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Capítulo XI Preparación del milagro 1. EL CORAZÓN DEL MUNDO En la biblioteca del rector Hidalgo renacía la nueva nación
continental e interoceánica americana; pero están por terminarse las
vacaciones e iniciarse un nuevo año escolar. Con esfuerzos inauditos,
Morelos ha reunido el dinero suficiente, gracias a sus ahorros y a los
esfuerzos de su madre, para pagar la siguiente colegiatura. Es necesario
que sus cursos de Gramática y Retórica los termine, no en cuatro sino
en dos años, para no gravar las finanzas familiares, ni -peor aún-
quedar en la insolvencia total. Aunque encantado con las enseñanzas extra-curriculares que recibe del
Maestro Hidalgo, se muestra un tanto angustiado porque, a pesar del
tiempo transcurrido, el juez Abad y Queipo no ha resuelto el asunto de
la herencia. No hay peor tormento que vivir en la duda y en la
incertidumbre. En uno de los recesos, ¿expone su problema al rector? No
sería difícil. ¿Le recuerda éste que en todos los problemas de la
vida hay que estar preparado para ambas cosas, para lo mejor y para lo
peor? ¿Para ganar y para perder? ¿Le anticipa que, gracias a su
notable aprovechamiento y a su buena conducta ha ganado una beca, es
decir, un estipendio que le permitirá pagar sus gastos a fin de
continuar sus estudios? ¿Respira tranquilo el colegial? ¿Se lo
comunica a su madre Juana y a su hermana Antonia? ¿Lo celebran en la
casa familiar un fin de semana? No hay ninguna prueba de esto, pero de
otra manera, ¿cómo hubiera podido sostener su estancia en San Nicolás? El resto de sus vacaciones seguirá asistiendo a las sesiones de la
biblioteca sin contratiempos, ni angustias, ni sobresaltos, para seguir
bebiendo las enseñanzas del Maestro. Al proseguir éste su relato, ¿por
qué no imaginarlo de pie, con un libro abierto, explicando el
significado teológico de la historia? Los criollos, al principio del siglo anterior, arrebatados por la emoción,
sabían, intuían, sentían, presentían que el descubrimiento del nuevo
mundo se había realizado, no para que los españoles consumaran la gran
obra universal sino sólo para que la prepararan. La gran obra consistía
en haber surgido un pueblo diferente con un nuevo destino histórico; un
pueblo que estaba tan alejado del español -tan independiente- como el
nuevo mundo del viejo. Pero, ¿cómo fundar en términos teológicos
este presentimiento, esta intuición, esta emoción? Aunque había
elementos para ello, era necesario organizar el conjunto. Los elementos
habían sido aportados por la historia. El conjunto tendría que ser
modelado por la fe patriótica y la inspiración. Sólo después del
poema se produciría el milagro. Al resonar la campanada que anunció la llegada del siglo XVII, la nueva
ciudad de México se asomó al espejo de las aguas sobre las que estaba
fundada para contemplar extasiada su imagen reflejada. Sobre las ruinas
humeantes y sangrientas de la antigua capital del imperio azteca se erguía
una ciudad española, que no era española ni azteca. Las piedras del
gran Teocalli habían sido utilizadas para edificar la catedral
metropolitana; las de la mansión de Moctezuma, el palacio real. Cerradas las heridas de la guerra y las llagas de la gran peste que le
siguiera, la floreciente ciudad sería estremecida por el placer y el
anhelo de vivir. Los gritos de dolor y de muerte habían quedado atrás.
