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Capítulo III La herencia 1. LA CAPELLANÍA DE PEDRO PÉREZ PAVÓN De Apatzingán "volvió a Valladolid -declaró
Morelos- y estudió". Sus biógrafos se muestran perplejos acerca
de este inexplicable y tardío retorno. Sólo aciertan a decir que, sin
saber cómo ni por qué, deja la agricultura para internarse en el
Seminario, en donde obtiene "al vapor" los hábitos del
sacerdocio. Nada más irreal e inexacto. No ingresa al
Seminario sino al Colegio de San Nicolás. No busca una sotana clerical
sino un birrete universitario. Es el ingeniero José R. Benítez el que
aclara el misterio de su regreso. Lo que ha ganado el labrador de la
Tierra Caliente durante los diez años anteriores ha servido no sólo
"para mantener a su buena madre" -en frase de Bustamante- sino
también, como antes se señaló, para hacer algunos ahorros, cuya suma
es ya suficiente para sostener sus estudios -medios y superiores- en el
instituto académico a cargo del rector don Miguel Hidalgo y Costilla. Además -y éste es el aporte de Benítez-, el
joven ranchero tiene fundadas esperanzas en recibir, en poco tiempo, la
herencia de una capellanía que garantice la realización completa de
sus planes educativos. ¿Qué es una capellanía? Trátase de una
cantidad de dinero dejada al morir en manos del clero a fin de que éste
se encargue de pagar una renta perpetua a su sucesor, a razón del cinco
por ciento anual sobre el principal. La única carga para el
beneficiario es la de sostener un buen número de misas por el eterno
descanso del alma del testador. En este caso, la capellanía -de 4,000 pesos-, fundada por un antepasado de Morelos -su bisabuelo materno- en favor de su único hijo -su abuelo-, debía ser transmitida a la muerte de éste a uno de sus descendientes más directos, que permaneciera soltero y consagrara su vida a los estudios eclesiásticos. Sus frutos sumaban originalmente 200 pesos anuales, poco más de 16 pesos mensuales, de los que se deducían ciertos gastos. Esta renta ad vitam había sido ya recibida por su abuelo materno, el profesor don José Antonio Pérez Pavón, "que tenía escuela en Valladolid"; el cual, por cierto, sería el primer heredero, por haber sido el hijo único del fundador de la capellanía. Luego, en 1778, a los dos años de su fallecimiento, se transmitiría a Antonio Conejo -de la segunda generación-, originario de Pátzcuaro, del cual ya se habló: hijo de doña Bárbara Pérez Pavón y de don Manuel Martínez Conejo; pues doña Bárbara había sido hija, a su vez, de don Sebastián Pérez Pavón, uno de los hermanos del legatario original. El capellán Conejo había gozado los frutos de su herencia durante diez años, de 1778 a 1888, hasta perderlos recientemente, por abandonar tanto los estudios como la soltería. En 1790 se presentan tres nuevos aspirantes a la
sucesión, todos pertenecientes a la tercera generación: José Joaquín
Carnero, de 15 años de edad; Tiburcio Esquiros, de edad ignorada, y José
María Morelos, de 24. Todos están dispuestos a llenar las condiciones
exigidas por el testador: permanecer solteros y dedicarse s los
estudios. Joaquín Carnero alega preferencia, por ser descendiente legítimo -en segundo grado- de María Pérez Pavón, hermana del fundador del legado. Tiburcio Esquiros, por su parte, es descendiente de otro de los hermanos del fundador, don Francisco Pérez Pavón, y considera que debe ser el beneficiario, por haber ordenado el testador original que se prefiriera "el hijo de varón al de hembra", y él es descendiente de un hermano, no de una hermana del primer legatario. Y José Ma. Morelos, por último, argumenta ser descendiente directo don Pedro Pérez Pavón, fundador de la capellanía, bisabuelo suyo por línea directa -no de uno de sus hermanos o hermanas-, así como del primero de los beneficiarios, su abuelo don José Antonio Pérez Pavón; por lo que cree que el agraciado con el fallo debe ser él. 2. EL JUEZ DE TESTAMENTOS, CAPELLANÍAS Y OBRAS PÍAS. El asunto debe ventilarse en el juzgado de testamentos, capellanías y obras pías, a cargo del señor licenciado don Manuel Abad y Queipo, europeo, hijo ilegítimo del conde de Torena; el mismo que, algunos años después, llegaría a ser obispo electo de Michoacán, enemigo implacable de la independencia y rayo tronante sobre las cabezas de Hidalgo y Morelos. De los fulminantes edictos de excomunión dictados
contra ellos, se conoce sólo el decretado contra Hidalgo. ¿Qué pasó
con la excomunión de Morelos? El promotor fiscal del Santo Oficio, al
acusar a éste de hereje, le pidió que no negara haberse enterado de su
contenido. Sin embargo, Morelos lo negó: de haberlo conocido, habría
tenido cumplida respuesta. Las constancias del proceso señalan que el
documento de excomunión se halla agregado al acta de acusación; pero
éste no aparece en el expediente. Hasta la fecha, ignórase su texto.
