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Revolución electoral

El mensaje de las urnas

José Herrera Peña

Los resultados electorales del 2 de julio anterior produjeron alegría en unos, desconcierto en otros y zozobra en algunos. No fue para menos. Los grandes partidos políticos perdieron de un día para otro, aparentemente, su razón de ser. El PRI, creado para sostener políticamente a la Presidencia de la República, al ser despojado de ella, ya no tiene a quién sostener. El PAN, creado para oponerse al autoritarismo presidencial del PRI, al ser desplazado por uno de los suyos, ya no tiene a quien oponerse. Y el PRD, creado para hacer la “revolución democrática”, una vez hecha ésta, ya no tiene nada qué hacer.

Sin embargo, las aguas desbordadas por la fiesta electoral están regresando poco a poco a su nivel y poniendo las cosas en su lugar. Hagamos un intento por desentrañar el mensaje de las urnas, para ver si los partidos están preparados para resistir su eventual crisis de identidad y responder a dichos mensajes. Por lo pronto, no resulta inútil adelantar que lo que algunos han visto como causas de la crisis de los partidos, otros, quizá más acertados, las han considerado como oportunidades de transformación.

En cuanto al hipotético mensaje de las urnas, no sería aventurado decir que los electores mexicanos premiaron el pasado 2 de julio a unos partidos políticos nacionales -y sus candidatos-, castigaron a otros y dejaron saber a los nuevos representantes de los órganos del Estado qué es lo que quieren, qué es lo que no quieren, y cómo y cuándo quieren obtener lo que quieren.

Premiaron el atrevimiento de ser como se es y se atrevieron a apoyarlo. Premiaron un nuevo modo de concebir el mundo y la vida. Expresado por Vicente Fox con titubeos, vaguedades, indefiniciones y contradicciones, lo apoyaron frente a los estereotipados esquemas ideológicos –venidos a menos- de todos los partidos políticos, incluyendo el suyo. En los mensajes del candidato del PRI, por ejemplo, nunca surgió México; en los del candidato del PRD sí, pero acartonado y hueco.

Por otra parte, castigaron la arrogancia, la soberbia y la altivez de los candidatos del PRI y del PRD, por haber supuesto que el poder sirve a la gente, no que la gente es poder y fuente del poder, así como por haber creído que podrían servirse de ella, de la gente, para alcanzar el poder; ambos, por razones hereditarias, sea de grupo o sea de sangre. Y castigaron también la ineficacia de los gobernantes para garantizar seguridad y promover empleo, así como sus complicidades no sólo con los negocios sucios sino tambien con los negocios limpios, que no lo son tanto, porque han dependido del poder para prosperar desmesuradamente, a costa de la población. Tal fue el escandaloso caso del “Fobaproa”. En este sentido, el Presidente Ernesto Zedillo también resultó castigado.

¿Qué es lo que quieren? Quieren seguridad en primer lugar. Con seguridad, ejercieron su libertad dentro de los esquemas políticos bajo los cuales se reforzaron las bases de la cohesión social. Sin seguridad, han estado perdiendo espacios de libertad. Y están dispuestos a conservar lo que edificaron, pero no a costa del futuro. Quieren pasado y futuro, seguridad y libertad, prosperidad y justicia. Basta de vivir bajo la ley de la fuerza. Quieren que se imponga la fuerza de la ley. Por eso, en este sentido, apoyaron por igual, aunque en distinto grado, a los tres candidatos principales,

¿Qué es lo que no quieren? Ya no quieren más de lo mismo. No quieren tampoco que haya cambios para que todo siga igual. Ya no quieren el viejo estilo de gobernar, ni narcotráfico, ni inseguridad, ni crímenes, ni impunidad, ni desempleo, ni miseria, ni hambre, ni corrientes migratorias hacia el Norte, ni corrupción, ni vicio, ni degradación.

Pero tampoco quieren opulencia desenfrenada. Ni ganancias inmorales. Ni lucro ilimitado. ¿Es mucho pedir el justo medio? Ahora más que nunca cobran vigencia los “Sentimientos de la Nación”, de don José Ma. Morelos, en aquella parte que señalan: “Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte aumenten el jornal del pobre, que mejore sus costumbres y aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto”. (Art. 12). Esta es la línea que apoyaron: la de nuestras más profundas raíces históricas.

¿Cuándo quieren obtener lo que quieren? Hoy, hoy, hoy. Esta terquedad y obcecación fue el gran mensaje de Vicente Fox. Lo quieren ya. Tal fue el signo de su campaña.

