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José Herrera Peña

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México sep 1997


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Los zapatistas de ayer y de hoy

Similitudes y diferencias históricas

Al caer la dictadura del general Victoriano Huerta, las fuerzas revolucionarias que lo habían combatido se dividieron. Por un lado, quedaron las del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Venustiano Carranza, con éste como encargado del Poder Ejecutivo conforme al Plan de Guadalupe. Por el otro, así las de la División del Norte de Francisco Villa como las del Ejercito Libertador del Sur de Emiliano Zapata.

Carrancistas, villistas y zapatistas no tardaron en chocar entre sí. Los carrancistas obtuvieron la victoria contra aquéllos. Derrotado Villa y recluido Zapata en su región de origen, el Primer Jefe convirtió a sus fuerzas armadas en la columna vertebral de la nación. Tal es el origen institucional del ejército mexicano.

Francisco Villa y Emiliano Zapata fueron asesinados y, lo que quedaba de sus tropas, disuelto. Pero los intereses que representaron siguieron vivos y se reprodujeron no necesariamente a través de la familia sino de las ideas, de la política y de la tradición. A lo largo de este siglo surgieron agrupaciones civiles, no militares, para recordarlos, hasta la aparición oficial del Ejército Zapatista de Liberación Nacional el 1 de enero de 1994.

La actual confrontación de los dos ejércitos, por consiguiente, el profesional, de línea, que sostiene el gobierno federal, y el zapatista, guerrillero e indígena, que acaudilla el subcomandante Marcos, no es una simple casualidad sino la reproducción en otro tiempo, en otro espacio y bajo otras modalidades, de un viejo antagonismo histórico.

El gobierno constitucional que preside el doctor Ernesto Zedillo es el heredero del triunfo militar del carrancismo. Los zapatistas, a su vez, son descendientes -no físicos ni sanquíneos sino políticos y espirituales- del Ejército Libertador del Sur. Vale la reiterada aclaración, porque algunos columnistas políticos se asombran de que los zapatistas digan que "los asesinos de nuestros héroes nacionales son los mismos tatarabuelos y abuelos del mal gobierno de ahorita, ellos son los que le quitaron la vida a esos inolvidables compañeros y compañeras".

Por ejemplo, Aurora Berdejo dice: "es inevitable preguntarse de quién están hablando, pues hasta donde es posible saberlo, ni el Presidente Zedillo ni los secretarios de Estado, ni los presidentes de las cámaras del Congreso, ni el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación son nietos o tataranietos de asesinos de héroes nacionales" (Excelsior, 17 sep 97).

Tiene razón, sin tenerla. No, no es nada personal. Es histórico. Es político. Por eso los rasgos fundamentales de los protagonistas de este drama son comprensibles, y sus acciones, cierto punto, previsibles. Lo que ocurrió ayer podría repetirse mañana, a menos que se definan con precisión las diferencias entre las condiciones del pasado y las actuales. En este caso, la conclusión tendría que ser diferente.

Emiliano Zapata

El general sureño fue porfirista y antiporfirista, maderista y antimaderista y, bajo las circunstancias del momento, carrancista y anticarrancista. Apoyó a los primeros hasta que se sintió engañado por ellos. Y no se enfrentó al tercero sino hasta que constató que quería perpetuarse en el poder y se resistía a hacer la reforma agraria. Sin embargo, tomada la decisión de enfrentarlos, nunca la revocó.

Inicialmente, al lado de 72 campesinos se lanzó el 10 de marzo de 1910 a la lucha revolucionaria contra el presidente Porfirio Díaz. Atrás de sus razones políticas latía una emoción social: que se entregase la tierra a los que la trabajan. A la renuncia de Díaz, el presidente provisional León de la Barra envió contra él a 1000 hombres al mando del general Victoriano Huerta.

En agosto de ese mismo año, Francisco I. Madero fue a visitarlo para pedirle que depusiera las armas, bajo el compromiso de nombrar autoridades en el Estado de Morelos afines a sus ideas. Sin embargo, el gobierno federal desconoció el resultado de los acuerdos y ordenó al ejército que impusiera la paz a sangre y fuego. Fue la primera vez que Zapata se sintió víctima de una traición. Después de todo, él se había levantado en armas para apoyar a su interlocutor.

Con sus fuerzas casi aniquiladas, declaró ilegítimos a los gobiernos de los estados del Sur, rehizo sus tropas y un mes después ya las tenía en las goteras de la ciudad de México. Siendo Madero presidente, estos dos personajes volvieron a entrevistarse en los dominios del Zapata. El presidente, en pocas palabras, le ofreció posiciones políticas y le hizo saber que promovería una iniciativa de ley de reforma agraria.