No debe haber sido muy diferente al que decretó contra Hidalgo, una auténtica
belleza literaria. "Por la autoridad de Dios Todopoderoso, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, de la inmaculada virgen María y patrona del
Salvador y de todas las vírgenes celestiales, ángeles, arcángeles,
tronos, dominios, profetas y evangelistas, de los santos inocentes que
en la presencia del Cordero son hallados dignos de cantar el nuevo coro
de los benditos mártires y de los santos confesores, de todas las
santas vírgenes y de todos los santos juntamente con el bendito elegido
de Dios: ¡Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, ex-cura del pueblo
de Dolores! Le condenamos y anatemizamos desde las puertas del Santo
Dios Todopoderoso, le separamos para que sea atormentado, despojado y
entregado a Satán y a Abirón, y con todos aquéllos que dicen al Señor,
apártate de nosotros, no deseando tus caminos; como el fuego se apaga
con el agua, así se apague la luz para siempre, a menos que se
arrepienta y haga penitencia. Amén. "Que el Padre que creó al Hombre, lo maldiga;
que el Hijo que sufrió por nosotros, le maldiga; que el Espíritu Santo
que se derrama en el bautismo, le maldiga; que María Santísima, virgen
siempre y madre de Dios, le maldiga; que todos los ángeles, príncipes
y poderosos y todas las huestes celestiales, le maldigan; que San Juan
el precursor, San Pedro, San Pablo, San Andrés y todos los otros apóstoles
de Cristo juntos, le maldigan; que el santo coro de las benditas vírgenes,
quienes por amor a Cristo han despreciado las cosas del mundo, le
condenen; que todos los santos que desde el principio del mundo hasta
las edades más remotas sean amados por Dios, le condenen. Sea condenado
Miguel Hidalgo y Costilla en dondequiera que esté, ya sea en la casa,
en el campo, en el bosque, en el agua o en la iglesia. "Sea maldito en vida y muerte. Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo. Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento, sediento, ayunando, durmiendo, sentado, parado, trabajando o descansando. Sea maldito interior y exteriormente. Sea maldito en su pelo. Sea maldito en su cerebro y en sus vértebras, en sus sienes, en sus mejillas, en sus mandíbulas, en su nariz, en sus dientes, en sus muelas, en sus hombros, en su boca, en su pecho, en su corazón, en sus manos y en sus dedos. Sea condenado en su boca, en su pecho, en su corazón, en sus entrañas y hasta en su mismo estómago. Sea maldito en sus riñones, en sus ingles, en sus muslos, en sus genitales, en sus caderas, en sus piernas, en sus pies y uñas. Sea maldito en todas sus coyunturas y articulaciones de todos sus miembros; desde la corona de la cabeza hasta la planta de los pies, no tenga un punto bueno. Que el Hijo de Dios viviente, con toda su majestad, lo maldiga, y que los cielos en todos sus poderes que los mueven, se levanten contra él, le maldigan y le condenen, a menos que se arrepienta y haga penitencia. Amén. Así sea. Amén". 3. LAS PRIMERAS PROMOCIONES Tal es el juez en cuyas manos la señora Pavón ha puesto el destino de su hijo. En abril de 1790, la dama se presenta ante el tribunal y reclama, a nombre de su descendiente -aún en Apatzingán- el reconocimiento de sus derechos. La seguridad y precisión de sus comparecencias, su desenvoltura para actuar y su facilidad para expresarse por escrito, despertaron el asombro de Benítez. Tres meses después -el 13 de julio- a quien se observa es a su propio hijo, presentando ante la autoridad diversas pruebas testimoniales para fundamentar su demanda. Quedan en el expediente respectivo varios escritos o, en la terminología de los