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Rescate
de la historia JOSÉ
HERRERA PEÑA 10 julio 2001. El equipo del presidente
Fox, además de su peculiar visión del futuro inmediato, tiene una teoría
del pasado. Discutir ambas será muy saludable, porque al tiempo que se
intensificará el debate en materia política, se abrirán nuevas
dimensiones a la interpretación histórica. El mejor ejemplo para ilustrar lo expuesto es el tema de la “transición a la democracia”, que está de moda. Todos discuten sobre la “transición”, pero nadie sabe lo que es. El espectáculo que arroja el tema es alucinante. El presidente Fox dice que su gobierno es de "transición". Como si seis años no fueran suficientes, el canciller Castañeda habla de una nueva etapa -la segunda- de la “transición”. Aznar decide que aquí no hubo “transición”, sino “quiebre”. El PRI se niega a reconocer el concepto, porque siempre hemos vivido en una democracia. Cuauhtémoc Cárdenas dice que la “transición” apenas comienza. El PRD cree que sí hay “transición”, pero que está empantanada. The Economist afirma que ésta es una "transición mágica". Y otros hacen referencia a una “transición interminable”. En estas condiciones no sorprende que no haya acuerdos, pactos, consensos mínimos hacia el futuro, dado que tampoco los hay sobre el pasado cercano. Por eso, si no hay pactos al futuro, algunos estiman que la revisión del pasado –reciente y profundo- es absolutamente necesaria. Ya se inició. Se ha empezado por pedir que se recupere “la diversidad histórica de México y que se rescaten las otras historias, ocultas por la historiografía oficial del bronce y del mármol”. Ya se esbozó incluso el programa preliminar. Primero, el siglo XX; particularmente, el gobierno de Lázaro Cárdenas, y muy concretamente, la etapa relativa a la expropiación del petróleo. Se está empezando a decir que,
según la “historiografía oficial”, miles de mexicanos, jubilosos
por esa reivindicación nacionalista del presidente Cárdenas,
ofrecieron espontáneamente lo poco o mucho que tenían (desde joyas
hasta animales) como generosa y voluntaria cooperación para pagar la
indemnización a las “odiadas” compañías extranjeras expropiadas;
pero que, frente a esta versión, hay otra que requiere énfasis,
sustentada por un súbdito británico, es decir, connacional de una de
las empresas expropiadas: la de Graham Greene, escritor inglés, de
visita en México en esa época. En su obra “Caminos
sin Ley” (Conaculta 1996)
que documenta las secuelas del conflicto político-religioso en el
sureste de México, Greene asegura que en Veracruz, Tabasco y Chiapas no
había interés sino indiferencia popular hacia el acto expropiatorio;
que una “amenazante propaganda oficial, atizada de xenofobia”,
buscaba entusiasmar a un pueblo triste, miserable y desconfiado, y que
la posición intransigente de las compañías petroleras inglesas “no
fue resultado de la arrogancia sino de su apego a la legalidad”. La
voz de Greene, según los revisionistas, “permite atemperar la
artificiosa versión oficial, maniquea, de los buenos nacionalistas
contra los malos extranjeros”. En
ese orden de ideas, la “rebelión de los cristeros”, se
reinterpretará ensombreciendo el gobierno de Calles y convirtiendo en héroes
nacionales a los guerrilleros que solían cortar orejas a los maestros
rurales, algunos de los cuales ya han
sido exaltados por el Vaticano (“cristeros”, no maestros) La
“revolución mexicana” también requerirá reexamen. En homenaje a
nuestra “diversidad histórica”, el presidente Carranza será
reemplazado en el panteón oficial por los generales rebeldes Villa o
Zapata, o por ambos, e inclusive podría intentarse desplazarlo por el
mismo usurpador Victoriano Huerta. Luego,
tendrá que revalorarse el fin del siglo XIX. La repatriación de los
restos de Porfirio Díaz será el pivote para glorificar su figura.
Especial importancia tendrá el aspecto mediante el cual el ilustre
oaxaqueño empezó como adalid de la “no reelección” y terminó
–treinta años después- como artífice de la “reelección
indefinida”. Su enaltecimiento histórico será absolutamente
indispensable para apoyar la propuesta de la “reelección inmediata”
de los legisladores, que el secretario de Gobernación Santiago Creel
acaba de dar a conocer. En
lo relativo a la época inmediatamente anterior, se disminuirá la
importancia de Juárez y se exaltará a Miramón. Podría aprovecharse
incluso la oportunidad para repatriarse igualmente los restos de
Almonte, hijo de Morelos, quien promovió la alianza de dos imperios, el
francés y el austrohúngaro, para que el país fuera gobernado bajo su
protectorado, lo que ennoblecerá nuestra “complejidad
histórica”. Y
Santa Anna, además de vender “La Mesilla” a los EEUU, ¿no tenía
acaso otros aspectos luminosos? ¿No se atrevió a elevar impuestos
indiscriminadamente, como se propone hacerlo el gobierno actual? ¿No
tuvo el arrojo de derogar la Constitución Federal de 1824? Así
se llegará a las raíces de nuestra historia: a la época de la
independencia. Por eso, que nadie se sorprenda si el próximo 15 de
septiembre, al lado de Hidalgo y Morelos, el presidente Fox cita a Agustín
de Iturbide, el más feroz enemigo de aquéllos. No
está mal ir al rescate de nuestro pasado. Todos sabemos que la historia
siempre ha sido escrita por los vencedores, y que estos han ocultado la
visión de los vencidos. Por eso, Goethe decía que cada generación
debe escribir su propia historia universal. El problema es que la reacción de los mexicanos vencidos, al volverse vencedores, ha sido tan arrogante o más que la de sus antagonistas. En lugar de corregir excesos censurables, han incurrido en otros iguales, si no es que peores, pero de signo contrario. Sin embargo, desde hace tiempo México está maduro y preparado no sólo para la alternancia política sino también para la embestida de la otra historia, y los debates respectivos no le quitarán nada; al contrario: enriquecerán su vida espiritual. Porque al final de cuentas, cuando las aguas retomen su nivel, los mexicanos aceptaremos no sólo las miserias de nuestros héroes sino también la grandeza de nuestros derrotados. Convendremos que todos ellos fueron expresiones de su época y, sobre todo, frutos de nuestro pueblo. Admitiremos que todos ellos, grandes y pequeños, vencedores y vencidos, han sido nuestros y viven en nosotros. Y tendremos en las manos una historia más coherente, integral, equilibrada y completa. Por consiguiente, es probable que las contradicciones históricas, que hasta ahora nos han desgarrado, y que se atizarán próximamente, mañana nos enriquezcan y fortalezcan. Y a partir de esta base, es posible que lleguemos a edificar una nación distinta, más completa, integral, equilibrada y coherente. |