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XXI. La chispa que enciende a un continente 1. LA CONSPIRACIÓN DE QUERÉTARO La segunda conspiración, la de Querétaro, es organizada y animada desde principios de 1810 -al fracasar la de Valladolid- por un militar, el capitán don Ignacio Allende, jefe de los dragones de la reina en San Miguel el Grande. Después de las frustradas y amargas experiencias de México y Valladolid, en 1808 y1809, respectivamente, en Querétaro y San Miguel cobran aún mayor importancia los medios que los fines. Los fines son los mismos. Por eso no es extraño que el doctor Manuel Iturriaga -ex-rector de San Nicolás, sinodal de Morelos y miembro de la fracasada conspiración de Valladolid-, no atraiga mucha atención al someter a la consideración de los nuevos conjurados un plan revolucionario, según el cual, "obtenido el triunfo, el gobierno debe encargarse a una junta de representantes de las provincias (un Congreso nacional) que lo desempeñen a nombre de Fernando VII". Sí, todos están de acuerdo con tal programa; pero, ¿cómo obtener el triunfo? ¿A través de que medios? Son los procedimientos para tomar el Poder los que adquieren relevancia. Son éstos los que deben discutirse. Es este asunto, no el relativo a los fines, lo que acapara en ese momento la atención de los participantes. ¿Qué hacer? Más bien, ¿cómo hacerlo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quién? ¿Con quién? ¿Con qué...? Rápidos y violentos habían sido los europeos para actuar. Igual violencia y rapidez debía haber habido en la respuesta; pero los americanos -los criollos- se habían quedado paralizados, congelados, inmovilizados. Aquéllos, al adueñarse de la ciudad de México valiéndose de tan solo 300 hombres armados, habían afianzado el poder que ya tenían, de hecho, y consolidado el que ejercían en toda la nación. Los americanos, en cambio, siendo más, muchos más, se habían quedado quietos, pasivos, sin replicar. Más tarde, al ser desarticulado el grupo de Valladolid, tampoco habían respondido adecuadamente a la situación. Ni siquiera sabido cómo reaccionar. ¿Qué hacer...? El capitán don Ignacio Allende, convencido de que el Maestro Hidalgo es una "de las mejores, si no la mejor cabeza del reino", lo ha invitado varias veces -por lo menos de enero a junio de 1810-, a que se sume al grupo conspirador, con escaso éxito. El ex-rector está de acuerdo, por supuesto, con la causa de la independencia; pero se niega sistemáticamente a participar en una aventura de tal naturaleza. El es hombre de letras, no de acción. Es eclesiástico, no militar. Es teólogo, no estratega. En el tribunal, declararía "estar persuadido de que la independencia sería útil al reino; pero que nunca pensó entrar en proyecto alguno, a diferencia de don Ignacio Allende, que siempre estaba propuesto a hacerlo". No acepta, pues, ser parte del grupo conspirativo, pero tampoco disuade a Allende de sus propósitos. Lo más que llega a advertirle es que "los autores de semejantes empresas no gozan jamás del fruto de ellas". Además, y esto es fundamental, no está de acuerdo en que la nación asuma su soberanía y la conserve en depósito al mal llamado Fernando VII. Los reinos hispanoamericanos ya fueron transferidos y entregados por éste Napoleón. Luego entonces, la España monárquica no existe. El rey español tampoco. No hay ningún Fernando. La institución monárquica es una ficción. Sin embargo, el nombramiento de Abad y Queipo como obispo electo de Valladolid desata una reacción en cadena. Cientos de colegas suyos saben que él, además de ser uno de los grandes teólogos de esta nación, también es experto en Derecho. Y como se sienten ofendidos y humillados con la ilegítima designación del nuevo prelado español, dejan sus lugares de adscripción y acuden en tropel a Dolores en busca de su sabia opinión. El pueblo negrea de sotanas. Su casa se convierte en la meca de la peregrinación de todos los clérigos del obispado. Y sus actividades empiezan, casi sin quererlo, a teñirse de colores políticos. El descontento es generalizado. Al principio, su autoridad moral la ejerce sólo entre la clerecía. Pronto, además de las quejas y los agravios del mundo eclesiástico, empieza a recibir las de los magnates y potentados de la región, y luego, las de los grandes señores, los grandes comerciantes, los aristócratas del reino entero. Viaja