Según Madero, si de lo que se trataba era de restituir de sus tierras a las comunidades despojadas de ellas durante la dictadura porfirista, era preciso hacerlo con base en una ley, en la ley, no en un plan revolucionario, por respetable que fuera éste. El presidente le recordó que tan estaba de acuerdo con la reforma agraria, que ya la había sostenido antes como revolucionario, con las armas en la mano, conforme al Plan de San Luis Potosí

Estaba de acuerdo en la restitución de tierras; pero no en despojar de sus tierras a sus legítimos propietarios, fuesen latifundistas o rancheros, a fin de repartirlas a los campesinos.

En pocas palabras: restitución sí, expropiación no. Zapata entendió el punto y transigió, pero sin deponer las armas. Sólo así se aseguraría de que efectivamente la reforma agraria se llevara a cabo, hubiera o no ley.

Plan de Ayala

Al no llegarse a ningún acuerdo sobre el asunto de las armas, Zapata proclamó el Plan de Ayala el 28 de noviembre de 1911, en el que exhortó a los mexicanos a que se sumaran a la lucha armada contra el gobierno de Madero "para sostener y llevar a cabo las promesas que hizo la Revolución de 20 de noviembre de 1910", las cuales desdobló en dos puntos: restitución y reparto de tierras.

En septiembre de 1912 pareció ceder ante el ejército federal que lo combatía, debido a las finas gestiones diplomáticas de Felipe Angeles, las cuales sin embargo fracasaron. Mientras tanto, el presidente Madero ya había dado su apoyo a la iniciativa del diputado Luis Cabrera para promulgar una ley de reforma agraria. El propio gobernador de Morelos Porfirio Leyva manifestó en diciembre de ese año su simpatía hacia el proyecto.

En febrero de 1913, sin embargo, Victoriano Huerta mandó asesinar al presidente Madero, usurpó el poder, y el 30 de mayo siguiente, Zapata lo declaró indigno de estar en la presidencia. Varios meses después, enero de 1914, constituyó formalmente el Ejército Libertador del Centro y del Sur, que en abril siguiente ya controlaba los Estados de Morelos y Guerrero.

Ley agraria

Derrotado Huerta, las poderosas tropas carrancistas cortaron el paso de los zapatistas hacia la ciudad de México cuando las avanzadas sureñas estaban ya en Milpa Alta. Sin embargo, eso no molestó tanto a Zapata como el hecho de que el Primer Jefe Venustiano Carranza declarara el 5 de septiembre de 1914 que no aceptaría las pretensiones agrarias de los zapatistas.

También dijo por qué. Las propuestas de Zapata se reducía a una región -el Sur- y Carranza quería extenderlas a todo el país. Las primeras estaban contenidas en un plan revolucionario y él quería convertirlas en ley. Los argumentos eran razonables, pero Zapata supuso que era otra estratagema para acabar no sólo con él sino también con la reforma agraria. Sin esperar más, giró instrucciones a sus tropas para que procediesen a restituir y repartir tierras en todo el territorio bajo su jurisdicción. La reforma agraria empezaría no con palabras sino con hechos y sería sostenida con las armas, no con la ley.

Al mismo tiempo, entró en contacto con Francisco Villa para celebrar una Convención Revolucionaria que desconociera al gobierno de facto de Venustiano Carranza. La Convención se llevaría a cabo en Aguascalientes, bajo la condición de que fuera aceptado el Plan de Ayala, es decir, el espíritu de la reforma agraria. Villa aceptó.

Rotas las hostilidadades, las tropas constitucionalistas al mando de Carranza se retiraron a Veracruz y el 26 de noviembre de 1914 el Ejército Libertador del Sur y la División del Norte, integradas en lo que se llamó ejército de la Convención, entraron a la ciudad de México.

Fue la primera vez que Zapata lograría realizar lo que ya había intentado antes sin éxito: tomar la capital de la República, así fuese acompañado de las tropas villistas. Al llegar al Palacio Nacional renunció al honor de sentarse en la silla presidencial, honor que cedió a Francisco Villa.

No duraría en la capital mucho tiempo. Sin entender la compleja maquinaria del poder nacional, las fuerzas convencionistas la evacuaron voluntariamente. Carranza la recuperaría sin disparar un tiro. Su gobierno, mientras tanto, con sede en Veracruz, expediría efectivamente una ley agraria el 6 de enero de 1915, incluyendo los dos puntos: restitución y reparto de tierras.

