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José Herrera Peña

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Capítulo IV

El pecado

1. LA CASA PATERNA

A pesar de ser conocido por la historia como José Ma. Morelos y Pavón, su verdadero nombre es José María Teclo Morelos Pérez. Consta en su acta de nacimiento. No es Morelos Pavón. Menos Morelos "y" Pavón, que denota cierta nobleza, como la que ostenta el juez Abad "y" Queipo, hijo de un conde español; ilegítimo, si se quiere, pero de estirpe aristocrática. A pesar de todo, su nombre de batalla triunfará sobre la realidad legal y, obedeciendo a sus deseos, la posteridad lo nombrará Morelos "y" Pavón, no Morelos Pérez, ni siquiera Morelos Pavón.

Tocado el tema de sus orígenes, madre e hijo se remiten primero a la casa paterna, como debe ser; a los Morelos, de vieja raigambre en el poblado de Zindurio, a escasos kilómetros al poniente de Valladolid, poco más allá de La Quemada (lugares hoy englobados en el casco urbano), en donde poseían no pocos terrenos. Allí había nacido don Manuel, el padre de José María, y los padres y abuelos de su padre, registrados todos en los libros de españoles.

En el tribunal del Santo Oficio, los inquisidores investigarían por obligación, más que por curiosidad, las raíces genealógicas del detenido. Sería necesario para ellos saber la clase de sangre corría por sus venas.

Fueron abuelos de su padre don José Jerónimo Morelos y doña Rosa María Martínez, según versión de Benítez. La señora había fallecido en 1751 y su entierro quedó registrado en el libro de españoles. Ibarrola, en cambio, sostiene que los abuelos se llamaron Diego Jerónimo Morelos y Juana Sandoval Núñez. Es probable que él sea el mismo, ya que en esa época se usaban hasta tres o cuatro nombres al mismo tiempo (José Diego Jerónimo), y ella, su segunda esposa. En todo caso, el patriarca tuvo seis hijos, todos -al parecer- con la primera; de los cuales son importantes para nuestro relato los dos últimos: uno, llamado como su padre, Jerónimo, y el otro, José.

Al llegar a la edad adulta, el joven Jerónimo casó el 15 de mayo de 1741 con Luisa o Lucía de Robles, "española", y tuvo como único hijo a José Manuel Morelos Robles, marido de doña Juana y padre del héroe. Doña Luisa o doña Lucía parece haber fallecido joven. En todo caso, Morelos, en el tribunal, declaró "que no se acordaba cómo se llamaba".

José Morelos, por su parte, el otro vástago del patriarca y hermano del anterior, casó en 1737 con doña Antonia Serafina de Ortuño, castiza; es decir, hija de español y mestizo (en recuerdo de la cual doña Juana llamó Antonia a su propia hija), y engendró a un hijo: Felipe Morelos Ortuño (primo de don Manuel Morelos y tío segundo del caudillo). Años después, don Felipe adquiriría una finca en Apatzingán; en la cual, como ya se dijo, su sobrino trabajaría en ella.

El héroe no mencionará a don Felipe en el tribunal del Santo Oficio, porque éste era estricto en sus cuestiones. Le habían preguntado por sus "tíos paternos", en el riguroso sentido de la palabra, no por sus "tíos segundos paternos"; es decir, por los hermanos, no por los primos hermanos de su padre. La respuesta de Morelos sería igualmente estricta. El tribunal le preguntaría más tarde por sus hijos, no por sus hijas, y él mencionaría sólo a aquéllos, no a éstas. Al final, sin embargo, lo haría, a manera de aclaración; lo que no importaría a los jueces.

En todo caso, los matrimonios de sus abuelos y tíos-abuelos, por parte de su padre, así como el nacimiento de sus descendientes, están asentados en los libros de españoles de la España americana, oficialmente llamada Nueva España, para diferenciarla de la España europea o antigua España.

