Política e historia

José Herrera Peña

Quien es el editor

 




México 2001


Portada

Sección Política

Enlaces

Ilustraciones

Temario


Información sobre MEXICO
  

 

 

 

 

 

Temas generales

¿Desbandada o retirada?

¿Demasiado tarde?

¿Quién fue?

No hay dudas

Olor a petróleo

La tomenta no cesará

Condolencias

La guerra y la paz

Oleajes históricos

Lista roja

Rescate de la historia

Desarrollo político

Mi cena con Trudeau

El mensaje de las urnas

¿Y después de la democracia?

Globalidad en español

Falta congruencia

El rey ha muerto

A 190 años...

Política interior

Quién lo dijera: el PRI

¿Dictadura?

Transición permanente

Carrera política en juego

Transición democrática

Propaganda y realidad

El necesario equilibrio

El combate a la corrupción

¿Qué nos dice el censo poblacional 2000?

Chiapas, mitos...

Reforma del Estado

Política exterior

México contra el terrorismo

Terrorismos

Injustificable

¿Ataque armado?

Inteligente cesión de soberanía

Cambio de política exterior

Partidos políticos

El dinero de los partidos

Nuevos partidos políticos

Fuerzas armadas

El caso del general Gallardo

Gallardo sigue siendo general

Se exige liberación de Gallardo

Gallardo protesta

¿Ignorancia o mala fe?

Caso Gallardo

La reforma de las Fuerzas Armadas

El ejército y Vicente Fox

Guerrillas

El EPR dijo no al IFE

El ERPI también se niega

Guerillas en México

Justicia electoral

Michoacán

Candidaturas independientes

Otros

Falta congruencia
Catón

Llamada de atención
Catón

Un buen principio
Catón

La verdad prohibida

JOSÉ HERRERA PEÑA

03 diciembre 2001. John O’Neill era subdirector del FBI. Renunció a su cargo el pasado mes de julio, aceptó ser Jefe de Seguridad en el World Trade Center de Nueva York y murió el 11 de septiembre bajo toneladas de escombros. Había investigado los atentados terroristas contra EEUU (torres gemelas en 1993, base naval en Arabia Saudita en 1996, embajadas en Kanya y Tanzania en 1998 y buque de guerra USS Cole en 2000), pero lamentaba amargamente que el Departamento de Estado y el bloque petrolero detrás de él hubieran bloqueado sus intentos de probar la presunta responsabilidad de Osama Bin Laden en la comisión de dichos actos. Por eso había renunciado.

Los franceses Guillaume Dasquié y Jean-Charles Brissard han dedicado a O'Neill su libro titulado “La Verdad Prohibida”, de reciente aparición en París. El primero de ellos dirige el boletín “Intelligence Online”, especializado en servicios de “inteligencia” y asuntos diplomáticos, y el segundo es autor del “Informe sobre el entorno económico de Osama Bin Laden” que el presidente Jacques Chirac presentó a Bush hijo en su primera visita a Washington después del 11 de septiembre. Ambos conjugaron sus esfuerzos para publicar el libro a dos meses de los acontecimientos.

Antes de hacer una breve reseña sobre su contenido, cabe recordar que el 12 de febrero de 1998, John J. Maresca, vicepresidente de relaciones internacionales de la empresa petrolera Unocal Corp., compareció ante el Subcomité Asia-Pacífico de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de EEUU, para informar que en Asia Central se encuentran gigantescas reservas que podrían ascender a 236 billones de metros cúbicos de gas y de 60 mil a 200 mil millones de barriles de petróleo; que esta región produjo en 1995 sólo 875 mil barriles diarios; que en 2010 se calcula que producirá 4.5 millones (lo que significa un incremento de más de 500%, equivalente a 5% de la producción mundial) y que el problema será cómo llevar estos recursos energéticos a los mercados que los necesitan.

¿Qué mercados? Maresca mencionó dos. Por una parte, los europeos (incluyendo a los que se separaron de la antigua URSS) y por otra, los asiáticos. Vaticinó para los primeros un crecimiento de 0.5% en 1995 a 1.2% en 2010, y en cambio, para los segundos, de cerca de 100% en el mismo periodo, con el agravante de que si sus necesidades no son debidamente satisfechas, ejercerán presiones sobre los mercados mundiales y harán subir el precio de los hidrocarburos.

El problema entonces será cómo llevar los inmensos recursos energéticos de Asia Central hasta los esponjosos e insaciables mercados del Lejano Oriente. Para ello hay dos opciones, según Maresca: la primera, tender un oleoducto de cinco mil kilómetros a través de China, hasta alcanzar sus costas, y la segunda, más viable, hacerlo a través de Irán o Afganistán, hasta alcanzar el Océano Indico. Ahora bien, el paso por Irán está vedado por la legislación norteamericana. Luego entonces, no queda más ruta que la de Afganistán, a condición de superar las dificultades de esta zona y crear condiciones favorables a la inversión. Maresca recomendó al mismo tiempo eliminar la sección 907 del “Acta de apoyo de la libertad”, que restringe la asistencia de EEUU a Azerbayán y limita su influencia en la zona.

