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José Herrera Peña

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¿Tener reglas y procedimientos democráticos es suficiente?

¿Funcionan en México los indicadores de otras transiciones?

¿Vientos que presagian tempestades?

¿Desestabilización por la alternancia en el poder?

 

 

El régimen político mexicano está enfrentando una crisis de continuidad cuyo desenlace es desconocido. Esta crisis plantea la posibilidad de establecer una democracia avanzada, pero también de que se deterioren gobernabilidad y estabilidad políticas.

Tal es la premisa que sirve de base a la encuesta levantada en octubre anterior por Alduncin y Asociados, bajo el patrocinio del Movimiento Ciudadano por la Democracia, cuyos resultados fueron dados a conocer el pasado 21 de noviembre (98) en la Ciudad de México y al día siguiente a nivel nacional.

El Maestro José Antonio Crespo, responsable de la investigación, sostiene que parte del reto y las dificultades de este cambio radican en las características sumamente particulares del régimen mexicano, que difícilmente pueden encontrarse en otros regímenes autoritarios o de partido único.

Según el Maestro Crespo, el edificio institucional creado por el régimen político podría ser adaptado parcialmente a nuevas condiciones democráticas, pero representa al mismo tiempo un obstáculo a la transición; situación que -advierte investigador- no representa solamente un problema de orden académico (determinar si el régimen ya es democrático o aún no) sino de índole política.

"Los sectores que no estén convencidos de que ya se cruzó el umbral democrático -señala- escatimarán su reconocimiento al régimen político y, en esa medida, aunque ya se hubieran logrado reglas suficientemente democráticas, éstas podrían no consolidarse al no conseguir aceptación general por parte de los actores políticos y sus respectivos simpatizantes y aliados".

¿Funcionan en México los indicadores de otras transiciones?

El paso del poder de los militares a los civiles, el surgimiento de partidos políticos de oposición, la celebración de elecciones formalmente competidas, una nueva Constitución, la alternancia en el poder o la rendición de cuentas, por ejemplo -según el Maestro Crespo-, son indicadores claros e inequívocos -en otras experiencias de transición democrática que se han experimentado en los últimos veinte años en el mundo- de que se ha cruzado el umbral democrático.

En cambio, estos indicadores son inadecuados para saber si ya se cruzó en México, debido a la complejidad y sofisticación de las instituciones del régimen priista así como su relativa flexibilidad y capacidad de adaptación.

José Antonio Crespo explica por qué:

  • El traspaso del poder de los militares a los civiles ya se dio en 1946, sin que el régimen dejara de ser esencialmente autoritario, debido a que no hay rendición gubernamental de cuentas.

  • El surgimiento de partidos de oposición legalmente reconocidos no es en México un indicador confiable de democracia, pues éstos nunca fueron prohibidos.

  • La celebración de elecciones formalmente competidas, con varios partidos y candidatos registrados, señal fundacional de la democracia en muchos países, tampoco sirve como indicador claro en este país, pues ese tipo de elecciones nunca de suspendieron.

  • El surgimiento de una Constitución democrática, también reconocido como un momento fundacional en otras transiciones, no es indispensable en México, pues contamos con una Ley Fundamental formalmente democrática desde 1917.

  • La alternancia en el poder, que podría ser reconocida también como señal inequívoca de democracia, no necesariamente tienen que darse en México, incluso en condiciones de competencia equitativas y limpias, pues ni puede excluirse al PRI de la contienda -por la fuerza política con la que aún cuenta ese partido-, ni necesariamente resultará derrotado en las urnas -en virtud de la fuerza electoral que también tiene-, sobre todo, considerando que la división opositora favorece la dispersión del voto antipriista y abre una buena probabilidad de que el PRI siga preservando la presidencia de la República.

  • La rendición de cuentas de un presidente sería un claro indicador de que se ha alcanzado la democracia, pues ese es uno de sus elementos definitorios y esenciales. Sin embargo, podría darse el caso de que no hubiera en el futuro próximo motivos para llamar a cuentas a un presidente o expresidente, y ello no significaría que no se hubiese alcanzado la democracia.

¿Vientos que presagian tempestades?

Todo esto plantea un problema para determinar un amplio consenso respecto a reglas y procedimientos inequívocamente democráticos que condicionen un compromiso claro de los actores en relación con el veredicto que surja de dichas reglas.

