que aprendió solamente unos
cuantos latinajos bajo la complaciente mirada de maestros y autoridades;
que fue "poco instruido", y que no pasó de cura "de poco
latín y menos griego". Esta leyenda, al contrario de otras muchas,
no es iniciada por Bustamante sino por Alamán; proseguida por Zavala y
Mora, y continuada por otros. Veamos algunas relativamente recientes.
"Las crónicas de la época relatan que Morelos no fue un
estudiante distinguido", dice Mario de la Cueva en una revista que,
con motivo del bicentenario del natalicio del Siervo de la Nación,
publicó en 1965 la Universidad Michoacana a todo lujo. Hacia la misma
época, Ubaldo Vargas Martínez, en una biografía sobre él, premiada
por la Secretaría de Educación Pública, escribió que sus estudios,
además de escasos, "no fueron precisamente brillantes". Frente a la tesis anterior, hay una tradición oral
en el Colegio de San Nicolás que, por su fuerza y precisión, no deja
de sorprender. Los que han estudiado y enseñado en este noble
instituto; pero, sobre todo, heredado su rancio legado humanístico,
siempre han sabido que Morelos fue no sólo un magnífico estudiante,
sino uno de los mejores; en un medio académico dominado por brillantes
catedráticos y presidido por un rector de la talla intelectual de
Hidalgo, y dentro de una atmósfera cultural de muy alto nivel, como lo
era la sociedad vallisoletana gobernada por Riaño y San Miguel. Sin
embargo, no será la fuerza de la tradición anónima sino el sistema
seguido para hacer los estudios, basado en una estricta disciplina académica,
por una parte, y el testimonio escrito de sus propios maestros, por
otra, lo que se reproducirá en estas páginas. En cuanto al sistema, se ha objetado que era malo,
autoritario, impositivo e ineficaz; que se seguían textos inadecuados;
que los maestros eran mediocres y que los alumnos nunca aprendían un
buen latín. Se ha argüido que los testimonios de Feijoo en Europa y de
Alzate en América prueban la pobreza académica que imperaba en ese
tiempo, sobre todo en la Universidad. Sea. No habrá polémica al
respecto. A pesar de esta concesión, la Universidad y los colegios
coloniales produjeron abundantes latinistas notables y, desde luego,
fueron más numerosos los buenos que los malos. A pesar de lo prolijo de
los textos y de la medianía de los maestros, la disciplina académica
rendía buenos frutos. Por lo que toca a las constancias escolares del
estudiante Morelos, éstas son explícitas y categóricas. Dichas
"crónicas de la época" -si se nos permite llamarlas así-
demuestran fehacientemente que sus estudios no fueron nada mediocres. Al
contrario. 5. DOS SABIDURÍAS El labrador de Apatzingán inicia sus estudios
desde "cero", o sea -en el lenguaje de la época-, desde
"mínimos y menores". Lo expuesto no significa que rehace sus
estudios elementales; éstos ya están hechos, en castellano, y
consisten, si se recuerda, en "leer y escribir bien, la buena
formación de los números y el arte de contar con las reglas más
necesarias y usuales en el regular comercio humano". Lo que empieza
son sus estudios medios, orientados fundamentalmente a la adquisición
de la lengua latina y de la griega. Se comienza por los "mínimos y
menores" (un año de Gramática) y se termina con los
"medianos y mayores" (un año de Retórica). Al final de este
ciclo intermedio, que es lo que forma la Gramática lato sensu,
se inicia el nivel universitario strictu sensu, con la Filosofía,
cuya enseñanza dura tres años. Los cursos de latín, según José Antonio Alzate,
se llevan a cabo normalmente de tres a cinco años; pero los que ya han
hecho estudios previos -o los que tienen especial talento para el
aprendizaje de los idiomas- pueden reducir tal período a uno o dos años.