El linaje se había mezclado con "castizas", según los libros; pero no es remoto que lo haya hecho también con las hermosas mestizas e inclusive con las dulces y bellísimas indias tarascas, ni que hayan incorporado posteriormente los nombres de éstas al registro de españoles.

2. LA CASA MATERNA

Y en cuanto a las raíces maternas, ya se ha hecho referencia al padre de doña Juana, el profesor José Antonio Pérez Pavón. ¿Quién era él? ¿Dónde nació? ¿Dónde hizo sus estudios? ¿Con quién se casó? ¿Cuántos hijos tuvo? Aquí sobresale la primera incongruencia. ¿Por qué él es Pérez Pavón y su hija Pavón Pérez? ¿O sólo Pavón?

En todo caso, don José Antonio inició sus estudios en Celaya -según Benítez- y los prosiguió en Querétaro, al cabo de los cuales presentó examen en la Universidad de México para recibir el grado de Bachiller en Artes; aunque Lemoine asegura que no se tituló.

Lejos de Apaseo, Guanajuato, de donde era originario, y de la vigilancia de su padre, el estudiante conoció a una gentil doncella llamada Juana María Estrada, de la que se enamoró y con la que contrajo secretamente matrimonio en 1744, cuando él tenía 18 años de edad. Es de suponerse que ella era más joven que él, quizá de 15 años de edad, lo usual en esa época.

¿Por qué la boda se llevó a cabo en secreto? A pesar del secreto, con el tiempo se haría "pública y notoria". En efecto, el señor José Antonio Vicente de Amaya declarará en 1790, a petición de Morelos, que "sabe como de público y notorio que (José Antonio y Juana María) fueron casados y velados".

En todo caso, el matrimonio tuvo una hija y un hijo: aquélla, al año del matrimonio, en 1745, en Querétaro, que recibió el nombre de su progenitora. El citado testigo Amaya agregará que los anteriores señores, "como tales, tuvieron por hija legítima a la expresada doña Juana Pavón", madre de Morelos. Cuatro o cinco años más tarde nacería Ramón, el segundo. La señora Pavón apenas puede recordar a su propia madre, pues ésta falleció en Querétaro a causa, al parecer, del alumbramiento de su hermano. Ella, tendría entonces entre 4 y 5 años de edad.

Don Lorenzo Zendejas, el padrino de Morelos, también declarará en 1790, a petición de éste, que la esposa de don José Antonio se llamaba doña Guadalupe Estrada. No es extraño que Juana María se haya llamado también Guadalupe. A partir de esta época, todas las mujeres mexicanas empezarían a llamarse María, Guadalupe o Juana, o tendrían los tres nombres a la vez. Otras personas testifican que se llamaba María Molina de Estrada o Juana María Molina. Su nombre completo, por consiguiente, debe haber sido algo así como Juana María Guadalupe de Estrada y Molina. Luego entonces, su hija Juana debió haberse apellidado Juana Pérez Estrada o, si se quiere, Juana Pérez-Pavón y Estrada-Molina, pero no simplemente Juana Pavón. ¿Por qué suprimió el apellido de su madre e invirtió el de su padre…?

Ninguno de los testigos admitirá haber conocido personalmente a la esposa de don José Antonio, con excepción quizá de don Lorenzo Zendejas, porque ella ya había fallecido en Querétaro, antes de que la familia emigrara a la rosada capital de Michoacán. De allí la diversidad de apelativos con que la mencionan. Morelos, por su parte, expresó ante el tribunal del Santo Oficio, en 1815, que "le parecía que se llamaba Guadalupe Cárdenas", confundiendo el apellido de su abuela con el de alguna otra mujer que debe haber cuidado a su madre Juana María y a su tío Ramón durante su infancia. El equívoco es explicable. Si doña Juana, que habla a su hijo en circunstancias acogedoras -conversación que se ve reflejada en el juicio sucesorio- tiene dificultades para recordarla, y si diferentes testigos la llaman con diferentes nombres, es lógico que el Caudillo llegue a tener más problemas al rendir su declaración en condiciones dramáticas, a los 50 años de edad, sin haberla conocido jamás.

