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Chiapas: mitos y fantasías
JAIME SÁNCHEZ SUSARREY


Cd de México. 26 agosto 2000.

1. El mito de la representación. En la más pura tradición leninista, Marcos y el EZLN se asumieron como la vanguardia armada del pueblo mexicano (obreros, campesinos, estudiantes e indígenas) en su lucha contra el régimen autoritario. La Primera Declaración de la Selva Lacandona fijaba objetivos precisos: avanzar hacia la Ciudad de México, derrotar al Ejército burgués, derrocar al usurpador e instaurar una República socialista. Con el paso del tiempo, Marcos cambió y centró su discurso exclusivamente en demandas de las comunidades indígenas. El giro fue tan radical que la jerga marxista-leninista y el socialismo, como meta final, desaparecieron de su discurso. Sin embargo, Marcos y el EZLN siguieron siendo esencialmente marxista-leninistas. Marx, pero sobre todo Lenin, creía que hablaba, escribía y actuaba a nombre del proletariado. El partido era la conciencia organizada de las masas obreras. Marcos y el EZLN se asumen como la encarnación de los intereses de todos los indígenas. Sin distinción de etnia ni de lengua, los zapatistas creen que son la vanguardia ilustrada, consciente, de los más de 10 millones de indígenas que habitan en nuestro país. Ellos y sólo ellos tienen el monopolio y la legitimidad de esa representación. Pretensión excéntrica de por sí, pero más aún en los tiempos en que el monolitismo priista ha sido enterrado en forma definitiva.

2. El EZLN es un movimiento democrático que lucha por la democracia. Nada más alejado de la realidad. Los ejércitos (y los movimientos armados en general) tienen una estructura vertical y autoritaria. Así ocurre aquí y en China. Otro modo de funcionamiento es inconcebible. La disciplina y la obediencia son los elementos naturales de cualquier milicia, sea ésta la Compañía de Jesús o una guerrilla en la Selva Lacandona. Este rasgo se agudiza si, como en el caso del EZLN, las actividades de esos grupos militares se desarrollan en la clandestinidad. El segundo elemento no es menos importante: el centralismo democrático (leninista) supone que las decisiones fundamentales sólo pueden ser tomadas por una minoría ilustrada. León Trotsky vio los riesgos de semejante tesis: el partido sustituye al proletariado, el comité central sustituye al partido y el líder del partido sustituye al comité central. Eso y no otra cosa sucede con los zapatistas: el EZLN sustituye a los indígenas, la Comandancia General sustituye al EZLN y el líder (hombre blanco ilustrado) sustituye a la Comandancia General (indígenas analfabetos).

3. El cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés es indispensable para que los zapatistas firmen la paz. Es posible que así sea, pero al sostener semejante tesis se soslayan dos cuestiones fundamentales. Primero, los Acuerdos de San Andrés implican la promulgación de leyes y reformas a la Constitución. Sus efectos se harán sentir sobre todas y cada una de las comunidades indígenas de este país. Sin embargo, el contenido de estos Acuerdos no ha sido sometido a la consideración de los principales interesados: los indígenas. De hecho, se negociaron exclusivamente con el EZLN. Pero esta organización armada está muy lejos de tener el monopolio de la representación indígena en el país. Vaya, no la tiene siquiera en la zona de conflicto y mucho menos en el estado de Chiapas. Así que un mínimo de coherencia lógica y política obliga a reconocer que la serie de reformas que propone el EZLN deben someterse a la consideración del resto de las comunidades indígenas dentro y fuera de Chiapas. Proceder de otro modo, equivale a creer que el mito de la representación única se ha hecho realidad... San Marcos redentor de los indígenas.