Ahora sólo se escuchaban risas frescas y cantos de amor. Muy pronto,
los dos mundos que habían dado origen a la nueva ciudad -el indígena y
el español- serían absorbidos, transformados y superados por ésta. Y
al mezclarse y fundirse dichos mundos, nacería un nuevo espíritu
social. La nación crecía y se extendía a lo largo del continente, y más allá,
a través de los mares. La patria urbana -la ciudad de México- sería
la placenta de la patria continental e interoceánica. A la América
Septentrional -la América del Norte- de los criollos, se le empezaría
a llamar también América mexicana, es decir, América perteneciente a
la ciudad de México. A principios del siglo XVII, fray Andrés de Urdaneta conquista el Océano
Pacífico; es decir, logra hacer el viaje no sólo de América a Asia,
como se había hecho en el pasado, sino también el torna-viaje, el
retorno del Oriente al Nuevo Mundo, que nunca antes había podido
realizarse. A partir de su célebre hazaña queda abierta la ruta de las
Filipinas a la navegación acapulqueña. No es la nación la que se
incorpora al mundo sino éste -a través de los mares- a la nación. El gran océano -el Pacífico- se convierte en un lago mexicano. La
ciudad, dueña del continente, se transforma en señora de los mares y
propietaria de las vías que conducen a los mundos extremos de la
tierra, al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. México empieza a
ser principio y fin de todos los caminos; centro de dos cuencas: la del
Atlántico y la del Pacífico. Está destinada a ser la capital del
orbe. Veracruz es la llave que abre la puerta de la Europa desgastada.
Acapulco, la del misterioso y riquísimo continente asiático. Europa es
el pasado; Oriente, el futuro. Un cronista de la época, entusiasmado,
escribe: "México se ha convertido en el corazón del mundo". 2. SIGNIFICACIÓN TRASCENDENTAL Las profecías deprimentes son arrojadas al basurero de la historia. El
temido fin de los tiempos pregonado por la teología dominante no
ocurre. Al contrario. América empieza a florecer en un próspero mundo
de paz. El espíritu criollo, sediento de futuro, busca en la intensa
religiosidad la compensación de su pasado idolátrico, sin renunciar a
los placeres todos de la vida, los materiales y los estéticos, los físicos
y los espirituales. El remordimiento corre parejo con la sensualidad. Y
al lado de iglesias y conventos se levantan ricas mansiones y suntuosos
palacios. Poco a poco se va diseñando el milagro o, por lo menos, el marco
favorable para su surgimiento. La ciudad lacustre, nueva, rica y
graciosa, rodeada por el florido y primaveral Valle del Anáhuac, de
clima dulce y cielo transparente, bajo un sol radiante y una rutilante bóveda
de estrellas, es la capital del oro y de la plata, la ciudad del
prodigio, la sede de un nuevo paraíso. Los metales y las piedras
preciosas, que constituyen objetos de codicia en otras partes, son en
este mundo sólo "ordinarias cosas". Así lo canta la poesía
naciente. Las mujeres que se pasean por calles y plazas, las indias,
criollas, mulatas y mestizas son tan hermosas como la nueva ciudad en la
que han nacido. El poeta exclama extasiado: "Indias del mundo,
cielo de la tierra". ¡Qué mujeres! "Aquí se crían y gozan
damas bellas!" Inútil vivir para buscar el cielo: ellas son el
cielo que hace vivir. Los americanos, pues, viven en un nuevo mundo deslumbrado por la
prosperidad minera, el auge comercial y el florecimiento cultural; en el
que se come bien, se viste bien y se vive bien. Su opulencia y alegría
las expresan en el nuevo arte barroco. Las generaciones que se suceden
son cada vez más prósperas, dueñas de un país único, rico en valles
y ríos, montañas y océanos, en cuyas milagrosas entrañas abundan los
metales, y en cuyas pródigas tierras se dan todos los cereales, todas
las frutas y todas las flores de la tierra. Luego entonces, el Valle de Anáhuac, corazón del nuevo continente, no
es la tierra olvidada de Dios -como se han atrevido a afirmar los teólogos
españoles- sino un paraíso mexicano que parece estar bajo el cuidado
del propio creador del mundo. No es un lugar dominado por los demonios,
como lo han llegado a declarar, sino una tierra bendita. El país, el
valle y la ciudad buscan expresarse sensual y poéticamente; pero se
esfuerzan por encontrar también, en su riqueza, su verdad y su belleza,
significados místicos y proféticos. La gran urbe vestida de sol,
coronada de astros, cubierta con un manto de noche azul cuajado de
estrellas, la que surge del agua y de la luna, ¿tiene algún sentido místico?
