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José Herrera Peña

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XIV. SU ROSTRO

1. SU APARIENCIA FÍSICA

A estas alturas, los jueces inquisidores, doctores don Manuel de Flores y don Matías Monteagudo, con el expediente personal de Morelos abierto sobre la gran mesa ante sí, ya tienen una buena idea del hombre al que han escuchado y van a condenar. Ya conocen su vida pública y privada antes de la guerra; ya están informados de su carácter, sus relaciones y sus sentimientos. Falta aún un punto muy importante; para ellos, el más importante de todos: conocer sus ideas, sus lecturas, sus interioridades intelectuales.

Antes de tocar el tema, se consultan entre sí, en voz baja, para sacar conclusiones y esbozar el plan a seguir. Ya ha quedado descrita su apariencia física y anotadas en actas sus declaraciones y demás particularidades que les han interesado. Ante ellos se encuentra un hombre de mediana estatura; "grueso de cuerpo y cara -dice el acta-; barba negra poblada; un lunar entre la oreja y extremo izquierdo, y una cicatriz en la pantorrilla izquierda". Esa cicatriz es el resultado probable de una caída de caballo: quizá en Apatzingán, al perseguir a un toro, como dice Alamán; quizá en Churumuco, causada por el accidente que, dada la debilidad de su condición, lo volviera a postrar en su lecho de apestado y le impidiera asistir a los funerales de su madre; quizá en algún otro lugar, durante alguna de sus campañas militares...

Una mala tradición nos ha entregado un busto de Morelos con la nariz chata y los labios abultados, un poco al estilo olmeca o negroide. Los artistas han querido transponer, con poco éxito, el simbolismo del pasado prehispánico a la faz del héroe. Mi admirado Maestro Alfredo Zalce parece ser el campeón de los pintores que han seguido la línea de lo monstruoso.

¿Cómo fue en realidad? En cuanto a la estatura, el secretario Chevarri dejó constancia en el acta de que era un hombre de "poco menos de cinco pies", lo que equivale a menos de metro y medio.

El doctor Nicolás León corrigió el error, con base en los estudios que hizo personalmente sobre la casaca del héroe -actualmente en el Museo Nacional de Historia-, de acuerdo con los cuales, era en efecto "grueso de cuerpo", teniendo una cintura aproximada de 97 centímetros, o sea, un poco más de 38 pulgadas, y una altura de un metro sesenta y un centímetros; no la de un metro y medio, que lo hubiera hecho tener "una figura casi grotesca -dice León-, lo que no dice ninguno de sus contemporáneos que de él se ocupa".

2. EL RETRATO OFICIAL

Por lo que se refiere a su rostro, a pesar de los múltiples retratos que supuestamente lo reflejan, en realidad no hay más que dos fiables y seguros. El primero es una tela al óleo del indio mixteco Valencia, a fines de 1812, para el cual posó el propio Morelos con el uniforme de capitán general, obsequio del mariscal Matamoros, igual al de los generales españoles, el cual se puso una sola vez, en Oaxaca, para asistir a la ceremonia para jurar obediencia a la Suprema Junta Nacional Americana. El segundo, un grabado para el cual no posó sino se hizo a partir de un busto en cera que le modeló el escultor Francisco Rodríguez -probablemente cuando el mixteca pintaba su retrato- en el que luce también el uniforme de referencia.

En el primero cuelga de su cuello un pectoral de oro, remitido originalmente al obispo Campillo, de Puebla, pero confiscado por las tropas nacionales. "El cura Sánchez -dice Alamán-, que cogió esta alhaja, la regaló a Morelos, quien agregó a la extremidad de la cruz una medalla de oro de la virgen de Guadalupe. Tiene además un cordón de oro del que está suspendido el sable, y en el sombrero montado que lleva bajo el brazo se ve la cucarda azul celeste y blanca adoptada por los insurgentes". El gobierno español tuvo la cortesía de devolver el óleo a nuestro país en 1910, en ocasión de celebrarse el centenario de la iniciación de la lucha por la independencia, así como el uniforme y otros objetos, no así el sombrero montado, ni el bastón, ni el pectoral de oro.

En el lienzo de Valencia aparece el rostro de Morelos, la cabeza cubierta con una pañoleta negra. Es, en efecto, "grueso de cuerpo y cara". Se sabe ya que tiene la barba negra y poblada, lo que acentúa el color oscuro de su piel. Ojos negros almendrados. Sus cejas negras y abundantes se encuentran en el centro de la frente. Su nariz es recta y levantada en punta, aunque un tanto desviada, a causa de un probable golpe, quizá la caída del caballo. Su boca es regular y muy cercana al nacimiento de la nariz. Labios, el inferior más grueso que el superior. Mentón saliente, barba partida, frente vertical, aparentemente amplia, cubierta parcialmente por el gorro negro. Patillas largas y abundantes. Cara gruesa y oval.