litigantes, varios ocursos, fechados el 10 de septiembre y el 6 de octubre, que permiten descubrir a un hombre que redacta con soltura, se expresa con propiedad y se funda en Derecho. Un joven así, de 25 años todavía no cumplidos; que asume por su propio derecho la defensa de sus intereses jurídicos ante los tribunales, es imposible imaginarlo como el arriero ignorante o el vaquero analfabeta que nos ha entregado la leyenda. El que surge ante nuestros ojos es más bien un labriego educado, bien preparado, quizá vestido modestamente y con la piel tostada por el sol de la Tierra Caliente, pero con una base educativa no desdeñable... 4. SOLICITUD DE INSCRIPCIÓN EN SAN NICOLÁS. Puesto que una de las condiciones del testador es
que el aspirante a la capellanía se consagre a los estudios, Morelos
presenta su solicitud de inscripción al Colegio de San Nicolás, cuyo
rector -según ya se dijo- es el Maestro don Miguel Hidalgo y Costilla.
El empleado que lo atiende le pregunta nombre, edad, origen y casta.
Cuestión de rutina. En las ciudades y colegios españoles -entre ellos
el de San Nicolás-, tienen derecho a estudiar sólo los hijos legítimos
de una casta: la de españoles. No así la de indios. Y menos otras
castas, producidas por el cruce de diversas mezclas de sangre. Ni la de
negros -que generalmente son esclavos-, ni la de descendientes de éstos
o de sus cruces con otras razas. Citando a Lucas Alamán, se ha dicho frecuentemente que Morelos procedía por ambos orígenes "de una de las castas mezcladas con indios y negros". Esta descripción la hizo con base en los datos que le daría Nicolás Bravo, cuando ambos eran ministros del mismo gobierno conservador. Zamacois señala que el caudillo provenía efectivamente de indios y negros. Lorenzo de Zavala, en cambio, asegura que era descendiente directo "de la clase indígena". Y Bulnes, apelando al espíritu ecléctico, reúne en una soberbia frase las contradicciones anteriores al afirmar "que era indio o mestizo de español y mulata". ¿Qué hay de todo esto? Para el hombre de nuestro tiempo poco importa el problema. El libertador, que se pronunciara contra toda forma de discriminación racial o social, y que formulara la hermosa declaración de que no es racional, ni debido, ni humano, que haya esclavos, "pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento", fue un hombre extraordinario, haya sido blanco o negro. Y basta. Pero el joven Morelos vive en una sociedad de castas. En aquel tiempo, este país es España. Se llama España. A diferencia de la europea, es una España americana. Es la Nueva España. Ninguno puede ser algo o aspirar a algo si no es español. De este modo, nadie puede hacer estudios en los colegios, seminarios y universidades; ni ser bachiller, abogado o doctor; ni ejercer la cátedra y obtener un orden sacerdotal o un grado militar, ni ocupar un empleo en la administración de la Iglesia o del Estado, ni ser maestro de un oficio, de un arte, ni pertenecer a un gremio, si no es español. Mucho menos es posible ser propietario de una mina, una industria, un comercio, ni formar parte de sus respectivas corporaciones gremiales, si no es español. Ser español, por consiguiente, no es un accidente geográfico sino una condición racial. España está no sólo en Europa sino en el mundo. Español es aquél que procede de cualquiera de los cuatro continentes, a condición que tenga padres españoles. No importa que nazca en Europa, Asia, África o América (Nápoles, Filipinas, Marruecos o Perú, por ejemplo), sino que sus padres sean españoles, "limpios de sangre"; es decir, que no se hayan mezclado con razas vernáculas o que, aún habiéndolo hecho, los