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José Herrera Peña

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Capítulo XI

Preparación del milagro

1. EL CORAZÓN DEL MUNDO

En la biblioteca del rector Hidalgo renacía la nueva nación continental e interoceánica americana; pero están por terminarse las vacaciones e iniciarse un nuevo año escolar. Con esfuerzos inauditos, Morelos ha reunido el dinero suficiente, gracias a sus ahorros y a los esfuerzos de su madre, para pagar la siguiente colegiatura. Es necesario que sus cursos de Gramática y Retórica los termine, no en cuatro sino en dos años, para no gravar las finanzas familiares, ni -peor aún- quedar en la insolvencia total.

Aunque encantado con las enseñanzas extra-curriculares que recibe del Maestro Hidalgo, se muestra un tanto angustiado porque, a pesar del tiempo transcurrido, el juez Abad y Queipo no ha resuelto el asunto de la herencia. No hay peor tormento que vivir en la duda y en la incertidumbre. En uno de los recesos, ¿expone su problema al rector? No sería difícil. ¿Le recuerda éste que en todos los problemas de la vida hay que estar preparado para ambas cosas, para lo mejor y para lo peor? ¿Para ganar y para perder? ¿Le anticipa que, gracias a su notable aprovechamiento y a su buena conducta ha ganado una beca, es decir, un estipendio que le permitirá pagar sus gastos a fin de continuar sus estudios? ¿Respira tranquilo el colegial? ¿Se lo comunica a su madre Juana y a su hermana Antonia? ¿Lo celebran en la casa familiar un fin de semana? No hay ninguna prueba de esto, pero de otra manera, ¿cómo hubiera podido sostener su estancia en San Nicolás?

El resto de sus vacaciones seguirá asistiendo a las sesiones de la biblioteca sin contratiempos, ni angustias, ni sobresaltos, para seguir bebiendo las enseñanzas del Maestro. Al proseguir éste su relato, ¿por qué no imaginarlo de pie, con un libro abierto, explicando el significado teológico de la historia?

Los criollos, al principio del siglo anterior, arrebatados por la emoción, sabían, intuían, sentían, presentían que el descubrimiento del nuevo mundo se había realizado, no para que los españoles consumaran la gran obra universal sino sólo para que la prepararan. La gran obra consistía en haber surgido un pueblo diferente con un nuevo destino histórico; un pueblo que estaba tan alejado del español -tan independiente- como el nuevo mundo del viejo. Pero, ¿cómo fundar en términos teológicos este presentimiento, esta intuición, esta emoción? Aunque había elementos para ello, era necesario organizar el conjunto. Los elementos habían sido aportados por la historia. El conjunto tendría que ser modelado por la fe patriótica y la inspiración. Sólo después del poema se produciría el milagro.

Al resonar la campanada que anunció la llegada del siglo XVII, la nueva ciudad de México se asomó al espejo de las aguas sobre las que estaba fundada para contemplar extasiada su imagen reflejada. Sobre las ruinas humeantes y sangrientas de la antigua capital del imperio azteca se erguía una ciudad española, que no era española ni azteca. Las piedras del gran Teocalli habían sido utilizadas para edificar la catedral metropolitana; las de la mansión de Moctezuma, el palacio real.

Cerradas las heridas de la guerra y las llagas de la gran peste que le siguiera, la floreciente ciudad sería estremecida por el placer y el anhelo de vivir. Los gritos de dolor y de muerte habían quedado atrás. Ahora sólo se escuchaban risas frescas y cantos de amor. Muy pronto, los dos mundos que habían dado origen a la nueva ciudad -el indígena y el español- serían absorbidos, transformados y superados por ésta. Y al mezclarse y fundirse dichos mundos, nacería un nuevo espíritu social.

La nación crecía y se extendía a lo largo del continente, y más allá, a través de los mares. La patria urbana -la ciudad de México- sería la placenta de la patria continental e interoceánica. A la América Septentrional -la América del Norte- de los criollos, se le empezaría a llamar también América mexicana, es decir, América perteneciente a la ciudad de México.

