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Capítulo XII La teología nacional 1. LA MUJER
DEL APOCALIPSIS Guadalupe, imagen
española, de Extremadura, fue traída por Hernán Cortés durante la
Conquista. Era su patrona. Su supuesta aparición, que durante un siglo -desde
1531- fue una de las miles de manifestaciones piadosas ocurridas en México, a
nivel local, revestirá, gracias a la tesis teológica de Sánchez -más de
cien años después- una significación trascendente. Nuestra Señora de
Guadalupe -según el teólogo criollo- es la Mujer Portento anunciada en el
Apocalipsis. Al haberse aparecido virtualmente en el mismo valle en el que los
chichimecas vieran el águila y la serpiente, el jesuita deduce que el
evangelista San Juan contempló proféticamente el milagro americano del monte
Tepeyac y lo anunció en el libro de la revelación quince siglos antes de que
éste se produjera. Juan el Apóstol, por consiguiente, vio el surgimiento de
Guadalupe antes que Juan Diego, el Juan indio, lo hiciera en el sagrado Valle
de México, y que Juan de Zumárraga, el Juan español, arzobispo de la
"santa ciudad de México", contemplara su estampado lumínico. La pintura que
hiciera San Juan en sus escritos apostólicos es la misma que se conserva en
el Tepeyac. El capítulo 12 del Apocalipsis señala: "Una gran señal
apareció en el cielo: era una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza". Este lienzo, que
corresponde metafísicamente al perfil de María -bajo la forma de Guadalupe-
es el rostro de la ciudad de México. "Y fueron
dadas a la Mujer dos alas de grande águila, para que de la presencia de la
serpiente volara al desierto, su lugar, donde es mantenida por un tiempo, y
tiempos, y la mitad de un tiempo". Este versículo -dice Francisco de la
Maza-, en el que el águila se sobrepone a la serpiente, como en el cuadro
azteca, se convierte, bajo el efecto de la atrevida interpretación teológica
del jesuita criollo, en una profecía mexicana. Luego entonces, como escribe
Sor Juana, "hay otros mundos: ¡existe un plus ultra!" De la Maza agrega
que las alas de la Escritura -las de la gran águila- se las ha dado desde
siempre México a la virgen María; por eso no necesita llevarlas puestas
Guadalupe. El signo, pues, está hecho del sustrato geográfico, histórico y
espiritual de América. La Mujer Prodigio no necesita tampoco pisar una
serpiente, dado que sus plantas se posan en la tierra de Quetzalcóatl, la
serpiente de las plumas de águila. Con estas salvedades, el lienzo de San
Juan es el mismo del Tepeyac. "Pongamos en
lo temporal y humano -dice Sánchez- esta dádiva en México, cuyo blasón y
escudo de armas fue un águila real sobre un nopal. Advertir que cuando estaba
en la tierra la Mujer Apocalíptica se vestía de Alas y Plumas de Águila
para volar; era decirme que todas las plumas y los ingenios del águila de México
se habían de conformar y componer en alas para que volase esta mujer prodigio
y sagrada criolla". En el nivel de la profecía, el tiempo histórico no
existe. La imagen profética, por consiguiente, está hecha de eternidad. Es
de hoy, de mañana y de todas las épocas. Del profundo pasado y del distante
porvenir. El jesuita Ita y Parra expresa esta idea en un sermón pronunciado
bajo el título: Imagen de Guadalupe como Señora de los tiempos. Al
ser ella "originaria de este país", ha sido y será mexicana, desde
antes de su aparición hasta el fin del mundo. La historia universal, por
consiguiente, y la de los indios y españoles, en particular, debe ser
reinterpretada a la luz de este concepto, es decir, a la luz de la nueva
cosmovisión americana. 2. NUEVA VISIÓN
