Historia y política | ||
Información sobre México | ||
XVIII. Teólogos y filósofos 1. OBRAS JURÍDICAS Los inquisidores analizaban las obras del inventario de Ajuchitlán, cuyo inventario corría agregado al expediente de Morelos, para tratar de penetrar en la mentalidad del acusado. En Derecho identificaron tres: dos tomos de a folio, en pergamino, Ilustración a la Curia Filípica, y el complemento de la Curia Filípica, que tenía en su casa de Valladolid. Este título "trata breve y compendiosamente de los juicios civiles y criminales, eclesiásticos y seculares, con lo que sobre ello está dispuesto por derecho y resolución de doctores". La parte correspondiente a derecho mercantil se divide en tres libros: el primero hace referencia a comerciantes, facturas, marcas, pesas y medidas, ferias y mercados, tiendas, venta, alcabala y otros; el segundo, a usura, intereses, hipoteca, prórroga, novación, cesión, paga, libros, cuentas, finiquito y otros temas, y el tercero a cuestiones de derecho marítimo. "¿Para qué -se pregunta Herrejón- serviría esta obra al cura de Carácuaro? Cerca de 16 años -prosigue- anduvo en litigio, desde que regresó de Tahuejo: pretendía la capellanía fundada por su bisabuelo, y como otros parientes se la disputaban, se originó un largo expediente con un sinnúmero de diligencias que lo obligaron a que se instruyera en los vericuetos de derecho". Es probable a esta época de litigio que corresponda igualmente un tomo de a folio titulado Pleitos, de Rivas. Por otra parte, "estaba enterado -continúa Herrejón- de asuntos comerciales desde que le ayudaba a su tío Felipe en el rancho de Tahuejo y en los eventuales viajes que entonces realizó. Esta experiencia fue de utilidad para el cura comerciante... El giro ayudaba a sus mismos feligreses, que careciendo de comercio, no podían dar salida a sus excedentes ni conseguir nada a cambio. El negocio fue compatible con su ministerio porque no lo distrajo... Con tales supuestos, la Curia Filípica fue de gran utilidad". Más tarde, durante la guerra, la obra citada le serviría de fuente de consulta para dictar algunas disposiciones sobre pesas y medidas, venta de productos de primera necesidad, contribuciones, pago a la burocracia y a la tropa, etc. La otra obra de Derecho es un tomo de a folio, en pergamino, De Regio Patronato, de Ribadeneira. La invocó en su defensa. Al ser acusado en la Inquisición de haber quitado y puesto curas "a su antojo y capricho", atentando de ese modo contra la jerarquía eclesiástica "instituida por inspiración divina", reconoció que, en condiciones normales u ordinarias, la nación independiente necesitaba firmar un concordato con la silla apostólica para regular los nombramientos y remociones de los altos funcionarios eclesiásticos; pero en situaciones extraordinarias, como las afrontadas por la nación en armas, era válida la determinación tomada por su gobierno, en el sentido de nombrar a un vicario general, una especie de ministro de negocios eclesiásticos, para ocuparse de tales menesteres, mientras se establecía el concordato. 2. LEGITIMIDAD DE LA RESISTENCIA A LA OPRESIÓN Dentro del rubro de la Teología se agrupan 24 obras: una de Teología Escolástica, 13 de Teología Dogmática, 5 de Teología Moral y 5 de Oratoria Sagrada. Hay además 6 obras de Crítica, Historia, Biografía y Guadalupanismo, así como 4 diversas y 4 no identificadas. A la cabeza de ellas está, en tres tomos de a folio, Summa Theologica, de Santo Tomás, el príncipe de la escolástica. ¿Cómo no iba a llevar consigo esta obra -cuyo autor fue invocado por Hidalgo en su celda de Chihuahua-, si una de sus tesis refiérese a la legitimidad de la lucha del pueblo para resistir a la opresión? Aparecen también en la biblioteca morelense las obras de los dominicos Melchor Cano y Domingo de Soto, dos gigantes de la Teología española, citados por el Maestro Hidalgo en su Disertación; que