a diferentes ciudades para tomar el pulso a sus poderosos amigos criollos. Y éstos, a su vez, también empiezana frecuentar Dolores. En Hidalgo empiezan a confluir no sólo las grandes corrientes de la política clerical sino también las de la política nacional. El Maestro percibe claramente que éstas son más importantes que aquéllas. Y cuando siente que la situación está madura, da una sorpresa a su amigo Allende. Acepta formar parte del grupo organizado por él. Repentinamente, a principios de julio de 1810, se dedica a atender, por una parte, a sus abundantes visitantes clérigos, y por otra, a visitar a sus numerosos amigos aristócratas. A los clérigos no les permite que sus horizontes se limiten a inconformarse por el nombramiento de un obispo ilegítimo. Los alienta a que contemplen el movimiento de la historia universal y den sentido al papel que en ella debe jugar este reino. A los soldados los invita a analizar no sólo los aspectos militares sino también los políticos y los sociales. Allí está, en Dolores, empezando a participar en las deliberaciones de su grupo conspirativo, cuando recibe a fines de julio la visita de su antiguo discípulo, el señor Bachiller don José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro... 2. NATURALEZA DEL CONTRAGOLPE Al recibir al cura capellán Morelos, el Maestro habla largamente con él -como lo ha hecho con otros que lo han antecedido- no sólo acerca del descontento eclesiástico en el obispado de Michoacán por el asunto Abad y Queipo, sino también sobre la situación política explosiva en todo el reino. Hay resentimiento entre los clérigos del episcopado por el ilegítimo nombramiento del nuevo obispo de Michoacán, pero también, como ellos mismos lo han percibido, en todas las clases sociales por el golpe usurpador del grupo peninsular contra los mejores y más altos intereses nacionales. La lucha, por consiguiente, no es eclesiástica sino social, política y militar. Y sus alcances no son regionales sino nacionales. Por eso, además de darle a conocer su plan para que la nación se sacuda los poderes ilegítimos -incluyendo el del controvertido obispo- que la tienen atemorizada y oprimida, lo invita a participar en la lucha para alcanzar su libertad e independencia en forma relampagueante y sin nula o escasa efusión de sangre. Al mismo tiempo, aprovecha la oportunidad para presentarlo al capitán don Ignacio Allende y al licenciado don Ignacio López Rayón. Morelos advierte que el centro nervioso de la actividad política nacional, originariamente en Querétaro y San Miguel, se ha desplazado a Dolores. De la cuestión eclesiástica local, que es la que iba a someter a consideración del Maestro Hidalgo y Costilla, se ve obligado a saltar a la cuestión política nacional. Dada la confianza que le inspira la penetrante inteligencia y clara sagacidad del Maestro, no pone en tela de duda que la nación pueda alcanzar sus metas históricas, es decir, su libertad e independencia, en forma rápida y definitiva, con nula o escasa efusión de sangre. Al enterarse de los pormenores del plan, acepta sumarse al grupo y regresa a Valladolid. Vuelve pensativo a la Tierra Caliente, mas no preocupado. Al contrario. Se siente excitado por participar, así sea marginalmente, en esta nueva aventura que se presenta ante su vida. El Maestro Hidalgo había tenido la deferencia de informarle también que, al hablar recientemente con los grandes señores de Querétaro, Guanajuato, San Miguel, Valladolid y otras ciudades, todos ellos residentes en la ciudad de México -a los que llamaba los "del centro"-, éstos se habían comprometido a apoyar moral, política y hasta financieramente el proyecto. El plan del ex-rector Hidalgo para hacer la independencia reproduce -desde el punto de vista táctico-, las ideas que flotaban en San Miguel y antes en Valladolid; pero toma en cuenta, además -tal es su aportación- las líneas básicas del golpe fulminante descargado por el gobierno español contra los jesuitas en 1767, así como por los "gachupines" de la Audiencia contra el proyecto nacional de 1808, aplicadas a contrario sensu. Las ideas del Maestro, aceptadas previamente por su grupo, serían sometidas a la consideración de los grandes señores que tenían el poder de la decisión, quienes las discutirían y las aprobarían. Consisten grosso modo en tomar medidas para aprehender simultáneamente a todos