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José Herrera Peña

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XVII. La biblioteca confiscada

1. SUS LECTURAS

Ya es tiempo, según los inquisidores, de elevarse hasta la altura espiritual del condenado, que es al espíritu lo que van a condenar.

En el expediente que tienen ante la mesa, aparece una larga lista de autores. Después de consultarse entre sí, en voz baja, el doctor don Manuel de Flores se dirige a él para preguntarle: "qué libros ha leído", a lo que éste responde con voz firme "que los libros que ha leído, en estos últimos tiempos, han sido concisos y gacetas, y que antes, leyó el Grosin, Echarri, Benjumea y Montenegro, y otros, que no se acuerda".

La biblioteca del Maestro Hidalgo ha sido reconstruida, en parte, gracias a sus escritos; a su declaración ante el tribunal y al testimonio judicial de uno de sus amigos y discípulos: don Martín García de Carrasquedo. La de Morelos, a su deposición ante el tribunal de la Inquisición, a la relación de libros contenidos en dos huacales confiscados por las tropas enemigas, al acta de acusación del promotor fiscal del Santo Oficio y al inventario de los muebles de su casa en Valladolid, levantado por su cuñado don Miguel Cervantes.

De acuerdo con su declaración, antes, es decir, durante su estancia en Nocupétaro, a la luz temblorosa de las velas, leyó a los autores que citó y a otros que no recordó. Y durante la guerra (en estos últimos tiempos) folletos, opúsculos, gacetas, periódicos, manifiestos, proclamas, etc.

En el primer caso, con tiempo suficiente, consultó obras lingüísticas, jurídicas, filosóficas y teológicas. En el segundo, en medio de los avatares belicos, literatura política.

Por otra parte, el maestro don Alfonso Noriega, en su estudio Los Derechos del Hombre en la Constitución de 1814, aporta un dato que merece ser puesto de relieve. "El doctor Martínez Báez -dice- ha localizado el inventario de las pertenencias de Morelos -que incluye sus libros- y que se levantó después de su aprehensión y fusilamiento. El examen y análisis de los libros, que por cierto acompañaron al héroe en todas sus campañas, es de un interés primordial".

No deja de ser conmovedor que ese supuesto hombre rudo e ignorante llevara en su equipaje no sólo sus efectos personales y sus archivos, sino también sus libros de consulta. ¿Cuáles son éstos? ¿Qué clase de biblioteca arrastró consigo por la ancha geografía de sus campañas? ¿Cuáles fueron los autores de su preferencia? ¿Qué ideas de ellos hizo suyas?

El inventario bibliográfico rescatado por Martínez Báez y publicado por Herrejón suma 90 volúmenes, que corresponden a 57 obras en total, y refleja en cierto modo su paso por las aulas.

Consiguientemente, su acerbo podría dividirse en tres partes. Primero, la sección de Gramática y Retórica e incluye 8 obras de lenguas y diccionarios. Segundo, la de Filosofía y Derecho, con 3 obras en cada rama y 4 diversas. Y ltercero, la de obras del Seminario e incluye 5 obras de Teología Moral, 1 de Teología Escolástica, 13 de Teología Dogmática, 5 de Oratoria Sagrada y 6 de Crítica, Historia, Biografía y Guadalupanismo, así como 4 diversas y 4 no identificadas.

Encuéntrase además, en una sección diferente, un grupo de periódicos y gacetas, en 8 tomos.

Luego, cuando el fiscal del Santo Oficio acusó a Morelos de tener ideas heréticas, expresó que, además de las enseñanzas de Pedro Bayle, el reo estaba "imbuido de las máximas fundamentales del heretical pacto social de Rousseau y demás pestilencias de Helvetio, Hobbes, Spinoza, Voltaire y otros filósofos reprobados por anticatólicos y anatemizados por la Iglesia".

Morelos, desde luego, conocía las obras anteriores. En su casa de Valladolid no fueron encontradas, porque estaban prohibidas, pero seguramente las leyó. Ni el Maestro Hidalgo, ni el juez Abad y Queipo, ni el cura de Carácuaro, ni otros muchos dejaron evidencias que los delataran.

Por el contrario, de las obras que escaparon al saqueo en la biblioteca particular de Morelos, en su casa de Valladolid, se encontraron únicamente cuatro: una de Dogmas, en dos volúmenes; una de Cánones, también en dos; una de Derecho y la última de Oratoria Sagrada.