estudian, el primero, en De Locis Thelogicis, las fuentes de la Teología según el método histórico y crítico -método que le sería caro al rector- y el segundo, los fundamentos de la justicia y el derecho desde el punto de vista teológico, tema éste que será igualmente tratado por el jesuita Ludovico o Luis de Molina en su obra de idéntico título: De iustitia et iure, en la que se tocan temas como origen de la autoridad, la sede del poder político y las condiciones que debe reunir la resistencia a la opresión para que pueda considerarse legítima. El benedictino Manuel Navarro y el franciscano Juan Picazo, presentes en la biblioteca de Morelos, escribieron sendos tratados de teología a mediados del siglo XVII; el primero, orientado hacia las virtudes teologales, y el segundo no sabemos hacia qué. En la lista aparece también el nombre de Maldonado, del que Herrejón asegura que se trata de un jesuita español, "notable exégeta del siglo XVI", contemporáneo, por consiguiente, de Cano, Soto y Vitoria. Otros dos autores dominicos, Tomás de Lemos, que escribió Panoplia gratiae y Diego de Alvarez, De auxiliis, se encuentran también en la biblioteca de Morelos. El siguiente libro es "un Breviario viejo": plegarias, himnos y lecturas en latín, que el eclesiástico debe leer todos los días. Encierra textos de la Biblia, de los Santos Padres; vidas de santos y oraciones. Su estado de desgaste es la prueba de constante uso y lectura que le dio Morelos durante los años de su ministerio. Desde que se lanzó a la guerra dejó de hacerlo, a pesar de llevarlo siempre consigo, "porque no tenía tiempo para ello, y así se creía impedido por una causa justa". Durante su cautiverio le dieron otro, pero tampoco lo hizo. Ya se dijo por qué: "porque la luz no le alcanza". Un tomo de a folio, Año Eterno, en castellano de Zerrate (¿Zárate?), podría considerarse vinculado el uso del Breviario. El Antiguo Testamento aparece igualmente en el inventario. Esta obra le sirvió de inspiración personal y política, como lo ha puesto de manifiesto Agustín Churruco, al relacionarla con lo que llama "teología insurgente", en la que se resalta la figura del pueblo hebreo oprimido y liberado en Egipto y Babilonia. La guerra de independencia, según Morelos, era no sólo justa sino también santa. Al obispo de Puebla lo invitó a tomar la pluma, no para denigrarla sino para defenderla. "Encontraría sin duda -le dijo- mayores motivos que el angloamericano y el pueblo de Israel". En este orden de ideas podrían incluirse otras tres obras: un tomo de a cuarto, Religión Cristiana; un tomo de a folio, Teología Selecta, y otro, Religio Vitrix. Entre las obras de Teología Moral, que reflejan sus años de seminarista, además del ya citado Lárraga o Grosin, encuéntranse otras cuatro: la Summa Moral, del dominico Vicente Ferrer; el Confesionario, del capuchino Jaime de Corella; el Compendio Salmaticense, y otro confesionario o Summa Moral no identificado, cuyos temas, en general, son los mismos que los tratados por Grosin, entre ellos, la licitud del homicidio, la guerra justa y la irregularidad y su dispensa. Decía el Maestro Hidalgo en su Disertación que la Teología se basa, por una parte, en la Escritura Santa y en la Patrística, y por otra, en los Concilios y en los Papas. Las obras que anteceden responden en cierta forma a esta orientación inicial. Pero agregaba que deben concurrir en su auxilio la Historia, la Geografía y la Crítica. En la biblioteca moreliana hay tres obras que podrían agruparse en estos rubros: a) Un tomo de a folio en pergamino, Examen Ecclesiasticum; b) otro, Controversiae ecclesiastico-historicae, de Castel, y c) un tomo de a folio, Escudos (de armas) de México. "La obra del coloniense Gerardo Castel (1734) -dice Herrejón- parece ser la fuente donde Morelos extrajo algunos de sus conocimientos sobre la historia de la Iglesia, como la referencia