3. EL JUICIO SUCESORIO

¿Por qué contrajeron secreto matrimonio los padres de doña Juana Pavón? Imposible saberlo, aunque se sospecha que fue por las razones que más adelante se expondrán. La señora Juana menciona cuenta a su hijo que su abuelo paterno, don Pedro Pérez Pavón, fue un español, hacendado y ganadero, medianamente rico, que vivía en Apaseo, Guanajuato.

Este hombre conoció -probablemente en la madurez de su vida- a una misteriosa mujer de la que se enamoró y con la que tuvo un solo hijo, que nació en 1726. Don Pedro no se casó con ella, sin saberse por qué. Sin embargo, reconoció a su hijo ilegítimo; le puso el nombre de José Antonio; lo registró en el libro de los españoles y le concedió el derecho de usar sus propios apellidos.

Tal es el origen de su padre José Antonio Pérez Pavón, "aquél que tenía escuela en Valladolid", quien no tuvo apellido materno. Don José Antonio Vicente de Amaya, de 53 años de edad, vecino de Valladolid y casado con doña Manuela Dolores Reyes, declarará en 1790 en el tribunal, a petición de Morelos, que sabe "que el referido don José Antonio Pérez Pavón fue hijo natural del fundador de la capellanía, habido en mujer libre", y que su padre "pudo efectivamente, sin impedimento alguno, contraer matrimonio". Pero no lo contrajo.

Si don Pedro no tuvo ningún impedimento legal para casarse con la madre de don José Antonio, ¿por qué no lo hizo? Si no se casó con otra antes ni después de haber conocido a esa enigmática "mujer libre", ¿por qué permitió que su hijo quedara en calidad de "hijo natural" y no de "hijo legítimo"? ¿Amaba a esa mujer? No hay duda de ello y al parecer apasionadamente. Además, es probable que le haya estado agradecido por haberle dado todo a cambio de nada: su amor y su único hijo.

Entonces ¿por qué no la desposó? ¿Ya había fallecido? Aparentemente no. ¿Qué misteriosa presión social, qué extraña fuerza moral, qué poderosos prejuicios se lo impidieron? ¿Consideraba pecaminosa esta relación? ¿Hubiera ocurrido esto de ser española la mencionada "mujer libre"? ¿O india? ¿O mestiza? Seguramente no.

¿Pertenecía acaso a alguna de las castas consideradas infames? ¿Era mulata? Posiblemente. El viajero Gemelli Carreri asegura que en esa época, al preferir las criollas o indianas a los hombres venidos de Europa, los criollos o indianos, "por esta razón, se unen a las mulatas, de quienes han mamado, juntamente con la leche, las malas costumbres". ¿Fue éste el caso? La señora Pavón lo ignora. El nombre y origen de su abuela, en todo caso, se pierden desde entonces en las sombras del anonimato.

El recio hacendado don Pedro Pérez Pavón protegió siempre a esta "mujer libre", lo mismo que a su hijo "natural". A ella, amándola y sosteniéndola hasta la muerte. Y a éste, dotándolo, durante su vida, de sus propios apellidos y de recursos financieros para hacer sus estudios, y al morir, de una herencia en forma de una capellanía.

4. EL TESTAMENTO

Dueño de diversos bienes valuados en 13,800 pesos (cantidad sumamente considerable para la época), don Pedro Pérez Pavón los dividió en dos partes desiguales y deja, la primera, estimada en 9,800 pesos, a su principal heredero, y la segunda, en 4,000 pesos, a su hijo.

Se ignora quién hereda la masa más importante del legado. Se sabe que no fue su hermana, porque ésta que ya había fallecido. Así que fueron sus dos hermanos o la mujer de su vida. ¿O acaso la divide entre aquéllos y ésta? Es de dudarse. ¿Cómo una familia decente hubiera podido compartir algo con una "mujer libre"? ¿La despojaron del legado? Tampoco hay indicios de ello.