Así, por ejemplo, muchos disidentes y opositores, desconfiados de la limpieza y autenticidad de los triunfos del PRI, han manifestado que mientras ese partido siga en el poder, no podrá considerarse que hay todavía democracia en México.

La encuesta revela que en las elecciones de julio pasado, 30.7% votó por el PRI; 29.6%, por el PAN; 24.4%; 24.4% por el PRD; 3.1% por el PVEM; 2.8% por el PT y 1.3% por otro, mientras que 8.1% no votó por ninguno.

Al preguntarse a los encuestados por cuál partido nunca votaría, el resultado fue: 38.5% por el PRI; 17.3 por el PAN; 15.9% por el PRD; 6.0% por el PVEM, 6.6.% por el PT y 1.9% por otro, mientras que 13.8% ya no votaría por ninguno.

Y al preguntárseles por que partido votarían para diputados si hoy fueran las elecciones, respondieron: 30.0% por el PRI; 31.3% por el PAN; 25.4% por el PRD, 3.3% por el PVEM; 3.7% por el PT y 1% por otro, mientras 5.5% no votaría por ninguno.

Según estos resultados, los partidos políticos atraen a diversos porcentajes de votantes, pero también generan rechazo en otros, y aunque el PRI es el que lo genera más, es al mismo tiempo el que cuenta con más adeptos.

Por otra parte, el examen de lo que ha ocurrido después de las elecciones confirma la inclinación tripartidista de las preferencias ciudadanas. En este marco, la existencia de una mayoría relativa priista y de un bloque opositor en la Cámara de Diputados ha ocasionado un ligero descenso del PRI en la tendencia de votación y un ligero aumento de los demás partidos, pero también un aumento de los votantes en detrimento de los que se abstienen.

Al preguntarse a los encuestados qué partido elegirían como segunda opción, 55% eligió a los cuatro partidos de la oposición, 8.8% al PRI y 35.3% no eligió a ninguno. Esto parece revelar la polarización política a la que se ha llegado, pues si bien es cierto que una parte del electorado podría dar su voto por otros partidos opositores, otra parte -presumiblemente priista- preferiría abstenerse y no dar su voto por ninguno.

Además, aunque 64.4% de los encuestados no cree que el PRI puede ganar la Presidencia en elecciones limpias, equitativas e imparciales, 35.6% sí lo cree. 54.3% considera que no existirá democracia mientras el Presidente de la República sea del PRI, pero 45.7% cree lo contrario. Y 63.9% opina que no existirá democracia hasta que no se encarcele a un Presidente o expresidente por algún delito que haya cometido, mientras 36.1% no lo considera así.

Esta paradójica situación hace decir al Maestro Crespo que, en caso de que el partido gubernamental, en efecto, pudiera seguir ganando en condiciones fundamentalmente competitivas (como en Corea, Taiwán, Paraguay, y en una primera fase del proceso, en Bulgaria y Albania), la oposición -o parte de ella- quizá no aceptaría la legitimidad de ese veredicto -por negar su posibilidad en condiciones democráticas- lo cual generaría futuros problemas de estabilidad.

¿Desestabilización por alternancia en el poder?

En el extremo opuesto, se habla de un temor generalizado a la alternancia pacífica en virtud de que dicho suceso jamás ha tenido lugar en nuestra historia.

Parte de la propaganda priista -en efecto- ha enfatizado el riesgo de que un Congreso parcialmente opositor (la cámara baja) generaría, sin lugar a dudas, un conflicto de ingobernabilidad (alternancia=inestabilidad), y que, por tanto, la única alternativa para preservar la estabilidad sería que el PRI continúe ganando tanto el Congreso como la Presidencia.

¿Cuántos electores dan por válida esa afirmación? "La respuesta -señala el Maestro Crespo- podría aclarar buena parte del comportamiento electoral de los mexicanos y proyectar escenarios posibles en el futuro inmediato del proceso de transición en México".

Y la respuesta revela lo parcialmente errado de la tesis priista. Al preguntarse a los encuestados que si la presidencia fuera ganada por un candidato no priista el país correría altos riesgos de caos, desorden y violencia, 69.6% respondió que no, contra 30.5%, que sí.

Además, sólo 38.9 % cree que el bloque opositor formado en la Cámara de Diputados después de las elecciones es motivo de problemas y desorden, mientras 51.1%, por el contrario, estima que representa un impulso para la democracia.

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