¿Algún significado teológico...? 3. LA IMAGEN MÍSTICA DE LA CIUDAD A pesar de este visible florecimiento y prosperidad, los europeos no se
cansan de repetir que esta tierra ha sido manchada por las fuerzas
infernales, por haber sido siempre refugio de Satanás, y siempre
olvidada por el cielo, siempre lejos de Dios, hasta su llegada. De los
españoles ha dependido y dependerá su salvación. Son imprescindibles.
Por eso los criollos, aunque nacidos de padres españoles, tendrán el
espíritu degradado y nunca serán como éstos. Haber nacido aquí los
reducirá. "Pobre de México -dicen-, tan lejos de Dios". La
insolencia gachupina duele. De lo que México está lejos -bien lo
saben- es de Madrid y del proveedor de las dádivas reales. Pero los apologistas criollos empiezan a oír con desprecio lo anterior.
Embriagados por lo que hoy llamaríamos el desarrollo del país, ven en
la prosperidad económica la señal inequívoca del favor divino. ¡Allí
están los hechos! ¡Allí las tan exigidas, ansiadas y buscadas
pruebas! México es la conjunción de dos voluntades, una natural,
sobrenatural la otra; la síntesis misteriosa de dos realidades,
inmanente la primera, procedente del hombre, y trascendente la otra,
derivada de lo alto. La belleza, la riqueza y la generosidad de México
han surgido, qué duda cabe, del agua y de la tierra; pero también del
cielo y de la luz. Este sentimiento se expresa con arrebato en la poesía, la pintura y el
arte de los criollos. La ciudad no sólo es un milagro sino también ha
sido hecha para que surjan milagros. Cuando todos los elementos están
en su sitio, aparece ideológica y emocionalmente la imagen de una mujer
que, como la de la ciudad, presenta el perfil criollo y el color indio;
hecha de paraíso y de flores, vestida de sol, coronada de astros, con
un manto de noche azul en el que fulguran las estrellas, y que posa sus
pies sobre la luna. Su rostro, típicamente mexicano, se parece al de la
madre de Dios. Cuando se acaba de dar forma estética a estos elementos, se les exalta
místicamente, por necesidad política y por amor a la patria. Además
del canto, la imagen y el milagro, queda un destino. Guadalupe, primero,
la profética Mujer del Apocalipsis, después, es no sólo la expresión
mística de la gran ciudad reflejada en un nuevo espejo teológico, sino
también la portadora de una misión universal. Así, el milagro político
queda plasmado un siglo después del milagro económico así como del
supuesto milagro religioso. En estas condiciones, la existencia o no de vestigios cristianos en la
antigüedad pre-cortesiana, como antes ocurriera con la cuestión del
origen y procedencia de los indios, empieza a perder importancia. Hubo
tales vestigios, pero aunque no los hubiera habido, la luz del milagro
lo purifica, dignifica y enaltece todo, incluyendo, desde luego, la
pasada idolatría. La ciudad de México queda situada, gracias a este prodigio teológico, a la vanguardia de la historia universal. No importa que la dama, la autora del milagro religioso -según la leyenda- haya pedido que se le consagrara un templo en el monte del Tepeyac y no exactamente en la ciudad. Después de todo, dicho monte está situado en el valle de México. Ella, teológicamente, aparece en el valle de la ciudad elegida, sagrada, bendecida; en el mismo lugar donde, siglos antes, se presentara a los chichimecas errantes un águila profética con las alas extendidas devorando a una serpiente... 4. PAÍS DE PROFECÍAS México es un país de profecías; de buenas y malas profecías; de las
que le auguran un gran destino y de las que le garantizan su desaparición.