En todo caso, casi el tercio de sus bienes los destina para fundar una capellanía en favor de su hijo José Antonio, e impone dos condiciones para que la reciba y disfrute. Primero, que permanezca soltero. Segundo, que "se incline a los estudios eclesiásticos". De no ser aceptadas éstas, dispone que la herencia se otorgue a los hijos legítimos de sus hermanos Sebastián, Francisco y María -ésta última difunta-, prefiriéndose siempre "el mayor al menor, el hijo de varón al de hembra, y el mas próximo al más remoto"; cláusulas que deberán observarse para las siguientes generaciones.

Las preguntas se atropellan unas a otras. ¿No don Antonio tenía ya 24 años cuando don Pedro redactaba su última voluntad? ¿No para entonces ya había contraído secretamente matrimonio con doña Juana María Estrada y Molina desde hacía largo tiempo? ¿No habían nacido ya sus dos hijos Juana y Ramón? ¿No tenían entonces cinco años, la primera, y uno o dos el segundo? ¿No había incluso enviudado hacía relativamente poco? ¿Cómo se le pudo haber pedido que permaneciera soltero y se dedicara a los "estudios eclesiásticos"?

Lo que se infiere es que, o el testador ignoraba que su hijo José Antonio se había casado y tenido hijos (lo que significa que había surtido efectos el secreto) o que, sabiéndolo y estando enterado inclusive de que acababa de enviudar, le había fijado tales condiciones con objeto de que no contrajera otra vez matrimonio, ni menos engendrara más hijos.

Debía consagrarse a los estudios, aunque nunca pudiera concluirlos -aunque nunca se ordenara sacerdote- a fin de que permaneciera soltero o viudo. Una cosa es evidente. En cualquier caso, había dejado claro el propósito de truncar el desarrollo de su linaje. ¿Por qué? ¿Pensó que si por las venas de su heredero corrían dos sangres, la buena y la mala -la blanca y la negra-, más valía que ésta última ya no se reprodujera? ¿Supuso que, al poner fin a su estirpe, ponía fin a sus propios pecados? ¿Fue ésta la razón por la cual estipuló que su hijo siguiera los estudios eclesiásticos y se quedara soltero...?

5. DE QUERÉTARO A VALLADOLID

En 1755, don José Antonio, viudo desde tiempo atrás, deja Querétaro y se traslada a Valladolid. Lo más probable es que este cambio tenga relación con la herencia, especialmente con la cláusula relativa a los estudios, porque a eso se dedicará en su nuevo domicilio: a estudiar, lo que no podía hacer en Apaseo.

Y, de paso, a enseñar. Pondría escuela en esa ciudad. Sus estudios eclesiásticos nunca lo llevarían, por supuesto, al ordenamiento sacerdotal; pero las rentas de la capellanía -y sus clases- le permitirían vivir, si no con lujo, al menos con dignidad.

En 1790, al iniciarse el juicio sucesorio ante el juzgado de testamentos y capellanías promovido por Morelos, casi todos los amigos vallisoletanos del citado profesor don José Antonio -como él mismo- habían ya fallecido. Sin embargo, don Juan Bautista Rosales, de 35 años, clérigo, declarará que, siendo adolescente -más de 20 años atrás-, había conocido al profesor Pérez Pavon "avecindado en esta ciudad y siendo viudo". Dicho profesor se mantendría en su nueva residencia por más de veinte años.

Al llegar a Valladolid, doña Juana tenía ya 11 años de edad, y su hermano Ramón, 5 ó 6. Así lo relata la señora a su hijo José María. ¿Por qué en lugar de Pérez Pavón, se reitera, empieza ella a denominarse Pavón Pérez? ¿Por economía de esfuerzo, como su primo patzcuarense, que en lugar de José Antonio Martínez Conejo empezó a llamarse simplemente Antonio Conejo?

Entonces, ¿por qué lo hizo gradualmente; es decir, invirtiendo primero sus apellidos para ser Juana Pavón Pérez, y después, suprimiendo el Pérez para conservar únicamente el Pavón?