DE LOS INDIOS La "imagen
tan de Dios" no aparece cerca del viejo adoratorio indígena de Tonantzin
para condenarlo sino para bañarlo con su luz sobrenatural. El mundo del
pecado es transfigurado por el milagro. La tierra maldita se convierte en
tierra santa. El imperio de Satanás se transforma en la tierra de Dios y de
María Santísima; el infierno prehispánico, en paraíso americano. Siendo eterno el
milagro, la historia precortesiana no es tan horrenda como se ha dicho, y
consecuentemente, tampoco justifica la dominación política española. Lo único
que justifica es la dominación de María, por constituir el preludio de su
aparición y, consiguientemente, la de los criollos -la de los americanos en
general-: la de los escogidos por Guadalupe. El pasado histórico de los
indios, pues, está marcado no sólo con el signo de la monstruosa infamia
sino también con el de la luminosa predestinación. Condenado por idolátrico
y destruido por los españoles es glorificado en "tempestad de
flores" por el milagro y empieza a ser amorosamente reconstruido y
conservado por los criollos. El estudio de la
historia nacional queda dignificado. La investigación de sus flagelados orígenes,
legitimado; a tal grado que, cuarenta años después de la obra teológica de
Sánchez -en 1680-; al darse la bienvenida al virrey en turno, se le recibirá
con arcos de triunfo en los que ya no aparecerán las figuras decorativas
sacadas de la mitología grecorromana -como se hiciera anteriormente- sino las
del pasado indígena. Dejarán de erigirse los bustos de Julio César y Carlos
V, y empezarán los de Tizoc y Axayácatl, Moctezuma y Cuauhtémoc, según lo
propondrá y relatará el filósofo, historiador y poeta Sigüenza y Góngora,
en un folleto titulado Teatro de las Virtudes Políticas que constituyen a
un Príncipe; en el que se asienta que dichas "virtudes políticas",
mostradas como ejemplo al virrey, no se toman de los emperadores romanos ni de
los reyes cristianos, sino de las "advertidas en los monarcas antiguos
del imperio mexicano, con cuyas efigies se hermoseó el arco triunfal". De acuerdo con
esta nueva interpretación de la historia, el pasado de la patria ya no es sólo
de idolatría y de horror, sino también de sabiduría y prudencia, de
majestad y grandeza. Su pasado es digno de su presente y, más aún, de su
porvenir. El indio que renace bajo la pluma americana, ya no es el de
Motolinia y Sahagún, alma a salvar, hombre a instruir, menor de edad a
proteger. Este nuevo indio, al contrario, es modelo en las artes de gobierno
que el virrey debe imitar. Los emperadores aztecas están a la altura de los
emperadores romanos y de los reyes cristianos. Este indio, además, es un alma
salvada en el amor de Guadalupe y, lo que es mejor, destinada a salvar a los
demás. 3. NUEVO PACTO
SOCIAL En 1649, un año
después de haber publicado Sánchez su trascendental obra exegética, el
jesuita Luis Lasso de la Vega la traduce al idioma náhuatl bajo el título El
Gran Acontecimiento con que se apareció la Señora Reina del Cielo Santa María,
la cual, por supuesto, se encuentra obligatoriamente en la biblioteca del
rector del Colegio de San Nicolás. Esta obra describe
el milagro en lenguaje indio, para los indios, porque el náhuatl, idioma sacrílego
en el que se cantaron loas a los falsos dioses, adquiere ahora la categoría
de lengua sagrada; pues "fue en ese idioma que hablaron la virgen y Juan
Diego", dice el autor; como lo fue el arameo, idioma nativo de Jesús. Y
debe hablarse en él porque San Buenaventura "ordena que los grandes
sucesos se escriban en muchos idiomas, para ser conocidos en todas