En tiempos pre-hispánicos se anunció a los chichimecas errantes que,
si se detenían en el lugar donde un águila con las alas extendidas
posaba sobre un nopal devorando una serpiente, serían los dueños del
mundo. La imagen anunciada se les apareció en un islote rocoso del lago
de Tenochtitlan. Se detuvieron y edificaron sobre las aguas una gran
ciudad que dominaría el orbe americano. Esta profecía, que está en el fondo del milagro guadalupano, impactaría
de tal suerte a los hombres de la independencia -entre ellos a Morelos-,
que desde el inicio de la lucha el águila mexicana desplegaría sus
alas en los estandartes de sus tropas. Hidalgo la menciona en su
proceso. La Suprema Junta Nacional Americana -presidida por López Rayón-
acuña moneda en la que aparece "águila, nopal, arco, flecha y
honda", imágenes que empieza a utilizar en el sello de su
correspondencia oficial. El águila mexicana, sin embargo, desplegaría
sus alas y levantaría muy alto el vuelo en todos los lugares dominados
por los batallones de Morelos. En sus estandartes se lee: "Vence
con sus ojos y garras". El 3 de julio de 1815, el Congreso de Anáhuac decretará que "en
un escudo de campo de plata se colocará una águila en pie con una
culebra en el pico y descansando sobre un nopal cargado de fruto, cuyo
tronco está fijado en el centro de una laguna. Adornarán el escudo
trofeos de guerra, y se colocará en la parte superior del mismo una
corona cívica de laurel, por cuyo centro atravesará una cinta con esta
inscripción: Independencia Mexicana, Año de mil ochocientos diez.
Estas armas formarán el Gran Sello de la Nación". La otra profecía, la de la Mujer Apocalíptica, surgida sobre las
ruinas de las creencias pre-hispánicas, también impresionó
fuertemente a los hombres de la independencia. La fe de estos hombres
-en tránsito hacia la racionalidad- hizo que lograran entender lo
ininteligible. El autor de dicha profecía fue el jesuita criollo Miguel
Sánchez, que sabía de memoria las obras de San Agustín. Este un gran
teólogo destacó en oratoria sagrada, razón por la cual fue llamado el
"Maestro de los predicadores". Hombre de recursos, despreció
varias capellanías y se dedicó al estudio y a la meditación. Basándose
en las creencias populares guadalupanas encontró en los evangelios -y
en los códices- el destino de la nación mexicana. Gracias a él, la
nación adquirió una de sus formas de conciencia. "Movióme la
patria -confiesa-, los míos, los de este nuevo mundo". Después de
muchos titubeos, escribió sus revelaciones y se retiró al santuario de
Nuestra Señora de Guadalupe, donde vivió hasta la edad patriarcal de
ochenta años. 5. RAÍCES SACRÍLEGAS En la biblioteca del rector Hidalgo resonaban los ecos de las nuevas
ideas cargadas de emoción -nacional, mística y universal- ante el
pequeño grupo de colegiales estupefactos. De acuerdo con la hipótesis
planteada con anterioridad, el teólogo y Maestro describía a sus
distinguidos alumnos y amigos cómo habían aparecido y en qué forma se
habían canalizado estas emociones, las cuales serían magistralmente
expresadas por el jesuita Miguel Sánchez en la tercera década del
siglo XVII. Sánchez se había preguntado por qué en América existía una atroz
desigualdad social, política y racial. Las leyes españolas, por
ejemplo, recomendaban la igualdad entre criollos y españoles. Los
monarcas habían propuesto que se distribuyeran los puestos públicos
entre ambos grupos. Sin embargo, esto no había ocurrido en la práctica.
La discriminación y el despojo pesaban sobre el reino americano.
"En mucho te pareces, patria, a la Mujer: alas tuvo de águila; el
dragón que te sigue se vale de las aguas". El lenguaje utilizado
es críptico no sólo porque es bíblico, profético y apocalíptico,
sino también porque es apasionada e intensamente político. El suyo
tiene que ser un lenguaje cifrado, sólo para iniciados, para los suyos,
para los americanos. Si la mujer con alas de águila -la anunciada en
las Escrituras- se parece a la patria, ¿a quién se parece el dragón?
