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José Herrera Peña 

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La gira por Norteamérica
Por JORGE G. CASTAÑEDA

A raíz de la gira de Vicente Fox a Estados Unidos y a Canadá la semana pasada ha surgido una serie de interrogantes y reservas sobre la oportunidad del viaje, sobre su pertinencia y su preparación. Si dejamos a un lado las acusaciones absurdas -¿cómo se le ocurre ir justo cuando estalla el escándalo del Renave? ¿Cómo se le ocurre escoger precisamente el momento del fallo de la Suprema Corte sobre el financiamiento del 94?- algunas de las dudas o críticas pueden parecer sensatas y bien intencionadas. Para responder a ellas, conviene agruparlas en tres categorías principales: los cuestionamientos al mensaje, al momento y al manejo del viaje del Presidente electo. En orden creciente de importancia, responderé a cabo uno de estos cuestionamientos.

El manejo

El escepticismo ante el manejo de la gira se centra en tres preocupaciones: la cobertura de prensa, los ritos y gestos propios de un viaje de un virtual Jefe de Estado, y las innovaciones (o ausencia de las mismas) en el periplo. En lo tocante a lo primero, a juzgar por el punto de vista de los propios norteamericanos -desde un ex jefe de la Oficina de la Presidencia hasta un funcionario del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y pasando por un consultor político del presidente Clinton- hace años, si no décadas, que un mandatario mexicano o latinoamericano no recibía un trato semejante por parte de los medios estadounidenses. En cantidad y en calidad, la cobertura fue deslumbrante: fotos a todo color, por encima del pliegue, de Fox al lado de Clinton en los periódicos más importantes del país o de habla inglesa (Washington Post, New York Times, Los Angeles Times, Financial Times); reportajes de primera plana antes, durante y después de la visita (Wall Street Journal, Christian Science Monitor, New York Times, Washington Post, Los AngelesTimes); comentarios editoriales de apoyo a las propuestas más iconoclastas de Fox en los principales diarios (New York Times, Los Angeles Times, Financial Times); entrevista extendida de televisión en el principal noticiero de la élite política e intelectual del país (The Lehrer Report). Como bromearon los principales asesores de George W. Bush a los colaboradores de Fox en Dallas: "Dígannos cómo le hacen". Más allá de la cobertura en sí misma, sin embargo, lo notable fue la manera en que Fox logró fijar su agenda en los medios en Estados Unidos, en lugar de verse obligado a ceñirse a la agenda impuesta por los norteamericanos. La discusión en Estados Unidos hoy se da sobre las propuestas de Fox: a favor o en contra, alabándolas o rechazándolas, enmendándolas o mejorándolas, pero en torno a ellas. Conviene reflexionar sobre un dilema: sies razonable confiarle la reproducción de la cobertura norteamericana en México a reporteros nacionales quienes -porque no leen inglés o por simple flojera- se niegan a leer los editoriales del New York Times y exigen que se les resuma su contenido.

Los ritos y gestos de la visita generaron la misma impresión en cuanto a manejo se refiere. El primer acto público de Vicente Fox en Estados Unidos ya como Presidente-electo tuvo lugar en un pequeño restorán de Spanish Harlem en Nueva York, con una treintena de líderes de la comunidad mexicana-neoyorquina. Comunidad recién llegada y, por tanto, en su mayoría, indocumentada. El simbolismo de primero encontrarse con los paisanos, y después con ocho de los hombres de banca e industria más poderosos de Estados Unidos para una cena en un salón privado del Hotel St. Regis, no escapó a nadie allá, aunque sí a uno que otro reportero de aquí. De la misma manera, antes de reunirse con el gobernador de Texas, Fox se empeñó en juntarse con unos 40 dirigentes de las comunidades mexicanas de Dallas, en una sala del Museo de Arte dedicada a una notable exposición de Gunter Gerzso. La voz se corre entre las comunidades: Fox se entrevista con los potentados, éstos lo reciben y lo agasajan, pero antes escucha a sus compatriotas radicados en Estados Unidos. El potencial de buena voluntad y agradecimiento así sembrado es invaluable.

Los encuentros con las personalidades americanas revistieron también características de excepción. El vicepresidente Al Gore acogió a Fox en su casa, entre las baterías y las guitarras eléctricas de los varios músicos del hogar; interrumpió las breves vacaciones que se propuso disfrutar entre la Convención Demócrata y el inicio de la campaña presidencial después del Día del Trabajo (Labor Day), para conocer a quien espera sea su colega a partir del 20 de enero del año entrante. Clinton, por su parte, se saltó su almuerzo para conversar con Fox, y resistió incontables presiones de todo su gabinete y de la infinidad de agencias oficiales norteamericanas con un pliego petitorio para México, limitando el número de sus acompañantes a tres: la secretaria de Estado Madeleine Albright, el encargado de Seguridad de la Casa Blanca Sandy Berger, y el jefe de la Oficina de la Presidencia John Podesta. Mayor deferencia difícilmente se puede encontrar. Por último, George W. Bush viajó por la tarde desde Miami para encontrarse con Fox, y después seguir camino a El Paso; se organizó para acompañar al mexicano hasta la escalerilla de su avión, por cierto desplazándose ambos en una limosina escoltada por un despliegue policiaco y de seguridad propio del gigantismo tejano.