a la lucha de Gregorio VII y Enrique IV. También es muy probable que haya tomado en sus manos el libro Escudos de armas de México, de Cayetano de Cabrera y Quintero: testimonio barroco que exalta la patria y el guadalupanismo". Inclúyense en este capítulo la Vida de San Antonio de Guzmán y la de fray Junípero. Hay además en esta biblioteca cuatro obras diversas: un tomo de a folio Diálogos de España; otro, Dominicas, de Ricomo; uno más, Disertatio, de Pignoni, y el último, El Siglo Pitagórico, así como cuatro autores de difícil identificación: Matamoros, Ludovino de Lozada, Lazcano y Ludovino. En la última parte se encuentran ocho tomos de a folio, Gaceta de México. Trátase del órgano oficial del gobierno colonial. Ernesto de la Torre Villar, en su obra Los Guadalupes, reproduce los textos de los mensajes enviados por los miembros de esta organización clandestina a Morelos, a los que adjuntaban las últimas Gacetas, los Concisos y otras publicaciones, que luego éste agregaba a su colección y las hacía empastar. 3. LOS TÍTULOS DE SU CASA De acuerdo con el inventario levantado por su cuñado don Miguel Cervantes, o no tenía muchos libros en su casa o los que citó fueron únicamente los que se salvaron a la destrucción y al saqueo. Estos son: un tomo de a folio en pergamino, Tridentino: colección de cánones del Concilio de Trento que normaron las definiciones de Morelos en materia religiosa y eclesiástica. De los 23 Sentimientos de la Nación, cinco tratan sobre temas de esta índole. El artículo 2 establece la religión única; pero el 10 y el 20, al condicionar la admisión de extranjeros industriosos o de tropas de otros países en caso de ayuda, dejan la vía abierta al respeto y tolerancia de otras creencias. Estas ideas fueron recogidas y ampliadas en la Constitución de Apatzingán promulgada en 1814, en cuyo artículo 17 se establece que "los transeúntes serán protegidos por la sociedad, pero sin tener parte en la institución de sus leyes. Sus personas y propiedades gozarán de la misma seguridad que los demás ciudadanos, con tal que reconozcan la soberanía y la independencia de la nación, y respeten la religión católica, apostólica y romana". Los transeúntes a que se refiere esta disposición no eran otros que los inmigrantes protestantes y, posiblemente, soldados de tropas extranjeras, muchos de ellos librepensadores, a los cuales era virtualmente imposible hacer que renunciaran a sus credos, en caso de que decidieran venir a brindar su ayuda y colaboración a la independencia. Desde que Calleja tuvo un ejemplar del Decreto Constitucional de la Tierra Caliente, informó de inmediato al rey de España que los insurgentes "habían abierto por el artículo 17 de su fárrago constitucional la entrada a los extranjeros de cualquier secta o religión que sean, sin otra condición que la que respeten simplemente la religión católica". Este principio de tolerancia no volvería a resonar en los ámbitos constitucionales de México sino hasta cincuenta años después. Al hacerse referencia a este tema en el tribunal de la Inquisición, el promotor fiscal acusó a Morelos de tener en igual aprecio la religión católica "y las sectas y errores que la contradicen", así como de dar igual peso en su corazón "a la autoridad de Jesucristo y la de Belial, su enemigo". ¿Fue culpable de esta apertura que encierra el germen de la libertad de cultos? "No concurrió a su formación (de la Carta Magna) -declaró-, si no es a los últimos artículos de ella; pero habiéndola leído en un día, la juró". Así reconoció su culpabilidad. No se arrogó el crédito de la obra constitucional. No fue un fruto jurídico de él sino de la nación beligerante; pero habiéndose enterado de su contenido -incluyendo el punto relativo a la tolerancia de cultos-, la juró y la hizo jurar, la cumplió y la hizo cumplir. Ahora bien, ¿pensó que dicha tolerancia conciliaba "la autoridad de