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Colaboradores Roberto
Sánchez Benítez Francisco
Miranda Godínez Ernesto
de la Torre Villar Ramón
Sánchez Reyna Rigoberto
Cornejo Cruz Stella
Ma. González Cicero Manuel
González Galván René
Becerril Patlán José
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Nuestros libros José Herrera Peña La Biblioteca Pública de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo ha sido formada a través de los siglos por bibliotecas de antiguas instituciones educativas y religiosas así como de individuos notables. La obra Nuestros Libros (Encanto de lo antiguo), por su parte, es el registro comentado de una obra más trascendente: la catalogación del Fondo Antiguo de dicha Biblioteca Pública, integrada por 22,901 veintidós mil novecientos un volúmenes.
Como dice Juan García Tapia en el Prólogo: "Si el libro es el máximo difusor del conocimiento, ¿qué mejor que un libro para mostrar los libros?" Nuestros Libros es un volumen integrado por diversos estudios o notas de treinta especialistas sobre temas tan diversos como los que van desde el arte de la lectura y la cultura, la centenaria cultura libresca en Michoacán, pasando por el acervo bibliográfico de los jesuitas de Morelia y la necesidad de preservar y enriquecer fondos como éste -tan maltratados e incluso tan mermados en el curso de los tiempos-, hasta las portadas, marcas de fuego y exlibris que revelan su propiedad. Es una obra compuesta por ensayos y análisis que van desde los autores clásicos griegos y romanos, la llegada de la imprenta a México y el desarrollo de la obra editorial en Michoacán, pasando por la descripción de valiosísimos incunables; entre ellos, Liber Chronicarum, Crónica de Nuremberg o Historia del Mundo, de Hartmann Schedel (1493); Speculum Conivgiorum aeditum, de fray Alonso de la Veracruz (1556); Septem novae legis sacramentis summarium, de Bartolomé de Ledesma (1566), y Vocabulario en lengua castellana y mexicana, de fray Alonso de Molina (1571), hasta la literatura especializada en filosofía, historia, literatura, ciencias naturales, asuntos jurídicos, disciplinas médicas, física, matemáticas, arquitectura, etcétera.
En un libro, en fin que abarca desde los fondos bibliográficos de las órdenes religiosas, pasando por las de la Compañía de Jesús de Pátzcuaro, del convento de San Buenaventura de Morelia, de los carmelitas descalzos, del convento de San Francisco de Querétaro y del Seminario de Morelia, hasta los acervos particulares de Francisco Uraga, José Ma. Chávez y Villaseñor, Mariano de Jesús Torres, Luis González Gutiérrez y Melchor Ocampo. Pero lo importante no es sólo saber lo que contiene el libro Nuestros Libros, sino también lo que su lectura despierta, inspira, evoca o sugiere; es decir, lo que el Encanto de lo Antiguo nos hace sentir y pensar. De la catalogación podrían desprenderse fácilmente decenas e incluso centenas de líneas de investigación; algunas de ellas, aventuradas y difíciles de sostener, pero la mayor parte con sólido y firme sustento científico o histórico. Tal es la impresión inicial que despierta la lectura de esta obra, Voy a plantear dos o tres asuntos a manera de ejemplo. La biblioteca de Vasco de Quiroga era una de las más completas y cuantiosas de su época, compuesta por 628 seiscientos veintiocho obras, una colección de mapamundis, utilería y edificios para su resguardo. El primer obispo de Michoacán se la legó al Colegio de San Nicolás, establecido en Pátzcuaro. A este respecto, Francisco Miranda Godínez enfatiza que dicha biblioteca estaba no sólo muy bien organizada sino también sujeta al primer reglamento bibliotecario que hubo en Michoacán, y quizá en todo México, redactado por el propio legatario. En esos años, entre 1535 a 1565 aproximadamente, todavía no aparecían los ex libris o, más bien, los ex libris que aparecieron se borraron fácilmente con el tiempo. Las marcas de fuego, según lo señala René Becerril Patlán, no surgirían sino hasta el Siglo de las Luces. Por otra parte, el Liber Chronicarum, Crónica de Nuremberg o Historia del Mundo, de Hartmann Schedel, con grabados de Wolgemuth y Pleydenwurff, obra impresionante editada en 1493, a un año del primer viaje de Colón (que ofrece la monumental visión medieval sobre la historia del hombre, desde sus orígenes teológicos hasta la fecha en que fue escrita, y que concluye con el inevitable futuro apocalíptico que le está reservado), presenta una nota manuscrita que, según Armando Mauricio Escobar Olmedo, corresponde aparentemente al famoso humanista holandés Vossius o Gherard de Voss. No se sabe cómo ni cuándo llegó esta obra a la Nueva España, ni a Michoacán, ni a alguna biblioteca vallisoletana. Lo único que se sabe es que está aquí desde hace más de cuatro siglos.
Pues bien, ¿por qué no pensar que fue traída a América por el propio licenciado don Vasco de Quiroga en su primer viaje a la Nueva España? ¿O en el siguiente? ¿Por qué no suponer que formaba parte de su biblioteca? ¿Fue una de las 628 seiscientas veintiocho obras que la integraban? Seguir esta hipótesis para corroborarla o desecharla, o para descubrir a la auténtica persona que trajo esta colosal obra, o para declarar que nunca se sabrá de cierto quién la trajo, no es tan importante como plantear la hipótesis, pensarla y seguir las centelleantes trazas que despiertan en nuestra imaginación. Otro ejemplo es el relacionado con la obra Plantae Selectae, de Christoph Jacob Trew, ilustrada por Georgios Dionysius Ehret y publicada entre 1750 y 1773, de la que el gran botánico sueco Carlos Lineo dijo proféticamente: "una tal obra no se ha visto hasta ahora y difícilmente se verá en los tiempos venideros".
