Política e historia

José Herrera Peña

Quien es el editor

 




México 2001


Portada

Sección Política

Enlaces

Ilustraciones

Temario


Información sobre MEXICO
      

 

 

 

 

Temas generales

Condolencias

La guerra y la paz

Oleajes históricos

Lista roja

Rescate de la historia

Desarrollo político

Mi cena con Trudeau

El mensaje de las urnas

¿Y después de la democracia?

Globalidad en español

Falta congruencia

El rey ha muerto

A 190 años...

Política interior

¿Dictadura?

Transición permanente

Carrera política en juego

Transición democrática

Propaganda y realidad

El necesario equilibrio

El combate a la corrupción

¿Qué nos dice el censo poblacional 2000?

Sociedad y Constitución

Chiapas, mitos...

¿Desaparecer la SECODAM?

¿Y ahora qué…?

Reforma del Estado

Política exterior

Terrorismos

Injustificable

¿Ataque armado?

En busca del señor X

La gira por Norteamérica

Inteligente cesión de soberanía

Cambio de política exterior

Partidos políticos

¿Perdonar al PRI?

El dinero de los partidos

Nuevos partidos políticos

Fuerzas armadas

El ejército y Vicente Fox

El caso del general Gallardo

La reforma de las Fuerzas Armadas

Guerrillas

El ERPI también se niega

El EPR dijo no al IFE

Guerillas en México

Justicia electoral

Michoacán

El caso SUP RAP 0015/2000

Candidaturas independientes

Delitos electorales

 

La tormenta no cesará

JOSÉ HERRERA PEÑA

12 octubre 2001. Con la aparición de Osama Bin Laden el pasado lunes 8 de este mes, vestido de uniforme militar, y la de uno de sus lugartenientes, Suleimán Abud Queid, vocero de la organización Al-Qaeda, ante las cámaras de televisión, muchas cosas quedaron aclaradas, pero otras, se oscurecieron más.

Bin Laden admitió públicamente que sabía que los monstruosos atentados en Nueva York y Washington fueron planeados por un “soldado islámico”, aunque no precisó si ese soldado es él o algún otro. Sus palabras textuales son: “Uno de los soldados del Islam recibió de Dios la sabiduría para cobrarle a EEUU”. Poco después, Abud Queid aceptaría indirectamente que conocía a los operadores suicidas y que sus actos habían sido actos de guerra, al declarar: fueron “jóvenes… que hicieron algo bueno, llevar la guerra al corazón de EEUU”.

Bin Laden admitió igualmente que sabía que dichos actos fueron cometidos con el fin de sembrar terror entre los norteamericanos. No los consideró como delitos sino como actos de Dios. Sus palabras son terribles: ”Alá ha destruido algunos de sus edificios más grandes. El terror invadió a EEUU de Oeste a Este y de Norte a Sur. Así, le damos gracias a Alá”.

Y Bin Laden admitió, por último, que sabía que el móvil de dichos actos es la venganza, por los grandes agravios que los norteamericanos han inflingido al mundo islámico. No a uno de sus países o regione sino al universo del Islam. Dijo: “EEUU está probando hoy lo que hemos probado por decenas de años. Nuestra nación, por más de ochenta años, ha estado probando este terror. Nuestra gente ha sido aniquilada; nuestra sangre, derramada; nuestras tierras santas, profanadas. Hemos pedido ayuda y no hemos recibido nada”. Abud Queid, por su parte, no olvidaría a Israel: “La nación islámica, hace más de ochenta años, ha estado sufriendo; ha estado sometida a la ocupación sionista, y nadie ha hecho nada para ayudarnos”.

Las declaraciones anteriores parecen indicar que Osama Bin Laden no fue el autor intelectual de los atentados, aunque sí que fueron planeados y ejecutados por miembros de su organización Al-Qaeda (La Base), quienes aparentemente obraron con autonomía.

Al mismo tiempo, dichas declaraciones parecen echar por tierra dos atrevidas hipótesis que corrieron a partir del 11 de septiembre: a) que los atentados podrían haber sido preparados, organizados y dirigidos por círculos secretos del propio sistema político norteamericano, al estilo del asesinato del presidente Kennedy, a fin de poner en operación su oxidada maquinaria de guerra, y b) que los atentados podrían haber sido resultado de una maquiavélica y monstruosa intriga de los servicios israelíes, para que EU descargara su ira contra los países más belicosos del mundo musulmán.

Aclararon al mismo tiempo que esta guerra no es una “guerra convencional” sino una “guerra de terrorismos”: por una parte, el “terrorismo sionista-norteamericano”, y por otra, el suyo, el “terrorismo islámico”. Luego entonces, aceptaron implícitamente que la extraña contienda no ha estado ni estará sujeta a reglas ni a convenciones internacionales; que los blancos de los ataques han sido y serán  militares y civiles; que los teatros de operaciones han sido y serán no sólo Afganistán sino también cualquier lugar del mundo en que EEUU tenga intereses, y que las armas de exterminio serán todas: convencionales y no convencionales, químicas, bacteriológicas y termonucleares.