A principios del siglo XVII, fray Andrés de Urdaneta conquista el Océano Pacífico; es decir, logra hacer el viaje no sólo de América a Asia, como se había hecho en el pasado, sino también el torna-viaje, el retorno del Oriente al Nuevo Mundo, que nunca antes había podido realizarse. A partir de su célebre hazaña queda abierta la ruta de las Filipinas a la navegación acapulqueña. No es la nación la que se incorpora al mundo sino éste -a través de los mares- a la nación.

El gran océano -el Pacífico- se convierte en un lago mexicano. La ciudad, dueña del continente, se transforma en señora de los mares y propietaria de las vías que conducen a los mundos extremos de la tierra, al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. México empieza a ser principio y fin de todos los caminos; centro de dos cuencas: la del Atlántico y la del Pacífico. Está destinada a ser la capital del orbe. Veracruz es la llave que abre la puerta de la Europa desgastada. Acapulco, la del misterioso y riquísimo continente asiático. Europa es el pasado; Oriente, el futuro. Un cronista de la época, entusiasmado, escribe: "México se ha convertido en el corazón del mundo".

2. SIGNIFICACIÓN TRASCENDENTAL

Las profecías deprimentes son arrojadas al basurero de la historia. El temido fin de los tiempos pregonado por la teología dominante no ocurre. Al contrario. América empieza a florecer en un próspero mundo de paz. El espíritu criollo, sediento de futuro, busca en la intensa religiosidad la compensación de su pasado idolátrico, sin renunciar a los placeres todos de la vida, los materiales y los estéticos, los físicos y los espirituales. El remordimiento corre parejo con la sensualidad. Y al lado de iglesias y conventos se levantan ricas mansiones y suntuosos palacios.

Poco a poco se va diseñando el milagro o, por lo menos, el marco favorable para su surgimiento. La ciudad lacustre, nueva, rica y graciosa, rodeada por el florido y primaveral Valle del Anáhuac, de clima dulce y cielo transparente, bajo un sol radiante y una rutilante bóveda de estrellas, es la capital del oro y de la plata, la ciudad del prodigio, la sede de un nuevo paraíso. Los metales y las piedras preciosas, que constituyen objetos de codicia en otras partes, son en este mundo sólo "ordinarias cosas". Así lo canta la poesía naciente. Las mujeres que se pasean por calles y plazas, las indias, criollas, mulatas y mestizas son tan hermosas como la nueva ciudad en la que han nacido. El poeta exclama extasiado: "Indias del mundo, cielo de la tierra". ¡Qué mujeres! "Aquí se crían y gozan damas bellas!" Inútil vivir para buscar el cielo: ellas son el cielo que hace vivir.

Los americanos, pues, viven en un nuevo mundo deslumbrado por la prosperidad minera, el auge comercial y el florecimiento cultural; en el que se come bien, se viste bien y se vive bien. Su opulencia y alegría las expresan en el nuevo arte barroco. Las generaciones que se suceden son cada vez más prósperas, dueñas de un país único, rico en valles y ríos, montañas y océanos, en cuyas milagrosas entrañas abundan los metales, y en cuyas pródigas tierras se dan todos los cereales, todas las frutas y todas las flores de la tierra.

Luego entonces, el Valle de Anáhuac, corazón del nuevo continente, no es la tierra olvidada de Dios -como se han atrevido a afirmar los teólogos españoles- sino un paraíso mexicano que parece estar bajo el cuidado del propio creador del mundo. No es un lugar dominado por los demonios, como lo han llegado a declarar, sino una tierra bendita. El país, el valle y la ciudad buscan expresarse sensual y poéticamente; pero se esfuerzan por encontrar también, en su riqueza, su verdad y su belleza, significados místicos y proféticos. La gran urbe vestida de sol, coronada de astros, cubierta con un manto de noche azul cuajado de estrellas, la que surge del agua y de la luna, ¿tiene algún sentido místico? ¿Algún significado teológico...?