reconozcan, los registren en los libros de españoles y les concedan sus apellidos. Sólo ellos tienen derechos. De allí la importancia del árbol genealógico. En el nuevo continente y particularmente en la Nueva España, los españoles europeos son llamados peninsulares; los españoles americanos, criollos. Aquéllos también emplean al término despectivo de "indianos" para denominar a los criollos, y éstos, a su vez, el de "gachupines" para denominar a los europeos. Los no españoles; es decir, los otros habitantes del mundo hispánico -que es el mundo por antonomasia- que son los indios, los negros, los asiáticos y las castas, no tienen derecho a ingresar en las instituciones españolas y menos a formar parte de sus cuerpos privilegiados. Los indios, mestizos y castas están sujetos a una legislación de la que se derivan derechos y obligaciones distintos. Los hombres y mujeres de las mil naciones indias del reino -las repúblicas de indios- son personas, no cosas, como los esclavos; pero sujetos a tutela y protección, como menores de edad. El virrey capitán general del reino de la Nueva España recibe el título de Protector de los Indios, no sólo porque está encargado de cumplir y hacer cumplir las Leyes de Indias, en general, sino también porque tiene la misión específica de proteger como un padre o tutor a los naturales de estas tierras. Los indios, en todo caso, tienen en la ciudad de México un colegio especial, el de Santiago Tlatelolco. Las ocupaciones, empleos y cargos reservados para ellos, los desempeñan y ejercen entre los suyos, no en la sociedad de españoles. Españoles e indios, por consiguiente, tienen un lugar bien definido en la legislación y en la sociedad. No así los mestizos, cuando no son reconocidos por sus padres, que están fuera de la ley y marginados de la sociedad por el solo hecho de haber nacido. En principio, son rechazados tanto por indios como por españoles, excepto aquéllos pocos que son admitidos por voluntad expresa de sus padres -no de sus madres- en sus respectivos grupos; en cuyo caso, a pesar de su mestizaje, pasan a la categoría social, bien de indios, bien de españoles. En cambio, los negros africanos -y sus descendientes-, no tienen ningún derecho. No son personas. Son cosas. O, si se quiere, animales. Se pueden comprar y vender. Son esclavos. También lo son, por lo general, los asiáticos -los filipinos- a los que se llama comúnmente chinos. Las castas mezcladas con sangre negra o asiática con español o indio, están sujetas a pesados tributos y marcadas de "infamia". 5. SU CASTA Cuando se pregunta al joven Morelos a qué casta pertenece, lo que se quiere saber es si tiene derecho a ingresar en San Nicolás, en la Universidad, en el Seminario, en un cuerpo privilegiado; si tiene derecho a recibir los títulos, grados, ropajes y honores reservados a los españoles. Y él responde que sí, que tiene derecho, que es "español por ambas líneas". Ofrece como prueba de su aserto su acta de bautismo. Su texto es breve. En él se hace constar que su nacimiento se registró en el libro de españoles, no en el de indios, ni en el de castas; que es "legítimo", es decir, hijo de matrimonio celebrado legalmente y en debida forma, y que es "español", o sea, que tiene derecho a recibir y disfrutar los honores, servicios, vestuario y diplomas reservados a este grupo social. En lo sucesivo, cada vez que dirija algún escrito al Colegio de San Nicolás o al Seminario Tridentino de Valladolid, a la Real y Pontificia Universidad de México o a la Mitra de Michoacán, se verá obligado -como todos- no sólo a calificarse de español, sino también a probarlo; algunas veces, con el acta respectiva, y otras, con testigos que declararán que sus antepasados eran "cristianos viejos y limpios de sangre". Al serle preguntado por el inquisidor Flores "de qué casta y generación son los dichos sus padres y abuelos y demás que ha declarado, dijo que son españoles por ambas líneas..." 