los peninsulares de todas las ciudades, villas y demás lugares del reino; es decir, el mismo día y a la misma hora, sean laicos o eclesiásticos, civiles o militares, hombres o mujeres, ancianos o niños; arraigarlos en su casa en calidad de prisioneros, debidamente custodiados o, si es necesario, en las cárceles de cada población, y reemplazarlos de inmediato de sus cargos en las diferentes áreas de la administración estatal, militar y eclesiástica, por los criollos más distinguidos de cada punto del país. En seguida, cada provincia debe nombrar a un representante que forme parte de la Junta Suprema Mexicana o Congreso Nacional Americano, órgano político que será el encargado de asumir las atribuciones de la soberanía nacional. Los españoles que acepten el nuevo estado de cosas, podrán quedarse y gozar de sus propiedades y privilegios, no así de los cargos administrativos centrales o locales; los que no, serán repatriados a la antigua España. Un operativo de esta naturaleza prevé necesariamente el nulo o escaso derramamiento de sangre, siempre y cuando se den tres condiciones: que esté bien sincronizado, que se dé por sorpresa y que se tenga el ánimo y la disposición de hacerlo. Requiérense decisión, coraje y audacia. Sobre todo audacia. Ahora bien, aunque la disposición de ejecutar el plan existe, la sorpresa y la sincronización de sus movimientos habrá que prepararlos. La fecha para desencadenar la acción conjunta será el 1 de diciembre de 1810, aprovechando la feria de San Juan de los Lagos. Hay una carta del capitán Allende al Maestro Hidalgo, fechada el 31 de agosto -un mes después de la visita de Morelos a Dolores-, que menciona esta fecha. El Maestro Hidalgo, con la sagacidad y astucia que le son características, piensa que tal fecha es demasiado lejana y, consecuentemente, propicia a la delación. Además, ¿por qué ese día y no otro más significativo? Por último, ¿por qué tomar el poder nacional sólo en calidad de préstamo o depósito, mientras Fernando está "ausente" del trono español? ¿Por qué no asumirlo en nombre de la nación, su única y legítima propietaria? Por lo pronto y sin entrar en detalles, el plan para hacer la independencia, que es de una simpleza genial, y cuya parte principal consiste en realizarlo sin derramamiento de sangre, ha sido ya aceptado por el misterioso y poderoso grupo "del centro". 3. LOS CABALLEROS DE LA ORDEN DE GUADALUPE Además de la dirección visible del movimiento, por consiguiente, que está en San Miguel el Grande y Querétaro, aunque desplazándose rápidamente hacia Dolores, hay otra superior, secreta y decisiva, que se localiza "en el centro", al decir del propio Hidalgo; es decir, en la capital del reino de la Nueva España, en la muy noble y leal ciudad de México. Más tarde, el capitán don Ignacio Allende lo confirmará, al dejar escapar en el tribunal militar que lo juzgó los nombres de dos personajes "del centro", amigos personales de Hidalgo: el marqués de Rayas y uno de los Fagoaga. Ambos pertenecían a la informal orden secreta de los caballeros de Guadalupe. El nombre de don José María Fagoaga surgirá nuevamente en la conspiración descubierta en la ciudad de México en 1811, como miembro "electo para la Junta", es decir, como diputado del Congreso Nacional Americano; mientras que el de Juan José Fagoaga aparecerá en la lista de los "depuestos de sus empleos que deben ir a España" en calidad de repatriados. El marqués de Rayas, por su parte, es el inmensamente rico don José Mariano de Sardaneta y Llorente, marqués de San Juan de Rayas; nacido en 1761; nieto del poderoso José Sardaneta y Legazpi, el célebre y rico minero de Guanajuato, de quien heredó nombre, título y fortuna. Su nombre encabezará en 1811 la larga lista de los "citados como cómplices" de la gran conjura habida en la ciudad de México para deponer a las espurias autoridades españolas; lista seguida por el conde de Santiago, el conde de Regla, el conde de Medina, el marqués de San Miguel, el marqués de Guardiola y muchos aristócratas más. Tiempo después -en octubre de 1814-, el virrey don Félix María Calleja escribiría: "El marqués de Rayas es el principal corifeo de la insurrección desde su origen. Complicado en la conspiración de 1811, agravó la causa que antes tenía formada -de infidencia o traición al rey-, la cual gira todavía en esta Real Audiencia; pero la astucia del