3. LA IMAGEN MÍSTICA DE LA CIUDAD

A pesar de este visible florecimiento y prosperidad, los europeos no se cansan de repetir que esta tierra ha sido manchada por las fuerzas infernales, por haber sido siempre refugio de Satanás, y siempre olvidada por el cielo, siempre lejos de Dios, hasta su llegada. De los españoles ha dependido y dependerá su salvación. Son imprescindibles. Por eso los criollos, aunque nacidos de padres españoles, tendrán el espíritu degradado y nunca serán como éstos. Haber nacido aquí los reducirá. "Pobre de México -dicen-, tan lejos de Dios". La insolencia gachupina duele. De lo que México está lejos -bien lo saben- es de Madrid y del proveedor de las dádivas reales.

Pero los apologistas criollos empiezan a oír con desprecio lo anterior. Embriagados por lo que hoy llamaríamos el desarrollo del país, ven en la prosperidad económica la señal inequívoca del favor divino. ¡Allí están los hechos! ¡Allí las tan exigidas, ansiadas y buscadas pruebas! México es la conjunción de dos voluntades, una natural, sobrenatural la otra; la síntesis misteriosa de dos realidades, inmanente la primera, procedente del hombre, y trascendente la otra, derivada de lo alto. La belleza, la riqueza y la generosidad de México han surgido, qué duda cabe, del agua y de la tierra; pero también del cielo y de la luz.

Este sentimiento se expresa con arrebato en la poesía, la pintura y el arte de los criollos. La ciudad no sólo es un milagro sino también ha sido hecha para que surjan milagros. Cuando todos los elementos están en su sitio, aparece ideológica y emocionalmente la imagen de una mujer que, como la de la ciudad, presenta el perfil criollo y el color indio; hecha de paraíso y de flores, vestida de sol, coronada de astros, con un manto de noche azul en el que fulguran las estrellas, y que posa sus pies sobre la luna. Su rostro, típicamente mexicano, se parece al de la madre de Dios.

Cuando se acaba de dar forma estética a estos elementos, se les exalta místicamente, por necesidad política y por amor a la patria. Además del canto, la imagen y el milagro, queda un destino. Guadalupe, primero, la profética Mujer del Apocalipsis, después, es no sólo la expresión mística de la gran ciudad reflejada en un nuevo espejo teológico, sino también la portadora de una misión universal. Así, el milagro político queda plasmado un siglo después del milagro económico así como del supuesto milagro religioso.

En estas condiciones, la existencia o no de vestigios cristianos en la antigüedad pre-cortesiana, como antes ocurriera con la cuestión del origen y procedencia de los indios, empieza a perder importancia. Hubo tales vestigios, pero aunque no los hubiera habido, la luz del milagro lo purifica, dignifica y enaltece todo, incluyendo, desde luego, la pasada idolatría.

La ciudad de México queda situada, gracias a este prodigio teológico, a la vanguardia de la historia universal. No importa que la dama, la autora del milagro religioso -según la leyenda- haya pedido que se le consagrara un templo en el monte del Tepeyac y no exactamente en la ciudad. Después de todo, dicho monte está situado en el valle de México. Ella, teológicamente, aparece en el valle de la ciudad elegida, sagrada, bendecida; en el mismo lugar donde, siglos antes, se presentara a los chichimecas errantes un águila profética con las alas extendidas devorando a una serpiente...

4. PAÍS DE PROFECÍAS

México es un país de profecías; de buenas y malas profecías; de las que le auguran un gran destino y de las que le garantizan su desaparición. En tiempos pre-hispánicos se anunció a los chichimecas errantes que, si se detenían en el lugar donde un águila con las alas extendidas posaba sobre un nopal devorando una serpiente, serían los dueños del mundo. La imagen anunciada se les apareció en un islote rocoso del lago de Tenochtitlan. Se detuvieron y edificaron sobre las aguas una gran ciudad que dominaría el orbe americano.

