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José Herrera Peña

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XV. Remoción del rector

1. LA DECISIÓN DEL PRELADO

Fray Antonio de San Miguel, obispo de Michoacán -a la sazón de 76 años de edad- cansado y enfermo, carece ya de voluntad para resistir las presiones del belicoso grupo enemigo del profesor Hidalgo y Costilla.

¿Que éste tiene relaciones con una mujer? Sí. Eso lo sabe el titular de la Mitra desde hace años, desde antes incluso de nombrarlo rector; como sabe también que ella es Manuela Ramos Pichardo y que el rector Hidalgo engendró en dicha dama dos hijos, Agustina y Lino Mariano. ¿Que rompió su voto de castidad? ¡Hipócritas! Admitido también; pero Hidalgo se ha dedicado a la enseñanza académica, no a la administración de las almas. Ha sido catedrático, no cura.

¿Que este argumento no es válido? No, no lo es; pero, ¿para qué hablar de este tema? ¿No acaso muchos hombres de la iglesia tienen no sólo una mujer sino varias? ¿Y que hay otros, no menos numerosos, que por sostener prácticas homosexuales creen ingenuamente estar libres de culpa? ¿Y qué decir de los impotentes, los más puritanos aparentemente, pero los más viciosos, perversos y agresivos? ¿Para qué mencionar a otros, más enfermos aún, que padecen peores desviaciones?

El obispo está y ha estado todo el tiempo debidamente informado de todos los casos, incluido el de Hidalgo. Ser bueno y comprensivo no significa ser torpe o inepto. Está a cargo de hombres, no de santos. Ocho años después, por cierto, en agosto de 1800, fray Manuel Estrada acusará a Hidalgo ante el tribunal del Santo Oficio, entre otras cosas, de "haber explicado el mecanismo de la naturaleza, como filósofo", y haber dicho "que la fornicación no es pecado sino una evacuación natural, como (tampoco lo son) los tactos impuros ni la polución procurada, pues es una materia que no ha de salir por los ojos, ni por los oídos, ni por la boca". Como filósofo, como científico, como hombre de sentido común, el profesor Hidalgo ha tenido y tendrá razón, y como ser dotado de un alma, el obispo lo ha perdonado.

Pero para evitar el escándalo, tendrá ahora que tomar medidas contra él. No tiene ya la fuerza suficiente para oponerse al grupo beligerante que exige su cabeza, ni siquiera para mediar en el conflicto que se anuncia entre éste y el poderoso rector. ¿Que es inteligente y brillante? "Es tenido por sabio". Hay quienes "le alaban por su literatura", o por ser "uno de los más finos teólogos"; éstos señalan que "es de elogiarse su sabiduría" aquéllos "tienen un alto concepto de su instrucción", y los últimos aseguran que "es un genio en línea de letras".

Eso también lo sabe el prelado. Por eso Hidalgo ha estado donde está: en la cumbre de la enseñanza. Por eso mismo ha concitado los odios y envidias de los mediocres. Se ha convertido en piedra de escándalo. Por eso mismo, desgraciadamente, ya no debe estar allí. No importa que opiniones como las expuestas -todas las cuales resonarán en el tribunal del Santo Oficio- se escuchen no sólo en el mundo académico y en la sociedad sino también en los medios políticos.

El marqués de Rayas, por ejemplo, dirá en su oportunidad al virrey Iturrigaray, que Hidalgo es "hombre de gran literatura y vastísimos conocimientos en todas las líneas, especialmente en política estadística, habiendo merecido siempre la calificación de ser de las primeras, si no la primera cabeza del obispado de Valladolid".

El mismo arzobispo de México, en su pastoral de 24 de septiembre de 1810 y pronunciada en la catedral metropolitana, lo describirá como hombre "que lucía como un astro brillante por su ciencia". Y el intendente Riaño dirá de él que es "la mejor cabeza del reino".

El obispo San Miguel suspira. Por paradójico que resulte, el Maestro ya no debe ser lo que es. No debe continuar en el Colegio -ni en la rectoría, ni en la cátedra- y ni siquiera en la ciudad. Le será imposible sostenerlo por más tiempo.

¿Que ejerce desde la tribuna de San Nicolás el liderazgo espiritual del obispado? ¿Y esto acaso no lo sabe él? Como sabe también que, para ejercer esta clase de liderazgo no es necesario el Colegio, ni la cátedra, ni el cargo, ni la ciudad. Y para probarlo, lo hundirá en el destierro. Desde allí -bien lo intuye- habrá de resurgir, para ganar por méritos propios lo que por derecho debería reconocérsele. Ojalá que esto no traiga consigo una conmoción mayor que la que como prelado trata de evitar.