partes", así como para que los indios tengan su "manual de
historia", del mismo modo que los criollos han tenido el suyo. ¿Es ésta
una de las razones por las cuales el Maestro Hidalgo domina el náhuatl? Al existir una
alianza entre María de Guadalupe y el pueblo mexicano, debe establecerse
necesariamente un pacto social entre las diversas partes que componen ese
pueblo, principalmente entre los criollos y los indios. De esta suerte, el
indio es desatado del destino español e incorporado al alma del criollo. Su
historia también. Pronto, el
historiador americano se encarga de descubrir y enunciar una ley según la
cual todos los pueblos del mundo pasan por etapas de desarrollo similares,
cada uno a su modo. Su pasado, aunque distinto en su evolución formal, es
parecido en lo esencial. La expresión es diferente; el fondo, análogo o
semejante. En las etapas inferiores aparecen los cultos paganos; en las
superiores, se transforman y perfeccionan gradualmente o bajo la influencia de
los más adelantados. Prueba: todos los pueblos del viejo mundo, sin exceptuar
hebreos o romanos, practicaron ritos idolátricos tan abominables como los del
nuevo mundo, incluyendo, por supuesto, los sacrificios humanos y la
antropofagia; con una diferencia: allá, la humanidad fue redimida por Jesús,
y aquí, por María. Desde su exilio en
Italia, Clavijero -el cuasi profesor de Hidalgo- sigue esta línea de
pensamiento y, apoyado en los manuscritos inéditos de Sigüenza y Góngora,
traza un magnífico carácter de los antiguos mexicanos; elogia la educación
que daban a sus hijos; describe sus costumbres domésticas y civiles, las
excelencias de su lengua y sus adelantos en oratoria, poesía, teatro,
escultura y demás bellas artes. Su obra la dedica a la Universidad de México.
"Una historia de México, escrita por un mexicano". La presenta como
"un testimonio de mi sincerísimo amor a la patria". El sitio de
Tenochtitlan y su destrucción por los españoles, con que la finaliza, no
deja de tener cierto paralelismo con el sitio de Jerusalén y su destrucción
por los romanos. Por otra parte, si
en la historiografía española Cortés había aparecido como "el enviado
de Dios" y Moctezuma como un déspota bárbaro, en la criolla ocurrirá
lo contrario. El jesuita Andrés Cavo presentará un lienzo en el cual Cortés
es el bárbaro y Cuauhtémoc un noble príncipe y un héroe. Otro jesuita,
Pedro José Márquez -también en el exilio- elogia la cultura de los pueblos
autóctonos antes de las llegada de los "salvajes europeos"; lamenta
la irreparable destrucción de códices y monumentos que de ella daban
testimonio, y llega a disculpar la práctica de sacrificios humanos,
recordando que esa atroz costumbre no fue extraña a los judíos y a ninguno
de los pueblos de la Antigüedad -véase el viejo testamento- y que, aún en
tiempos de Augusto, Roma conservaba ritos casi iguales o equivalentes a los
aztecas. A partir del
prodigio de María aparecida en México, por consiguiente, los indios quedan
desligados metafísicamente de la suerte de los españoles, y se vinculan a la
de los criollos. La brillante capital del continente americano, la "pobre
México, tan lejos de Dios", es convertida en paraíso terrenal. El milagro cambia
la historia universal. "Al traerse consigo todo el cielo para nacer con
él en México", como diría el poeta Sigüenza y Góngora, María
convierte a su ciudad, a su valle y a su nación, desde siempre, en el centro
del mundo. Todos los jesuitas desterrados exaltan el acontecimiento
extraordinario. Como dice Méndez Plancarte, Clavijero no cree indigno de su
prestigio científico escribir un opúsculo sobre la prodigiosa imagen.
