Política e historia

José Herrera Peña

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México 2001


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JOSÉ HERRERA PEÑA

24 diciembre 2001. En la atmósfera de estos días decembrinos quisiéramos que todos los hogares de México y del mundo fueran bendecidos por la salud, el pan y el amor; que muchas estrellas del cielo cayeran en la tierra y encendieran el corazón de los seres humanos, y que así como la gloria resplandece en el cielo, la paz se adueñara en la tierra de los hombres de buena voluntad.

Sin embargo, estos deseos son vanos. Puede que la gloria brille serena y radiantemente en el cielo, con buenos deseos o sin ellos; pero en la tierra no bastan los buenos deseos para alcanzar o mantener la paz. Ni la seguridad. Ni el amor, el pan o la salud. Todo tiene su precio. Todo cuesta. Y todo hay que pagarlo.

La paz sólo es posible entre seres humanos de buena voluntad. Sin ella sólo habrá guerra. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz, dijo nuestro gran estadista Benito Juárez, ahora expulsado de Los Pinos por el presidente Fox. Pero el derecho ajeno no se respeta. Por eso, la paz es, ha sido y será siempre difícil de alcanzar.

En el siglo XX, por ejemplo, se creó un organismo mundial, la ONU, a fin de asegurar la paz y la seguridad internacionales. Pues bien, a pesar de que forman parte de dicho organismo todas las naciones del mundo, la naturaleza de su formación nunca fue plenamente adecuada para alcanzar tan noble objetivo. Creada bajo el aliento de países que se dicen democráticos, la corporación internacional es totalmente antidemocrática. La Asamblea General de la ONU no tiene más facultades que las de aprobar recomendaciones. Y aunque corresponde al Consejo General (formado por veinte naciones) tomar las decisiones relacionadas con la paz y la seguridad en el mundo, éstas pueden quedar sin efecto por una de las cinco potencias que tienen derecho de veto: EEUU, Francia, Gran Bretaña, Rusia o China. De este modo, los intereses y aspiraciones de la humanidad siempre pudieron ser y seguirán siendo frustradas por las de una sola nación.

De esto a nada, por supuesto, era mejor esto. La ONU fue relativamente eficaz en dos épocas distintas. En la primera, durante la cual se formó, las potencias democráticas (EEUU, Gran Bretaña y la URSS) unieron a todas las naciones bajo su dirección. Por eso fueron las naciones unidas. Fue la época de la Segunda Guerra Mundial, en la que alcanzaron la victoria sobre las del eje nazi-fascista: Alemania, Italia y Japón. En la segunda época, durante la cual se enfrentaron las potencias socialistas (bajo la égida de la antigua URSS) y las capitalistas (bajo la de EEUU) en la llamada Guerra Fría, multitud de naciones asiáticas y africanas desataron un movimiento anticolonialista y alcanzaron su independencia.

Cierto que en ninguna de estas épocas tuvo vigencia el principio de la igualdad soberana de los Estados miembros sino la voluntad de los más fuertes. Sin embargo, las potencias confrontadas siempre estuvieron relativamente limitadas por las aspiraciones e intereses de las demás naciones del mundo. Y a veces, inclusive, alguna se solidarizó con las demandas de los pueblos para ganar su apoyo, frente a la otra que quedó aislada con sus determinaciones egoístas.

Cierto igualmente que la ONU, en ambas épocas, no evitó el desencadenamiento de múltiples guerras calientes regionales, como las de Corea, Vietnam y Afganistán, durante las cuales las potencias chocaron a través de intermediarios y dejaron horrorosos saldos de destrucción, dolor y muerte. Sin embargo, la presión mundial las obligó en cierto modo a llegar a acuerdos de convivencia pacífica, en el marco del Derecho y la ética internacionales. De suerte que, en lugar de que los pueblos del mundo quedaran enteramente sujetas a ellas, fueron ellas, las potencias, las que en ocasiones normaron sus actos en función de los intereses fundamentales de los pueblos. Además, se aprobaron principios que presidieron las relaciones internacionales como, entre otros, la autodeterminación de los pueblos y la no intervención; la igualdad jurídica de los Estados; la solución pacífica de las controversias internacionales; la proscripción de la amenaza o del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, y la cooperación internacional para el desarrollo.