¿Hubo alguna otra razón? Al cobrar conciencia de la actitud de su abuelo para con su misteriosa "mujer libre" así como del rechazo social que ésta tuviera, ¿respondió así a la presión? ¿Le dolió lo que le ocurrió a su desconocida abuela materna? ¿Quiso psicológicamente desvincularse de sus dos apellidos, invirtiéndolos primero y suprimiendo el más importante después? Por otra parte, ¿supo alguna vez cuál fue el apellido de su abuela y, por ende, el segundo apellido de su padre...?

6. JUANA MARÍA Y JOSÉ MANUEL

El 18 de febrero de 1760, doña Juana contrae matrimonio con el señor don Manuel Morelos. Ella, de 15 años de edad, es "vecina de ésta" desde hace "más de cuatro años", según se lee en el acta respectiva, y él, de 18, es originario de Zindurio, ranchería cercana a Valladolid. Los padrinos de la boda son don Lorenzo Zendejas, de 50 años de edad, y su primera esposa, doña Casilda Hernández. El matrimonio se inscribe en el libro de españoles.

La joven pareja reside en una casa del barrio de San Agustín, a unos cuantos pasos de la escuela del profesor don José Antonio y, como quedó expuesto con anterioridad, tiene tres hijos, que no se apellidarán Morelos Pérez sino Morelos Pavón. Ya se expuso que Nicolás llega al mundo en 1763, al cabo de tres años de matrimonio. José María nace dos años después, el lunes 30 de septiembre de 1765, y se le bautiza con el nombre de José María Teclo. Sus padres invitan a su padrino de bodas, don Lorenzo Zendejas, de 55 años ya, y a su nueva esposa, doña Cecilia Sagrero, a que sean los padrinos de bautismo. Mucho más tarde, en 1774, nacerá María Antonia; catorce años después del matrimonio de sus padres y nueve de haber tenido a su último hijo José María. Todos estos nacimientos son registrados en el libro de españoles.

7. PRIMERO Y SEGUNDO CAPELLANES

El profesor Pérez Pavón, mientras tanto, convertido en abuelo, además de permanecer soltero -en estado de viudez-, prosigue los estudios. Y, con la ayuda complaciente de las autoridades, éstos son nada menos que eclesiásticos -los que sólo hace un célibe-, para cumplir con la condición o requisito de la capellanía. Dichos estudios los prolonga de tal modo que, según uno de los testigos, "no llegó ni siquiera al subdiaconado". Había muchos así. Charles Rollin, por ejemplo, rector de la Universidad de París en esa época, nunca pasaría de la tonsura. El profesor José Antonio, en todo caso, gracias a esta estratagema, disfruta de las rentas de la capellanía hasta el día de su muerte.

Prefiriéndose "el mayor al menor, el hijo de varón al de hembra y el más próximo al más remoto", la herencia tendría que recaer necesariamente en otro hombre, esta vez, de la segunda generación; es decir, en Ramón Pérez Pavón -hermano de doña Juana y tío de Morelos-, pues era descendiente directo de don Pedro Pérez Pavón, el fundador del legado, y de don José Antonio Pérez Pavón, el primer capellán. Ramón, en esos momentos, andaba por los 20 años de edad; pero éste no la reclamaría. O no quiso estudiar o no quiso renunciar a las mujeres. O ambas cosas.

Entonces, los frutos de tal herencia fueron concedidos al hijo de María Bárbara Pérez Pavón, hija a su vez de don Sebastián Pérez Pavón, hermano del testador. El nuevo heredero (primo segundo de doña Juana) recibiría el beneficio durante 10 años, de 1778 a 1788; más o menos el tiempo vivido por el labrador Morelos en Apatzingán. "Pero este caballero, lejos de seguir la línea eclesiástica -consta en la denuncia-, la ha abandonado del todo y ha sentado plaza de soldado en el regimiento de Asturias". Sábese que, poco después, el capellán se da de baja y, según su propia declaración, se va a Pátzcuaro "a servir en la tienda de don José Martínez de Abarca León", en donde se enamora de doña Mariana de Caro, hija de la esposa del dueño, y se casa con ella.