reo y el método tortuoso e inevitable de todos los tribunales civiles han hecho que los autos sean ya un fárrago inútil y que nada se le pueda probar. Es hombre de un profundo disimulo y una malicia refinada, y en fin, con escándalo de todo el mundo, con oprobio del gobierno y con peligro conocido del Estado, se pasea tranquilamente por las calles de esta ciudad". El marqués de Rayas sería aprehendido, por fin, el 18 de enero de 1816, tres semanas después de la ejecución del Siervo de la Nación. El virrey Calleja ordenaría que se le encarcelara en La Ciudadela, en la misma celda que se le asignara a aquél, y meses después el nuevo virrey Apodaca anunciaría al ministro de Justicia que enviaría el marqués a España con su proceso, es decir, con el expediente respectivo, "en el próximo convoy"; pero algo se lo impediría. ¿Qué? ¿La citada astucia del reo? ¿Su profundo disimulo? ¿Su malicia refinada? ¿Su inmensa riqueza? ¿Todo ello en conjunto? Tiempo después, el mismo virrey Apodaca le concedería el indulto, a condición de que saliera del reino y no regresara nunca más. El marqués lo aceptaría pero, "hombre de un profundo disimulo y de una malicia refinada", pediría que se aplazara su partida hasta que se repusiera un poco de sus "graves enfermedades". Con tal motivo, se abriría por cuerda separada otro interminable expediente. El marqués se trasladaría inclusive a Veracruz, pero no saldría jamás de este puerto. No le causaría ningún trabajo convertir a sus custodios en servidores. Allí estaría todavía en 1820. Nunca saldría desterrado. Al consumarse el Plan de Iguala, formaría parte de la Junta Provisional Gubernativa de la nación y firmaría el Acta de la Independencia. Sería uno de los personajes más influyentes de la nueva nación independiente. Moriría tranquilamente en su cama en 1835, a la gloriosa edad de 74 años. 4. EL GRAN JUBILEO En los primeros días de septiembre, se lleva a cabo otra pequeña reunión conspirativa; no en Dolores, como ocurriera a fines de julio, sino en Querétaro. Morelos está demasiado lejos para asistir. El Maestro Hidalgo había insistido en que se adelantara la fecha para desencadenar el movimiento, a fin de mantener vivo sobre todo el factor sorpresa; pero no era posible hacerlo hasta no ser consultados los señores “del centro”; hecho lo cual, éstos lo aprueban, según lo comunica el corregidor Domínguez a Hidalgo a través de Allende. Para corroborar personalmente la noticia, el Maestro va a visitar al corregidor, quien funge como enlace entre los conspiradores de San Miguel y el misterioso grupo "del centro". El Maestro Hidalgo viaja acompañado, entre otros, de los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama. Al recibirlos en su casa -en la que organiza rápidamente una tertulia-, el corregidor y su esposa informan al pequeño y heterogéneo grupo visitante de Dolores y San Miguel que efectivamente los grandes señores de México, Querétaro, Guanajuato, Valladolid y otras ciudades del reino, todos residentes en la ciudad de México, han reafirmado su adhesión al plan del Maestro Hidalgo y aprobado también la anticipación de la fecha para descargar el contragolpe nacional. En lugar del primero de diciembre, la anteponen poco más de un mes: el 29 de octubre. A escasas horas de su regreso a Dolores, el Maestro Hidalgo escribe una carta a su "distinguido discípulo y amigo" Morelos, fechada el 4 de septiembre, en la que le informa lo acontecido en un lenguaje casi cifrado. Primero, le confirma una vez más la forma fulminante en que debe llevarse a cabo el plan para hacer la gran fiesta de la independencia; luego, le da a conocer la fecha en que debe efectuarse tal celebración, y por último, destaca la importancia de la sincronización de las acciones así como del elemento discreción y sorpresa para el éxito del movimiento. No habla de la independencia sino de una fiesta nacional bautizada con el nombre de "gran jubileo". El jubileo, en la religión hebrea, es un año consagrado a Dios y al descanso cada cincuenta años. Y en la católica, una indulgencia plenaria concedida por el Papa en ocasiones especiales, que da lugar a fiestas y regocijos. En este caso, el Maestro Hidalgo hace referencia, no a un jubileo, sino a un "gran jubileo". No es algo ordinario sino extraordinario. Al no ser declarado por el rabino ni concedido por el Papa, sino acordado por una