En cuanto a las innovaciones en el formato de un viaje de esta naturaleza, quizás el comentario más significativo fue la felicitación y el dejo de asombro manifestados al Presidente-electo mexicano tanto por el Primer Ministro Jean Chrétien de Canadá como por Bill Clinton a propósito de la iniciativa foxista de incluir a tres representantes de Organizaciones No Gubernamentales (ONG) en su comitiva, y de reunirse con un grupo diverso y nutrido de ONG tanto en Toronto como en Washington. Ojalá, comentó alguien en la reunión en la Oficina Oval, algunos colegas disiparan sus suspicacias frente a las ONG y aprovecharan su imaginación y activismo. De tal suerte que si del manejo se trata, la gira de Fox abriga un escaso parecido a la caricatura esgrimida en ciertos círculos.

El momento

Ahora bien, algunos comentaristas han aceptado la mayoría de los logros o de las novedades alcanzados por Fox en su viaje, pero cuestionan el "timing", es decir la oportunidad de realizarlo en estas fechas. Aducen que el momento era malo, pero no siempre responden a la pregunta clave: ¿para quién? Es cierto que para Al Gore y los demócratas en general, la visita de Fox y las posturas que sostuvo durante la misma pueden haber resultado incómodas; a ello sin duda se debe la impresión dejada entre muchos observadores que el vicepresidente le sacó menos provecho al encuentro con Fox que su contrincante republicano.

La explicación es relativamente sencilla: los demócratas, tradicionalmente más abiertos a las corrientes migratorias y étnicas, más flexibles en materia de lucha contra el narcotráfico, más cercanos al voto latino en general y mexicano-americano en particular, se hallan en una situación más delicada. Por un lado se ven obligados a proteger su flanco derecho y evitar que los republicanos los tachen de "blandengues" con los mexicanos ("soft on Mexicans") y los ataquen por no defender la frontera. Pero por el otro deben evitar un deslinde demasiado marcado frente a un Fox percibido como un especie de héroe cinematográfico por un sector importante de la comunidad hispana. Una encuesta entregada a Fox en Estados Unidos mostró que más del 56 por ciento de los norteamericanos había oído hablar de él y de su victoria el 2 de julio, la proporción aumentaba en el Oeste, es decir en California, donde el voto hispano puede ser decisivo para Gore. Mientras que Bush no debe ni teme nada por ese lado: su línea dura en materia de la pena de muerte y de la frontera le permite esquivar un distanciamiento con Fox sin ningún riesgo. De allí la paradoja detectada por varios comentaristas en Estados Unidos: si bien Gore y los demócratas albergan mayores simpatías para con las propuestas de Fox, Bush y los republicanos pueden permitirse el lujo de recibirlas con mayor agrado.

Todo esto para decir que si bien el momento americano no era idóneo para unos, resultaba atractivo para otros. Pero sobre todo, la definición del buen momento no puede residir únicamente en los avatares de la coyuntura política norteamericana. Para Fox la ventana era ésta: cuando siendo Presidente-electo no asumía mayores compromisos, no iba a negociar ni a cabildear, sino sólo a proponer ideas y tesis. Sin Congreso en sesión en Washington y antes del arranque real de las campañas, era mucho más factible obtener espacio en los medios y tiempo en las agendas. Ahora, dominó el escenario mediático norteamericano; más adelante, en pleno periodo electoral, quién sabe. Después hubiera sido prácticamente imposible ver en menos de 36 horas a Clinton, Gore y Bush, sin hablar del conjunto de personalidades con las que conversó Fox en Washington. Otro factor consistía en la necesidad de tomar en cuenta la agenda (ahora recortada, pero antes más abultada) de viajes del presidente Zedillo, y evitar cualquier simultaneidad de salida al extranjero con el primer mandatario. De tal suerte que las interrogantes sobre la oportunidad de la visita se antojan abstractas e indiferentes a la madre de todas las preguntas: ¿mal momento comparado con cuál otro?

El mensaje

Pero el asunto de fondo no estriba ni en el manejo ni en el momento, sino en el mensaje. Aquí es donde se logró el mayor éxito de la gira. En lugar de que los norteamericanos fijaran la agenda, y que los temas presentes en el imaginario social en relación a México fueran, como siempre, la corrupción, el narcotráfico, la violencia, el fraude electoral, la inseguridad, las violaciones a los derechos humanos, y toda la retahíla de denuncias acostumbradas (muchas de ellas válidas, por cierto), en esta ocasión fue el Presidente-electo de México quien determinó los términos del debate, sin por ello enfrentar a sus anfitriones. En las palabras de Al Gore, confiadas a la cadena Univisión por uno de sus asesores: "Preferimos toparnos con las ideas excesivamente grandes que con ideas demasiado pequeñas". Migración -es decir: mejor trato en la frontera; legalización de los que ya están; negociación de mayores flujos documentados para los que no han llegado; relajamiento de los controles al horizonte 2025-; fondos de cohesión social -para reducir la brecha salarial- y de infraestructura -para incrementar la competitividad de México y de toda Norteamérica-; fin a la certificación en materia de combate al narcotráfico: en una palabra, una agenda ambiciosa, audaz y profundamente mexicana. ¿Que no la aceptaron entera y de la noche a la mañana los estadounidenses? Sólo eso faltaba: que por primera vez hiciéramos un planteamiento de esta índole y que ellos dijeran: pásenle muchachos, cómo no. Hubo un mensaje claro, bien comunicado, congruente con las promesas de campaña ("remember" los jardineros) y con los intereses del país. Para 48 horas, a cuatro meses de la toma de posesión, es de preguntarse si se pude pedir más. Y en todo caso, con este conjunto de elementos de un universo complejo y abigarrado, el lector puede formarse tal vez una opinión más fundada sobre el éxito del viaje de Vicente Fox.

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 Publicado en Reforma, 28 agosto 2000


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