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José Herrera Peña 

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Globalidad en español

ADOLFO AGUILAR ZINSER

Cd de México, 06 octubre .-Durante la gira europea del presidente electo Vicente Fox, un tema inesperado ha aparecido recurrentemente: la lengua española. En tres ocasiones, sin concertación de por medio, políticos del más alto nivel hablaron con Fox de la vitalidad del español y de su potencial para transformar el lugar de México en el mundo. Jacques Chirac, presidente de Francia, dijo que el crecimiento acelerado del número de hispanohablantes en todo el mundo brinda a nuestro país la posibilidad de incrementar su peso y su presencia en el mundo y de asumir una posición de influencia y liderazgo en los asuntos globales. En reuniones separadas, el primer ministro francés, Lionel Jospin, y el presidente del gobierno español, José María Aznar, hicieron afirmaciones sorprendentemente similares. Esa coincidencia nos habla de un vigor escondido de México, de una formidable capacidad de irradiación que la vecindad con Estados Unidos y su influencia cultural en México tienden a ocultar.

Entre las lenguas del mundo, el chino, el hindú, el inglés y el español ocupan las primeras posiciones. De éstas, las dos primeras son propiamente lenguas nacionales, aun cuando su alcance geográfico ha crecido al ritmo de la migración, y representan ante todo las visiones particularistas de culturas milenarias. El inglés, en cambio, se ha transformado en una lengua universal, en el idioma de la globalización y de la expansión planetaria de la cultura y los valores occidentales. Actualmente, más de 400 millones de personas tienen al inglés como lengua materna, 300 millones más lo hablan como segunda lengua, y entre 500 y 750 millones más poseen ciertos rudimentos del idioma. La influencia del inglés no se mide sólo en números; el poderío económico, político, científico, tecnológico y cultural de los Estados Unidos ha determinado que el inglés sea la lingua franca de la diplomacia y el comercio internacional, de las telecomunicaciones y el Internet, de la cultura de masas y los debates académicos. Sus vocablos y su sintaxis han invadido a todas las lenguas del mundo, sus referencias culturales se han insertado en la imaginación de millones. El inglés se ha vuelto, en la acepción más amplia del término, una lengua imperial.

El español es, en cambio, una anomalía en el paisaje lingüístico mundial. Es la lengua, no de un espacio dominante, sino de naciones periféricas que juegan un papel relativamente marginal en la economía global, en los asuntos políticos mundiales y en la producción de ciencia y tecnología. Sin embargo, el español es también una lengua universal, un idioma en continua expansión, vibrante como pocos. Casi 340 millones de personas hablan el español en los 21 países donde es la lengua oficial; en el resto del mundo, 24 millones de personas lo tienen como lengua materna y millones más lo han adoptado como su segundo idioma. De hecho, el español ha tenido sus mayores progresos en el centro mismo de la dominación angloparlante, en los Estados Unidos. Desde hace una década, el español suplantó al francés como el idioma extranjero más popular en las escuelas y universidades norteamericanas. Asimismo, en todo el mundo industrializado, la cultura popular está cada vez más imbuida de sonidos, imágenes y sabores hispánicos.

La vitalidad del español en años recientes se explica en primer término por el crecimiento demográfico. Desde 1900, el número de habitantes de los países hispanohablantes de América se ha multiplicado por siete y buena parte de ese incremento ha tenido lugar en los últimos 50 años. Si bien las tasas de natalidad han disminuido en el último cuarto de siglo, la dinámica poblacional le asegura al español un crecimiento sostenido en el futuro previsible. Por otro lado, las migraciones masivas hacia naciones industrializadas han extendido el alcance del español y de su área de influencia. La presencia de hispanohablantes en los países centrales, particularmente en Estados Unidos, ha tenido un efecto paradójico: por un lado, su identidad lingüística se ha visto sometida a la presión de la cultura dominante y puede perderse al cabo de una generación; sin embargo, los hispanohablantes, en razón de sus números crecientes, han terminado por incidir en las tendencias culturales de los países de acogida. En Estados Unidos, la música popular, las artes plásticas y la literatura han recibido un poderoso influjo de las comunidades latinoamericanas en años recientes; esa influencia ha cubierto al español de un manto protector, le ha dado carta de naturalización en la sociedad norteamericana. Ya no es, en sentido estricto, una lengua extranjera en los Estados Unidos, ya no actúa como un polo antagónico de la cultura anglosajona, sino como una parte consustancial de la sociedad norteamericana. El español es el otro signo de la globalización, el lenguaje alternativo para la transmisión de mensajes entre culturas disímiles. Esa realidad tiene ya poderosas secuelas económicas; se observa en el crecimiento de los medios de comunicación de lengua española, en la expansión del contenido cultural producido en nuestro idioma, en el Internet, donde se configura ya una red mundial de hispanohablantes.

Durante la conversación aludida, el presidente Chirac le manifestó al presidente electo Vicente Fox que la misión de los francoparlantes es defender su idioma y asegurar su vigencia; en cambio, la de los hispanohablantes es afianzar el poder expansivo del suyo. A su vez, José María Aznar le subrayó al presidente Fox que México era el país de habla hispana más grande del mundo y que sólo por ese hecho, estaba llamado a jugar un papel decisivo en la globalización. No es tiempo pues de posturas defensivas. El crecimiento explosivo del español abre una extraordinaria ventana de oportunidad para nuestro país. Como la mayor nación hispanohablante del mundo y origen de la mayor comunidad latinoamericana de los Estados Unidos, México tiene la posibilidad de extender su influencia, su cultura y sus opiniones en todo el mundo y negociar en mejores condiciones su acceso a los procesos de globalización. Para ello, sin embargo, debemos traer los asuntos culturales y la promoción de nuestro idioma al centro de nuestros vínculos con el mundo. Tal vez podríamos tomar algunas enseñanzas del modelo francés, donde la irradiación de la lengua ha estado siempre entre las primeras prioridades de la política exterior de ese país. Las Alianzas Francesas, los liceos franceses en el extranjero, las becas educativas, los intercambios culturales y la cooperación técnica y científica son considerados por el Estado francés vehículos de primer orden no sólo para la transmisión lingüística, sino también para la acción diplomática. Algo similar podríamos hacer nosotros: podríamos, por ejemplo, multiplicar el número de las Casas y los Institutos de México en el extranjero o establecer un organismo intergubernamental, con la colaboración de España y el resto de los países hispanoamericanos, que tenga como encomienda la difusión de nuestro idioma y nuestra cultura.

Por otro lado, es necesario promover la expansión de las industrias culturales de lengua española. Gracias a los medios electrónicos y al Internet, se ha formado ya una comunidad hispanohablante mundial, ansiosa por consumir los productos de nuestra lengua y nuestra cultura. Nuestras empresas y nuestros creadores tienen ya acceso a ese inmenso mercado potencial que rebasa con mucho las fronteras tradicionales del mundo hispano. Existen innumerables mecanismos para fomentar ese intercambio, desde incentivos fiscales hasta la organización de ferias y exposiciones o el establecimiento de bibliotecas, virtuales o materiales. Sin importar la ruta que elijamos, debemos recordar, como lo hicieron los mandatarios europeos, que el español es uno de nuestros mayores activos y una de nuestras mejores cartas de presentación en el mundo.

Comentarios a: lectores_aaz@hotmail.com

Publicado en Reforma, 06 octubre 2000

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