autoridad propia, no es judío ni romano sino continental y nacional. Es el "festejo que tanto ansiamos -dice Hidalgo- todos los americanos". La fecha para celebrarlo será, no el primero de diciembre, aparentemente acordada antes, sino "el 29 del venidero octubre". Para una celebración de tales dimensiones, la fecha parece todavía muy lejana: 55 días después de escrita la carta. Este largo periodo, de casi dos meses, todavía es propicio para las fugas de información que harían desvanecer el elemento sorpresa. Es probable que el Maestro haya solicitado otra más próxima y significativa. Más tarde, la fecha será nuevamente adelantada al primero de octubre, de acuerdo con una carta enviada por Hidalgo al capitán Arias, según lo declarará éste más tarde ante el tribunal enemigo. Por lo pronto, el 29 de octubre es un avance en relación con la fecha primeramente fijada. "Como aún puse en duda tan buena nueva -escribe Hidalgo a Morelos-, emprendí viaje a Querétaro y nuestro señor corregidor me confirmó la noticia lleno de gusto, así como doña Josefa". Más tarde, Hidalgo declararía en el tribunal que a principio de septiembre, efectivamente, había ido a Querétaro a una reunión; pero no comprometió al corregidor Domínguez ni a su esposa -de los que era amigo personal-, y menos aún a los misteriosos personajes "del centro"; solo citó "a dos o tres sujetos de poco carácter", de los cuales tampoco mencionó sus nombres, excepto el de un tal don Epigmenio; que, además, ya había sido aprehendido antes del grito. Tampoco haría referencia a la fecha, salvo para restarle importancia y mencionarla como producto del azar. Todo parece indicar, sin embargo, que Hidalgo pensaba de todos modos, con la aprobación de los señores "del centro" o sin ella, hacer estallar el movimiento, fuera delatado no, la noche del 15 al 16 de septiembre; no por casualidad o producto del azar sino para dar cumplida y cabal respuesta, con su contragolpe político y popular, al golpe de Estado perpetrado por los peninsulares exactamente el mismo día y a la misma hora, dos años atrás. Al tener que adelantar forzosa y necesariamente los acontecimientos, es casi imposible que él, tan dado a los simbolismos, no haya escogido, celebrado y saludado esta fecha en su fuero interno con desprecio e ironía. En todo caso, de lo que no cabe la menor duda es que aprovechó magistralmente la coincidencia para imprimir dignidad a una fecha que hasta entonces había sido de ignominia. 5. LA FIESTA DE LA INDEPENDENCIA El Maestro Hidalgo informa a su discípulo de Nocupétaro que el gran jubileo, según lo previsto en la reunión de Querétaro, deberá celebrarse con tanta espectacularidad y alegría en todas las ciudades y pueblos de la nación, que lo que debe resonar son canciones, himnos y risas, no el silbido de las balas. Adornos en las calles, vestidos nuevos, fuegos pirotécnicos y aclamaciones. El Maestro también recuerda en su carta a su "distinguido discípulo y amigo" no tanto los puntos del plan cuanto la importancia de la fecha: "Por lo tanto y según lo que hablamos en nuestra entrevista de fines de julio, me apresuro a noticiárselo y espero que usted procurará por su parte que en dicho 29 de octubre (subrayado en el original) se celebre con toda pompa y con el objeto de que simultáneamente sea en todo el Anáhuac, (que) tenga verificativo, y que con tiempo vea a sus más devotos feligreses, a fin de que tomen parte". La estrategia que se deduce de esta carta confirma la idea de dar el golpe simultáneo en todas las ciudades, villas y lugares del reino. El capitán don Juan Aldama lo confirmaría más tarde ante el tribunal, al señalar que había sido invitado por don Ignacio Allende para ir a Querétaro, "diez o doce días antes del suceso"; es decir, como lo señala Hidalgo en su carta, en los primeros días de septiembre. Tampoco delataría a nadie, pues, según su declaración, no se entrevistó más que con el propio Allende. No se le creyó, por supuesto. Viviendo ambos en San Miguel, no tenían necesidad de viajar a Querétaro para conversar, pudiéndolo hacer en el mismo lugar de origen. Pues bien, según Aldama, su interlocutor Allende le transmitió aquí lo que no había querido decirle allá: los puntos fundamentales del proyecto. Le dijo que todo México, Guanajuato, Querétaro, Guadalajara, Valladolid, etc., "se hallaban en la mejor disposición para levantar la