Jesucristo con la de Belial? No, francamente no. "No tuvo tiempo de reflexionar en ello" No estaba de ocioso. Su atención estaba concentrada en la defensa de los intereses nacionales, no en la supuesta conciliación entre Dios y el Diablo. Por otra parte, frente a López Rayón, que era de la opinión de que el dogma fuese sostenido "por la vigilancia del Tribunal de la Fe", esto es, por la Inquisición, Morelos, en su Sentimiento 4, propuso que el dogma fuese sostenido únicamente "por la jerarquía de la iglesia", y recordó por quiénes está compuesta: por "el Papa, los obispos y los curas". No menos, pero tampoco más. Y en cuanto al famoso tribunal, "se debe arrancar toda planta que Dios no plantó: Omnis plantatis quam non plantabit Pater meus celestis, erradicabitur. Mateo, Cap. XV". Esta planta maligna, que se había nutrido largo tiempo de víctimas inocentes que no habían cometido más delito que el de pensar por cuenta propia; este siniestro vegetal carnívoro, devorador del pensamiento libre, debía ser arrancado y arrojado a la basura de la historia. La frase no era de él, sino de San Mateo. Consiguientemente, era el santo, en todo caso, quien debía ser acusado de hereje, no él. Para los inquisidores, esta propuesta sería un golpe directo al hígado. Según ellos, el tribunal había sido instituido por Roma, no por "la nación", como la llamaba Morelos. Por consiguiente, a Roma correspondía disolverlo, no a hombres como el detenido. Morelos había sido, era y seguiría siendo "enemigo cruel del Santo Oficio", y así lo dejarían sentado en su sentencia. En cuanto a la situación de privilegio que tenían las corporaciones eclesiásticas, López Rayón la aceptaba en sus Elementos Constitucionales. Era partidario del statu quo. Los señores inquisidores participaban de esta tesis. Para ellos, las inmunidades y privilegios de las corporaciones eclesiásticas eran sagrados, establecidos por inspiración divina, ante los cuales debían someterse no sólo las personas y las demás corporaciones sino incluso el Estado. Al ser despojados de algunos de dichos privilegios hacía apenas unos cuantos años, habían presentado ante el monarca su más respetuosa pero enérgica protesta. Morelos, en cambio, en el artículo 3 de los Sentimientos de la Nación, propuso, por una parte, la supresión de las obvenciones obligatorias, sin dejar más que las que resultaran voluntariamente de "la devoción y ofrenda", para alivio de los fieles, y por otra, "que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados, y que éstos sólo lo sean en cuanto al uso de su ministerio". Era una tesis diametralmente opuesta no sólo a López Rayón sino también a las cúpulas eclesiásticas y, desde luego, a los inquisidores. En Acapulco lo diría más fuerte: "Es necesario que se entienda que los derechos de la patria son más sagrados que los de cualquier individuo o corporación". Estas ideas no se las perdonarían jamás. Otra obra del inventario de Cervantes -el cuñado de Morelos- es la Curia Filípica, de la que ya se dijo que es un tratado de derecho civil, penal, mercantil y canónico. La siguiente es un tomo de a folio, en pergamino maltratado, Concilio Mexicano. "Era -dice Herrejón- la legislación canónica peculiar de la Iglesia en México desde 1585. Texto obligado para la atención parroquial, dicho tomo contiene, entre otras disposiciones, las relativas al trato con los indígenas, y deslinda las atribuciones eclesiásticas y laicales, frailunas y diocesanas". Y la última, un tomo de a folio, en pergamino, Sermones, de Lancitan, que Herrejón cree que podría ser Lafitau: "Si la transcripción es ésta -explica-, corresponde al obispo francés de Sisterón, que destacó en la lucha contra el jansenismo" 4. LOS FILÓSOFOS PROHIBIDOS Por último, el promotor fiscal del Santo Oficio acusaría a Morelos de haber leído a Helvetio, Hobbes, Spinoza, Voltaire "y otros filósofos reprobados por