Esta profecía, que está en el fondo del milagro guadalupano, impactaría de tal suerte a los hombres de la independencia -entre ellos a Morelos-, que desde el inicio de la lucha el águila mexicana desplegaría sus alas en los estandartes de sus tropas. Hidalgo la menciona en su proceso. La Suprema Junta Nacional Americana -presidida por López Rayón- acuña moneda en la que aparece "águila, nopal, arco, flecha y honda", imágenes que empieza a utilizar en el sello de su correspondencia oficial. El águila mexicana, sin embargo, desplegaría sus alas y levantaría muy alto el vuelo en todos los lugares dominados por los batallones de Morelos. En sus estandartes se lee: "Vence con sus ojos y garras".

El 3 de julio de 1815, el Congreso de Anáhuac decretará que "en un escudo de campo de plata se colocará una águila en pie con una culebra en el pico y descansando sobre un nopal cargado de fruto, cuyo tronco está fijado en el centro de una laguna. Adornarán el escudo trofeos de guerra, y se colocará en la parte superior del mismo una corona cívica de laurel, por cuyo centro atravesará una cinta con esta inscripción: Independencia Mexicana, Año de mil ochocientos diez. Estas armas formarán el Gran Sello de la Nación".

La otra profecía, la de la Mujer Apocalíptica, surgida sobre las ruinas de las creencias pre-hispánicas, también impresionó fuertemente a los hombres de la independencia. La fe de estos hombres -en tránsito hacia la racionalidad- hizo que lograran entender lo ininteligible. El autor de dicha profecía fue el jesuita criollo Miguel Sánchez, que sabía de memoria las obras de San Agustín. Este un gran teólogo destacó en oratoria sagrada, razón por la cual fue llamado el "Maestro de los predicadores". Hombre de recursos, despreció varias capellanías y se dedicó al estudio y a la meditación. Basándose en las creencias populares guadalupanas encontró en los evangelios -y en los códices- el destino de la nación mexicana. Gracias a él, la nación adquirió una de sus formas de conciencia. "Movióme la patria -confiesa-, los míos, los de este nuevo mundo". Después de muchos titubeos, escribió sus revelaciones y se retiró al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, donde vivió hasta la edad patriarcal de ochenta años.

5. RAÍCES SACRÍLEGAS

En la biblioteca del rector Hidalgo resonaban los ecos de las nuevas ideas cargadas de emoción -nacional, mística y universal- ante el pequeño grupo de colegiales estupefactos. De acuerdo con la hipótesis planteada con anterioridad, el teólogo y Maestro describía a sus distinguidos alumnos y amigos cómo habían aparecido y en qué forma se habían canalizado estas emociones, las cuales serían magistralmente expresadas por el jesuita Miguel Sánchez en la tercera década del siglo XVII.

Sánchez se había preguntado por qué en América existía una atroz desigualdad social, política y racial. Las leyes españolas, por ejemplo, recomendaban la igualdad entre criollos y españoles. Los monarcas habían propuesto que se distribuyeran los puestos públicos entre ambos grupos. Sin embargo, esto no había ocurrido en la práctica. La discriminación y el despojo pesaban sobre el reino americano. "En mucho te pareces, patria, a la Mujer: alas tuvo de águila; el dragón que te sigue se vale de las aguas". El lenguaje utilizado es críptico no sólo porque es bíblico, profético y apocalíptico, sino también porque es apasionada e intensamente político. El suyo tiene que ser un lenguaje cifrado, sólo para iniciados, para los suyos, para los americanos. Si la mujer con alas de águila -la anunciada en las Escrituras- se parece a la patria, ¿a quién se parece el dragón? ¿Quién se valió de las aguas para alcanzar a la Mujer Portento? ¿Quien atravesó el océano para seguir al águila mexicana? Si la patria se parece a la Mujer Prodigio, el dragón tendrá necesariamente que parecerse a España. "Y si tú -prosigue el teólogo Sánchez-, estando en el cielo, pretende el dragón allí tragarte, ¿que pasarán tus hijos en esta tierra?" El destino del cielo se reproduce en la tierra. Si la Gran Dama sufre arriba, sus hijos lo harán con creces aquí abajo.