Francisco Javier Alegre, el teólogo de la mexicanidad democrática, muestra
su guadalupanismo hasta en los lugares donde menos pudiera esperarse: en su
poema épico destinado a cantar las historias de Alejandro Magno. Diego José
Abad, al mencionar los principios de la filosofía moderna, no puede
prescindir de citar el milagro del Tepeyac. Maneiro, al describir la capital
de la América Septentrional, es igualmente "incapaz de omitir la filial
referencia a la taumaturga dama..." 4. EL DISMINUIDO
ROL DE LOS ESPAÑOLES La nueva
interpretación de la historia universal sitúa en otras dimensiones el papel
jugado por los españoles en el descubrimiento y la conquista de América. De
acuerdo con lo que intuyeran los criollos, los españoles no participan en la
gran proeza para convertir a los indios, tarea de muy discutibles resultados;
ni menos para elevarse a la categoría de nuevos apóstoles, tesis altanera y
arrogante, sino única y exclusivamente para preparar el terreno al milagro
americano. "La patria de Guadalupe -dirá el jesuita Francisco Florencia-
tuvo el ser de su vida cristiana, no cuando fue evangelizada por los españoles
sino cuando se le apareció María, que domina el lago en que está fundada,
como la luna sobre el mar". Los indios no
fueron evangelizados por la palabra sino por la imagen; no por el sonido sino
por la luz; no por los españoles sino por Guadalupe. En el viejo mundo entró
la fe por los oídos; en el nuevo, por los ojos. El mismo teólogo Florencia
exclama que "si la Mujer Apocalíptica de San Juan necesitó de escritos,
ésta, la criolla, como está pintada, no necesita escritos, porque ella misma
es la escritura impresa en el papel de una manta". Siendo mexicana, es
natural que la Señora se haya expresado en el lenguaje de los antiguos códices
mexicanos. Todo se encadena en una lógica especial, una lógica emocional que
complace las exigencias del alma. No es la fría lógica de la razón sino la
ardiente lógica del corazón; pero tan válida ésta como aquélla porque
"el corazón -diría Pascal- tiene razones que la razón no conoce". Los españoles conservan el papel de "brazo de Dios" en esta cosmovisión americana, como los romanos y judíos lo hicieran antaño, para enmarcar el advenimiento del milagro. Sin embargo, así como los protagonistas de la historia no son judíos ni romanos en el mundo antiguo, los españoles tampoco lo son en el moderno. Los auténticos protagonistas son los cristianos y los guadalupanos; aquéllos, en el milagro antiguo y éstos en el actual. Toca a éstos acercar la historia universal a su fin. Y así como la ley, los profetas y la sabiduría conducen inevitablemente al surgimiento del Mesías, de tal suerte que el Antiguo Testamento adquiere su relevancia y su sentido sólo en función del Nuevo, de la misma manera ambos Testamentos, Jesús y los Profetas, el sermón de la montaña y la antigua sabiduría, todo lo pasado conduce inexorablemente a la aparición de María de Guadalupe, al comienzo de una nueva era dominada por ella y a un nuevo lugar del mundo para ejercer su dominio a través de un nuevo pueblo elegido. Y ¡ay de los que maltraten a este pueblo! "Los que maltraten a tu pueblo -está escrito- encontrarán su pérdida..." 5. EL PORVENIR DE
LA AMÉRICA MEXICANA Pero lo más
importante de esta nueva concepción del mundo, como se habrá sospechado, no
es la reinterpretación del pasado sino la del futuro. Aquí, en las supuestas
tertulias bibliográficas del Maestro Hidalgo con sus alumnos predilectos,
además de las raíces nacionales, surge el futuro del mundo, que no es otro
que el de esta nación. El destino universal de América -especialmente el de
la parte mexicana del continente- desde el punto de vista teológico criollo,
ha sido contemplado proféticamente desde el principio de los siglos. De
acuerdo con esta tesis, hay muchos pasajes bíblicos que así lo confirman. El
Salmo 48, por ejemplo -en el que se canta la liberación de la ciudad santa-
señala que "ella vivirá en la montaña de Sión". Al aparecerse la
gran dama en la ciudad de México pide que se le edifique un santuario en el
monte Tepeyac. México, por consiguiente, es la nueva Jerusalén -que reclama
su liberación-, y el Tepeyac, "la nueva montaña de Dios". Si la ciudad de México
es la nueva Jerusalén, los mexicanos son los nuevos elegidos del cielo. El
jesuita Sánchez lo descubre en el libro de los libros y lo anuncia con las
siguientes palabras: "Empeño semejante de María Virgen me da licencia
para que adelante las esperanzas por los nacidos en esta tierra, y exhorte a
los nacidos en mi patria (indios, mestizos y demás) y a mis criollos de
aqueste Nuevo Mundo, a que lean y mediten el capítulo ocho del
Deuteronomio". En este libro, en
efecto, el teólogo guadalupano cree encontrar no sólo el retrato sino también
el futuro de su pueblo. Este es el texto: "Cuidaréis de poner por obra
todo mandamiento que yo os ordeno hoy, porque viváis y seas multiplicados. Y
entréis y poseáis la tierra de la cual juró Jehová a vuestros padres.