Morelos, pues, era un ávido lector, pues aunque la lista es incompleta, de ningún modo es breve...

 2. LA LICITUD DE MATAR

Hidalgo, el catedrático de Filosofía y Teología de San Nicolás, citó en su defensa a diez autores ante el tribunal de Chihuahua. Morelos, por su parte, a cuatro. ¿Quiénes son éstos? ¿Quiénes son Grosin, Echarri, Benjumea y Montenegro, invocados por el segundo de los ilustres acusados?

El Grosin es un Prontuario de Teología Moral prescrito en los estatutos del Seminario Tridentino de Valladolid. La obra -según Herrejón- fue escrita por el dominico español Francisco Lárraga y reformada por Francisco Santos y Grosin. "Su texto -dice- alcanzó una enorme difusión. Se prestaba a un fácil aprendizaje, resultaba práctico para los que tenían cura de almas y doctrinalmente sus diversas ediciones se fueron adaptando a las normas pontificias y regias".

Las manos de Morelos fueron ungidas para bendecir, no para matar. Por tal razón, el promotor fiscal del Santo Oficio lo acusó de haber pasado de la condición de pastor a la de "lobo carnicero".

¿Tuvo el héroe algún conflicto espiritual a este respecto? Aparentemente sí, al principio. Sus dudas se pusieron de manifiesto al pedir al general Hidalgo que lo aceptara como capellán de su ejército, nada mas; no como soldado.

Sin embargo, después de su conversación con el Maestro, dichas dudas quedaron disipadas; renunció a su condición clerical y aceptó la comisión política y militar que le diera su jefe, en nombre de la nación, porque la causa era justa.

Dicha comisión, además, le sería autorizada por la mitra de Michoacán con la recomendación de que procurara evitar, "en lo posible", la efusión de sangre.

Ser "lobo carnicero", pues, era estar al servicio de la justicia. El derramamiento de sangre era justo. Así lo había aprendido en la escuela. Es lo que había leído en sus libros. Es lo que le habían enseñado sus maestros, entre ellos, el propio Hidalgo.

En la obra comentada arriba se tratan dos temas que saldrían a relucir en noviembre de 1811 en la polémica entre el general Morelos y el obispo Campillo, de Puebla: uno, la licitud para privar de la vida a otro hombre, y otro, la irregularidad de su estado clerical así como su dispensa; temas que volverían a plantearse en el tribunal de la Inquisición.

Con respecto a lo primero, es decir, a la licitud del homicidio, se lee en el Prontuario:

"Pregunta: ¿es lícito matar en algunos casos?"

 "Respuesta: es lícito en tres casos: auctoritate Dei, auctoritate publica justitiae, y cuando se mata al agresor vim vi repellendo cum moderamine inculpatae tutelae...

 "Auctoritate publica justitiae, es lícito matar a los malhechores, como se ve cuando el juez sentencia a muerte a un malhechor. Y también por autoridad pública es lícito matar en guerra justa".

En octubre de 1810, la mitra de Valladolid, a través de su gobernador, el conde de Sierragorda, concedió oficialmente permiso a Morelos para lanzarse a la guerra justa por la independencia nacional.

Ir a la guerra implica matar o ser muerto. La única condición que le puso el canónigo fue la de que procurara evitar, en lo posible, la efusión de sangre. El conde no era un aventurero ni un irresponsable, sino un buen teólogo. Lo que pasa es que no era un inquisidor gachupín sino un eclesiástico criollo.

 En relación con el segundo tema, el de la irregularidad de su condición clerical y su dispensa, trátase de la inhabilidad para ejercer el ministerio por decisión propia, pero que debe ser dispensada, en última instancia, por el Papa.

En enero de 1811, al derramarse la primera sangre en sus dominios, Morelos "se reconoció irregular", es decir, se declaró inhábil para ejercer el ministerio del culto. A partir de ese momento, abandonó no sólo los hábitos religiosos -por decisión propia- sino también sus inmunidades y privilegios. Habían quedado establecidas las condiciones expuestas en el Prontuario de Teología Moral.

En noviembre de 1812, el obispo de Puebla le reprochó que anduviera en actividades que implicaban la muerte de seres humanos y que podían acarrear la suya propia. "Vuestra Eminencia Ilustrísima -le replicó Morelos-, con los teólogos, me enseña que es lícito matar en tres casos". Luego entonces, lo que estaba haciendo estaba moral y teológicamente justificado.