4. Los Acuerdos de San Andrés traerán una serie de beneficios para los indígenas de todo el país. Este optimismo desbordante está por verse. Una de las principales demandas de los Acuerdos es que se respete la autonomía de las comunidades indígenas. Este principio valdría tanto para la elección de las autoridades, como para la impartición de justicia. Sin embargo, los beneficios de esa autonomía son más que dudosos. La elección de las autoridades mediante procedimientos tradicionales es ajena a los principios modernos del liberalismo: individuo, crítica, disidencia, tolerancia, diálogo, mayoría y minoría. Lo que de verdad opera es un principio comunitario y jerárquico bajo la forma del consenso y la unanimidad, que obliga y uniformiza a todos los miembros de la comunidad. En lo que se refiere a la impartición de justicia la situación no es menos complicada. Los usos y costumbres establecen penas descomunales para ciertos crímenes (el adulterio, por ejemplo) o reconocen prácticas como la poligamia y el incesto (caso de los huicholes). Y esto sin mencionar que en la mayoría de las comunidades indígenas la mujer es considerada como un ser inferior al hombre. Así que cuando los derechos que consagra la Constitución entren en contradicción con los usos y costumbres, ¿qué deberá prevalecer: la ley o la tradición?

5. El desarme de los grupos paramilitares es urgente, ya que constituyen una fuente de tensión y de violencia. Esta es una vieja demanda del EZLN que, súbitamente, el gobernador electo de Chiapas ha hecho suya. Apenas el lunes pasado se comprometió a trabajar en ese sentido. Pero, ¿quiénes son de verdad estos grupos paramilitares? ¿Son guardias blancas pagados por los finqueros? No. ¿Son policías o soldados disfrazados de civiles y manipulados por las viejas autoridades? Tampoco. En realidad se trata de indígenas (de pura sangre, así como los zapatistas) que no simpatizan con la guerrilla, pero que cuentan con armas, están organizados y son capaces de efectuar acciones violentas. ¿Se debe, entonces, desarmarlos? Sí, sin duda. Pero al igual que hay que desarmarlos a ellos, habría que desarmar a los zapatistas. ¿Por qué tolerar a unos y sancionar a otros? Las diferencias entre ellos son ciertamente ideológicas, pero los enfrentamientos derivan también de intereses materiales: control de territorios o posesión de tierras. De ahí que desarmar a unos y tolerar a otros no sólo sea profundamente injusto, sino que además puede derivar en nuevos actos de violencia. La única forma de garantizar la paz en la región es desarmando a todos por igual.

6. Para que el diálogo pueda ser reanudado es indispensable que el Ejército se repliegue y abandone la zona del conflicto. Este es otro viejo reclamo zapatista, que cuenta ahora con el apoyo del gobernador electo. La desmilitarización sería un primer gesto de buena voluntad al que Marcos y el EZLN podrían responder con la decisión de reanudar el diálogo. Pero no hay que efectuar un análisis muy profundo para encontrar dos enormes incongruencias. La primera de ellas tiene que ver con el origen del conflicto. La madrugada del 1o. de enero el EZLN hizo una declaración formal (y real) de guerra al Ejército mexicano. Hasta la fecha esa decisión político-militar no ha sido rectificada ni retirada. Esa es la razón por la cuál el Ejército está en esa zona. Hay, sin embargo, otra razón más importante. Cuando estalló el conflicto hubo un éxodo de 25 mil indígenas. La mayoría de ellos pudo regresar a sus lugares de origen cuando el Ejército recobró el control del territorio que los zapatistas habían "liberado". En situación igualmente complicada se encuentran aquellas comunidades que colindan con las poblaciones que simpatizan con el EZLN. Los enfrentamientos entre unos y otros son el pan de cada día. Esta semana se registró el último de ellos. La presencia del Ejército lejos de haber agravado el conflicto, ha servido como muro de contención a este tipo de violencia.

7. El triunfo de la coalición Alianza por Chiapas fue recibido con beneplácito. La llegada de la oposición al poder facilita la reanudación del diálogo y abre las puertas a la reconciliación. Vicente Fox y Pablo Salazar tienen ante sí una gran oportunidad. Sin embargo, las declaraciones iniciales del gobernador electo son muy preocupantes. No se puede desarmar a los indígenas de un solo bando, retirar el Ejército y dejar que los zapatistas obren a sus anchas, sin correr el riesgo de que se produzcan nuevos y más graves enfrentamientos.

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Publicado en Reforma, 26 agosto 2000