Pues bien, el libro de los franceses Dasquié y Brissard "La verdad prohibida", al revelar las negociaciones que hubo de marzo a agosto de este año entre norteamericanos y talibanes para “regularizar” la situación afgana, despide un fuerte tufo a petróleo. Los autores no consideran ocioso recordar las estrechas ligas existentes entre Bush hijo y los grandes intereses petroleros de la familia a la que pertenece. Tampoco omiten señalar que el vicepresidente Richard Cheney es accionista de la Halliburton Oil Supply Co.; que la consejera de Seguridad Nacional Condoleeza Rice fue gerente de Chevron (otro gigante petrolero interesado en la región desde 1991) y que Donald Evans, secretario de Comercio, así como Stanley Abraham, secretario de Energía, son hombres de la Brown & Root.

Los autores aseguran que desde que estos personajes tomaron posesión de sus cargos, decidieron “estabilizar” Afganistán (teatro de una sangrienta guerra civil desde hace más de veinte años) y crear la atmósfera favorable a la inversión. Para ello, sostuvieron negociaciones con el régimen Talibán durante los seis meses que transcurrieron de marzo a agosto del año en curso, a través de Laila Helms (sobrina de Richard Helms, ex director de la CIA). Si John O’Neill hubiera conocido estas negociaciones, probablemente no habría renunciado al FBI. A dos se redujeron las propuestas norteamericanas: entrega de Osama Bin Laden y establecimiento de un gobierno de coalición nacional (en el que participaran todos los grupos afganos, sin exceptuar al rey Zahir Chah), a cambio de ayuda económica y reconocimiento diplomático internacional.

Laila Helms llevó a Washington a Hasimi, consejero del Mulláh Omar, dirigente supremo de los Talibán. Es cierto que acababa de ocurrir la destrucción de las antiguas estatuas de Buda, pero valía la pena tolerar esta intolerancia porque iba de por medio el petróleo. La anfitriona atendió a su invitado durante cinco días, lo presentó a los más altos funcionarios del Departamento de Estado y de la CIA, y entre todos trataron de persuadirlo a que aceptara las propuestas yanquis. Al mismo tiempo y para los mismos efectos, el gobierno de Bush hijo promovió, a través de la ONU, la formación del Grupo 6+2, formado por los seis países vecinos de Afganistán, más Rusia y EEUU. Este Grupo fue coordinado por Francesc Vendrell, representante personal de Kofi Anan; pero, a pesar de haberse reunido varias veces, en diversas partes del mundo, no se llegó a ningún acuerdo. Y es que Vendrell había visitado en Roma al exiliado rey afgano Zahir Chah, del cual no querían saber nada los Talibán.

En efecto, Naif Naik, ex ministro de Relaciones Exteriores de Pakistán, confirmó hace escasamente un mes (por la televisión francesa) que en la reunión del Grupo 6+2 realizada en Berlín del 17 al 20 de julio pasado, se reiteró el ofrecimiento de que “una vez constituido el gobierno ampliado, habría ayuda internacional para Afganistán, y luego podría llegar el oleoducto… El embajador estadunidense Thomas Simmons también advirtió que en caso de que los Talibán no respondieran adecuadamente, Washington recurriría a otra opción no disimulada. Sus palabras fueron: operación militar”.

Al final, los representantes norteamericanos, según los autores, plantearon descarnada y duramente la disyuntiva a los Talibán: “o aceptan nuestra oferta en una alfombra de oro, o los enterramos bajo una alfombra de bombas”. Y agregan que Christina Rocca, directora de asuntos asiáticos del Departamento de Estado, se entrevistó en Pakistán el 2 de agosto anterior con el embajador de Afganistán, a fin de conocer la respuesta al ultimatum. Sería el último encuentro entre las partes. El régimen Talibán le comunicó que rechazaba definitivamente las propuestas norteamericanas, y que ni entregaría a Bin Laden, ni aceptaría un gobierno de coalición bajo la égida del ex rey afgano. Incidentalmente, el gobierno Talibán tampoco otorgaría a Unocal Corp. la concesión para tender el gasoducto de Turmekistán a Pakistán, en la porción afgana, sino a la compañía Bridas, de Argentina. 

Cuarenta días después ocurrirían los atentados terroristas en EEUU, a consecuencia de los cuales se desplomaron las torres gemelas de Nueva York y quedó desfigurado el Pentágono en Washington. La respuesta de EEUU sería la intervención militar en Afganistán; pero su preparación, en realidad, según los autores, ya estaba en curso desde antes; preparación que no terminaría sino hasta el 7 de octubre, día en que se iniciaron los bombardeos sobre ese miserable y desgraciado país.

jherrerapen@hotmail.com


Portada

Sección Política

Enlaces

Ilustraciones

Temario