Este ya no es un día, por supuesto, ni una semana, un mes o un año. Lo que está en juego no es la vida de una persona sino la de una nación. El ya de los electores es un ya que durará este régimen de gobierno. Y no sólo en lo relativo a seguridad y limpieza moral pública sino también a desarrollo, progreso y bienestar. Ya han sacrificado parte de sus vidas, si no es que sus vidas y las de sus hijos, para que una minoría viva en la opulencia. Ahora quieren que se cumplan los viejos sueños de justicia social que formularon nuestros mayores, nuestros ancestros, nuestros antepasados. Ya es tiempo. Ya. El reto, como se ve, es gigantesco. Es del tamaño de las promesas y los compromisos del candidato Fox.

Los electores no quieren arrebatar nada a nadie. Quieren simple y sencillamente que se les reconozca lo que por derecho les corresponde. Y si no se les da, quien sabe, pero parece que así como tomaron en sus manos el proceso electoral, del mismo modo se conducirán en la forma se requiera para transformar al país. Saben que México tiene lo que necesita para convertirse en una de las grandes naciones del mundo. Lo único que faltaba era conducción política, mejor dicho, un nuevo estilo de conducción política. Se la acaban de confiar a otro timonel; pero no sólo a él. Cerca estarán los que lo ayudarán, lo estimularán, lo vigilarán o lo reorientarán. Todos estarán alertas. Todos. Gobernantes y gobernados.

¿Cómo quieren los votantes que el Presidente electo obtenga lo que les ofreció? Quieren seguridad, desarrollo y bienestar, pero no a cualquier precio, ni por la vía de la fuerza, sino a un costo razonable y a través de la negociación, el convencimiento, la transacción. Le dieron el triunfo a Vicente Fox para ser Presidente de la República, mas no a su partido, ni a sus partidarios, para que avasallen los intereses creados y hagan prosperar los suyos. Le dieron la Presidencia de la República para que administre y ejecute la voluntad nacional; pero no la mayoría del Congreso de la Unión, que dará forma a dicha voluntad. Lo eligieron para convencer, no para vencer. El reto aquí es igualmente gigantesco. Está a la altura de la ofertas y de los compromisos del candidato triunfante.

Confirieron a Vicente Fox, pues, el mandato de incorporar el país al lugar que le corresponde en el mundo, pero no conforme a su leal saber y entender sino en concordancia con todos, porque todos están de acuerdo en alcanzar dicho objetivo, en lo externo y en lo interno, mayoría y minorías, en razón del pasado y del futuro, y en un sano ejercicio de ponderación y equilibrio.¿Es mucho pedir? No. No lo es. Es una expectativa que está a la altura de los ofrecimientos de campaña.

Ahora bien, ¿es verdad que la revolución electoral del 2 de julio implica no sólo un cambio de Presidente sino también de régimen político? Aquí, la respuesta es ambivalente y contradictoria. Primero, no, no es verdad. Los electores rechazaron tal propuesta, en principio. Por eso no dieron mayoría al PAN y menos al PRD en el Congreso de la Unión, sino al PRI, quien estará encargado de evaluar y, según el caso, moderar, desechar o hacer prosperar esta ambiciosa iniciativa.

No es que los electores no sientan la necesidad de un cambio de esta naturaleza. Al contrario. Por eso, dejaron abierta la posibilidad de un gran cambio político. Tan es así, que por eso cambiaron Presidente, mejor dicho, por eso cambiaron a un partido político por otro en la Presidencia. Al cambiar al titular del Poder Ejecutivo Federal, cambiaron igualmente las bases de la filosofía política para ejercer dicho poder.

Conclusión, no se pronunciaron por un cambio de sistema político en lo inmediato, pero podrían aceptar que ocurra más tarde, en caso de que se presenten las condiciones adecuadas para ello.

Saben que México requiere de cambios profundos en esta materia. Pero saben asimismo que, precisamente por la misma razón, no es posible tomar decisiones a la ligera, ni aprovechar sólo el impulso inicial para quedarse a mitad del camino, ni descuidar los posibles efectos viciosos de las resistencias, ni prever, en fin, cuál sería el precio por hacer y cuál por no hacer tal reforma.

Las voces que sugieren que se pase del sistema presidencial al parlamentario encuentran cada vez más eco. El tema es atractivo y trascendente, pero de suma gravedad. Por eso, aunque a los ciudadanos les complace que la mesa que preside Porfirio Muñoz Ledo empiece a trabajar en ello, esperarán que les dé a conocer sus resultados y no sólo estarán atentos a los debates de los próximos tres años sino también participarán en ellos.

Y es que modificar el sistema político no es poca cosa, especialmente en lo que se refiere a forma de gobierno. Para reformar el sistema presidencial, basta reformar la Constitución por las vías que ésta establece. Es algo importante, pero ordinario. En cambio, para convertir el sistema presidencial en un sistema parlamentario, sería necesario promulgar una nueva Constitución a través de un acto fundador único, especial y solemne. Sería algo extraordinario.

Por ahora, están preparados sólo para un cambio ordinario…

 

México, D. F. 20 julio 2000.

 

 

 

 


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