Fin de Zapata

A diferencia de Villa, Zapata nunca tuvo un ejército profesional, de línea, preparado para las grandes batallas. Sus soldados eran campesinos, miembros de la comunidad, que tan pronto dejaban el fusil tomaban el arado. Su fuerza era moral, más que material.

En 1916 Carranza ya estaba reinstalado en la ciudad de México, desde la cual dirigió la ofensiva contra el Centauro del Norte a través del general Alvaro Obregón. Derrotado Villa, el encargado de facto del Poder Ejecutivo organizó la ofensiva contra Zapata, bajo el mando del general Pablo González. El 2 de mayo empezó el ataque. En 72 horas casi todas las poblaciones de la región cayeron en sus manos.

Se confinó a los prisioneros en campos de concentración, se fusiló a cientos, se incendiaron poblados enteros, y los jefes y oficiales vencedores se dedicaron al pillaje, saqueando casas y haciendas y robando maquinaria y ganado. Sin embargo, no contaban con el paludismo que, aliado a las guerrillas zapatistas, los obligaría a evacuar la zona a fines de diciembre.

El 1 de mayo de 1917 Carranza asumió constitucionalmente la presidencia de la Republica y, con autorización del Congreso, se propuso acabar con Zapata. Esta vez no sólo en forma frontal sino también valiéndose del engaño y la traición.

Primero, hizo penetrar espías y provocadores a la región zapatista, y luego envió las tropas de Pablo González a que se apoderaran nuevamente del área insurgente. En octubre de ese año, Zapata ya estaba convertido nuevamente en un fugitivo. Tal condición no le impidió expedir el manifiesto de 1 de enero de 1919, en el que se responsabiliza al presidente de la República de todos los males del país.

Entonces operó el engaño y la traición. Jesús Guajardo le comunicó que compartía sus sentimientos, que tenía la intención de respaldarlo y que estaba dispuesto a hacer armas contra el gobierno. Al acudir a su encuentro, Zapata fue emboscado por él y asesinado en Chinameca el 10 de abril de 1919.

Su resurrección

Sin embargo, el movimiento zapatista no se extinguió a causa de las balas sino de las leyes agrarias inspiradas en su lucha y gracias a la voluntad política del gobierno para aplicarlas y hacerlas respetar. Esta línea fue particularmente intensa durante el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. A la par que la exaltación de la figura del héroe suriano, se llevaron a cabo en gran escala los procesos de restitución y dotación de tierras entre comunidades indígenas y campesinos.

Además, a partir de entonces se crearon numerosas instituciones para atender y servir a este importante sector de la población, entre ellas, el departamento de reforma agraria, el instituto nacional indigenista, el banco de crédito rural y otras. El campesino y el indígena emezaron a revivir en el arte y la literatura y a tratárseles con respeto, no con el desprecio de otros tiempos; como iguales, no como inferiores.

Pero, lo que es más importante, el gobierno selló con ellos una alianza política. Los organizó, los armó y, llegado el momento, los incorporó al Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Uno de los cuatro sectores de dicho partido fue precisamente el sector campesino, en igualdad de condiciones con los sectores obrero, popular y militar. De él surgieron innumerables diputados y senadores campesinos, sin contar a los muchos que formaron parte de las legislaturas locales.

Y así siguieron las cosas, hasta que se descuidó paulatinamente el campo para atenderse preferentemente la agricultura industrial. Consecuentemente, los campesinos e indígenas empezaron a ser abandonados. Millones de ellos tuvieron que emigrar a los grandes centros urbanos de México y, ya sin raíces, a los Estados Unidos. La sociedad rural se convirtió en una sociedad urbana. Las instituciones destinadas a servirlos, unas, desaparecieron, y otras, aunque persisten, no son más que sombras de lo que fueron. En 1992 se declaró el final del rezago agrario y extinguida la causa fundamental que había dado origen a la Revolución Mexicana.

Indígenas y campesinos quedaron virtualmente marginados y dejados a su propia suerte, hasta que el 1 de enero de 1994, a través del subcomandante Marcos, hicieron saber a la nación que existen; que son una fuerza política y armada; que se niegan a ser condenados al exterminio y que, en todo caso, si tienen que morir será con las armas en la mano.

Como se ve, Zapata ha vuelvo a respirar en ellos. Está más vivo que nunca.

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