anticatólicos y anatemizados por la Iglesia". En efecto, hay influencias de estos autores en el pensamiento de Morelos; aunque debe reconocerse que sus diferencias son más notables que sus coincidencias. El inglés Thommas Hobbes, en su Leviathan (1651) y el holandés Baruch Spinoza, en su Tractatus Thelogicus-politicus (1670), parten de la tesis del contrato social, como los teólogos jesuitas, antes, y Rousseau, después, pero aquéllos llegan a conclusiones distintas a las de éstos. Aunque Spinoza es continuador de la obra de Hobbes, su objetivo es demostrar que la libertad de creencias es compatible "con la conservación de la piedad (con la religión católica dominante) y con la paz del Estado". Y, por el contrario, la limitación de esta libertad disminuye la paz y "la piedad" misma. Los dos autores, Spinoza y Hobbes, coinciden también en que la finalidad del Estado no es otra que la de garantizar la vida, la libertad, la seguridad y la propiedad de los individuos, y sostienen que, para el mejor cumplimiento de esta misión, es necesario el poder absoluto; mientras más absoluto, según Spinoza, mejor es el gobierno, independientemente de la forma que adopte, y mejor gobierno será, según Hobbes, mientras más se parezca a una monarquía absoluta. Morelos conoció sin duda a estos pensadores. Tuvo que coincidir con ellos en lo que se refiere a la finalidad fundamental del Estado, en lo cual no tienen nada de originales, pues esta tesis se encuentra lo mismo en Platón y Aristóteles que en los teólogos de la cristiandad y, en fin, en todos los filósofos modernos. Pero es difícil que haya estado de acuerdo con la forma de organización política que postulaban; es decir, con el absolutismo monárquico, al que llamó "tiranía" en sus escritos políticos, llegando al extremo de rechazar cualquier forma de gobierno absoluto o, en sus propios términos, "despótico", por lo cual se opuso no sólo al gobierno colonial sino también -llegado el caso- al de su propio compañero López Rayón. Por lo que se refiere a Helvecio y Voltaire, que no escribieron en latín, como los anteriores, sino en francés, sus diferencias con ellos también son tan importantes como las coincidencias. En De l'Esprit (1795) Helvecio desarrolla los principios materialistas de Hobbes y llega a la conclusión de que la ética natural es la clave de la política y de que ésta descansa en la promulgación de las buenas leyes, "único medio de hacer virtuosos a los hombres". Morelos coincidía con él, al pensar que "como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, y aleje la pobreza, la rapiña y el hurto". Concordaba igualmente con Helvecio en su rechazo al despotismo, por considerar -al contrario de Hobbes y Spinoza- que el poder absoluto pesa demasiado sobre los ciudadanos y no los hace mejores, sino peores; pero... pero los principios de Morelos, a diferencia de los del pensador francés, no eran materialistas, sino idealistas y cristianos. Y nuestro mexicano, digno discípulo del Maestro Hidalgo, consideraba que de nada sirve promulgar la "buena ley", si no existe, además, "el buen gobierno", es decir, el buen órgano encargado de aplicar la ley y hacerla cumplir -buena o mala-, así como el buen juez, cuya misión fundamental es poner límites a los excesos de la autoridad y de la propia ley. Voltaire, por su parte, fue un gran defensor de la libertad de pensamiento y un demoledor implacable de la intolerancia religiosa; pero sintió poco interés por la política, excepto para apoyar la monarquía absoluta. Además, despreció a las masas humanas, a las que calificó de crueles y estúpidas. Es difícil que Morelos se haya entusiasmado con sus obras, ya que él creía, por el contrario, que las masas humanas constituyen la fuente del poder político; rechazó la monarquía absoluta, a la que llamaba "tiranía" y, respetuoso de las creencias de otros, consideró -como Spinoza- que la libertad puede florecer en toda su plenitud sin necesidad de demoler el cristianismo, antes al contrario, permitiendo su sano florecimiento; es decir, que la tolerancia de cultos puede ser compatible "con la conservación de la piedad y con la paz del Estado". 