6. ¿HISTORIA O LEYENDA? Los historiadores y artistas nos han entregado un Morelos mestizo con rasgos mulatos. Con esas imágenes pétreas o broncíneas hemos vivido desde siempre. Una de las mejores esculturas de este tipo se encuentra en el pequeño museo de Tzurumútaro, a las orillas del lago de Pátzcuaro, Michoacán. Un día, al verlo, el profesor Alfonso Espitia Huerta exclamó: "Se siente en ese bronce la fuerza de lo auténtico". Ahora, sin embargo, el propio Siervo de la Nación se yergue desde el pasado; deja oír su voz, y nos hace saber que sus orígenes son "españoles por ambas líneas"; es decir, criollo o indiano. ¿De dónde nació entonces la leyenda de su mezcla de sangres? ¿Es leyenda solamente...? Nicolás Bravo supuso que Morelos pertenecía a alguna de las castas por el color moreno de su tez, sin saber que entre los españoles europeos esto es algo común y corriente. En el sur de la península, "el color aceitunado" ha sido hasta cantado por poetas del temple lírico de García Lorca. El color, por consiguiente, no tiene nada que ver en este asunto; pero don Nicolás lo ignoraba. Y es que este hombre, aunque decidido y valiente, era también -en opinión de su jefe-, de cortos alcances. En el tribunal sería citado por él entre los oficiales importantes del ejército nacional, en quinto lugar, "no por su capacidad y conocimientos -dijo Morelos-, sino sólo por el séquito que tiene y también por su valor". Para esclarecer este asunto, volvamos al juicio sucesorio iniciado por el estudiante Morelos para reclamar la herencia sobre las rentas de la capellanía fundada por uno de sus antepasados: don Pedro Pérez Pavón, su bisabuelo paterno. El expediente formado con motivo de esta demanda "sólo tiene media pasta en piel -dice Benítez-, carcomido en parte por la incuria y el abandono, destruido por la humedad, en que se lee sobre la cubierta, con letra española a medio borrar: Capellanía de don Pedro Pérez Pavón". En este juicio sucesorio, los aspirantes que se creen con derecho a la herencia tendrán que reproducir, hasta en sus menores detalles, su árbol genealógico. El labrador de la Tierra Caliente se verá obligado a presentar pruebas sobre sus orígenes y a rogar a los amigos y vecinos que declaren lo que saben y les consta al respecto. Acaba de regresar de Apatzingán. Es nuevo en la ciudad. Conoce a los testigos, pero no como quisiera. Su madre, en cambio, a la sazón de 44 años de edad, ha vivido allí sin interrupción, en la misma ciudad, en el mismo barrio, en la misma casa. El recién llegado hace a doña Juana toda clase de preguntas para preparar su defensa; pero también para saber quién es él, de dónde proviene, cuáles son sus orígenes. Habrá que ver, por consiguiente, el cuadro de la
madre y su hijo hablando en voz baja, sus rostros desvanecidos por las
primeras sombras de la noche; aquél, intrigado y curioso, pidiendo a ésta
que le relate lo que sabe y le consta acerca de sus raíces familiares.
El hombre, después de todo es el resultado de una estirpe, la historia
viva de las generaciones pasadas, la acumulación encarnada de los
tiempos. La noche se presta a toda clase de confidencias. En condiciones
semejantes, ¿qué madre no cuenta a su hijo la historia de su vida, la
de su familia y lo que anhela para él? La señora inicia su relato... ¨ ¨ ¨ |
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