Gerardo Sánchez Díaz nos recuerda que esta brillante y excelsa joya bibliográfica, de gran valor artístico, científico y monetario, carece de marcas o sellos (que nos indiquen quién o quiénes fueron sus primeros poseedores); que tenía anotaciones manuscritas al margen de sus páginas, y que al reencuadernarse fueron borradas, "lo que nos impide establecer la identidad, mediante la comparación de la letra, de quién o quiénes pudieron haber hecho dichas anotaciones". Por otra parte, dentro del inventario que levantaron los albaceas testamentarios de don Melchor Ocampo, esta misma obra fue registrada con el número 255 de un total de 490 cuatrocientos noventa y entregada al Colegio de San Nicolás. Ahora bien, ¿fue traída por el ilustre michoacano al regreso de su viaje a Europa, que duró año y medio aproximadamente? ¿Le perteneció? ¿Eran de él las notas manuscritas a que se refiere el doctor Sánchez? Ya para entonces existían las marcas de fuego y muchos libros que pertenecieron al prócer tienen la suya; pero otros tantos no la tienen. Muchos tienen la anotación manuscrita "de la testamentaría del señor don Melchor Ocampo", pero otros no tienen ninguna. Es más: hubo 490 cuatrocientos noventa títulos en su biblioteca, registrados por los albaceas, de los que faltan muchos; pero también otros que jamás fueron incluidos en el inventario, a pesar de que se encuentran tanto en la biblioteca de la sala Melchor Ocampo del Colegio de San Nicolás, como algunos en esta misma Biblioteca Pública.
En este caso, como en el anterior, no es tan importante corroborar o desechar la aventurada conjetura anterior, y ni siquiera descubrir con certeza al propietario original de esta alhaja libresca o llegar a la conclusión de que nunca se sabrá quién fue, sino plantear la conjetura e investigarla. La lectura de Nuestros Libros hace pensar. Y este es, a fin de cuentas, el efecto que produce un buen libro: estimular el pensamiento, hacer pensar. Siendo optimistas, si se llegara a saber que la Crónica de Nuremberg o Plantae Selectae, grandes obras, una, que marca el final de una era histórica, y la otra, que anuncia la apoteosis de la siguiente; si se llegara a saber que pertenecieron y fueron leídas o anotadas por don Vasco de Quiroga y don Melchor Ocampo, respectivamente, el altísimo valor bibliográfico intrínseco que éstas tienen quedaría enriquecido por otro muy especial, muy emotivo, muy nuestro. Porque estos libros apelan no sólo a la razón, como pudiera creerse, sino también a la emoción. Hace varios años, estando en París, fui a la preciosa biblioteca de la Universidad de la Sorbona y pedí uno de los tomos de la Historia Eclesiástica, del abad Claude Fleury. Fue una de esas obras que consultó con frecuencia el rector del Colegio de San Nicolás de Valladolid, don Miguel Hidalgo y Costilla, y la citó en las notas bibliográficas al pie de página de su obra titulada Disertación sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica, que escribió en latín y en castellano. Pues bien, pensar que tenía yo entre mis manos y ante mis ojos, una obra similar a la que había leído el Maestro nicolaita, me produjo un estremecimiento espiritual indescriptible.
No es necesario ir a la Sorbona para sentir esta singular sacudida del alma. Aquí está la misma obra, en esta Biblioteca Pública, clasificada dentro del Fondo Antiguo. Yo no lo sabía. También está su referencia en el libro Nuestros Libros. Sí. A pesar de que está incompleta, pues le faltan algunos tomos, la voluminosa obra del consejero del rey de Francia todavía se conserva aquí. Ahora que lo sé, no tengo más remedio que reformular las mismas preguntas: ¿fue este ejemplar el que tuvo ante sus ojos nuestro ilustre rector? ¿Sobre él y sus páginas llegó a posar su espíritu? Como en los casos anteriores, corroborarlo o rechazarlo sería importante, pero más importante investigar y desarrollar esta línea del pensamiento. Una palabra final. Se cometieron errores. Y no pocos. Los hay en la catalogación del Fondo Antiguo y los hay en el primer espejo que lo refleja, es decir, en el libro Nuestros Libros. Y tengan la seguridad de que los primeros y más exigentes críticos de dichos errores somos nosotros mismos. Pero esto no es tan importante como el anuncio y la reafirmación de que ya hay catálogo, y de que ya apareció la primera obra inspirada en él. Durante la rectoría de don Marco Antonio Aguilar Cortés se inició y completó la clasificación del Fondo Antiguo, y se armó y editó la obra Nuestros Libros. Pudiera decirse que con esta obra, éste quiso rendir homenaje al alma histórica de la Universidad. Ya habrá oportunidad de que mejores mentes corrijan los errores que se cometieron en esta empresa, prosigan la obra y aumenten el tesoro de descubrimientos y aportaciones encerrado en este repositorio; de que mejores inteligencias dilaten las fronteras de nuestro espíritu, de nuestra imaginación y de nuestra emoción, y, sobre todo, de que nos hagan pensar. Porque de eso se trata: de estimular el pensamiento, de hacernos pensar... Morelia, Mich., 7 enero 2003. |