Cierto, en fin, que durante estos dos períodos históricos, el mundo nunca gozó plenamente de la seguridad ni de la paz, sobre todo, a partir de la invención de las armas termonucleares y del desarrollo de las armas químicas y bacteriológicas; pero tampoco fue desgarrado y ensangrentado por la guerra total. Se mantuvo en un frágil y peligroso equilibrio entre las fuerzas contrapuestas, bajo el cual las naciones débiles avanzaron modestamente en materia de independencia, desarrollo democrático y elevación del nivel de vida.

Ahora bien, el desmoronamiento de la URSS, la desaparición del campo socialista y la conclusión de la Guerra Fría modificaron drásticamente el panorama mundial. Perdieron su razón de ser tanto el Derecho Internacional, según su diseño actual, como la misma ONU. Una potencia capitalista quedó dueña de la historia: EEUU. Se inició el proceso de globalización, es decir, de la supremacía norteamericana en el mundo. La potencia victoriosa promovió la creación de nuevas normas internacionales en materia financiera, no escritas, pero rigurosamente aplicadas por organismos internacionales bajo su control, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Interamericano de Desarrollo. Garantizó la seguridad de sus intereses mundiales por medio de fuerzas armadas internacionales bajo su hegemonía, como la OTAN. Y justificó el “nuevo orden mundial” (como le llamó el presidente Bush padre) con la doctrina del neoliberalismo. Fue “el fin de la historia” al que se refirió Francis Fukuyama, es decir, el fin de los conflictos de clase, tanto a nivel nacional como internacional.

Luego, la tesis de la soberanía nacional se declaró obsoleta y se empezó a hablar de soberanía mundial. La ONU quedó también bajo el control de EEUU. Se planteó el predominio de las libertades democráticas y de los derechos humanos sobre las entidades nacionales. Los Estados fueron condenados a entrar en disolución mediante la privatización de todos sus recursos, desde los económicos hasta los de su seguridad interior. Sus finanzas quedaron bajo la dirección y supervisión de instancias externas. Estos fenómenos se llevaron a cabo en Europa, América Latina y parte de Asia, sin mayores sobresaltos, salvo los de Grenada, Nicaragua y Panamá, de tono menor. En cambio, hubo fuertes resistencias de algunas naciones islámicas e incluso confrontaciones con ellas, como ocurrió con Irán. Surgió la teoría del “choque de las civilizaciones”, de Samuel Huntington. Entonces, a finales de 1997, el exsecretario de Estado Brzezinski planteó claramente los retos de EEUU: “controlar Europa mediante la OTAN; controlar el área de la exURSS; dominar Oriente Medio, Asia Central e India, y sujetar a China con un especial trato económico”.

Pues bien, ya Europa, el área de la exURSS y el Oriente Medio quedaron bajo el control estadounidense, sin más sacudimientos notables que el de la guerra EEUU-Irak, el bombardeo de la OTAN sobre Serbia y el conflicto Palestina-Israel, que ha sido y será permanente. Por lo que se refiere a Asia Central, acaba de quedar aparentemente dominada a través de la reciente expedición punitiva de EEUU en Afganistán. Pero en los años por venir no habrá paz sino hasta que caiga India, actualmente amenazada, y China quede sujeta económicamente. No será, por supuesto, la esperada paz entre los hombres de buena voluntad, sino una “pax americana” que EEUU impondrá al mundo. No será la paz fundada en el respeto al derecho ajeno sino una paz en la que no habrá más derecho que el de la superpotencia, basado en la represalia, fruto atroz de la barbarie y de la ley del Talión. No será, por consiguiente, la paz entre los pueblos sino una paz que lleve consigo simientes de resistencias, rebeliones y guerras.

En tales condiciones y ante tal perspectiva histórica, no queda más vía que la de los buenos deseos desprovistos de toda posibilidad de realización, es decir, la de esperar, sin esperanza, que todos los hogares de México y del mundo sean bendecidos por la salud, el pan y el amor; que muchas estrellas del cielo caigan en la tierra y enciendan el corazón de los seres humanos, y que así como la gloria resplandece en el cielo, la paz sea en la tierra entre los hombres de buena voluntad. Deseos que, no por vanos, son menos sinceros...

jherrerapen@hotmail.com


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