El origen de esta desazón parece radicar en la tierra sobre la cual se yergue el hombre americano. Cada hijo de México padece lo que la estatua bíblica, que puede ser fácilmente "derribada de un soplo, por tener los pies de barro". Por consiguiente, "su desdicha está en los pies de tierra -dice Sánchez-, en ser de esta tierra, que se presume por el mayor defecto".

La causa de la angustia criolla, en otras palabras, radica en haber nacido en un suelo estigmatizado por la idolatría y los sacrificios humanos, manchado por el horror, del que siempre se dijo que había sido apartado por Satanás para perpetuar sus prácticas sacrílegas. Tener los pies de tierra, ser de esta tierra, haber nacido aquí, estar marcado con un pasado monstruoso: he allí su mayor defecto.

Quizá por ello, así como la Mujer Alada da al dragón sol, luna y estrellas, sin que "prendas tan loables" lo logren saciar, del mismo modo la patria entrega el sol, "engendrado en el oro que tributa"; la luna, "en la plata que ofrece", y las estrellas, en sus mejores puestos públicos, que tienen "quejosos y pobres a sus hijos por contener y enriquecer los ajenos", sin que tampoco estas "prendas tan loables" logren satisfacer el voraz apetito español.

6. DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ

El símil entre las tribulaciones de la patria y las de la Mujer Portento -a quien se parece- no deja de estremecer. Dijérase que el destino de esta nación está prefigurado en las Escrituras, de donde se toma su imagen y su dolor; que son los textos sagrados los que han anunciado su surgimiento, y que México, por consiguiente, es el cumplimiento de una profecía.

Si todo está regido por la Biblia y no puede ser explicado más que por ella, en sus páginas débese buscarse su destino. Miguel Sánchez lo hace. Efectivamente, el pasado de su patria es terrible. Imposible negar que en estas tierras se practicaron idolatría, sacrificios humanos y antropofagia. Sahagún se lo reclamó al Creador. "¿Que es esto, Señor, que habéis permitido tantos tiempos que aquel Enemigo del género humano tan a su gusto se enseñorease de esta triste y desamparada nación? Por la parte que me toca, suplico a vuestra divina majestad que hagáis que donde abundó el delito abunde la gracia, y conforme a la abundancia de tinieblas, venga la abundancia de luz".

Lo que imploró Sahagún, en otras palabras, fue un milagro. Y el milagro, según Sánchez, tendría que producirse necesariamente por amor. ¿Cómo convertir "el mayor defecto" de los criollos, que era "tener los pies de barro, ser de esta tierra", en su mayor gloria y virtud? Reconocer su pasado era requisito indispensable para tener un futuro. Mientras más profundamente hundieran sus raíces en su suelo histórico, más fuerza y seguridad adquirirían, y más alto podrían extender las alas de sus anhelos y aspiraciones. Pero había que escudriñarlo todo. No sólo lo censurable sino también lo admirable. Atrás estaba la idolatría del mundo indígena -el reino de Satanás-, es cierto; pero también el nacimiento de María, la madre de Dios. Además, el milagro mariano dignificaba cualquier pecado idolátrico anterior. Y, en todo caso, indirectamente, éste era consecuencia de aquél.

7. EL FONDO DEL MILAGRO

La mitología india yace en el fondo del milagro guadalupano, como la historia pre-hispánica detrás de la colonial. Dios es el "sol divino" y María de Guadalupe "la luna inmaculada". Esta comparación evoca la disposición de la ciudad sagrada de Teotihuacan -unos cuantos kilómetros al norte del Tepeyac-, que es un espejo del universo en movimiento.