Poco después, en enero de 1813, desde Oaxaca, precisó los tres casos: "Nadie podrá quitar la vida al prójimo -ordenó-, ni hacerle mal en hecho, dicho o deseo, en escándalo o falta de ayuda en grave necesidad, si no es en los tres casos lícitos: 1) de guerra justa, como la presente; 2) por sentencia del juez a los malhechores, y 3) al injusto invasor, con la autoridad y las reglas debidas".

Así que cuando fue acusado en la Inquisición de haberse manchado sus manos de sangre, sin temor de la irregularidad y demás penas canónicas, respondió que desde enero de 1811 se había "reconocido irregular", sin ningún temor, y además, "que tenía los homicidios por justos y lo mismo la guerra", por lo cual su actuación política y militar estaba de sobra justificada, como justificadas también habían quedado las muertes ocurridas por su causa.

3. LOS TEÓLOGOS CITADOS

Francisco Echarri, el segundo autor citado en su declaración, "fue un franciscano español -dice Herrejón-, también moralista, de fines del siglo XVII. Escribió dos obras, Directorio Moral e Instrucción y Examen de los Ordenandos. Ejemplares de ambos títulos todavía se encuentran en las antiguas bibliotecas eclesiásticas, particularmente en Michoacán. La lectura de Echarri había sido recomendada por uno de los más activos promotores de las reformas ilustradas en el obispado de Valladolid: José Pérez Calama".

En el Directorio se leen algunas frases que describen a Morelos de cuerpo entero. He aquí una de ellas: "Los eclesiásticos y particularmente los párrocos están obligados por el derecho natural y el canónico no sólo a socorrer a los pobres en las necesidades extremas y graves, sino en las comunes y ordinarias. Deben patrocinar y socorrer a los huérfanos y a las pobres viudas, procurando ser su defensor y abogado, pues los puso Dios para refugio de todos los que necesitan socorro".

Otro texto que refleja fielmente el espíritu de Morelos es el siguiente: "Aunque con riesgo de perder su propia vida, está obligado el párroco sub mortali a administrar los sacramentos en tiempo de grave necesidad. Y así, no puede desamparar su parroquia en tiempo de epidemia y pestilencia, sino que la debe asistir personalmente..."

Esta obra fue inspirada por la carta que San Jerónimo envió a Nepociano, la cual sería traducida por el Maestro Hidalgo del latín al castellano, "con algunas notas para su mejor inteligencia".

Blas de Benjumea, el tercer autor citado por Morelos, franciscano español como el anterior, escribió entre otros un Tratado de Matrimonio. En la Inquisición, Morelos fue acusado de fomentar los concubinatos, "como lo son ciertamente todos los matrimonios" celebrados sin la presencia de párrocos realistas, sino sólo con los de "su partido".

Morelos, apoyándose en Benjumea, replicó al fiscal que no eran concubinatos sino matrimonios en legal y debida forma. Argumentó que, en casos ordinarios, basta la presencia de un eclesiástico, cualquiera que sea su partido o nacionalidad, para que el matrimonio se convalide; pero en casos extraordinarios ni siquiera es necesaria dicha presencia, ya que un laico puede actuar como testigo para que dicho acto sea válido.

"En Polonia -dijo Morelos- se levantó una provincia (contra el gobierno central establecido) y habiendo los sacerdotes religiosos que había entre ellos (entre los rebeldes) administrado sacramentos y celebrado matrimonios, el Papa no sólo lo aprobó sino alabó su celo". Acusarlo de ir contra la moral era acusar al Papa.

Alonso de la Peña y Montenegro, el cuarto autor citado en su declaración, fue obispo de Quito y autor de un Itinerario para párrocos de indios; magna obra de antropología social en la que se describen la naturaleza y costumbres de los indios, así como todo lo relacionado con sus privilegios, tributos, defectos en el trato, idolatría, hechiceros, sueños, embriaguez, fe y doctrina, conquista, encomenderos, caciques, corregidores y jueces de residencia, mineros, trapiches y obrajes. En el difícil trato con los naturales, tal obra pudo haberle servido a Morelos de guía; primero, en Carácuaro, en su labor de cura, y después, en el resto del país, como general del ejército y gobernante.

