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José Herrera Peña

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México 2001


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SABADO ¤ 10 ¤ NOVIEMBRE ¤ 2001

México contra el terrorismo

¤ Adolfo Gilly

10 noviembre 2001. Con fundamento en las razones que a continuación expondré, me permito dirigir una solicitud al Congreso de la Unión para que, en aplicación de la Constitución y de las leyes mexicanas, se declare contra el terrorismo bajo cualquiera de sus formas y, en consecuencia, se pronuncie por la no intervención y la neutralidad de México en la actual guerra del gobierno de Estados Unidos contra la organización clandestina Al Qaeda y el gobierno de Afganistán.

Sustentaré mi argumentación en la definición de "terrorismo" que propuso el 31 de octubre pasado el doctor Henry Kissinger ante una reunión de más de 300 personas en el London's Center for Policy Studies. Luego de reconocer que el terrorismo no está hasta hoy bien definido, propuso su propia definición: "El terrorismo se define como ataques indiscriminados contra civiles con el objetivo de romper el tejido social".

Aunque la definición del doctor Kissinger, premio Nobel de la Paz en 1973, me resulta algo limitada, puedo aceptarla como terreno de entendimiento común. En tal caso, dentro de los confines de esta definición entrarían, entre otros, los bombardeos sobre Hiroshima, Nagasaki, Dresden, Hamburgo, Londres, Coventry y otras ciudades durante la Segunda Guerra Mundial, así como los posteriores bombardeos sobre Vietnam, Camboya, Laos, Panamá e Irak. Si la definición de Kissinger es verdadera, entonces el Pentágono pasará a la historia de esta época como el foco universal del terrorismo permanente.

Quienes estudian las guerras tratan de definirlas por sus fines: guerras de conquista, guerras coloniales, guerras de liberación nacional, guerras por territorio, guerras por mercados. En la actual guerra sobre Afganistán, ambos contendientes invocan fines absolutos. Según el presidente Bush, se trata de una guerra en defensa de la Civilización contra la Barbarie, antinomia de milenaria progenie donde la "barbarie" es siempre el otro. Según Osama Bin Laden, es una guerra entre el Islam y los Infieles, es decir, todos los que no son musulmanes. En ambos casos, los jefes de ambos bandos se definen por medio de absolutos.

Los absolutos enmascaran la realidad, proscriben el uso de la razón, exigen la fe y prohiben la búsqueda de la verdad. Y la verdad, siempre relativa, concreta e incompleta, es el camino hacia la justicia, también siempre relativa a cada situación y cada caso y, por tanto, siempre incompleta. En política, asumir un absoluto es socavar los cimientos de la idea republicana, fundante de la Constitución mexicana.

Los fines de ambos bandos parecen ser más terrenales, relativos y concretos. En el caso de Bin Laden, retoño y parte de las clases dirigentes de Arabia Saudita educado por Estados Unidos y la CIA, se trata de disputar el control del poder en su país natal, Arabia Saudita, contra el actual régimen sostenido por Estados Unidos y la OTAN, y de negociar con las grandes potencias una nueva relación sobre el petróleo y sobre la influencia en Medio Oriente. En el caso de Estados Unidos, se trata de mantener el control de la región y del petróleo mediante su cliente, la corrupta monarquía saudita; de controlar el techo de Asia, Afganistán, sus recursos naturales y su ubicación geopolítica; de afirmar la continua expansión del capital cuyo centro de irradiación es Estados Unidos; y de probar y mostrar en los hechos de la guerra y en los cuerpos de los afganos la eficacia de las nuevas tecnologías militares, dando al mismo tiempo un fuerte estímulo al aparato productivo en desaceleración. Hace mucho que se sabe que las guerras externas son un excelente antídoto contra las crisis del capital.

En ambos contendientes, pues, los fines verdaderos son múltiples y no declarados. Ninguno de ellos tiene que ver con las necesidades de los seres humanos ni con los intereses de la nación mexicana. Nada tenemos que ver con esta guerra ni con ninguno de los bandos enfrentados, el gobierno de Bush y el Pentágono de un lado, Osama Bin Laden y Al Qaeda del otro.