¿Quién se valió de las aguas para alcanzar a la Mujer Portento? ¿Quien
atravesó el océano para seguir al águila mexicana? Si la patria se
parece a la Mujer Prodigio, el dragón tendrá necesariamente que
parecerse a España. "Y si tú -prosigue el teólogo Sánchez-,
estando en el cielo, pretende el dragón allí tragarte, ¿que pasarán
tus hijos en esta tierra?" El destino del cielo se reproduce en la
tierra. Si la Gran Dama sufre arriba, sus hijos lo harán con creces aquí
abajo. El origen de esta desazón parece radicar en la tierra sobre la cual se
yergue el hombre americano. Cada hijo de México padece lo que la
estatua bíblica, que puede ser fácilmente "derribada de un soplo,
por tener los pies de barro". Por consiguiente, "su desdicha
está en los pies de tierra -dice Sánchez-, en ser de esta tierra, que
se presume por el mayor defecto". La causa de la angustia criolla, en otras palabras, radica en haber
nacido en un suelo estigmatizado por la idolatría y los sacrificios
humanos, manchado por el horror, del que siempre se dijo que había sido
apartado por Satanás para perpetuar sus prácticas sacrílegas. Tener
los pies de tierra, ser de esta tierra, haber nacido aquí, estar
marcado con un pasado monstruoso: he allí su mayor defecto. Quizá por ello, así como la Mujer Alada da al dragón sol, luna y
estrellas, sin que "prendas tan loables" lo logren saciar, del
mismo modo la patria entrega el sol, "engendrado en el oro que
tributa"; la luna, "en la plata que ofrece", y las
estrellas, en sus mejores puestos públicos, que tienen "quejosos y
pobres a sus hijos por contener y enriquecer los ajenos", sin que
tampoco estas "prendas tan loables" logren satisfacer el voraz
apetito español. 6. DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ El símil entre las tribulaciones de la patria y las de la Mujer
Portento -a quien se parece- no deja de estremecer. Dijérase que el
destino de esta nación está prefigurado en las Escrituras, de donde se
toma su imagen y su dolor; que son los textos sagrados los que han
anunciado su surgimiento, y que México, por consiguiente, es el
cumplimiento de una profecía. Si todo está regido por la Biblia y no puede ser explicado más que por
ella, en sus páginas débese buscarse su destino. Miguel Sánchez lo
hace. Efectivamente, el pasado de su patria es terrible. Imposible negar
que en estas tierras se practicaron idolatría, sacrificios humanos y
antropofagia. Sahagún se lo reclamó al Creador. "¿Que es esto,
Señor, que habéis permitido tantos tiempos que aquel Enemigo del género
humano tan a su gusto se enseñorease de esta triste y desamparada nación?
Por la parte que me toca, suplico a vuestra divina majestad que hagáis
que donde abundó el delito abunde la gracia, y conforme a la abundancia
de tinieblas, venga la abundancia de luz". Lo que imploró Sahagún, en otras palabras, fue un milagro. Y el
milagro, según Sánchez, tendría que producirse necesariamente por
amor. ¿Cómo convertir "el mayor defecto" de los criollos,
que era "tener los pies de barro, ser de esta tierra", en su
mayor gloria y virtud? Reconocer su pasado era requisito indispensable
para tener un futuro. Mientras más profundamente hundieran sus raíces
en su suelo histórico, más fuerza y seguridad adquirirían, y más
alto podrían extender las alas de sus anhelos y aspiraciones. Pero había
que escudriñarlo todo. No sólo lo censurable sino también lo
admirable. Atrás estaba la idolatría del mundo indígena -el reino de
Satanás-, es cierto; pero también el nacimiento de María, la madre de
Dios. Además, el milagro mariano dignificaba cualquier pecado idolátrico
anterior. Y, en todo caso, indirectamente, éste era consecuencia de aquél. 7. EL FONDO DEL MILAGRO La mitología india yace en el fondo del milagro guadalupano, como la
historia pre-hispánica detrás de la colonial. Dios es el "sol
divino" y María de Guadalupe "la luna inmaculada". Esta
comparación evoca la disposición de la ciudad sagrada de Teotihuacan
-unos cuantos kilómetros al norte del Tepeyac-, que es un espejo del
universo en movimiento. Sahagún cuenta que, en los tiempos del imperio azteca había en el
Tepeyac un santuario consagrado a Tonantzin, "nuestra madre",
visitado en peregrinación por los indios de todas las comarcas del país.