Con los ojos húmedos de pesar, de remordimiento y de impotencia, ordena a su secretario que le lleve el expediente de Hidalgo. Allí se lee la fecha en que tomó posesión de la rectoría: el 1o. de febrero de 1787. Al cumplir cinco años exactos, esto es, el 1o. de febrero de 1792, se le confiará otra comisión. Faltan escasos tres meses para el plazo. Habrá que esperar y luego, proceder de inmediato. Así se le alejará de la vida académica y de la vida urbana. Nombrará rector de San Nicolás al estirado canónigo doctor don Manuel Iturriaga, de semblante hosco y solemne; uno de los severos sinodales que examinará al diácono Morelos algunos años después, miembro destacado más tarde de las conspiraciones de Valladolid y Querétaro.

Luego, pide a su ayudante que ponga sobre su escritorio el mapa del dilatado territorio del obispado. Hay algunos puntos limítrofes que no ha podido atender. Uno de ellos, el curato vacante de Colima. Desde hace tiempo ha pensado transferir este curato al obispado de Guadalajara para que esté mejor servido. A las orillas del mar, el profesor Hidalgo podría iniciar estos trámites, ser pastor de almas, hacer una buena labor misionera y enseñar las primeras letras a los nativos del lugar. Este cambio será sumamente benéfico para todas las partes: para el obispo, para el grupo opositor y para el propio Hidalgo. Se desvanecerá el escándalo. Se disolverá el grupo de presión. Y el Maestro podrá gozar bajo las palmeras de un merecido descanso y recuperar la tranquilidad y la paz. Así sea. Amén. Así sea...

2. CONMOCIÓN EN SAN NICOLÁS

La vida académica de Valladolid, como la límpida agua de un riachuelo, sigue transcurriendo tranquilamente durante los últimos meses de 1791, hasta que, al finalizar enero del año siguiente, es estremecida por el estallido de la bomba. Al medio año de haber sido exaltado el decurión Morelos a la "última oposición de mérito", el mundo social se sobrecoge de temor al saber que el Maestro es removido de la rectoría y de la cátedra; que se le obliga a poner fin a muchos años dedicados a la investigación y a la cultura, y que no sólo se le expulsa de los claustros académicos sino también de la hermosa ciudad. A pesar de la aureola de promoción que se da a su nuevo nombramiento -cura interino de Colima- nadie deja de percibir la falta de elegancia con la que es tratado.

Los profesores y estudiantes, al conocer la resolución del obispo, intentan protestar por el atentado, como lo hiciera el estudiante Hidalgo durante su adolescencia al enterarse de la expulsión de sus maestros jesuitas; pero de la misma forma en que éstos lo calmaran y lo obligaran al silencio y la obediencia, aquél tranquiliza y reduce al orden a los suyos.

En lo íntimo, siente el fuego del latigazo en pleno rostro y desahoga su dolor. De esto no hay ninguna duda. La lengua, "inflamada de fuego infernal", al decir del apóstol Santiago, acaba de incendiar "la rueda de su vida", toda su carrera, su vida profesional, su vocación entera. Su carta de renuncia es significativa no sólo por lo que dice sino también por lo que omite. Dice que se le está quitando la vida, "veintisiete años que ha consumido en su carrera". Sí, veintisiete, que comprenden siete años "de estudios" y veinte de "las cátedras". Estos años, principalmente los veinte en que ha sido profesor, "los imprimirá en su corazón con eterno reconocimiento". Como se ve, agradece al obispo lo pasado; pero no lo futuro. Le da las gracias por "honor, confianza y beneficios" que libremente le ha dispensado en el Colegio. Hasta aquí su gratitud. Y acepta la comisión que le da -acata la orden-; pero -omisión elocuente- no la agradece...