Sahagún cuenta que, en los tiempos del imperio azteca había en el Tepeyac un santuario consagrado a Tonantzin, "nuestra madre", visitado en peregrinación por los indios de todas las comarcas del país. Pues bien, Guadalupe, la Mujer Prodigio, la Dama del Apocalipsis, la Señora del Nuevo Testamento, había pedido que se erigiera su templo sobre las cenizas del viejo adoratorio indígena.

Esto significaba que el continente americano es el cuerpo de Guadalupe, y su alma, su historia. En cuanto a su destino, ¿por qué no buscarlo en los textos sagrados? ¿En cuáles? Parece lógico que si la historia de las viejas naciones está escrita en el viejo testamento, la de la nueva nación americana deba estarlo necesariamente en el nuevo. En las entrañas de la historia están los gérmenes de su destino. Luego entonces, en el libro nuevo debe buscarse la respuesta, la gran respuesta. Y aquí, para su asombro, la encuentra el afiebrado teólogo Sánchez.

Al descubrirla, siente desfallecer. Se resiste a creerlo. Pero al volver a leer con atención el único libro profético del nuevo testamento, el Apocalipsis de San Juan, el jesuita encuentra en su texto el destino universal de la nación mexicana. No da a conocer su descubrimiento sino después de muchas dudas y resistencias íntimas. Guarda el secreto consigo; pero, al fin, se decide a transmitirlo a sus conciudadanos "por amor a la patria". Así lo confiesa, no sin dejar de señalar que se sintió llamado a explicar lo inexplicable -de cumplir con "tan justa obligación"-, llevado por los consejos de San Agustín y San Miguel Arcángel. Alentado por tan altos padrinos, llega al sitio de la predestinación "movido del espíritu de Dios, alumbrado por la caridad y encendido de sus favores". Su mensaje, por consiguiente, fruto de la "divina bendición", tiene toda la fuerza de una revelación.

La exégesis bíblica de la nación mexicana de Miguel Sánchez aparece publicada en 1648. El título de la obra: Imagen de la Virgen María madre de Dios de Guadalupe milagrosamente aparecida en México. Allí aparece, teológicamente expuesta, la tesis política de los criollos en defensa de la dignidad nacional americana.

La conquista del nuevo mundo, según esta tesis, se lleva a cabo, no para que el pueblo ibérico, a manera de nuevo apóstol, evangelice a los indios y ejerza su protectorado en estos vastos dominios, sino sólo "para que aparezca María virgen en su santa imagen de Guadalupe". El nacimiento histórico de este continente se consuma, pues, no para mayor gloria de los españoles, sino de María, la virgen, que "es originaria de este país y la primera Mujer Criolla". Consecuentemente, para mayor gloria de sus hijos, los criollos, y de la nueva nación del continente americano.

Gracias a sus revelaciones, el "hombre desdichado" del nuevo mundo se convierte en un hombre afortunado, escogido, elegido. Hundir los pies en el suelo; encajarlos, a manera de raíces, en la tierra americana, ya no lo hace más débil, sino más fuerte. Saca la fuerza de su propio suelo. Su fuerza es la historia. Se nutre de ella. Ya no puede ser derribado de un soplo. El "mayor defecto" de este nuevo hombre de raíces metálicas se convierte en su mayor virtud. Y así como de los pozos oscuros de las entrañas de la tierra extrae piedras y metales preciosos, de su propia confusión y desamparo extrae su destino mesiánico y universal. De la abundancia de tinieblas extrae abundancia de luz.

Las pretensiones metafísicas y políticas de los españoles quedan relegadas a segundo plano. Las que irrumpen ahora, reclamando un lugar privilegiado, son las aspiraciones criollas. Y éstas son sorprendentemente ambiciosas...

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