Porque Jehová, tu Dios, te introduce en buena tierra, tierra de arroyos, de
aguas, de fuentes, de abismos que brotan por vegas y montes. Tierra en la cual
comerás el pan sin escasez. No te faltará nada en ella. Tierra en la que sus
piedras son hierro y de sus montes cortarás metal. Y comerás y te hartarás
y bendecirás a Jehová, tu Dios, por la buena tierra que te habrá
dado". Lo ocurrido en el
nuevo continente, ¿no acaso confirma las palabras proféticas? El viejo mundo
pertenece al paraíso perdido. Allá, todos están condenados a ganar el pan
con el sudor de su frente. El nuevo mundo es un paraíso mariano, pródigo en
riquezas, en el que la vieja maldición no surte efectos. ¿Ha habido hambre
alguna vez? ¿No el pueblo se ha reproducido en abundancia? De las razas
primigenias -constructoras de pirámides y de catedrales- ¿no se ha formado
la gran síntesis? Y la nueva raza, descendiente de los mas osados
conquistadores del viejo y del nuevo mundo -españoles y aztecas- ¿no está
llamada a un destino especial? Y la inmensa
tierra en que ha surgido este nuevo pueblo, ¿no le ha sido dada a él por el
cielo: por la madre de Dios, por Nuestra Señora de Guadalupe? Y la tierra
infinita, ¿no cuenta con valles y montañas, desiertos y selvas, ríos y
fuentes, lagos y mares? ¿No es buena? ¿No se da el pan sin escasez? ¿No sus
entrañas están hechas de metales? ¿No es la tan ansiada tierra prometida?
¿No han inútilmente esperado por ella otros pueblos? ¿No Guadalupe se le ha
dado a éste? ¿No es el pueblo mexicano el nuevo pueblo elegido? ¿No debe
bendecir éste a María virgen por la buena tierra que le ha dado? El viejo mundo,
además, fue creado para que naciese Adán y para que Cristo, "el segundo
Adán" fuese crucificado y resucitara después de su muerte. El nuevo
mundo, en cambio, surgiría para que naciese "la segunda Eva". Dios
hizo a aquél para el milagro cristiano y a éste para el milagro mariano. Si
Cristo vino a lo suyo y se vistió de humanidad judía por todos los hombres,
María hizo lo mismo y se hizo criolla por los americanos. Si las demás
naciones llegaron a la verdad por Cristo, América hizo lo propio sólo por
María. De este modo, la América mexicana queda colocada, de golpe, como la segunda nación privilegiada y escogida por la historia universal. Judea para Cristo, que pone fin a la historia antigua. América para María, que inicia una nueva historia. Dos redenciones. Dos mundos. Cada uno de ellos, con sus ciudades progenitoras de sendos milagros; hecho carne uno, hecho luz el otro. La resurrección de Jesús, el primero; el nacimiento de María criolla, el último. Y así queda cerrado el círculo de la historia universal. En Jesús cúmplense las profecías del viejo testamento. En María, las del nuevo. Las primeras se dan en el viejo mundo del paraíso perdido, con Cristo en el monte Calvario. Las últimas, en el nuevo mundo del paraíso encontrado, con María en el monte Tepeyac...
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XI. Preparación del milagro
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