El colegial Morelos los hará en dos. Y esto, si no es un fraude,
es una proeza. O el estudiante tiene una especial aptitud para el
aprendizaje de la lengua, probablemente abonado por los estudios
realizados durante su infancia en la escuela del abuelo materno y
proseguidos motu proprio en su adolescencia -como lo asegura
Mariano de Jesús Torres-, o aprueba sus exámenes sin comprender, ni
leer, ni hablar el latín, lo que honra muy poco tanto al estudiante en
sí mismo cuanto a su maestro y a la institución educativa dirigida por
Hidalgo. Al acompañarlo en los claustros académicos, se
constatará que el sistema de enseñanza es eficaz y que el colegial
se consagra enteramente a sus estudios. Todos sus cursos de los años
siguientes los lleva en la "lengua sabia": los de Gramática,
Filosofía y Teología. En este idioma, "único permitido en las
aulas", sustentará todos sus exámenes, lo mismo en San Nicolás
que en la Universidad de México. Se valdrá del latín no sólo como
lengua de estudio sino también de trabajo. La usará tanto en calidad
de estudiante del Seminario de Valladolid cuanto de catedrático de Gramática
y Retórica en Uruapan. Tendrá que seguir estudiando y practicando este
mismo idioma durante toda su vida académica, y luego, año tras año,
en su vida normal, al ejercer sus actividades profesionales de
sacerdote. Sólo tomando en cuenta lo anterior se podrá ver a Morelos como lo que es: la expresión de dos sabidurías: popular una, culta la otra. Apatzingán, antes, y Carácuaro, después, dejarán en su lenguaje la huella del estilo rural, campesino, a base de refranes. San Nicolás y el Seminario, en cambio, le imprimirán su carácter sentencioso y sus frases latinas. La síntesis de estas dos influencias se constatará en todos sus escritos, su correspondencia, sus proclamas y decretos. El 14 de septiembre de 1813, por ejemplo, instalado el Congreso Constituyente en la ciudad de Chilpancingo, el secretario leyó "un papel hecho por el señor general -dice el acta- cuyo título es Sentimientos de la Nación, en el que efectivamente se ponen de manifiesto sus principales ideas para terminar la guerra y se echan los fundamentos de la Constitución futura..." Con referencia a su estilo, el artículo 4 de dicho documento propone que se suprima la Inquisición; pero su autor mezcla los "dos saberes" al pedir, en sus propias palabras, que se arranque esa mala yerba que Dios no plantó, y luego, en latín: Omnis plantatis quam non plantabit Pater Meus Celestis, erradicabitur. Mateo, Cap. XV. 6. LA COLEGIATURA El colegial porta dentro y fuera de la
institución educativa los ropajes que los reglamentos de la época en
todo el mundo occidental tienen reservados a los estudiantes, o sean, túnica
y manto, beca y bonete. La túnica es una vestidura larga y amplia.
Sobre ella, ocultándola, va el manto, que es una especie de túnica
exterior. La beca es una faja de tela, de unos veinte centímetros de
ancho, cruzada por pecho y espalda desde el hombro izquierdo hacia el
costado derecho, rematada hacia el lado izquierdo con una rosca del
mismo material. Y el bonete, una especie de gorra horizontal de cuatro
picos. El estudiante Morelos viste manto de paño
azul para el diario y de terciopelo, del mismo color, para las grandes
ocasiones. Sobre el manto, a manera de insignia o distintivo, lleva la
beca encarnada con el escudo del Colegio. Dicho escudo es el de don
Vasco, vigente hasta hoy en la Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo: acuartelado en cruz. El primer cuartel exhibe, sobre campo de
sinople, seis dados de plata cargados de cinco puntos; el segundo, sobre
fondo de plata, cinco estacas de oro calzadas de hierro en sus puntas;
el tercero, con fondo de sinople, cinco estacas de plata dispuestas en
pal, y el cuarto, sobre plata, una encina terrazada. "Todo el
escudo -dice Nicolás León- está orlado de oro y superado por las ínfulas
episcopales, en color propio". El colegial tiene la cabeza cubierta
con un bonete azul, siempre "metido hasta las orejas", según
la ley. Para salir del Colegio a la calle se necesita permiso del rector
y llevar el traje propio del plantel, "a horas competentes, pues la
clausura se guarda con puntualidad". Se abren las puertas del
Colegio "al clarear el alba" y se cierran "a una hora
regular y ordinaria, sin que ninguno de los colegiales pernocte fuera de
él". Los únicos autorizados para llevar sotana son los
profesores, y no todos, sino sólo los bachilleres, lectores y pasantes,
así como los clérigos beneficiados en la iglesia catedral . Si acaso
él llega a ser nombrado profesor auxiliar -y lo será- no podrá usar
sotana, a menos que alcance una de las categorías antes mencionadas, lo
que no ocurrirá. Los profesores siempre se presentan con bonete, si son
clérigos, o con gorra, si son seglares. Para ser huésped del recinto nicolaita hay que
pagar una pensión de treinta pesos al mes o trescientos al año
"con objeto de que no se grave el Colegio". Este pago se
conoce con el nombre de colegiatura, a cambio del cual, la institución
se obliga a proporcionarle lo necesario para vivir, "dándole