8. EL TERCER CAPELLÁN

La capellanía queda vacante en 1789 y abierta al descendiente más directo del fundador perteneciente a la tercera generación. El labrador Morelos tiene en esos momentos 24 años de edad. El sucesor natural era el primogénito de don Ramón Pérez Pavón -hermano de doña Juana y tío de Morelos-; pero éste no ha tenido hijos o se han muerto o los que viven son como su padre y no se han interesado en el legado, porque no tienden a los estudios o están más inclinados a las mujeres que a los colegios o ambas cosas.

No habiendo hijos de varón, quedan los de hembra, los de ella, los de la señora Pavón. "Prefiriéndose los más próximos a los más remotos", está Nicolás en primer lugar; pero éste, después de "amancebado" con una potosina, se ha casado con una de sus primas michoacanas, por lo que queda descartado. El que sigue es el labrador de Apatzingán, quien ha logrado conservarse soltero y es inclinado a los estudios. Es el candidato lógico para reclamar la herencia; sin embargo, ¿está dispuesto a cumplir con las condiciones? ¿Permanecer soltero? ¿Hacer estudios eclesiásticos? ¿Ordenarse sacerdote? ¿Pelear por el reconocimiento de sus derechos ante los tribunales...?

9. LO LEGAL Y LO REAL

En lo que a su casta se refiere, quedan establecidos los orígenes legales de Morelos, que lo identifican como español, e insinuado los reales, que parecen definirlo, en frase de Bulnes, como "indio o mestizo de español y mulata". Los primeros le conceden derechos. Los otros lo hacen pensar.

Por lo pronto, el labrador de Apatzingán llega a Valladolid a estudiar, y esto es lo que hará, porque siempre ha tenido ese derecho, no ejercido, y porque ahora tiene los recursos que le permitirán hacerlo; pero dícese que el pueblo, que difícilmente se equivoca en la exaltación de sus hijos, ha hecho correr por sus venas todas las sangres que contribuyeron a formar la población mexicana. Es probable. Lo revela un detalle. En San Nicolás -y en todas las instituciones del mundo hispánico-, el requisito que se pide a los "limpios de sangre" es su acta de bautismo. Nada más. A los otros, de los que se tiene alguna sospecha, se les exige a veces -además del acta- que presenten testigos que confirmen, con su declaración jurada, que son descendientes de "cristianos viejos y limpios de sangre". ¡Y a él le piden en la Mitra que presente a sus testigos...!

Luego entonces, parece ser un acriollado, como lo revelan los rasgos de su rostro reproducidos en su retrato oficial, actualmente en el Castillo de Chapultepec; quizá con remotas gotas de sangre negra, por su línea materna, y otras tantas, no menos lejanas, de sangre india, por su línea paterna.

En todo caso, el aspirante cumple con los requisitos que le señalan en el Colegio de San Nicolás, como lo hará después en el tribunal de capellanías, en la sede episcopal y en la Universidad. Pero siempre considerará degradante e inhumana la distinción de castas, la condición infame que guardan las que descienden de negros, y la oprobiosa esclavitud, porque "el color de la cara -según sus palabras- no cambia el del corazón ni el del pensamiento".

El primer bando de gobierno que expedirá el 17 de noviembre de 1810 en calidad de "Lugarteniente del Excelentísimo señor don Miguel Hidalgo" en el cuartel general del Aguacatillo -en la Tierra Caliente-, ordena que "a excepción de los españoles (europeos), todos los demás habitantes no se nombren en calidad de indios, mulatos y otras castas, sino todos generalmente americanos". Y en cuanto a los negros y asiáticos, agrega: "No habrá esclavos. Los que los tengan serán castigados". La pena es la muerte. Así de simple...

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