Por lo que se refiere a la “guerra entre terrorismos”, a la que podría calificársele de "guerra total", Bin Laden dijo:  Un millón de niños ha muerto en Irak al momento. Eran inocentes. Sin embargo, fueron asesinados. Y no hemos escuchado nada de nuestros grandes líderes”. Por su parte, Abud Queid, agregaría: “¿Es posible que EEUU y sus aliados hayan matado a gente todos estos años, sin que eso se considere terrorismo?”

Conforme a las tesis de estos hombres, el terrorismo se combate con terrorismo; el terrorismo norteamericano-sionista, con terrorismo islámico. Las víctimas inocentes norteamericanas no fueron más que un acto de represalia por las víctimas inocentes islámicas. Bin Laden dijo: “Si la espada llegó a EEUU después de ochenta y un años, debe entender por qué llegó”. Pero esto no se detendrá aquí. La escalada seguirá. Anunció: “Ellos han salido con sus hombres y su ejército para pelear contra el Islam. Es nuestro papel defenderlo”. Y agregó: "Los amricanos deben entender que la tormenta no se detendrá".

Además, precisó la gran diferencia entre las dos filosofías en conflicto. El soldado “infiel”, es decir, el occidental, piensa en vivir. El islámico, en cambio, no teme morir. Eso decidirá el destino de los contendientes. Dijo: “Así como los norteamericanos piensan en la vida, del mismo modo hay miles de jóvenes islámicos ansiosos por enfrentar a la muerte”. Y se dirigió a los suyos: “Es papel de cada musulmán entender que los vientos de guerra soplan sobre nosotros y que nuestro llamado es defender al Islam”.

En cuanto a los teatros de operaciones, “los intereses de los Estados Unidos están en todo el mundo”, señaló Abud Queid. “Cada musulmán tiene que cumplir con su papel de defender a su religión y a su nación, y librar esta guerra donde se encuentre”.

Por lo que se refiere a las armas de exterminio, sabemos que las tropas norteamericanas llevan en su arsenal todas y de todo tipo; que han empezado a probar las convencionales en Afganistán, y que muchas de ellas son “inteligentes”, dirigidas vía satélite. Por otra parte, sabemos que los Talibán no cuentan más que con armas obsoletas; que la mayor parte ya fue destruida por los bombardeos, y que las que conservan carecen de eficacia frente al poderío tecnológico norteamericano. Sabemos que no cuentan con armas nucleares; que es poco probable que tengan armas químicas o bacteriológicas, y que, aunque las tuvieran, sería casi imposible utilizarlas en EEUU, Israel o algún país europeo. Y sabemos que no tienen apoyo de ninguna potencia del mundo. La desproporción entre ambos contendientes, como se ve, no puede ser más evidente.

Cierto: no hay enemigo pequeño. Sin más armas que unos cuantos cuchillos de palo, los terroristas islámicos ya demostraron los efectos devastadores de su acción. No sólo destruyeron los símbolos del poder económico y militar del imperio, lesionaron gravemente su economía y lo hundieron en una grave crisis existencial, sino también ocasionaron su gigantesco desplazamiento militar y atrajeron sus operativos hacia su propio territorio.

Sin embargo, nada indica que los Talibán pudieran ganar este desigual conflicto. Por eso, no deja de sorprender que Bin Laden empuñe, con una mano, la espada de la guerra, y con la otra, el olivo de la paz.

El precio que fija a la paz es razonable: que norteamericanos e israelíes salgan de los lugares sagrados (La Meca, Medina y Jerusalén), que se reconozca al Estado palestino y que cese el bloqueo a Irak. Ya el presidente Bush, por vía precautoria, había advertido unos días antes que había pensado en la creación del Estado palestino. Nada dijo, en cambio, de la posibilidad de retirar sus bases militares de Arabia Saudita (en la que se encuentran La Meca y Medina) ni de presionar a Israel para que abandone Jerusalén, ni de suspender el bloqueo a Irak. En todo caso, están sentadas las bases de la paz.

Si no se hace la paz, la guerra parece no tener más desenlace que el aplastamiento de los afganos. Sin embargo, ¿por qué Abud Queid se atrevió a decir? “Vamos a combatirlos con todos los recursos que tenemos, con toda nuestra fe en Dios y vamos a obtener la victoria”.  ¿Por qué agregó la enigmática frase? “Los norteamericanos han abierto una puerta que nunca se va a cerrar”.  ¿Por qué el propio Bin Laden advirtió? “Juro por Alá, que ha soplado el sol al cielo, que EEUU no volverá a conocer la seguridad, a menos que la tenga también Palestina...”

¿Es pura baladronada? ¿O Bin Laden habla en serio? Si es así, ¿cómo podría convertir y aprovechar en su beneficio la fuerza de sus enemigos? ¿Qué clase de baraja tiene escondida bajo la manga?

jherrerapen@hotmail.com

   


Portada

Sección Política

Enlaces

Ilustraciones

Temario