El obispo, preocupado por la inesperada reacción del Colegio y su rector, suaviza verbalmente la medida y pide al lastimado profesor que la considere meramente provisional. Lo necesita en Colima; pero no será por mucho tiempo. Es un interinato. Nada definitivo. Y con ello le deja entender que en cuanto desaparezca el ruido y se alivien las presiones, lo volverá a llamar. El Maestro aprovecha este titubeo para dar al buen hombre una buena estocada. Pide que su sucesor en la rectoría de San Nicolás sea nombrado con carácter de interino "toda vez que con carácter de interino va al curato de Colima". El prelado, touché, se ve obligado a asentir. Y cumplirá su palabra en este aspecto. El doctor Iturriaga será rector interino, bien que el suyo será un larguísimo interinato: durará cinco años. Antes de un año volverá a llamar al Maestro Hidalgo a Valladolid y también en esto cumplirá su palabra. Pero hasta allí. No le dirá para qué. Se cuidará bien, además, de no ofrecerle su restitución en la cátedra ni en la rectoría de San Nicolás.

Apenas despojado del cargo de rector, la familia de Manuela Ramos Pichardo -según Castillo Ledón- retira a ésta su apoyo. Para evitar el abandono y el escándalo consiguiente, el Maestro Hidalgo se ve obligado a internarla, a su costa, en un convento, mientras deja encargados a sus dos hijos, Agustina y Lino Mariano, con uno de sus parientes.

En seguida, prepara en paz su salida. Selecciona los libros que ha de llevarse consigo. Los hombres en desgracia no atraen multitudes sino, en todo caso, curiosos. Cerca de él sólo quedan los verdaderos amigos. Uno de ellos, más admirador que amigo, es Morelos. Tras ligera reflexión, el Maestro toma un libro escrito en italiano y se lo obsequia. En la pasta se lee: Storia Antica del Messico, de Francisco Javier Clavijero. Aún no se ha hecho el gran lienzo en el que uno recibe de manos del otro la simbólica obra. Puede objetarse que es ficción. No, no lo es. De hecho así ocurriría años más tarde. En el trayecto de Charo a Indaparapeo, el jefe entregaría a su segundo la Historia de México.

"Uno de los grandes consuelos en las adversidades -dice Cicerón- es la conciencia de una voluntad recta". Tal es el caso. El Maestro Hidalgo monta en su carruaje y ordena que avance hacia el sol poniente, sin detenerse sino hasta tocar las aguas del mar. No durará mucho tiempo en Colima. En noviembre de ese mismo año volverá a vérsele en Valladolid, mas no en el Colegio. Se le llamará para darle en propiedad el curato de San Felipe Torresmochas, pero no para devolverle sus cátedras. En realidad, las puertas de la academia nunca más le volverán a ser abiertas...

3. CONCLUSIÓN DE LA GRAMÁTICA

A pesar del impacto recibido por la destitución del rector de San Nicolás, el colegial Morelos continúa su vida académica. Trata de olvidar el penoso incidente anterior dedicándose, ahora más que nunca, a sus obligaciones de alumno.

Sus clases le ayudan a escapar de la dura y penosa realidad de su vida académica. Sus lecturas de Gramática le recuerdan Uruapan y Apatzingán. Al abrir La Geórgica, de Virgilio, ve surgir ante sus ojos una finca rústica, predium rusticum, con sus alegres sembrados y los arroyos precipitándose desde las altas rocas para formar caudalosos ríos. Bella expresión latina, digna de retenerse en la memoria: Summis liquuntur rupibus amnes. Para él este paisaje no es italiano sino michoacano. Al repetir la frase en latín escucha el dulce murmullo del río Cupatitzio -expresión purépecha que significa río que canta- cuyas aguas transparentes -en esta época- brotan en las suaves colinas de Uruapan; crecen a lo largo de su camino enriquecidas por las de otros mil manantiales y se desprenden de lo alto de la montaña despidiendo mil reflejos de luz, formando un mágico arco iris, la cascada de la Tzaráracua, que en el melodioso idioma indio de la región quiere decir "larga cabellera de princesa".

Luego, oye el gorjeo de las aves y el mugido de los rebaños que pastan en las laderas ¿Le llega el olor a establo? ¿Vuelve a ver con los ojos de la imaginación las labores de la quesería en la Tierra Caliente, desde la ordeña en el amanecer hasta el cuajo de la leche, la prensa de la cuajada y la elaboración de los quesos que se salan, como en Apatzingán, para conservarlos, o que se dejan "simples", para venderlos el mismo día en la aldea? Al leer la referencia al pozo, lugar de cita de los enamorados, tan frecuentemente repetido en los lienzos clásicos, con el cántaro roto de la ninfa, ¿recuerda a la lejana jovenzuela de la Tierra Caliente? ¿Sus negros ojos? ¿Su esbelto y sensual cuerpo...?