5. EL GINEBRINO EN LA TIERRA CALIENTE El promotor fiscal también citó a Juan Jacobo Rousseau, cuyo pensamiento influyó con más fuerza que los autores anteriores en Morelos. Las tesis del ginebrino, en efecto, no sólo son diferentes a las de los ilustrados o enciclopedistas franceses, sino en muchos casos contrapuestas a ellas. Y es que, mientras los ilustrados galopaban, lanza en ristre, contra la fe y la religión, apoyándose en la razón y el progreso, Rousseau atacó a la razón diciendo que "un hombre que piensa es un animal perverso", e hizo descansar el orden social en los sentimientos humanos, principalmente el de la solidaridad. Los ilustrados desconfiaban de las masas y creían en las élites intelectuales, depositarias del progreso y acreedoras del poder político: eran los filósofos de la burguesía naciente. Rousseau, en cambio, creyó que "lo que no es el pueblo apenas merece ser tomado en cuenta". El pueblo, en su concepto, es la suprema fuente del Derecho y del Poder. Los ilustrados, en fin, partían del contrato social para justificar, como Hobbes y Spinoza, al Poder absoluto y, más concretamente, a la monarquía absoluta, encarnación política del despotismo ilustrado. Rousseau, por el contrario, se sirvió del contrato social para condenar la monarquía, el despotismo y la tiranía, y exaltar la democracia, la soberanía popular, el gobierno del pueblo. El Siervo de la Nación, como los ilustrados, también creía en la razón y el progreso, pero confiaba más, como Rousseau, en los sentimientos humanos, en la solidaridad social y en la tradición cultural. Su proyecto político no lo tituló razones de la nación sino sentimientos de la nación. No rechazó la sabiduría de las élites; al contrario, la apreció profundamente, como lo demostró cuando "se aquietó con las opiniones de los otros (líderes de la insurgencia) como un discípulo se aquieta con las de su maestro"; pero tampoco desdeñó la sabiduría popular -de la que él mismo era parte viva- y menos la apasionada entrega de las masas a las causas nobles y justas. Y al sustentar, como Rousseau, pero también como Francisco Javier Alegre y como la mayor parte de nuestros teólogos mexicanos, entre ellos el Maestro Hidalgo, el principio de la soberanía popular, se pronunció contra del despotismo; contra cualquier forma de despotismo, de la minoría o de la mayoría, ilustrado o no; así como de la monarquía absoluta, pronunciándose en cambio por un sistema democrático. No concebía a nadie más que al pueblo en el Poder. Con ser demócrata convencido, tampoco toleraba el despotismo popular, ejercido a través de una convención. Propuso, como Montesquieu, un Estado dotado de un sano sistema de contrapesos y equilibrios, en el que el Poder sirviera de dique al desbordamiento del Poder, a través de una armónica división y separación de los órganos del Estado: un Legislativo independiente dotado de amplias facultades; un Ejecutivo fuerte, ágil y eficaz, y un Judicial autónomo. Aunque no se indisciplinó y menos se rebeló, como el doctor Cos, contra el Congreso mexicano, condenó la dictadura que éste ejerció. A pesar de lo expuesto, si Morelos se lanzó a la guerra de independencia y a la lucha política, no fue influido por las ideas de los pensadores ilustrados, como lo dijo el promotor fiscal del Santo Oficio, ni siquiera por las de Rousseau, con las que más comulgaba, ni por otras deducidas de sus lecturas filosóficas o teológicas. Se incorporó a la insurrección únicamente "llevado de la opinión de su Maestro Hidalgo". Así de sencillo. Y así lo declaró ante el tribunal de la Inquisición...
|
|
Cap. XVIII. La biblioteca confiscada | |||