En cuanto a los bandos locales, los talibanes y la Alianza del Norte, nada tenemos tampoco que ver en México con los particulares objetivos de cada uno de estos bandos. Gisèle Halimi acaba de publicar un breve y preciso artículo, Guerra y paz sin las mujeres (Le Monde, 6 noviembre 2001), donde dice que los diez millones de mujeres de Afganistán son negadas, "borradas del mundo, reducidas al estado de fantasmas" en los cálculos de todos los contendientes. Rafat, la responsable de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, declaró hace unos días que "las mujeres afganas no olvidarán nunca los años 1992 a 1995, cuando gobernaban los mujaidines de la Alianza del Norte. Se entregaban a toda clase de brutalidades [...] la violación era práctica de todos los días". Por eso en 1996, continúa Halimi, los talibán fueron recibidos con alivio en Kabul sin que se derramara una gota de sangre. No tardaron éstos en mostrar el mismo rostro intolerante y opresor. El aliado y partidario de Estados Unidos en Afganistán es la Alianza del Norte. "Las relaciones peligrosas de la Casa Blanca y de su aliado paquistaní están repletas de amenazas para nuestras hermanas afganas", concluye Gisèle Halimi.

Inútil buscar socios mejores en la incierta coalición formada en torno a Estados Unidos y Gran Bretaña para esta guerra, desde la dinastía saudita y la dictadura paquistaní, hasta el jefe de la nueva clase de especuladores, saqueadores y traficantes que hoy gobierna Rusia, el presidente Vladimir Putin. Cada uno va allí por sus propios, oscuros y contrapuestos fines e intereses.

Mientras tanto, a un mes del inicio de los bombardeos, va creciendo un clamor universal: detengan los bombardeos, alto a la matanza de civiles inocentes, alto a la venganza. Desde las posiciones más diversas, desde las opiniones más variadas sobre el carácter y los fines de esta guerra, sin embargo, un clamor crece con cada día que pasa: alto a las bombas, no maten más civiles, no destruyan los diques y las centrales eléctricas, permitan la entrada de convoyes de alimentos y de las misiones humanitarias. El 7 de noviembre The Washington Post, cuyo alineamiento con el Pentágono no ofrece dudas, titulaba: "El apoyo a la guerra refluye en todo el mundo". El despacho, basado en varios de sus corresponsales en el exterior, provenía precisamente de la corresponsalía de México.

Esta no es nuestra guerra. Nada tiene que ver México con ninguno de ambos bandos enfrentados. Tenemos mucho que ver, en cambio, con la suerte de los civiles masacrados por las bombas de Estados Unidos y Gran Bretaña. La legítima condena contra el terrorismo de Al Qaeda en Nueva York y Washington no implica avalar los bombardeos contra las poblaciones afganas, que ninguna culpa tienen en las acciones y los fines de Osama Bin Laden y su organización.

Sin embargo, el presidente Vicente Fox y su gobierno mantienen su apoyo a esta guerra, se consideran aliados de Estados Unidos y miembros de pleno derecho de su turbia coalición y comprometen a México, por primera vez en su historia, en una guerra de agresión contra la población indefensa de uno de los países más pobres del mundo.

"El terrorismo se define como ataques indiscriminados contra civiles con el objetivo de romper el tejido social", sostiene Henry Kissinger. Con sustento en dicha definición y en los trágicos acontecimientos corrientes en Afganistán, reitero mi pedido al Congreso de la Unión de que se pronuncie contra el terrorismo bajo todas sus formas, demande el cese de los bombardeos sobre Afganistán y el envío inmediato de ayuda humanitaria, se pronuncie por la no intervención y la neutralidad de México en el presente conflicto y solicite la reunión urgente de la Asamblea General de la ONU para tratar esta crisis bélica mundial.

Colofón: para que nadie se llame a engaño, debo aclarar que en su conferencia en Londres Henry Kissinger aplicó su definición de "terrorismo" sólo a Al Qaeda y conminó a los gobiernos "técnicamente" aliados de Washington a definirse sin medias tintas y no escatimar su participación material en la guerra. Esos gobiernos, dijo, "tendrán que decidir si quieren permanecer en la coalición o emprender acciones que significan apoyo al terrorismo". Mientras Kissinger lanzaba este ultimátum, dice la crónica, en la puerta del edificio un grupo de manifestantes exigía su enjuiciamiento por crímenes de guerra y su comparecencia a las convocatorias que le han sido enviadas por jueces de Francia, Argentina y Chile en relación con su participación en la Operación Cóndor en los años 70. Kissinger se negó a responder a las preguntas de los periodistas sobre estas convocatorias.

La Jornada

jherrerapen@hotmail.com


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