Al rechazar este recuerdo y asomarse a la Rusticatio Mexicana, del jesuita guatemalteco Rafael Landívar, ¿se sorprende ante una pelea de gallos, como muchas de las que contempló en la Tierra Bronca de su juventud? ¿Sus crestas enrojecidas? ¿Sus acometidas violentas? ¿Encendidos los ojos? ¿Erizadas las plumas? ¿Los ve saltar y golpearse pechos y espolones, hasta que uno de ellos se debilita y el otro le pica la cerviz inclinada, sacudiendo el pecho con las alas y entonando el canto del vencedor? Diego José Abad recomienda en esta materia la vuelta al clasicismo y propone como lecturas básicas a Virgilio, Terencio y Cicerón, en latín, y a Garcilazo, Zurita y Parra, en español.

A pesar de la ausencia de los jesuitas expulsados, sus métodos siguen haciéndose sentir en las escuelas. Entre los papeles que les fueron confiscados por el gobierno español se encontraban dos obras de Francisco Javier Alegre, tituladas Arte Retórica, compuesta según los preceptos de Cicerón, y Biblioteca Crítica. Ambas, sobre lenguas, gramática, retórica, dialéctica e historia. Hoy están perdidas; pero en esa época circulaban copias manuscritas en los medios escolares, colegiales y universitarios. No sería difícil que una de ellas haya quedado bajo los ojos de Morelos.

Como se ve, Cicerón, uno de los favoritos de Hidalgo, es el paradigma en colegios y universidades. Continúan sus enseñanzas. A propósito del honor, el senador romano escribe que "el único justo es el que se adquiere con el talento sólido y el estudio". De la patria, comenta: "De todas las relaciones sociales, ninguna más respetable, ninguna más amada, como la que cada uno de nosotros tiene con la república. Si queridos son los padres y los hijos, queridos los parientes y familiares, más querida es aún la patria, porque ésta comprende los amores de todos. Por ella, ¿qué ciudadano dudaría en sufrir la muerte?" Años más tarde, desde Cuautla, en abril de 1812, Morelos se dirigiría a Calleja y le diría: "Señor español: el que muere por su patria no muere infausta sino gloriosamente". Y agregaría: "Por lo demás, no hay que apurarse, pues aunque acabe este ejército conmigo y las demás divisiones que usted señala, queda aún toda la América, que ha conocido sus derechos". Más tarde, en julio de 1813, al reclamar su conducta al cabildo eclesiástico de Oaxaca, le advertiría: "Es necesario que se entienda que los derechos de la patria son más sagrados que los de cualquier individuo o corporación".

4. DE SAN NICOLÁS AL SEMINARIO

En agosto de 1792, Morelos concluye los estudios de Gramática en San Nicolás y, casi sin transición, inicia los de Filosofía en el Seminario. Arreola Cortés dice que ambos institutos se alternan en la enseñanza de esta materia, y que la de ese año corresponde al Seminario; pero Alfonso Espitia asegura que el odio continúa surtiendo efectos; que a la suerte del rector ha seguido la del Colegio, cerrándolo provisionalmente, y que siendo más numerosos los intereses involucrados en éste, tardarán más tiempo en reducirlo definitivamente al silencio.

Morelos, ¿cómo sostiene sus nuevos estudios? Ya se dejó sentada una opinión. No con la herencia de su capellanía. El tribunal ha dictado sentencia en su contra. ¿Con los ahorros de Apatzingán? No es difícil que ya se hayan agotado. ¿Con el trabajo de su madre? Es posible. ¿Con deudas? No sería dudoso. ¿Con una beca? Es probable, aunque no hay ninguna constancia de haberla obtenido. ¿Parte con la beca y parte con su propio esfuerzo personal? ¿Por qué no?

En todo caso, deja de ser colegial nicolaita y empieza a ser seminarista. Sus estudios universitarios los hará en el Tridentino de Valladolid. La Facultad de Artes se hace normalmente en tres años; pero en este instituto dicho periodo se ha reducido a dos y medio. Morelos realizará sus cursos de Filosofía en ese tiempo, que corre de agosto o septiembre de 1792 a marzo de 1795. Los inicia a la edad de 27. Los concluirá después de los 29 años de edad.

En diciembre del año de 1792 se entera que el Maestro don Miguel Hidalgo ha sido nombrado cura propio, vicario y juez eclesiástico de San Felipe Torresmochas. Ha sido enviado a otra de las fronteras -esta vez al norte- del obispado. Luego entonces, no volverá a tomar posesión de su cátedra. No podrá ser su alumno.