Pues bien, Guadalupe, la Mujer Prodigio, la Dama del Apocalipsis, la Señora
del Nuevo Testamento, había pedido que se erigiera su templo sobre las
cenizas del viejo adoratorio indígena. Esto significaba que el continente americano es el cuerpo de Guadalupe,
y su alma, su historia. En cuanto a su destino, ¿por qué no buscarlo
en los textos sagrados? ¿En cuáles? Parece lógico que si la historia
de las viejas naciones está escrita en el viejo testamento, la de la
nueva nación americana deba estarlo necesariamente en el nuevo. En las
entrañas de la historia están los gérmenes de su destino. Luego
entonces, en el libro nuevo debe buscarse la respuesta, la gran
respuesta. Y aquí, para su asombro, la encuentra el afiebrado teólogo
Sánchez. Al descubrirla, siente desfallecer. Se resiste a creerlo. Pero al volver
a leer con atención el único libro profético del nuevo testamento, el
Apocalipsis de San Juan, el jesuita encuentra en su texto el
destino universal de la nación mexicana. No da a conocer su
descubrimiento sino después de muchas dudas y resistencias íntimas.
Guarda el secreto consigo; pero, al fin, se decide a transmitirlo a sus
conciudadanos "por amor a la patria". Así lo confiesa, no sin
dejar de señalar que se sintió llamado a explicar lo inexplicable -de
cumplir con "tan justa obligación"-, llevado por los consejos
de San Agustín y San Miguel Arcángel. Alentado por tan altos padrinos,
llega al sitio de la predestinación "movido del espíritu de Dios,
alumbrado por la caridad y encendido de sus favores". Su mensaje,
por consiguiente, fruto de la "divina bendición", tiene toda
la fuerza de una revelación. La exégesis bíblica de la nación mexicana de Miguel Sánchez aparece
publicada en 1648. El título de la obra: Imagen de la Virgen María
madre de Dios de Guadalupe milagrosamente aparecida en México. Allí
aparece, teológicamente expuesta, la tesis política de los criollos en
defensa de la dignidad nacional americana. La conquista del nuevo mundo, según esta tesis, se lleva a cabo, no para que el pueblo ibérico, a manera de nuevo apóstol, evangelice a los indios y ejerza su protectorado en estos vastos dominios, sino sólo "para que aparezca María virgen en su santa imagen de Guadalupe". El nacimiento histórico de este continente se consuma, pues, no para mayor gloria de los españoles, sino de María, la virgen, que "es originaria de este país y la primera Mujer Criolla". Consecuentemente, para mayor gloria de sus hijos, los criollos, y de la nueva nación del continente americano. Gracias a sus revelaciones, el "hombre desdichado" del nuevo
mundo se convierte en un hombre afortunado, escogido, elegido. Hundir
los pies en el suelo; encajarlos, a manera de raíces, en la tierra
americana, ya no lo hace más débil, sino más fuerte. Saca la fuerza
de su propio suelo. Su fuerza es la historia. Se nutre de ella. Ya no
puede ser derribado de un soplo. El "mayor defecto" de este
nuevo hombre de raíces metálicas se convierte en su mayor virtud. Y así
como de los pozos oscuros de las entrañas de la tierra extrae piedras y
metales preciosos, de su propia confusión y desamparo extrae su destino
mesiánico y universal. De la abundancia de tinieblas extrae abundancia
de luz. Las pretensiones metafísicas y políticas de los españoles quedan
relegadas a segundo plano. Las que irrumpen ahora, reclamando un lugar
privilegiado, son las aspiraciones criollas. Y éstas son
sorprendentemente ambiciosas... ¨ ¨ ¨
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