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1. EL PRI
José Herrera Peña

14 julio 2000. Parece inevitable, pero una de dos: o se convierte en un nuevo partido bajo una nueva dirección más sensible a las demandas sociales, o se divide en dos partidos que mantendrán principios análogos, pero metas y estrategias distintas.

Este venerable partido político nació en 1945. Aunque descendiente y heredero de dos grandes partidos políticos anteriores, el PNR y el PRM, fue el primer partido político de la posguerra.

Conservó, primero, los principios de la Revolución Mexicana, derivados principalmente de los artículos 3, 27, 123 y 130 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (adaptándolos constantemente al espíritu de los tiempos) y además, la capacidad de negociación y conciliación de la que hicieron gala los fundadores del Partido Nacional Revolucionario y del Partido de la Revolución Mexicana, para mantener unidos a los diferentes partidos políticos que integraron al primero así como a los diversos sectores sociales que integraron al segundo.

En la década de los sesenta empezó a faltarle imaginación para conducir a una sociedad en crecimiento. Y en lugar de abrirle vías alternas, se las cerró. Primero con represión política, y luego, con restricciones económicas.

En el curso de los años siguientes, suavizó la situación política, pero no pudo controlar del todo la económica. En los setenta, se vio obligado a sentar las bases para sustituir al sistema del partido casi único por un sistema de partidos políticos. En los ochenta, a sustituir la economía cerrada por una economía abierta. Y en los noventa, arrancó al país su viejo ropaje revolucionario -los artículos 27 y 130 constitucionales- y lo vistió parcialmente con el traje de la "modernidad". En cambio, no alcanzó a modificar los artículos 3 y 127.

Por lo pronto, no impidió que los ricos se hicieran cada vez más ricos, y los pobres, más pobres. Al mismo tiempo, los vicios que auspició durante muchos años para mantenerse en el poder (principalmente la corrupción) crecieron hasta que estallaron en este sexenio, primero, en los famosos "errores de diciembre", y luego, en el no menos famoso "fobaproa".

Eso fue todo. Aunque el electorado le acaba de confiar todavía la función de legislar y vigilar el gasto publico, el 2 de julio lo despojó de la de administrar los recursos del país. Consecuentemente, lo redujo a mantenerse de sus propios recursos.

¿Cómo subsistir en el futuro inmediato? No le será imposible, porque contará con financiamiento público en una proporción no desdeñable. Sin embargo, éste será pequeño en comparación con lo que hasta ahora había podido gestionar y obtener. Consiguientemente, en lo sucesivo estará obligado no sólo compactar sus dimensiones sino también a volverse más eficiente.

Sin embargo, al perder su liderazgo y, con él, su conducción política, al contrario de lo que ocurría con el mítico "coloso de los pies de barro", éste se ha vuelto en un "coloso sin cabeza". No porque no tenga cabeza sino porque tiene dos. Y esto es anormal. En lo futuro, o se mutila una de ellas y se pone a dieta para reducir su cuerpo, o duplica sus partes y permite que ambas sigan su vida independiente.

Una de sus cabezas es la tradicional, es decir, la del Presidente de la República. Acaba de sufrir un rudo golpe. Normalmente, debió autoinmolarse para ceder su lugar a la otra. Sin embargo, no lo hizo. En los próximos meses, por tanto, seguirá conservando su existencia, pero cada día con más y mayores dificultades. Por lo pronto, para conservarse en su lugar, en lugar de nutrirse con todas las corrientes de su cuerpo, intentará desplazar a la otra. La dirección, de hecho, está en manos no sólo del Presidente sino aparentemente también de los ex-presidentes de la República.

La otra cabeza nació espontáneamente de su grasiento y corpulento cuerpo desde hace muchos años. Ha querido desplazar a la primera varias veces, la última de ellas, en las elecciones internas del pasado noviembre, sin lograrlo completamente. Y aunque no obstaculizó a la principal para lograr el triunfo el 2 de julio, tampoco hizo mucho para que lo lograra. Ahí está. En los próximos meses, seguirá creciendo. Y a medida que avance el tiempo, se fortalecerá aún más.

Hay quienes dicen que la cabeza presidencial representa a la tecnocracia y a las corrientes innovadoras, mientras que la otra representa a la tradición y a las fuerzas dinosáuricas.

Esta es una visión muy simplista. En realidad, la cabeza presidencial es la tradicional, tecnocrática o no, dinosáurica o no, y aunque depositaria de los valores históricos de esta corriente política, también lo es de la secuela de sus vicios y de la descomposición del país.

En cambio la otra, la que pugna por reafirmarse, aunque es partícipe de todo lo anterior, ha adquirido la saludable disposición de sacrificar algunos de sus vicios, a fin de dar vigencia a algunos de sus valores.

La moneda está en el aire. Si predomina la tendencia presidencial, sin presidente, es previsible su paulatino debilitamiento. En cambio, si triunfa la otra, aunque no llegará a recuperar la confianza pública en breve tiempo, tampoco la perderá completamente. Con altas y bajas, mantendrá su fuerza. Y a la larga, podría llegar a ser nuevamente una viable opción de gobierno.

Es muy probable la conjugación de las dos fuerzas contrarias; pero en caso de que no la haya y sus partes decidan marchar por diferentes direcciones, ambas tendrán que adaptarse a las nuevas realidades que se presentarán en breve. En consecuencia, el partido se escindirá en dos grupos importantes. Su destino, en este caso, es de pronóstico reservado. Habrá que ver cómo se desenvuelve cada uno de ellos.

En cualquier caso, su cuerpo se transformará y se adelgazará inexorablemente. La recomposición y reajuste de sus elementos será impresionante. El sector obrero está en crisis, pero preparado para toda eventualidad. Desde hace varias décadas es autosuficiente desde el punto de vista económico; pero nunca ha llegado a serlo desde el punto de vista político. Ahora tendrá no sólo la oportunidad sino también la necesidad de serlo. Es previsible su desemembramiento o su división.

El sector campesino está en franca descomposición. Es poco probable que conserve su identidad como sector. De lo que resta, es inevitable su dispersión.

El sector popular estaba disgregado y hoy quedó desarticulado. A nivel de contratistas (de servicios, industriales y comerciales) habrá saludables aunque dolorosos sacrificios. En los concesionarios, riesgos; en los consumidores, ambivalencias; en los burócratas, peligros, y en los marginados, indiferencia. Es poco probable que este sector mantenga su unidad. Será el que se disgregue con mayor rapidez.

En resumen, o el PRI se convierte en un nuevo partido bajo una nueva dirección más sensible a las demandas sociales, o se divide en dos partidos que mantendrán principios análogos, pero metas y estrategias distintas.

México DF 14 julio 2000.

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