Los rasgos son suyos. Se reconoce fácilmente su rostro. Sin embargo, es necesario tomar en cuenta las condiciones en que fue hecho. Su autor no fue un pintor europeo, sino un indio mixteca. Es bien sabido que para estos artistas, lo simbólico es más fuerte que lo real; el atuendo, más que la persona; el color, más que la forma. En los frescos de Bonampak o en los bajorrelieves de Monte Albán, los ropajes, los colores, las posturas, varían; el rostro es siempre el mismo. Esta tradición pervive en este retrato, en que, a pesar de su técnica europea, lo accesorio es más importante que lo principal. El uniforme bordado está mejor resuelto que el cuerpo. Los colgajes de oro, mejor reproducidos que la caricaturizada mano. El cuello de la casaca y el pectoral de oro, mejor pintados que el oído. El rostro, por consiguiente, siendo el de Morelos, sufre por falta de realismo.

A pesar de todo, éste es su retrato oficial.

3. OTROS DOS RETRATOS

Todos los demás retratos que se conocen, se oponen y niegan la imagen descrita anteriormente. ¿Para qué contemplarlos?

Uno de ellos, sin embargo, merece comentario aparte por el crédito que se le ha dado. Es el que publicó en su Historia de México don Lucas Alamán. Dice que, preso el héroe en La Ciudadela, se le hizo un retrato con su traje ordinario, es decir, como vestía cuando estaba preso, no con el militar. "Todos los que conocieron a este hombre célebre dicen ser muy parecido este retrato", hecho por un tal Rodríguez.

A pesar de lo asegurado por Alamán y de lo serio de sus investigaciones, dicha reproducción debe aceptarse con cautela. No existe ningún antecedente, ni dentro ni fuera de los juicios que se siguieron a Morelos, que autorice a pensar que se le haya hecho en dichos calabozos o en otros. Los expedientes de los procesos a los que fue sometido el héroe, así como toda la correspondencia oficial que se mantuvo durante sus prisiones, no mencionan ni de lejos tal posibilidad. De haber sido así, este retrato hubiera ido a parar a España acompañando a las copias de los procesos, lo que no ocurrió. No se envió ningún busto, ningún retrato en cera, ningún original, ningún grabado, ninguna copia, ningún lienzo, salvo el del oaxaqueño arriba referido de Valencia.

Por otra parte, el historiador citado no conoció a Morelos personalmente y tampoco señala quiénes fueron sus informantes. Y Rodríguez, el que lo hizo, no parece haber sido grabador sino escultor. El parecido del retrato con "este hombre célebre", por consiguiente, debe aceptarse con reservas.

Se trata de un perfil derecho que ostenta, en términos generales, los mismos rasgos que el retrato judicial trazado por el secretario Chevarri y, si se quiere -forzando un poco las cosas-, los de su retrato oficial, pero mal hechos, deformes, caricaturizados. Cubre su cabeza con un pañuelo claro. Sus ojos, hundidos y saltones. El mentón irregularmente prominente. La boca, increíblemente pequeña. Y su papada, abundante; que la tenía, pero no tan exagerada. Más que un retrato, es una grotesca caricatura.

Bustamante, en cambio, que sí lo conoció y trató de cerca en 1813 -unos días por lo menos-, publicó en su Cuadro Histórico una lámina con el rostro de Morelos tomado casi de frente. Esta imagen es mucho más aceptable que la anterior. "Con no poco trabajo -dice- he podido conseguir que se grabe el retrato de este hombre extraordinario, cuyo busto en cera me franqueó la generosidad de don Francisco Rodríguez, excelente profesor en este arte".

He aquí al artista Rodríguez, quien no grabó el supuesto retrato al que se refiere Alamán, sino sólo hizo el busto en cera que sirvió de modelo a la litografía de Bustamante; retrato elaborado con técnica fotográfica, no simbólica.

El busto que sirvió de modelo no fue acabado cuando Morelos estaba en prisión sino en la gloria de su carrera militar, como se advierte por el ropaje del grabado. No viste traje de civil, como en el dibujo de Alamán, sino de capitán general, como en el óleo de Valencia. No porta el pectoral de oro que aparece en su retrato oficial, pero sobresale el alto cuello de su uniforme, el cual, a diferencia del retrato del indio mixteca, no llega hasta la mitad del oído sino hasta antes de su nacimiento. Dicho oído, por otra parte, está dibujado en forma normal.

Este grabado es excepcional, además, porque está tomado de frente, no de tres cuartos ni de perfil, y porque no tiene ningún gorro, ninguna mascada, ningún paliacate o pañuelo en la cabeza. Esto permite distinguir su frente vertical, amplia, con entradas bastantes profundas, signos de incipiente calvicie. El pelo está peinado hacia adelante para cubrirla un poco. Su rostro es grueso y ovalado, y -como en el retrato de Valencia- sus ojos grandes y almendrados, aunque menos oblicuos; sus cejas, pobladas; sus patillas, largas y abundantes; su nariz, recta; su boca, regular; su mentón, ligeramente partido, y su papada disminuida. Añádase lo que ya se conoce: su barba negra poblada, su color moreno y sus ojos oscuros, y se tendrá una aproximación más a la faz del héroe.

El boceto publicado por Bustamante, se repite, no tuvo como modelo la persona de Morelos, sino el busto que le hizo Francisco Rodríguez, para el cual posó el general probablemente al mismo tiempo que para el indio Valencia. Sin embargo, su parecido no sólo con dicho busto sino con el mismo original debe haber sido tan fiel, que el cronista no dudó en reproducirlo en su obra a título de "retrato de este hombre extraordinario..."

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