comida y cena decentes arregladas a las rentas del plantel, asistiendo
puntualmente al lugar destinado para comedor, a las horas comunes y
regulares". Trescientos pesos anuales son una fortuna. Considérense
los sueldos. Como labrador en Apatzingán, por ejemplo, ganaba
probablemente unos ciento cincuenta pesos al año; como capellán de
Valladolid -si gana el juicio- obtendrá una suma inferior a los
doscientos pesos; como profesor en Uruapan, más tarde, con el grado de
Bachiller, alcanzará a ganar apenas ciento veinte y, como cura de Carácuaro,
al final de su vida, nunca llegará a los trescientos. La carrera de
Bachiller universitario, que se hace regularmente en cinco años o más,
le costará por lo tanto un mil quinientos pesos fuertes. Invertirá en
su aventura académica todos los ahorros de Apatzingán, que llegan quizá
a quinientos o máximo seiscientos pesos en total. Le faltarán de
novecientos a mil pesos para completar su carrera civil, sin contar con
la eclesiástica. Si gana la capellanía, podrá seguir adelante. Si no,
tiene el recurso de obtener una posible beca vacante. En caso de no
ganar una ni otra -ni capellanía ni beca-, tendrá necesariamente que
endeudarse. Y, en todo caso, lo único que lo respaldará será el
doloroso trabajo de su madre. Por lo pronto, el aspirante está preparado para
vivir desde hace meses, quizá años, su nueva vida conventual. Sabe que
pasará mucho tiempo en las aulas y en las celdas, en los patios y en
los jardines de ese edificio. Allí vivirá y estudiará, comerá y
dormirá, aprenderá y soñará. Tendrá que dedicarse en cuerpo y alma
al estudio de las lenguas, primero, y luego, al de las humanidades; al
latín -y al griego- inicialmente, y a la Filosofía después. Si pierde
el ritmo en los estudios le costará doblemente caro. No puede darse ese
lujo, ni por razones económicas ni por razones de edad. Pagó
trescientos pesos de colegiatura, la mitad de lo acumulado durante diez
años de trabajo. Y acaba de cumplir 25 años, edad justa en la que
muchos colegiales ya han concluido su carrera, otros han obtenido sus títulos
universitarios y los últimos están cursando sus maestrías, cuando no
sus doctorados. Esto último, lejos de desmoralizarlo, aviva sus deseos
de avanzar lo más rápidamente posible; aprender mejor y más pronto
que sus colegas -todos más jóvenes que él-; obtener altas notas académicas,
y terminar su carrera de Bachiller en Artes con las más brillantes
distinciones universitarias. Lo logrará... 7. CALENDARIO Y HORARIO Los cursos se inician el lunes 18 de octubre de 1790, día de San Lucas, y concluyen a más tardar el 28 de agosto o el 2 de septiembre del año siguiente. Las vacaciones finales duran de un mes y medio a dos meses, según el aprovechamiento general, y las parciales se conceden: las primeras, del día de Navidad al de reyes; las siguientes, del domingo de ramos al de pascua, y las últimas, en la octava del corpus christi. Por lo que se refiere a los días feriados -que son de descanso- cuéntanse los lunes y martes de carnestolendas y miércoles de ceniza, los días de los cuatro doctores, el día de Santo Tomás y el día de San Buenaventura. La vida académica está sujeta a una severa
disciplina. Como artesanos o mineros, los colegiales dedican ocho horas
diarias a los estudios: cuatro horas en la mañana y cuatro en la tarde;
dos bajo la dirección del titular de la cátedra, don Jacinto Mariano
Moreno y Bazo, "entrando puntualmente con el reloj", y otras
dos bajo la vigilancia del "decurión". Después de medio día
se repite la rutina. Las labores académicas empiezan de seis a ocho de
la mañana; prosiguen, de diez a doce del día. En la tarde, de dos a
cuatro y de cinco a siete. Durante los sábados se repasa lo visto en
toda la semana, aunque también se asiste y se participa en las
"sabatinas": torneos en los que hay duelos de conocimientos
entre los propios colegiales; en muchos de los cuales intervienen los
catedráticos y el propio rector. Es Troya. Es un campo de batalla en el
que participan colegiales de todos los grados, maestros, licenciados,
asistentes y demás doctores. "Mirad como aquí se pelea por la
espada, allí por el caballo -decía Don Quijote-, acullá por el águila,
acá por el yelmo, y todos peleamos y todos no nos entendemos". Los alumnos -y maestros- están sometidos a la
misma vida, al mismo horario, a la misma rutina. Todos comen y duermen
en el Colegio. El desayuno se sirve a las ocho de la mañana. El
almuerzo, la principal comida del día, a las doce, después de lo cual
se disfruta de una hora de "descanso y conversación honesta",
y a veces, inclusive, de una pequeña siesta. En la tarde, hacia las
cuatro, se toma un bocadillo y media hora de
"entretenimiento". Después de rezar en la capilla a las
siete, se sirve una cena ligera, durante la cual hay charlas, relatos,
historias, discusiones, preguntas y respuestas. A todas las comidas del
día asisten los colegiales de todos los grados, los profesores y el
rector, cada uno en su lugar. De esta manera, llegan a conocerse bien, a
tenerse confianza y a canalizar mejor sus mutuas simpatías... y antipatías.