Entonces, ¿quiénes son sus maestros? Uno de ellos: Vicente Pisa. ¿Quiénes sus compañeros? De todos los que cursan con él Filosofía en el Seminario, a los únicos que volverá a encontrar en las filas beligerantes, veinte años después, será a un tal Yáñez, del cual no se sabe mayor cosa, y a don Antonio Basilio Zambrano, déspota, arrogante y de pretensiones enfermizas. Al primero lo trata poco. Al segundo lo evita.

Al identificarse este último con el general en 1812, Zambrano le recordó "aquellos sentimientos e intimidad que se adquieren en los Colegios con el trato de condiscípulos, como nosotros en Filosofía (pues acordándose Vuestra Excelencia de Yáñez es forzoso que se acuerde de mí como su maestro, ya que teníamos asiento juntos en clase), sentimientos que no pueden olvidarse".

La verdad es que de Yáñez, Morelos se acordaba muy poco, pero de Zambrano no quería hacerlo. Y menos cuando le dijo que al ir a la ciudad de México para estudiar Derecho fue encarcelado, probablemente en 1808; que el fiscal pidió contra él la pena de muerte; pero que se le condenó al destierro en España. ¿Por qué? ¿Qué papel había jugado en los acontecimientos que culminaron con el golpe de Estado, la deposición del virrey Iturrigaray, el encarcelamiento de los regidores de la ciudad de México y los asesinatos de Primo de Verdad y Talamantes? Nadie lo sabe. Probablemente ninguno. ¿O acaso -como suele ocurrir algunas veces- fue señalado por error? En todo caso, había regresado a la Nueva España en 1811. Y a pocos meses de su retorno, ido a Sultepec a reunirse con López Rayón, a quien supuestamente confesaría que su deseo era estar con Morelos.

En septiembre de 1812, el licenciado López Rayón, presidente de la Suprema Junta, lo envió a Tehuacán, a donde estaba acuartelado el Caudillo; quizá para obsequiar los deseos de Zambrano; quizá para desembarazarse de él o quizá -como lo insinúa Alamán- para que espiara de cerca al héroe. Le dio el nombramiento de Secretario de la Junta con el tratamiento de Alteza. Al llegar al Sur, Zambrano exigió el de Excelencia "con sus correspondientes honores, y entiendo que algo más, quizá el de vocal de la Junta de Gobierno -diría Morelos- por haberse mandado pintar en un lienzo completando cinco personas de la Suprema Junta (cuando eran tres y apenas iba a elegirse la cuarta). Aquí -concluye el general- no alcanza a dársele gusto".

La pintura de referencia se expuso públicamente "y como el público está pendiente de nuestros movimientos -agrega Morelos- me dio trabajo componer el ojo a la tuerta".

Por habérselo impuesto el presidente, Morelos se refería irónicamente a él -en las cartas que enviaba- como "nuestro" Secretario. No era tonto y tampoco malo en el fondo, pero su actitud despótica le desagradaba. Era un sátrapa. "Yo le amo -diría Morelos- él tiene sus luces, pero satrapis non placet, que es lo que yo no puedo remediar".

Fue "nuestro" secretario el que, acatando sus instrucciones, redactó las intimaciones de rendición a Orizaba y Oaxaca, e incluso empezó a hacer algunos informes "circunstanciados" de lo ocurrido "en las cumbres de Acultzingo, derrota de Orizaba, acción de San José de Chiapa, conducción de ciento diez barras de plata...", etc.; que dicho "nuestro" secretario nunca terminó.

En lugar de trabajar discreta y diligentemente, se puso a pelear con todos porque no le rendían los honores que creía merecer. Fastidiado con su molesta presencia, el general pidió a López Rayón que "lo llamara con algún pretexto honesto, para que no se nos ponga este rumbo en peor estado... pues con todos arma campaña, lo que me sirve de bastante mortificación".

El licenciado Rayón aclaró a Morelos que Zambrano "no tiene tratamiento alguno, y sueldos, los que necesite para su vida frugal"; pero finalmente se vio obligado a comunicar a éste que la Junta necesitaba de "sus luces". El secretario siguió dando al presidente no pocos problemas. Se ignora su paradero. No sería difícil que éste también se haya sacudido de su presencia. De repente, sus luces se apagaron. Su nombre no figuraría nuevamente en las filas del gobierno nacional...

 

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XIV. La pérdida de la herencia

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Cap. XVI. Bachiller en Artes


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