voz, a fin de que se estableciese una Junta compuesta por un individuo de cada provincia de este reino". El plan, bastante simple, es el mismo: deponer simultáneamente, en todos esos lugares -y en los demás que no citó-, a las autoridades españolas o, en términos del Maestro Hidalgo, "quitar el mando y el poder de las manos de los europeos... y convocar a un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares del reino". Tales son, pues, según la carta que escribe a su discípulo, los objetivos del "gran jubileo", en cuya celebración deben participar todos los comprometidos en la acción, entre ellos, Morelos, con el apoyo de sus partidarios o, en el lenguaje de la carta, de "sus más devotos feligreses". En otro orden de ideas, le informa que "el padre Matamoros estuvo a verme y también se fue entusiasmado", refiriéndose sin duda a don Mariano Matamoros, quien sería posteriormente el segundo de Morelos. La carta deja inferir que Matamoros estuvo en Dolores entre el 3 y el 4 de septiembre, a su regreso de Querétaro. El Maestro Hidalgo, por último, ofrece a Morelos que procurará "tenerlo al tanto de todo lo que ocurra"; que su notario don Tiburcio "está encargado de recibir noticias y de contestarle en caso urgente", y que "don Ignacio lo saluda", lo que hace pensar en el capitán Allende; "lo mismo que el licenciado", sin saber cuál, aunque podría tratarse del licenciado López Rayón, que sería, del signatario, su secretario particular, luego su ministro de Estado y, al ser capturado, presidente de la Junta Suprema Nacional Americana, ante la cual se reportaría el general Morelos. Ambos, don Ignacio y el licenciado -concluye proféticamente- "tienen idea de que usted ha de sobresalir en esta función..." La autenticidad de esta carta, publicada en facsímil por mi querido y desaparecido amigo don Antonio Arriaga, ha sido puesta en tela de duda por algunos historiadores menores, sin pruebas ni razones. Su contenido coincide, en lo fundamental, con las declaraciones rendidas en los tribunales por los primeros jefes de la independencia. En todo caso, mientras no se demuestre fehacientemente su supuesta falsedad, seguirá siendo una de las pocas fuentes que se tienen sobre la preparación de la gran fiesta de la independencia. Y, cierta o falsa la carta, Morelos, en efecto, habría de "sobresalir en esta función..." 6. TRES FUENTES DE LA NOTICIA Después de leer la carta del Maestro Hidalgo, el conjurado de Nocupétaro empieza a hablar "con sus más devotos feligreses", entre ellos, el hacendado -su compadre- don Mariano de la Piedra, para organizar la celebración "del gran jubileo" el 29 de octubre próximo. Todos reciben entusiasmados la noticia por la sencillez de su diseño y la facilidad de su ejecución. Por alguna razón, Morelos no alcanza a saber que la fecha se ha adelantado al 1o. de octubre (menos al 16 de septiembre). Grande es su sorpresa, por consiguiente, al enterarse en la Tierra Caliente que "la gran fiesta" se ha iniciado prematuramente y sin él. La noticia de la "insurrección" le llega a Nocupétaro por tres fuentes distintas. Primero, a principio de octubre, el controvertido obispo Manuel Abad y Queipo le remite el decreto de ex-comunión en contra del general don Miguel Hidalgo, fechado en Valladolid el 24 de septiembre anterior, y le da instrucciones de que lo haga público en su curato y lo fije en las puertas de su parroquia; lo que Morelos -por supuesto- no hará. Al contrario. Lo guardará únicamente para utilizarlo después como materia prima para hacer cartuchos. Y así lo declarará al tribunal del Santo Oficio. Al mismo tiempo, observa que algunos europeos que pasan por su curato, procedentes de Pátzcuaro, Uruapan, Valladolid "y demás poblaciones contiguas”, se desplazan rápidamente hacia la capital, “temiendo un funesto desenlace por las marchas de Hidalgo". Finalmente, su amigo y vecino, el hacendado don Rafael Guedea, procedente de la capital del obispado, le informa que "se había movido una revolución en el pueblo de Dolores; que la acaudillaba su cura Miguel Hidalgo, (y que) marchaba con una reunión sobre la ciudad de Valladolid". Luego entonces, "el gran jubileo" había empezado sin él. ¿Qué había pasado? ¿Y el plan de levantarse "simultáneamente en todo el Anáhuac"? ¿El concepto del golpe fulminante recomendado por el Maestro? ¿La idea de obtener éxito inmediato y declarar "una independencia sólida -como quería Talamantes-, durable, y que pueda sostenerse sin efusión de sangre"? El plan sin duda había sido modificado y él quedado "fuera de la función". Así, en estas condiciones, celebra su cumpleaños con su mujer, su hijo Juan Nepomuceno y su hija recién nacida, el 30 de septiembre de 1810, en su pobre, caluroso y polvoriento pueblo. Cumple 45 años de edad... De cualquier forma, la alegre "fiesta" política popular, el "gran jubileo", la tempestuosa revolución, a juicio de todo el mundo -incluyéndolo a él- no tendrá más duración que la de unos cuantos días. En Valladolid la situación probablemente está revuelta, pero pronto pasará. Arrinconado en su pueblo, ya es tarde para actuar en el gran escenario de la historia. Suspirando, toma papel y pluma, y escribe una carta a "su estimado hermano" don Miguel Cervantes, que fecha en Carácuaro el 14 de octubre. Le dice: "Si usted gustare que mi hermana y sobrinita se retiren por acá unos días, a modo de paseo, mientras pasan las balas, con su aviso mandaré remuda". Al mismo tiempo, le remite "dos hojas de armas" para que le acabe, con una, un sillero, y con la otra, una dragona. Sin embargo, otras noticias vuelan vertiginosamente hasta la Tierra Caliente y acaban por inquietar al cura. Le cuentan lo ocurrido en Guanajuato. Este acontecimiento lo hace reflexionar profundamente. El cegador contragolpe que, a manera de relámpago, previera el Maestro Hidalgo para evitar la efusión de sangre, se ha convertido en una guerra nacional revolucionaria en la que la sangre se ha derramado abundantemente. En esta guerra, según lo ve, a la nación le falta ejército y a la revolución le sobra gente. En lugar del escaso derramamiento de sangre, ésta ha empezado a verterse copiosamente. No piensa que sea injustificado el proceder de la nación, representada por Hidalgo y su gente. Al contrario. La causa de la independencia le parece justa y santa. Los medios que el general ha tomado para alcanzarla, sean los que fueren, son justos también. Aún desconociendo los detalles del drama, sabe que este derramamiento de sangre ha sido sin duda necesario e inevitable. Esto no tiene vuelta de hoja. El problema es otro. Es personal. Habiendo empezado a correr la sangre a torrentes, como lo demuestran las dichas acciones de Guanajuato, ¿debe sumarse a la lucha? ¿O abstenerse? ¿Participar en la guerra nacional revolucionaria, aunque tenga que renunciar a su condición de sacerdote? ¿O conservar su posición en la jerarquía y limitarse a apoyar moralmente -y desde lejos- la lucha por la independencia? ¿No podrían conciliarse ambas cosas? ¿Por qué no? ¿Cómo conjugar los opuestos? ¿A qué debe renunciar para conservar su carácter sacerdotal? ¿A qué, para participar en la lucha por la independencia? ¿No acaso, además de cura, es capellán? ¿No podría entonces mantenerse como capellán, aunque tenga que pedir licencia como cura? ¿No sería conveniente abandonar su curato -su carga de almas, la administración de su parroquia-, pero no su condición sacerdotal, para integrarse al movimiento? ¿No sería posible formar parte de las tropas nacionales en calidad de sacerdote capellán? El día 17 de octubre el rector Hidalgo, convertido en general de hombres libres e iniciador de la independencia, entra en Valladolid, y el 18, el canónigo don Mariano Escandón y Llera, conde de Sierragorda y gobernador de la mitra de Michoacán, en ausencia de Abad y Queipo -en fuga hacia la ciudad de México-, levanta la ex-comunión impuesta por éste y recibe a su estimado y gran amigo con un fuerte abrazo. Las noticias vuelan por todas partes. El 19 de octubre, al enterarse en Nocupétaro el cura Morelos de la entrada triunfal de Hidalgo en Valladolid, deja de pensar y de dudar: ensilla su caballo y se dirige a marchas forzadas hacia esta ciudad. Llega al día siguiente, muy temprano, sólo para enterarse de que el Maestro Hidalgo acaba de partir con sus hombres. Sin detenerse un minuto, sale en su busca a galope tendido y lo alcanza en el pueblo de Charo. Al verlo, el Maestro y general Hidalgo, improvisado jefe de miles de hombres apenas organizados y levemente armados, lo recibe con un fuerte abrazo y habla con él, mientras cabalgan juntos por el risueño camino que va hacia la ciudad de México. Es el 20 de octubre de 1810...
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