Además de los mencionados, leyó otros autores cuyos nombres no recordó. Herrejón incluye los de Nebrija y Goudin. "En el Tridentino -dice- seguíase la Gramática llamada de Nebrija, que en realidad era un epítome compuesto por el jesuita Lacerda... Morelos había llegado prevenido a San Nicolás: desde los días de Tahuejo de manera autodidacta había estudiado el Nebrija. Sus estudios en latín serían brillantes. Y todavía sin concluir la Teología Moral, la necesidad económica lo hizo repasar y acrecentar sus latines para ser maestro de esta asignatura y de Retórica en Uruapan durante dos años".

Por otra parte, según los estatutos del seminario, en la cátedra de Artes o Filosofía,debía seguirse el texto del dominico francés Antonio Goudin, que expone con fidelidad la doctrina aristotélico-tomista y que fuera demolido por la crítica del rector de San Nicolás Miguel Hidalgo. Su discípulo Morelos lo tenía en su casa de Valladolid; el "Goudin trunco", en dos tomos de a folio, según se lee en el inventario levantado por su cuñado don Miguel Cervantes.

4. LAS OBRAS DE CAMPAÑA

Ya se hizo referencia a los 90 volúmenes correspondientes a 57 obras enviadas en 1815 por "Su Alteza Serenísima", don José María Morelos, a Ajuchitlán, en dos huacales.

Se ignora quién los recibió en ese lugar y cómo fueron a dar a manos de los españoles. En todo caso, esta biblioteca -como se expuso antes- revela los pasos de Morelos por las aulas de Valladolid en Gramática, Filosofía y Teología, así como su enriquecimiento a lo largo del tiempo para atender nuevas necesidades.

"Llaman la atención -dice Herrejón- los diccionarios y las gramáticas del inventario: tres de lenguas orientales (hebreo, japonés y tagalo); dos de lenguas americanas (una mexicana y otra cora); un (diccionario) latino-griego, otro latino-italiano-francés, y otro castellano.

"La formación y el magisterio de Morelos explican la existencia de los diccionarios latinos. Pero el hebreo y el griego se avienen más con un escriturista que con el cura de Carácuaro. Los contactos de Morelos y compañía con gente de Filipinas en Acapulco podrían dar razón de la gramática tagala y aún de la japonesa, mientras que las comunidades náhuas por donde pasaba la insurgencia podrían explicar la presencia del correspondiente diccionario y gramática.

"En cambio, resulta extraño el vocabulario en lengua cora, a menos que se ligue con la navegación de San Blas a Acapulco".

En Filosofía aparecen dos obras (además del "Goudin trunco", dejado en casa): un tomo de a folio en pergamino de Platón, y un tomo de a cuarto, el Cursus Filosofix Philosophia (sic), de Francisco Palanco, "español de la congregación de los mínimos", al decir de Herrejón, que impugna las nuevas corrientes representadas en España por seguidores del francés Manuel Maignan.

Ignorase la influencia que pudo ejercer esta última obra en Morelos; en cambio, la de Platón fue manifiesta en su formación moral.

En este mismo rubro de Artes o Filosofía también podrían incluirse cuatro obras diversas:

a) un tomo de a octavo, Fábulas, de Fedro, de las cuales extraería enseñanzas y moralejas para su trabajo diario de persuasión y convencimiento en su magisterio, en su curato, en su ejército

b) un tomo de a folio, Arte de Canto Llano, de Navas, posible colección de cantos gregorianos;

c) cuatro tomos de a folio, In Sententia, de Estio, posible colección de frases de autores célebres sobre asuntos varios,

d) y un tomo de a cuarto, Curcio, probablemente Quinto Curcio, que narró las hazañas de Alejandro Magno.

A propósito de esta última obra, habra que recordar lo siguiente: en ocasión de la actitud levantisca de los negros en Jamiltepec, que querían desatar una guerra de castas en 1813, Morelos ordenó a Nicolás Bravo que los reprimiera sin consideración de ninguna clase, como antes lo hiciera él mismo con la que promovieran en la costa chica David y Tabares, a los que mandaría fusilar sumariamente.

Al criticarlo el historiador Bustamante por su rigidez y severidad, el general Morelos se apoyó precisamente en Curcio para darle una enérgica respuesta.

Después de reprochar a su crítico "su alma de cera", invocó a tres grandes hombres de la historia universal que habían hecho lo que él en condiciones parecidas: Alejandro, "que escarmentó a los pueblos bárbaros para solemnizar las exequias de Efesión"; David, que a pesar de ser "tan justo y piadosísimo" fue igualmente severo en casos semejantes, y César, que no era generoso más que en ocasiones "por mera política e hipocresía..."

 

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