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José Herrera Peña

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Cambio en la política exterior

7 agosto 2000. El presidente electo de México declaró ayer en Santiago que, en materia de política exterior, revisará la doctrina Estrada y respetará la soberanía de cada país, pero sin callar lo que le parezca equivocado en materia de democracia y de derechos humanos. Ya empezó con Cuba, a la que señaló su deseo de hacerla “avanzar hacia el mercado y la democracia”. Y con Chile, en donde expresó que Pinochet debe se juzgado.

No está mal que el señor Vicente Fox lance al aire sus ideas, alimentadas por sus equipos de colaboradores. Al contrario. Muchas cosas deben cambiar en México. Algunos lineamientos generales de política tendrán que modificarse. Si el mundo ha cambiado, la política exterior también tendrá que cambiar.

Pero una cosa es cambiar los lineamientos de política exterior y otra muy distinta cambiar sus principios fundamentales.

Frente a las amenazas de las potencias, en el sentido de intervenir en los asuntos internos de nuestro país -e inclusive las francas intervenciones- como las que ocurrieron durante el siglo XIX y las dos primeras década del XX, México postuló los principios de autodeterminación y de no intervención. Estos principios son fruto de nuestra historia y forman parte del orden jurídico internacional. Se mantienen y deben mantenerse vigentes.

Frente a los amagos de otros gobiernos en el sentido de desconocer al nuestro si no se plegaba a sus intereses, como ocurrió varias veces en el siglo XX, la Doctrina Estrada postuló no utilizar el reconocimiento o desconocimiento a ningún gobierno extranjero como instrumento de nuestra política exterior. Este principio se mantiene y debe mantenerse vigente.

Lo que hay que cambiar es la utilización de dichos principios. Muchas veces, gobiernos extranjeros, organismos no gubernamentales e individuos notables criticaron a México por violación a los principios democráticos o a los derechos humanos.

El gobierno mexicano, en lugar de demostrar que no eran violados, acusó a sus críticos de intervenir indebidamente en sus asuntos internos. Esto fue utilizar un principio legítimo para ejercer ilegítimamente la arbitrariedad y el abuso del poder con impunidad. Esto es lo que hay que cambiar.

Otras veces, para no recibir la crítica externa, el gobierno mexicano se abstuvo de criticar a los demás, supuestamente amparado en la Doctrina Estrada. Esto fue una innoble utilización de la nobleza de dicha doctrina para garantizar complicidad o al menos silencio de otros Estados en el manejo dudoso de ciertos asuntos internos. Esto es lo que hay que cambiar.

Si el presidente electo de México anuncia que emitirá su opinión en los asuntos internos de otros países en materia de democracia y derechos humanos, nada ni nadie podrá impedírselo. Como nada ni nadie ha podido ni podrá impedir que instancias externas opinen en asuntos internos de México.

Y podrá no sólo opinar sino también tomar diversas medidas, desde retirar a su embajador del país objeto de la crítica hasta aplicarle sanciones económicas. México firmó un tratado de libre comercio con la Unión Europea, en el que ambas partes se obligan a respetar los principios democráticos y los derechos humanos, y se establecen sanciones en caso de violación. Esta cláusula forma parte de todos los convenios comerciales que ha firmado la Unión Europea con el resto de los países del mundo.

El gobierno de México sabe lo que son las sanciones económicas, no sólo porque las ha resentido varias veces a lo largo de la historia sino también porque actualmente practica esta política contra Cuba, a la que ha mantenido excluida del Pacto de San José en materia de petróleo. Hace apenas unos cuantos días que el presidente Hugo Chávez de Venezuela replanteó el tema a nuestro gobierno para terminar con la exclusión, pero su petición no fue atendida.

En su oportunidad, Fox tendrá que matizar su política exterior en el marco del derecho internacional. El fin de esta política es estrechar los vínculos de amistad con todos los países del mundo. Tal es la base para fortalecer sus relaciones mutuas en materias tan diversas como, por ejemplo, educación, cultura, arte, deporte, comercio, migración, turismo, etcétera.

Además, sólo podrá criticar al otro después de ganar la autoridad moral para ello. En este sentido, el nuevo gobierno mexicano tendrá que atender en principio los asuntos internos en las materias que va a criticar. De otro modo, quedaría como aquél que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio o como candil de la calle y oscuridad de su casa.

Por otra parte, tendrá que medir el efecto -algunas veces desvastador- de la opinión de un Jefe de Estado en los asuntos de otro Estado. Así empiezan los enfriamientos y hasta la ruptura de relaciones. Y más todavía si aplica medidas, las cuales deben afectar al gobierno criticado, no a su pueblo. Tendrá, pues, que valerse de la diplomacia para alcanzar sus metas internacionales en materia de democracia y derechos humanos, es decir, para alcanzar sus fines sin afectar las relaciones de México con los países que llegue a criticar o a sancionar, ni con sus socios o aliados. La diplomacia se inventó desde hace siglos –milenios- para tal fin.

Algunas veces, corresponderá al Jefe de Estado anunciar el mantenimiento o el cambio de su política exterior. Otras, será mejor que lo haga su Canciller o su embajador. A veces, podrá hacerlo en forma pública. Otras, será conveniente mantener las reservas del caso. A veces, lo hará a través de los canales diplomáticos tradicionales. Otras, utilizará canales especiales. Pero siempre con el lenguaje apropiado, según el caso. Siempre en el momento oportuno, en todo caso. Y siempre con la prudencia y la sensatez del Jefe de Estado.

Por lo pronto, Vicente Fox es presidente electo; pero aún no Jefe de Estado en ejercicio. Está bien que anuncie sus sentimientos en política exterior, para que no haya duda de su orientación y fines, ni dentro ni fuera de México.

Pero una vez que asuma el cargo, tendrá que ponderar la carga política de sus palabras antes de expresarlas y prever sus efectos internos y externos. No se tratará de su opinión personal. Estarán de por medio los intereses nacionales. Y ser más cuidadoso aún si aplica medidas para respaldar sus palabras.

En esta tarea no estará solo. Tenemos cientos de excelentes cuadros especializados en política exterior que lo apoyarán, darán firmeza y sustento a sus expresiones, y afinarán su rumbo.

 

 

 

 

 

 

 

 


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