A las nueve de la noche, profesores y estudiantes se recluyen en sus
respectivas celdas para pasar la noche. Al día siguiente, a las cinco
de la mañana, se ofrece misa en la capilla, tras la cual se reinician
las clases a las seis. 8. NIVEL ACADÉMICO DE EXCELENCIA No es ocioso reiterar que en este mundo académico
no se tolera una falta, un retardo, un olvido o una distracción. Ningún
ejército ha ganado una guerra sin haber estado sometido previamente a
un intenso entrenamiento y a una estricta disciplina. En el Colegio hay
un ejército de estudiantes en guerra total contra la ignorancia, que
debe sujetarse a las severas reglas de la puntualidad y la obediencia.
La disciplina de San Nicolás impuesta por el rector Hidalgo no es una
excepción, sino parte del sistema académico de la época, y moldea el
carácter del colegial Morelos con la misma fuerza con la que el
artesano labra la cantera rosa de los palacios vallisoletanos. El estudiante, por consiguiente, se da a sus actividades escolares virtualmente las veinticuatro horas del día. Al hacerlo, logra no sólo adaptarse rápidamente a su nueva vida monástica sino olvidar también sus añoradas andanzas de labriego. Sus conocimientos los adquiere o asimila no sólo cuando estudia en el aula sino también cuando come, descansa, charla y hasta cuando duerme. Probablemente sus colegas empiezan a pensar o a soñar en aventuras caballerescas o románticas. Pueden darse ese lujo; él no. Ha pasado diez años en la Tierra Caliente no sólo pensando y soñando en este tipo de vida, sino viviéndola. Lo que para otros es curiosidad, para él es experiencia. Lo que en ellos es anhelo, en él es nostalgia. Si mucho es lo que ha ganado en la escuela de la vida, en lo estrictamente académico, en cambio, es demasiado lo que ha perdido. No se trata de recuperar lo irrecuperable: el tiempo, sino simplemente de no perder un día -qué digo-, ni siquiera una hora, ni un minuto más. Sus estudios, pues, los toma con acentuada
seriedad. Y no es que se niegue a celebrar bromas y diversiones. Al
contrario, participa en ellas de buen talante cuando sus compañeros de
Colegio -sus colegas- las hacen, y ríe de buena gana, con risa fresca y
campestre, cuando son graciosas y de buen gusto. El propio rector
Hidalgo, que siendo tan sabio es tan sencillo, inunda el plantel con su
permanente alegría, su fina ironía y su buen humor. Lo que pasa es
que, en cuanto a las bromas, no las promueve, ni -si ya están
comenzadas- las prolonga. Se limita a ser espectador. Cuestión de
circunstancias. Es el alumno mas maduro de su generación. Ni él se
siente enteramente a gusto entre sus colegas niños, ni éstos con él,
salvo cuando hablan de temas académicos. El estudio es el único puente
que los une. Además, fuera del claustro nicolaita hay dos mujeres que
tienen todas sus esperanzas depositadas en él: su madre Juana y su
hermana Antonia. No las puede defraudar. Por otra parte, el fallo del tribunal de capellanías e incluso una eventual beca dependen de su aprovechamiento en los estudios. No puede darse el lujo de distraerse. En todo caso, su forma de ser es de suyo reservada y, estando habituado a los calurosos pero abiertos espacios de Apatzingán, se mueve con cierta timidez en los herméticos y pétreos recintos de Valladolid... ¨ ¨ ¨
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